Se ha acabado el Sínodo de los obispos sobre la vocación y misión de la familia en la Igesia y en el mundo. Y como estamos en un momento de la historia en el que priman las interpretaciones sobre los hechos, conviene preguntar a quienes han sido portagonistas del Sínodo, a quienes han etado presentes allí, qué es lo que se ha debatido, qué es lo que se ha dicho y qué es lo que se ha concluido.

Unomasdoce, una vez concluida la Asamblea sinodal, ha podido mantener una conversación con el P. José Granados, DCJM, Consultor del Sínodo por designación del Papa Francisco, vicedecano del Pontificio Instituto Juan Pablo II de Estudios sobre el Matrimonio y la Familia, profesor en la Pontificia Universidad Gregoriana y Consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Una entrevista en la que aclara no pocas de la dudas sobre lo que el Sínodo ha dicho y ha querido decir.

Unomasdoce.- Una vez concluida la Asamblea sinodal, ¿Cuál sería su experiencia? ¿Cuál su balance de estas tres semanas de trabajo?

P. José Granados.- Un balance muy positivo de trabajo común, al servicio de los obispos de todo el mundo, en comunión con el Papa. Muchos de los Padres tenían gran experiencia en la pastoral familiar y ponían sobre la mesa un gran abanico de problemas, que superaban con mucho caricaturas reductoras. Y, sobre todo, testimoniaban una gran esperanza en la familia como fuente de riqueza para la Iglesia y para la sociedad.

Unomasdoce.- ¿Qué ventajas considera ha tenido el cambio de metodología, y que inconvenientes si los hubiera?

J. G.- No tengo experiencia de otros sínodos, así que no puede responder con detalle. Creo que el cambio de metodología se adapta al intento de producir, en el mismo sínodo, un documento final, mientras que otros sínodos se contentaban con una lista de proposiciones, mucho más breves. Esto obligaba a precisar mucho, y daba un peso considerable al Instrumentum Laboris, que era el texto de base. Creo que pronto se superó un cierto desconcierto inicial sobre cómo proceder (pueden leerse las primeras relaciones de los círculos menores) y se pudo trabajar con mucho fruto.

Unomasdoce.- ¿Ha percibido alguna particular tensión ligada a cerrazones de naturaleza doctrinal o de partidos conceptuales?

J. G. La tensión que ha habido es conocida, y basta leer los informes de los círculos menores para verla. Se concentraba sobre todo en la cuestión de los divorciados vueltos a casar y de su acceso a la comunión. Y también en el modo de valorar la visión posmoderna de la familia y en cómo la Iglesia ha de situarse ante ella. Pero en la mayoría de los temas, como muestra la votación final, ha habido una colaboración muy fructuosa y casi unanimidad.

Sí diría que las diferencias no eran entre los que defendían la doctrina y los que defendían la pastoral / misericordia, sino entre dos modos diferentes de entender la pastoral y la misericordia.

Unomasdoce.- Según su visión del Sínodo desde dentro, ¿Cree que ha habido círculos menores que han influido especialmente sobre otros o sobre el conjunto de la Asamblea?

J. G.- Es difícil decirlo. Cada círculo menor aportaba una perspectiva cultural distinta, y un modo distinto de afrontar los problemas. Diría que cada círculo ha influido de modo distinto. El círculo alemán, por ejemplo, ofrecía textos teológicos muy bien calibrados que fueron de gran ayuda. En el círculo en español y portugués en que estaba yo preocupaban problemas prácticos, como la preparación al matrimonio, la denuncia de injusticias y de colonizaciones ideológicas (como la teoría gender), la educación…

Unomasdoce.- ¿En qué considera que radica la novedad de la atención a la familia que propone este Sínodo?

J. G.- Señalo algunos puntos, en que madura una visión que estaba ya en práctica en muchos lugares de la Iglesia, a partir del impulso de San Juan Pablo II, Papa de la familia.

El primero es la insistencia en el acompañamiento de las familias, de una pastoral familiar que recorra el camino de las personas, ayudándolas a llegar a su meta. Es un punto de vista narrativo, biográfico, que ve a la persona madurar, con la ayuda de la gracia, hacia su meta en Dios.

Hay, además, una atención grande a las personas alejadas de la Iglesia, a quienes se quiere invitar a un camino de conversión. El Sínodo cita el diálogo de Jesús con la Samaritana que puede ser un buen modelo: hay en el corazón de las personas un deseo grande del amor para siempre, que ofrece un punto de partida para dialogar con ellos y conducirles a una conversión y a una plenitud, aunque estén en situaciones en oposición al Evangelio.

Unomasdoce.-¿Se ha profundizado en la teología del matrimonio y de la familia? ¿En qué aspectos? ¿En qué momentos y lugares?

J. G.- Yo diría que sobre todo se han ofrecido buenas síntesis y se han puesto sobre la mesa temas para profundizar. Por ejemplo, uno muy importante, señalado por el Papa en su discurso final, es el de la inculturación. ¿Cómo predicar el evangelio en cada cultura y, sobre todo, como predicarlo en esa visión cultural que se impone hoy en muchas partes del mundo, la visión postmoderna? Otro tema será central en el Jubileo: ¿qué es la misericordia, y cómo la familia es surtidor originario de la misericordia de Dios para los hombres?

Unomasdoce.- La Relatio finalis incluye algunos párrafos referidos a la cuestión de los divorciados y vueltos a casar. ¿En qué aspectos radica la novedad contenida en ese texto sobre esta materia? ¿Qué consecuencias va a tener? ¿Podría aclarar las perspectivas filosóficas y teológicas, de acuerdo con el magisterio, que subyacen a cuestiones como el discernimiento entre “situación objetiva” e “imputabilidad subjetiva”? ¿Podría explicar en qué se modifica la perspectiva del tratamiento de estas situaciones según los putos de la Relatio Finalis según la perspectiva de la teología moral?

J. G.- El texto ha buscado un consenso en una cuestión muy debatida. Es interesante notar que todos estos números 84-86 ni siquiera hablan de la Eucaristía, sino solo de un camino hacia la integración plena en la Iglesia. La cuestión concreta de la comunión, por tanto, no entra directamente en lo explicado en el texto.

El equilibrio se ha logrado, por un lado, afirmando la disciplina actual de la Iglesia, aunque sin insistir en ella. Que se mantiene esta disciplina queda claro en el n. 85, cuando se dice que Juan Pablo II ha ofrecido un criterio comprehensivo que es la base para discernir los distintos casos que enseguida se enumeran, citando Familiaris Consortio 84. La solución de Juan Pablo II es, por tanto, la base para el discernimiento de que se habla luego. El discernimiento, se dice además, está guiado por el sacerdote, bajo la autoridad del obispo; y, se añade, y es un punto importante, “siguiendo las enseñanzas de la Iglesia”, lo que ciertamente incluye Familiaris Consortio 84, Sacramentum Caritatis 29, etc. El proceso de discernimiento no puede prescindir, por tanto, de lo enseñado por la Iglesia.

La diferencia entre “situación objetiva” e “imputabilidad subjetiva” nos ayuda a no juzgar a personas que viven en situaciones contrarias al Evangelio. Solo Dios conoce el corazón y la responsabilidad de cada uno; muchas veces la confusión cultural disminuye el conocimiento y la culpa.

Ahora bien, y aquí es importante la cita que se hace del texto del Pontificio Consejo sobre los textos legislativos (que aconsejo leer por entero) para la plena incorporación en la Iglesia no basta solo la imputabilidad subjetiva, sino que hay que tener en cuenta la situación objetiva, relacional, visible, en que vive la persona. Esto vale especialmente para la recepción de la Eucaristía, por el carácter de confesión pública de la vida cristiana que tiene. La razón de que estos divorciados no puedan acceder a comulgar no es que estén en pecado grave, sino que viven en situación estable opuesta al Evangelio. Esto es muy importante, porque la Iglesia es una comunión visible, que toca el cuerpo y las relaciones concretas de las personas. Ciertamente, vivir en esta situación daña a las personas, daña su amor, por eso la Iglesia les llama a un camino de formación de sus conciencias. A este respecto habla el texto enseguida de las conciencias rectamente formadas, y sostiene que el proceso debe realizarse siempre manteniendo la exigencia de verdad del Evangelio de Cristo (n. 86).

Unomasdoce.- ¿Cree que ha vencido el Sínodo de los medios al Sínodo real?

J. G.- Creo que la cuestión está ahora en interpretar rectamente el texto del Sínodo. He visto en algunos medios conclusiones precipitadas, que no han analizado el texto final, afirmando como una novedad disciplinar que ahora a los divorciados en nueva unión civil se les puede dar la comunión tras evaluar cada caso por sí mismo. Eso no es lo que afirma el texto que los Padres sinodales han votado. La valoración caso por caso se da, sí, pero siempre teniendo en cuenta la enseñanza de la Iglesia: para acceder a la comunión hay que llevar a la persona, y cada caso será diferente, a abandonar la nueva unión o vivir en continencia en ella. Es un proceso que puede hacerse en el foro interno, hablando con un sacerdote, y evitando siempre el escándalo.

Esto no quiere decir que el Sínodo simplemente repita la enseñanza anterior. Se abren caminos para reintegrar a los divorciados en nueva unión civil, y esto es lo importante. Son hijos de Dios, hermanos nuestros, no están excomulgados, no deben sentirse excluidos. El Sínodo nos lanza así un reto: ¿qué itinerarios concretos de reconciliación se pueden crear para acompañar con misericordia a estas personas, hasta que puedan llegar a vivir la vida grande del Evangelio de Jesús?

Unomasdoce.- Según su opinión, ¿y después del Sínodo qué?

J. G.- En primer lugar hay que recordar que el Sínodo ha escrito al Santo Padre, y que es el Papa quien tiene ahora que responder a las sugerencias del Sínodo. Por tanto hay que esperar esta respuesta. El Sínodo, por sí mismo, es un órgano consultivo.

Por otro lado, el Sínodo ha suscitado temas muy importantes, que estamos llamados a explorar. Queda mucho por hacer en la reforma de la pastoral familiar, a partir de la familia como sujeto de la pastoral, formada en Cristo para que sea célula misionera. Se presenta también el gran reto de la formación del clero, de la transformación de las parroquias a partir de la vocación y acompañamiento de las familias, de la misión a quienes están alejados… Superada la pregunta por la comunión a los divorciados, queda ahora lo que el Papa ha señalado como la verdadera tarea: que la Iglesia se ponga al servicio de la gran vocación de la familia cristiana que ella ha recibido en su seno.