Mucho se ha escrito y se ha publicado con motivo de este Sínodo ordinario sobre la vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo. De entre los autores que más han destacado por la profusión y profundidad de sus trabajos sobre la material del Sínodo se encuentra el profesor catedrático de la Facultad de Derecho Canónico de la Universidad Eclesiástica San Dámaso, Nicolás Álvarez de las Asturias. Dos muestras: sus libros “En la salud y en la enfermedad. Pastoral y derecho al servicio del matrimonio”, Cristiandad, y “Redescubrir la familia. Diagnóstico y propuestas”, Palabra, ya en segunda edición.

Estamos ante un joven docente, especialista en historia del Derecho Canónico, que combina su trabajo académico con una intensa actividad pastoral matrimonial en la Parroquia de Santa María de Caná, en Madrid. En el meridiano del Sínodo, conversamos con el profesor Álvarez de las Asturias sobre la marcha de los trabajos sinodales y sobre algunas cuestiones que implican de lleno a la misión de la Iglesia en nuestra sociedad española.

José Fco. Serrano: El Sínodo está abocando hacia su últimos días, ¿cuál es la impresión que, desde fuera, un observador atento, tiene de la marcha de lo que allí se está trabajando? ¿Considera que los cambios en la metodología sinodal van a condicionar las propuestas finales?

Nicolás Álvarez de las Asturias: Mi impresión es que estamos asistiendo al desarrollo de un trabajo muy vivo. Se aborda un tema crucial, con muchos participantes y de diversos ámbitos culturales, lo que facilita la pluralidad de enfoques. Pero lo importante será el resultado final, ya que este tipo de reuniones necesitan decantarse por un texto unitario.

Los cambios en la metodología hay que juzgarlos recordando que el Sínodo es un órgano consultivo al servicio del Papa. Ya en los inicios de su pontificado Francisco manifestó su desacuerdo con los anteriores métodos, pues le parecía que dificultaban la libertad y la espontaneidad. En el sínodo anterior ensayó un nuevo sistema que no terminó de convencerle; y ahora tenemos un nuevo ensayo… Habrá que esperar al final para ver si la nueva metodología le ha sido útil al Papa.

J.F.S.: ¿Destacaría alguna intervención en particular?

N.A.A.: La relación inicial del cardenal Erdö me ha parecido de una enorme calidad y clarividencia. Confío en que sea el punto de partida para una reflexión que la pastoral familiar necesita urgentemente.

J.F.S.: En varias ocasiones se ha oído la posibilidad de una modificación de la disciplina, para algunos casos de problemas como el de los divorciados y vueltos a casar. ¿Un cambio en la disciplina significa un cambio en la doctrina? ¿Cuál es la relación entre doctrina y disciplina en lo que pudiéramos denominar la dogmática matrimonial?

N.A.A.: La disciplina y la pastoral tienen como misión conducir a los fieles a los “pastos” verdaderos, para que se alimenten adecuadamente y edifiquen su vida sobre la roca que es Cristo. Cuáles son esos “pastos” lo determina la doctrina, es decir, la Iglesia en cuanto depositaria de la verdad revelada. No merecerían el nombre de disciplina ni de pastoral si no condujesen a los fieles a dichos “pastos”. Sólo generarían confusión.

Cuestión distinta es que los fieles deben ser conducidos “pastoralmente”, según el estilo de Cristo, a esa verdad revelada. Ese estilo nos lo acercan tanto la contemplación del Evangelio, como suele recordar el Papa, y el testimonio de los santos.

J.F.S.: ¿Considera que hay una minusvaloración de la dimensión doctrinal en este momento de la Iglesia en detrimento de la praxeológica?

N.A.A.: La Iglesia existe para evangelizar. Su función no puede ser, ni creo que lo haya sido nunca, la de elaborar un sistema de pensamiento abstracto. Debe anunciar una buena noticia que invite y provoque la conversión, el encuentro con Jesucristo.

La teología es necesaria porque el anuncio se realiza a un ser inteligente y libre. Y esa buena noticia tiene unos perfiles propios que deben ser conocidos y permanentemente reflexionados, también para acertar en el modo de transmitirlos.

Por eso, una praxis que desprecie la doctrina o la “caricaturice” como tarea desconectada de lo real e importante, acabará por no hacer justicia ni al hombre ni al evangelio.

J.F.S.: ¿Cuál es su opinión sobre algunas propuestas de transferir el problema de los divorciados y vueltos a casar a la decisión de las conferencias episcopales o de los obispos?

N.A.A.: El “problema” de la atención pastoral a los divorciados vueltos a casar afecta a todos los pastores de la Iglesia. Me atrevería a afirmar que con mucha más intensidad a los sacerdotes que trabajan en parroquias. Es un acierto que las conferencias episcopales entren en la cuestión.

Es imprescindible una implicación verdaderamente pastoral, de forma que se abran caminos para que las personas en dicha situación puedan vivir conforme les pide la Iglesia. Pero si las conferencias episcopales ofrecieran soluciones contrarias a la doctrina, o se consintieran “doctrinas” diversas sobre una misma cuestión, sería una locura.

J.F.S.: Recientemente un diario publicaba estadísticas que deben dar que pensar sobre el matrimonio como institución en España. Si son ciertos los datos, de 2007 a 2013 se ha producido un descenso del 52% en el número de bodas por la Iglesia, y el número de divorciados que piden la nulidad no alcanza el 1 % ¿De qué cifras hablamos en España de divorciados y vueltos a casar que desean acceder a la comunión?

N.A.A.: Con esos datos parece que pocos. Pero esa no es la cuestión. Siguiendo el ejemplo de Cristo, a la Iglesia siempre le ha interesado cada persona. Bastaría un solo caso para que tuviéramos que dar la respuesta adecuada, máxime cuando son situaciones vitales de mucho sufrimiento.

J.F.S.: ¿Qué soluciones pastorales propondría usted para los divorciados y vueltos a casar que quisieran acceder a la eucaristía?

N.A.A.: Las que están contempladas en la Familiaris Consortio de san Juan Pablo II, que se fundan en la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio y sobre el sacramento de la Eucaristía.

Debo añadir, como fruto de mi experiencia pastoral, que dichas soluciones lejos de constituir un ideal inalcanzable, se están revelando como un camino precioso de sanación para muchas personas que vieron fracasar su propio matrimonio y que buscan ahora reencontrarse con Cristo en sinceridad y verdad.

J.F.S.: ¿Está en crisis el matrimonio o la indisolubilidad del matrimonio?

N.A.A. : Ni el uno ni la otra; la crisis está en las personas, que encuentran cada vez mayor dificultad para comprender la dinámica propia del amor conyugal y para vivirlo.

Por eso, el gran reto para la Iglesia después del Sínodo será el de la adecuada formación de los cristianos para que puedan vivir su vocación matrimonial y familiar. Y este desafío atañe a todos.

No parece deseable que en este campo los pastores se desentiendan de su función de “denuncia profética” contra aquellas ideologías que socavan los fundamentos de la identidad de la persona; pienso ahora, principalmente, en la ideología de género.

J.F. S.:¿Se podría decir que la historia del matrimonio en la Iglesia, desde el punto de vista canónico, es la historia por defender la indisolubilidad del matrimonio

N. A. A.: Sin duda. Son paradigmáticos muchos ejemplos de la historia. Sin olvidar nunca que hay sangre de mártires derramada prácticamente como una profesión de fe en la indisolubilidad.

J.F. S.: ¿Considera que se ha producido una ceremonia de la confusión, alentada por determinados medios, respecto a lo que la Iglesia cree sobre la indisolubilidad del matrimonio? ¿Cómo contribuir a acabar con esa ceremonia de la confusión?

N.A. A.: Un poco sí. Podría acabarse con ella poniendo de manifiesto con naturalidad que la fe en la indisolubilidad del matrimonio no puede desligarse de las consecuencias de esa fe. Y esa fe es la que explica, por ejemplo, la no admisión a la eucaristía de los divorciados vueltos a casar o la naturaleza declarativa de los procesos de nulidad matrimonial (esencialmente diversos al divorcio).