“Escuchar” es el verbo repetido por el Obispo de Roma cuando
habla del proceso y ejercicio de la sinodalidad, es decir, de lo más
importante que sucedió dentro del Aula del Sínodo, en este largo año
marcado por dos asambleas de obispos en el Vaticano. Se trata de un
camino que se hace juntos, en el diálogo para el discernimiento. Y
el mismo Francisco es el primer protagonista de esta escucha y
discernimiento de la voz de Dios, como lo atestigua su discurso
final del sínodo precedente.
Se trata de cuestiones de fe. Al lado del santuario de san Pedro,
que se levanta sobre la tumba del apóstol asesinado aquí por su fe
en Jesús, los obispos con el Sucesor de Pedro, acompañados por
matrimonios y especialistas en cuestiones sobre la familia,
concluyen una reunión de matriz religiosa, espiritual, que se
realiza en la fe de la Iglesia, para ofrecer “proposiciones” a
Francisco que escribe su exhortación sobre la “vocación y misión de
la familia en la Iglesia y el mundo contemporáneo”.
Y, en esta escucha de lo que el Espíritu dice a la Iglesia hoy;
en este discernimiento de “los signos de los tiempos”, el Papa
Francisco -como el buen samaritano del evangelio- tiene en su
corazón los rostros de tantas familias concretas de su vida en las
calles y barrios de Argentina, como cura callejero, como pastor con
olor a oveja. Y ahora, tantos rostros de familias concretas del
mundo entero, por la escucha atenta y minuciosa que Francisco prestó
a tantos pastores de otros lugares del planeta, de otras culturas,
costumbres y naturalezas. Por esto el Papa, que no se defiende nunca
a sí mismo, ni defiende “ideas” –porque la realidad es superior a la
idea-, sí defenderá la vida, el bien, la esperanza de esas familias,
si es necesario a costa de su vida.
Hubo ciertamente en el Sínodo sobre la familia, un debate
intenso, una discusión apasionada y también una votación de “ideas
encontradas”, diversas y contrarias. Pero en medio de todo esto la
misión del Vicario de Cristo es “escuchar lo que Dios dice hoy a la
Iglesia”, para derramar sobre las familias el vino y el aceite del
buen samaritano. Porque Francisco quiere aliviar las heridas de la
familias y también inyectar en el mundo “espíritu de familia”.