Hace unos días, un amigo mío, misionero, celebraba Misa en la parroquia en la que estoy de párroco. Como buen misionero, tenía muchas cosas que decir; y la verdad es que no está acostumbrado a la liturgia española, esta liturgia que no puede alargar al Misa dominical más de 40 minutos.

Mi amigo sacerdote estuvo casi una hora en la Celebración de la Eucaristía, y le cayó una buena; un feligrés indignado porque, ¡la Misa había durado tanto! Pobrecito, pensé, ¡qué mal lo va a pasar en la eternidad! El banquete del Reino, del que la Eucaristía es su anticipo, banquete que no se acaba.

Gracias a Dios y a mi obispo he tenido al oportunidad de viajar mucho y de vivir años en países extranjeros; principalmente dos: Italia y Estados Unidos. También conozco bien el catolicismo francés y en mis años de servicio en la Conferencia Episcopal tuve también la oportunidad de visitar otros países y participar en sus liturgias. Ninguna es tan corta como la española.

De fondo el problema de nuestra pobreza litúrgica es la de considerar que el catolicismo es fácil, que se deben dar facilidades siempre y hacer una religión de mínimos. Pero, cuando leo el evangelio me acuerdo de la frase de C. S. Lewis: si buscas una religión fácil, no la encontrarás en el cristianismo.

Mi amigo misionero me habló de dos palabras del idioma inglés que se pueden confundir pero que aplicadas al catolicismo pueden decir cosas muy diferentes: nice y good. No es lo mismo ser nice (agradable) que ser good (bueno). La primera se fija en las apariencias, y la segunda en la realidad. Si buscamos un catolicismo nice nos equivocamos, pues la cruz, la vocación del hombre al amor, la santidad de la persona no son siempre nice, esto es, agradables, sino que muchas veces implican conquistas muy profundas en el hombre, obrar como nos dijo un místico español del siglo XVI contra la propia sensualidad y salir del propio querer e interés. (S. Ignacio de Loyola). Esto es, para ser good, no siempre hay que ser nice.

Se trata de ser buenos (good), o lo que es lo mismo santos. La santidad es el bien supremo de la persona, y ésto es la vocación al amor, a un amor sin límites. No quiso ser nice (caer bien) quien dijo “si amáis a los que os aman, ¿qué premio tenéis? ¿no hacen lo mismo también los publicanos?” “Yo so digo, amad a vuestros enemigos”. Quiso revelarnos la vocación al amor, a la santidad, lo verdaderamente bueno y no lo buenorro.

Por eso sostengo que nos equivocamos si buscamos complacer, si buscamos caer bien, si tomamos decisiones pastorales que implican un desgaste mediático buscando ser nice y no good. La Iglesia no es un club para sentirnos cómodos dentro de él. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo que vive la verdad sobre el ser del hombre. Y esta verdad nos hará ir contracorriente muchas veces. No en vano el Señor fue el primero que remó contracorriente. ¿Te animas a ser políticamente incorrecto? Por supuesto dentro de la Caridad, nuestra norma suprema.