El 15 de octubre se clausuró solemnemente en Ávila el V Centenario del nacimiento de santa Teresa de Jesús. No piensen, sin embargo que en el caso de la Madre Teresa clausura vaya a significar final o conclusión… Cuando se trata de ella, hasta clausura pasa a significar comienzo.

Ha sido acabar el Centenario y desatarse una verdadera tempestad de encuentros teresianos: el del Carmelo teresiano portugués en Fátima, el de la Facultad de Filología de la Universidad Complutense de Madrid, de altísimo nivel y el que la Orden de los Carmelitas Descalzos y la Universidad Francisco de Vitoria celebran bajo el “paraguas” de la Fundación Ratzinger, de la Santa Sede. A estos seguirán otros en Pavía, Milan, Roma, Venasque…

La sombra de santa Teresa es, sin lugar a dudas, alargada. El rumor de sus pasos sigue y seguirá escuchándose y el murmullo de su voz nos va a acompañar, sino nos dejamos, en un año tan decisivo para la Iglesia como será el del Jubileo de la misericordia, que el Papa Francisco inaugurará el próximo 8 de diciembre.

Les confieso que estoy cansado de oír a personas que no creen a Teresa cuando se confiesa pecadora. Me molesta, en primer lugar, porque si algo no se hubiera permitido jamás la Santa ese algo sería la mentira: Teresa nunca miente, Teresa es sinceridad pura. Así que si se confiesa pecadora hemos de creerla. Y punto.

Pero quiero entender a mis interlocutores. Todo depende de a qué llamamos pecado, todo depende de si andamos todavía por las periferias del puro moralismo o hemos dado un pasito más adentro, hacia la mística.

Teresa, y así lo explica ella, es y se siente pecadora porque sabe cuánto ha hecho Cristo por ella y cuán poco ella por Cristo. Teresa, y así lo explica ella, es y se siente pecadora porque sabe cuánto la ama Cristo y la calidad de ese amor con que la ama… y contempla el suyo, tan pobre, tan egoísta e interesado, tan humano.

Teresa es y se siente pecadora, pero a la vez se sabe objeto de una infinita misericordia porque ha comprendido que todos nuestros pecados y que toda nuestra incapacidad de amar a Dios como él merece ser amado no ofusca en modo alguno su amor. Él espera, es paciente, aparta de nosotros nuestros delitos –como dista el oriente del ocaso- y, ya que no podemos amarle -¿me amas más que estos?-, se conforma con que le queramos –Señor, tú sabes que te quiero-, hasta el día en que, cuando nos acoja en su gloria, entonces podremos amarle como merece y deseamos.

También para este año de la misericordia tiene una palabra Teresa: ella que fue “misericordiada”, nos enseña el camino de la verdadera misericordia, en tres sencillos pasos:

Antes de empezar tu examen de conciencia, haz un elenco de todas las cosas que Dios te ha regalado, los dones que de él has recibido ¿No los encuentras? ¿Qué me dices de la vida? ¿Qué me dices de la fe, los sacramentos? ¿Qué me dices del mayor don, del mayor regalo… de su Hijo?

Después pregúntate qué has hecho por Él, cómo has respondido a esos dones…

Si comprendes que, a pesar de no haber estado a la altura Él te sigue amando –y te lo demuestra con el don del perdón regalado en el sacramento de la reconciliación-, comprenderás que muchos de los pecados que traías encima nacen precisamente de no tratar a los demás –ni a ti mismo- como Él te trata… y habrás iniciado el camino de la Vida, de la mano de Teresa, maestra de misericordia.