Todos los muros caen, hoy o mañana, o dentro de cien años. Las murallas de Ávila, sin embargo, se elevan poderosas en Castilla. Nos aguardan e invitan a pasar, como castillo interior que describiera Teresa de Jesús. Abren sus puertas y sus brazos de piedra, casi intactos desde el medievo. Hurgan en la memoria de alguna cerca antigua, anterior a la que admiramos, y que probablemente dibujaran los romanos.

En esta casa siempre abierta y alta se alza la Catedral del Salvador, en el punto urbano más alto de la península. A pocos metros de allí, en el obispado nos recibe Monseñor García Burillo, el obispo de una diócesis que, precisamente porque sabe muy bien que solo Dios basta, anda en estos días enredada de fiesta en fiesta, engolosinando almas, celebrando el 500 cumpleaños de la Santa con la alegría de un niño. O más bien de una niña.

Isidro Catela: Don Jesús, ¿qué vamos a hacer a partir de mañana, cuando echemos el telón al V Centenario?

Mons. García Burillo: aquí en la diócesis vamos a hacer un programa de vida cristiana. En la clave del Papa Francisco, a la diócesis le hemos propuesto una misión sobre cuatro ejes teresianos: Jesucristo, siempre al lado; la vida fraterna; la riqueza que supone determinarse a vivir siempre en amor de Dios y la respuesta a los tiempos recios. Mil vidas pusiera yo como remedio de un alma, decía la Santa.

I.C.: Es un todo camino de perfección, un programa de vida. Con todas las distancias y diferencias entre la persona y el personaje de ficción, terminamos el año de Santa Teresa y nos vamos a embarcar en el año del Quijote, otro andariego…

GB: Claro, el hombre es un “homo viator”, es un caminante, esa idea en la Edad Media se vivió con mucha intensidad. Roma, Jerusalén, Santiago cifraron la vida física de muchos cristianos. El ser humano desde que nace hasta que muere es un caminante que hace el camino por sí mismo y con los demás, sabiendo que tiene una meta y que va ligero de equipaje. Caminar es rezar con los pies, decía un abad a sus monjes. Te vas poniendo en las manos de Dios. Yo he hecho el camino de Santiago cuatro veces, hay toda una filosofía de la vida que nos ayuda mucho cuando volvemos a nuestra vida cotidiana.

IC: Aquí ha llegado mucha gente este año rezando con los pies …

GB: Está siendo impresionante. Se vive así sobre todo cuando se llega como verdadero peregrino. Se descubre que la muralla de Ávila tiene 9 puertas continuamente abiertas y que dentro está el diamante, el castillo interior, las personas, la Catedral, en la cumbre de la ladera y en el centro de la ciudad. Entrar a la ciudad física es entrar al espíritu de Santa Teresa y convivir con las gentes que hoy trabajan aquí, que sufren, que reciben, que son acogedores. Si se es peregrino de verdad, a Ávila se llega buscando a Cristo de la mano de Santa Teresa.

IC: No es fácil explicarle esto del diamante y del castillo interior a la sociedad del espectáculo y de la apariencia

GB: El problema más grande que tiene la sociedad es la indiferencia, o en palabras del Papa la globalización de la indiferencia, instalada en el corazón de la tierra, porque a partir de ahí viene todo lo demás, todas las crisis que conocemos y que padecemos.

IC: ¿Está ardiendo hoy el mundo, como decía Santa Teresa de su siglo XVI?

GB: No tenemos más que ver el telediario para reconocer que vivimos una situación crítica. Lo que está sucediendo con los refugiados o esas imágenes estremecedoras del Mediterráneo como un gran cementerio. El Papa ha dicho varias veces que estamos en la Tercera Guerra Mundial, por etapas y espacios. Es cierto, vivimos una situación muy delicada, pero un cristiano no la puede vivir sino en una actitud de esperanza, de vida renovada en Cristo. La fe convierte una situación dramática en una situación esperanzada y por lo tanto también en una situación de luz.

IC: ¿Son tiempos recios también para España?

GB: Estas claves de las que hemos hablado se dan también en España. Yo recuerdo haber vivido la Transición con una pasión grande. Tendría unos 30 años. Teníamos una gran pasión por la unidad, y no era solo yo, era España entera, en sus distintas regiones, que trabajaban apasionadamente y estaban dispuestas a hacer cualquier cosa por la unidad. Aquel fue un acontecimiento grande que llegó a todos los países del mundo. Yo viajaba mucho y veía a la gente admirada con el milagro español, el milagro de la unidad. Insensiblemente, poco a poco, se ha ido enfriando la situación, hemos llegado al hastío de vivir con los demás, incluso en una historia reciente con manifestaciones de odio, en expresiones que estamos viviendo en estos días. Necesitamos volver a lo esencial, volver al aprecio por la unidad. Tenemos otra vez que pasar la crisis para darnos cuenta de dónde están el bien y los verdaderos valores. Dios quiera que esta crisis no nos lleve demasiado lejos, porque conocemos la historia de España y sabemos lo que ha sucedido. Esperemos que seamos capaces de recuperar la sensatez, el valor de la persona, el valor de la historia de España, de las relaciones entre las regiones, que volvamos a vivir un sentimiento de unidad, de que nos necesitamos todos, de que nos valoramos todos y de que es mucho mejor vivir para los demás con los valores que cada uno tiene que no esta disgregación y este desconocimiento mutuo.

IC: ¿Qué les decimos a los que quieren una Iglesia metida en la sacristía, sin voz en el espacio público?

GB: Que no la conocen, o que la conocen demasiado (ríe), porque no saben que la Iglesia es una realidad dinámica, que está en el mundo para ir a los demás y que tiene una fuerza y una capacidad inigualable, porque está edificada sobre roca firme y no se le puede andar con añagazas, con historias, porque, humildemente, sin gritar, llega hasta el final con la fuerza de Dios.

IC: Y para los de dentro, los que quieren ponerse en camino, formar parte de esta Iglesia en salida, pero no saben por dónde empezar …

GB: Que empiecen por el que tienen al lado, no hace falta complicarse. Lo que hace falta es tener una apertura interior grande para saber que estamos compartiendo la vida con los demás y con sus necesidades, en la medida en que cada uno podamos.

IC: En ese hacer, puesto que no somos una ONG, ¿a qué nos dedicamos? ¿nos arrodillamos ante el Sagrario o hacemos pozos?

GB: Nos arrodillamos y después hacemos pozos, sencillamente. La vida cristiana es un compuesto de contemplación y acción. Si no hay Marta, no hay María. Si no hay preparación y disposición en la casa, después no se puede dar el encuentro.

IC: Hay también quien, desde dentro de la Iglesia, vive momentos de incertidumbre, desorientados ante los acontecimientos de los últimos años: los escándalos, la renuncia de Benedicto XVI, el no saber situarse ante las reformas de Francisco, inquietos como si la barca de Pedro se fuera a hundir …

GB: Esa es una imagen muy iluminadora. La Iglesia, para un creyente, es una barca en la que Cristo está dentro. Los apóstoles tienen miedo a hundirse cuando Cristo no está dentro. Si Él está, viene la calma, el viento desaparece, llega la paz. No hay temor. Santa Teresa hizo una gran reforma, pero la hizo en el amor, como una continuidad con la Tradición de la Iglesia. Ella sentía con la Iglesia. Esto es muy importante, hemos de hacernos solidarios con la historia de la Iglesia. Yo soy un miembro de la Iglesia y siento con lo que la Iglesia ha creído desde los comienzos, estoy en comunión con la Iglesia de Jesucristo. Esto nos da una gran paz.

IC: Si pudiera atravesar las puertas de una suerte de Ministerio del Tiempo, ¿a qué momento del siglo XVI le gustaría ir?

GB: Me habría gustado estar cerca de Teresa cuando escribía. Su pasión, la grandeza de alma, la belleza de las imágenes, la relación humana cuando trata con las hijas. Todo esto te permite describir el misterio de la contemplación que ella tuvo. Lo aplicaría a mi propia vida, esa pasión y esa belleza de su escritura traerla aquí. El siglo XVI fue muy grande, con la evangelización de América. Esa grandeza de alma de personas como Teresa, Isabel la Católica, Carlos V, Felipe II, los evangelizadores, San Fray Junípero Serra. Creo que nuestra humanidad se ha achicado un poquito, la resolución de las cosas por la técnica nos ha hecho perder esa grandeza de ánimo, ese soñar al que nos invita el Papa continuamente, esa llamada que les hace a los jóvenes a no ser como sapos sino a volar como águilas. Me da la sensación de que hemos perdido un poco los grandes horizontes.