P.: ¿Qué va a echar de menos?
R.: Pues quizás las obligaciones que el
padre de familia siente cuando se levanta cada mañana y no tiene
que programar porque los deberes de cada día le vienen
impuestos: trabajar por sacar adelante la familia, priorizar sus
preocupaciones… Ahora tendré que programarme yo mismo la agenda,
realizando tareas que quizás alguno no espera que realizara.
Como arzobispo, todas mis ocupaciones llenaban mi día a día: los
chicos a los que iba a confirmar por la tarde estaban presentes
en la oración de la mañana…
P.: Se puede pensar que la de Burgos es una diócesis
sencilla, sin poca actividad, con pocos problemas… ¿Cree que la
Iglesia burgalesa es realmente así?
R.: La Iglesia de Burgos es, esencialmente,
noble y buena. Quizás haya podido percibir que a veces los
burgaleses sois refractarios a la acogida de otros colaboradores
por vuestra historia de abundantes vocaciones y de numerosos
misioneros… Burgos siempre ha sido pródiga en darse y le cuesta
abrirse a nuevas ayudas venidas de fuera.
P.: ¿Cuáles son los principales retos a los que ha
tenido que hacer frente?
R.: Estamos viviendo momentos de transición
de un Nacional Catolicismo a una identificación personal y
concreta con la fe que uno profesa sin que ahora el contexto sea
favorable. Ahora es necesario estar convencidos de la alegría de
la fe: si no percibimos el gozo de la fe, seremos mercantes
dispuestos a vender algo grande al mejor postor. En la fe me
juego el sentido de mi vida y existencia.
P.: En la homilía de su toma de posesión, aseguró que
una de sus prioridades era la de crear en la diócesis una
espiritualidad de comunión, donde «no existiera la
discriminación y el afecto y el entendimiento presidieran a
todos los miembros del mismo cuerpo». ¿Cree que lo ha
conseguido?
R.: No… en su totalidad. Hemos puesto todo
de nuestra parte, pero me he tenido que plantar también cuando
alguien, con ese pretexto, ha tratado de todo lo contrario y de
abusar así de la aparente comunión para crear desunión. Si algún
proceso hemos tenido que seguir y hacer que la autoridad suprema
tome decisiones ha sido porque, a pesar de los deseos y los
diálogos, no se ha logrado. Estoy muy agradecido a todos los que
han estado pendientes de los sacerdotes y, especialmente a Jesús
Yusta, que siempre me ha puesto al corriente de las dificultades
de los sacerdotes y he intentado estar cerca de ellos en los
momentos difíciles y crear así lazos de unión entre el obispo y
sus presbíteros.
P.: Pero algunos opinan que el obispo no ha sido
demasiado cercano…
R.: Eso siempre se puede decir de cualquiera
y, en parte, seguro que tendrán razón. Porque el obispo puede
estar cercano a los problemas de la gente a través de sus
colaboradores, no en primera persona. He procurado estar en
momentos de encuentro con grupos, en diversos eventos… siempre
que he podido y la agenda me lo ha permitido.
P.: Pero que su actitud de cercanía ha cambiado
también se ha notado…
R.: No sé si se habrá notado; es un
interrogante que siempre me ha cuestionado. Uno procura hacerlo.
Algunos se sorprenden de que el obispo haya confirmado dos
grupos de chicos en arciprestazgos distintos en una misma tarde…
Siempre he procurado cumplir con las máximas invitaciones
posibles.
P.: Hablemos ahora un poco más detenidamente de su
gestión. Una de sus primeras preocupaciones cuando llegó a la
diócesis fue el Seminario. El de Burgos mantiene las vocaciones
mejor que otras diócesis vecinas y, aunque pocos, ha conseguido
ordenar a más de veinte sacerdotes diocesanos… ¿Cómo valora la
situación del Seminario?
R.: La valoro, gracias a Dios, como un
esfuerzo muy serio de crecimiento y de sostén. Creo que si no
nos hubiéramos esforzado en este asunto, podría haber sido en la
actualidad un desierto. Y gracias a Dios, está resurgiendo:
tenemos la alegría de saber que quienes están en el Seminario
tienen claras sus ideas y no se aprovechan de él como un
ambiente oportuno para una formación humana y cristiana de
calidad, como ocurría antes. Y eso ha sido por los sacerdotes
que se han ordenado en estos años. Mientras que antiguamente en
tantas diócesis se diluía la idea de Seminario asimilando a los
seminaristas con cualquier ámbito de formación cultural y
no claramente sacerdotal, nosotros hemos mantenido esta
dimensión sacerdotal. Yo no quiero que todos los que estén en el
seminario sean sacerdotes, pero sí que el tiempo que permanezcan
en él tengan claro cuál es la finalidad del mismo.
P.: ¿Cómo califica a los seminaristas y los
formadores? ¿Cree que están suficientemente capacitados?
R.: Hay muchos sacerdotes que, por
desgracia, no han colaborado suficientemente en este asunto o no
han entendido las decisiones que ha tomado el obispo respecto al
Seminario. Don Santiago [su predecesor] decía que «en el
Seminario decidía él». No sé por qué algunos se extrañan de que
yo haya seguido la misma línea. Pero no: de la formación de mis
futuros sacerdotes me ocupo yo.
P.: ¿Y cómo valora a los sacerdotes que han salido de
ese Seminario y que usted mismo ha ordenado?
R.: He tenido algún fracaso que he tenido
que engullir, tengo que reconocerlo. Pero, en su proporción
global estoy muy feliz. De tal manera que cada ordenación ha
supuesto para mí un gozo inmenso, siempre con temblor y temor
porque el más preparado y santo puede ser un fracaso si se
descuida. Pero con el gozo de imponer las manos con certeza
moral del ministerio que transmito.
Creo que si no nos hubiéramos esforzado en el Seminario,
podría haber sido en la actualidad un desierto. Y gracias a
Dios, está resurgiendo
P.: A pesar de que «es una diócesis relativamente
sencilla», algunas de sus acciones han sido titulares de portada
de los medios de comunicación, como cuando colocó a varias
mujeres al frente de algunas delegaciones… ¿Por qué piensa que
eso fue noticia?
R.: Quizás porque en la Iglesia el ámbito de
la autoridad haya estado siempre en sacerdotes o varones. Pero
me alegro mucho por ellas y les agradezco enormemente su
trabajo. Y, hoy por hoy, el papel de las mujeres en la
Iglesia es primordial: hay cientos de abuelas, madres y chicas
jóvenes que se encargan en la transmisión de la fe en parroquias
y grupos.
P.: También fue portada de periódicos que en Lerma
dos centenares de jóvenes decidieran formar parte de un nuevo
instituto religioso, Iesu Communio. ¿Qué ha supuesto este
fenómeno?
R.: Es que la gente sigue teniendo sed de
Dios, como la samaritana. A veces la gente busca sucedáneos que
no colman de felicidad y estas chicas han encontrado en Dios a
quien le apagara la sed. Soy testigo de que el Señor me ha
puesto en esa encrucijada no por méritos propios. Tampoco ha
sido, en absoluto, un mérito mío. He sido simplemente un testigo
del paso de Dios por esta diócesis en ese lugar donde cientos de
jóvenes descubren la alegría de esposarse con Cristo.
P.: Sabemos que tiene especial cariño y predilección
con este proyecto. ¿Cuál ha sido su trabajo en la aprobación del
nuevo instituto?
R.: Estaría dispuesto a hacer lo mismo con
cualquier otro grupo que me lo pidiera, y la madre Verónica me
lo ha oído decir. Dios no me ha mandado a Burgos para ser el
obispo de esta comunidad religiosa, sino de todas las
comunidades presentes en la provincia. Y gracias a Dios, estoy
gozoso de las nuevas vocaciones religiosas en otros lugares como
Belorado, Vivar del Cid, las Dominicas de Lerma… porque estoy
ayudando a la perpetuación de la vida religiosa en la diócesis.
P.: Pero sí que ha trabajado en modo directo con este
proyecto. ¿Cuál ha sido su trabajo?
R.: Pues, simplemente, escuchar, discernir,
presentar y quizás, señalar algún experto en algunos asuntos en
los que ni yo era el jurista que ayudase a concretar en
normas su propio carisma.
Dios no me ha mandado a Burgos para ser el obispo de esta
comunidad religiosa, sino de todas las comunidades presentes
en la provincia
P.: Lo que sí ha ocupado ríos de tinta han sido los
intentos por instalar la calefacción en la catedral… ¿No cree
que se han desgastado muchos esfuerzos en este asunto?
R.: Ese proyecto lo abandoné hace tiempo
porque me parecía una cuestión enquistada y me despegué de ello.
Pero tengo que afirmar que no hay derecho a que una comunidad
cristiana no pueda reunirse con las adecuadas condiciones del
siglo XXI en lo que representa la cátedra del obispo.
P.: Supongo que le hubiera gustado ser el obispo que
concluyera las obras de restauración de la seo…
R.: Sí, ciertamente. Y así lo he manifestado
en varias ocasiones. Solo quedan dos capillas y estoy encantado
de que las obras puedan finalizar cuanto antes, aunque yo ya no
esté. Me gustaría que se concluyeran las obras con una gran
celebración, y así lo he sugerido, porque es una gloria para
Dios, para la diócesis, para Burgos y para tantos burgaleses
que, aun sin ser cristianos, valoran el edificio como algo muy
suyo.
P.: Otra crisis importante fue, sin duda, la gestión
de unos exorcismos realizados a una menor que acabó en un juicio
y que copó las portadas de grandes cabeceras nacionales e
incluso internacionales. ¿Considera que se hicieron las cosas
bien?
R.: Bueno, lo que veo es que, dadas hoy las
sensibilidades que existen, habría que añadir una testificación
de conciencia informada sobre el asunto. Hoy somos muy
susceptibles a la hora de poder ayudar en momentos concretos a
personas necesitadas de acogida, ayuda… Porque esa ha sido
siempre nuestra intención, la de ayudar y beneficiar en lo
que la Iglesia específicamente puede dar y lo da consciente de
ofrecer un servicio. Si para esa persona o para algunos estratos
sociales eso no es un servicio, que se manifieste en ese control
de una firma autorizada para ello.
P.: Las crisis son momentos para revisar lo que se
está haciendo mal y corregirlo. ¿Qué medidas se han adoptado
desde la diócesis para que estos casos no vuelvan a ocurrir?
R.: Desde luego creo que aquí no se volverán
a hacer exorcismos a menores sin tener en cuenta la información
directa y por escrito de un psiquiatra y, lógicamente, la firma
de quienes son los responsables directos de ese menor.
Esa ha sido siempre nuestra intención: la de ayudar y
beneficiar en lo que la Iglesia específicamente puede dar y lo
da consciente de ofrecer un servicio