El 1 de noviembre, antes de ir al cementerio para rezar por
nuestros muertos, bajando la mirada a la tierra donde todos
volvemos, la familia católica invita a levantar los ojos al cielo
para contemplar la constelación de los santos innumerables entre los
que están también nuestros antepasados.
A estas personas conocidas sólo por Dios y sus seres queridos,
que reconocemos en el panteón familiar y que forman parte de la
constelación de los santos desconocidos, es decir no “canonizados”
por la Iglesia para el culto universal, el mismo catecismo dice que
podemos pedirles su intercesión de manera privada. Por aquello de
“la comunión de los santos” que confesamos en el Credo de nuestra
fe, podemos pedirles a los familiares y amigos que se adelantaron a
nosotros en la peregrinación y que ya gozan del abrazo de amor de
Jesús, de la luz de sus ojos y su sonrisa, que nos miren a nosotros
y nos acompañen desde el cielo. Hasta podemos rogarles milagros y no
solamente en la fiesta de todos los santos el 1 de noviembre.
Y el 2 de noviembre, cuando la familia católica conmemora a todos
los fieles difuntos, rogamos a Dios por la intercesión de Jesucristo
muerto y resucitado, por los familiares y amigos que pasan por la
purificación que necesitan para gozar también ellos del abrazo de
Jesús, con la luz de su mirada y su sonrisa. Rogamos a Dios, por el
sacrificio de Jesús, sumo y eterno sacerdote: “Dales Señor el
descanso eterno y brille para ellos la luz que no tiene fin”.