Semana de luto. Tiempo de luto, apunte y perspectiva de esperanza. Los atentados de París son el día después de, y no el día antes. La religión como tema, para algunos como motivo que no como causa.

Blasfemia. Lo dijo el Papa Francisco; y hay que leer dos veces sus palabras:

“Tanta barbarie nos deja consternados y nos hace preguntarnos cómo el corazón del hombre pueda idear y realizar actos tan horribles, que han asolado no solamente a Francia sino también al mundo entero. Ante tales hechos, no se puede no condenar la incalificable afrenta a la dignidad de la persona humana. Deseo volver a afirmar con vigor que ¡el camino de la violencia y del odio no resuelve los problemas de la humanidad! Y que utilizar el nombre de Dios para justificar este camino ¡es una blasfemia!”

La oración es escucha; la oración es conversión; la oración es palabra hecha vida, no palabra hecha muerte. La palabra hecha muerte es la primera conjugación de la blasfemia. Por eso necesitamos el logos, que es pensamiento, razón y palabra, junto con la oración, para desentrañar un mundo cargado de blasfemias.

Los lectores de www.unomasdoce han recibido buena cuenta de la noticia del fallecimiento de René Girard. La tristeza nunca llega sola. Buenas noches, tristeza. Se nos ha ido también otro interlocutor privilegiado, bien distinto, quizá no muy distante en algunos planteamientos, quizás sí, André Glusckmann. Pensador francés, retador de tópicos culturales, provocador nato, converso intelectual este, converso al catolicismo el otro. Conversos, ante Dios y ante la razón histórica, ambos.

Enrique García-Máiquez ha escrito en Aceprensa que René Girard, nacido el día de Navidad de 1923 en Aviñón, “ha sido un sabio de esos tan extraños por los que suspiraba su compatriota Michel de Montaigne, capaces de transformar sus enseñanzas en vida y en luz para sus lectores. O sea, de los maestros que se atreven a saber, que no se enredan con academicismos ni se ponen delante de las corrientes de pensamiento de moda para parecer influyentes líderes de opinión. Una excepción, en definitiva, a la regla férrea (y plomiza) de la intelligentsia”.

Girard en Kieerkegard, o Kierkegaard en Girard, mejor: “El verdadero cristiano es el que acepta ser víctima para resaltar que Cristo es la única víctima”. La astucia de la razón no le hace ascos al sacrifico.

Silencio, en estos días, en España. Hay demasiado silencio sobre Gluksmann por demasiado ruido sobre otros metatemas. Si el lector practica la sana curiosidad de recurrir a las hemerotecas, descubrirá que la publicación que más ha ofrecido entrevistas a René Girard y a André Glucksmann en los últimos años es… “Alfa y Omega”. Por algo será. Se podrían reproducir ahora cientos de frases de los dos autores. Pero no viene al caso. Por cierto, hay que agradecer, una vez más, a ediciones Encuentro que en su catálogo compartan páginas y páginas los recordados Girard y Glucksmann.

Sobre Girard, me quedo con lo que escribiera el maestro Alejandro Llano en el segundo volumen de sus memorias, “Segunda navegación”: “Todavía me pregunto por qué s produce esta división de los espíritus ante la obra de René Girard. Por ahora, mi respuesta –que, como se ve, no pretende ser neutral- apunta a que este autor tiene la desventaja de la lucidez”.

Glucksmann no era así. Lúcido era, pero enrabietada su escritura, solía complicar las cosas. Sin embargo, con el crédito de su procedencia intelectual se le permitía poner el dedo en la herida y señalar al rey desnudo. Fue un converso intelectual a muchos y diferentes objetos y sujetos. Dios, la reflexión sobre Dios, no estuvo alejada de su escritura en los últimos años. La razón no ha abandonado la pregunta sobre Dios. Ese Dios que hay, como dice en su último Pérez de Laborda.

Quizá convenga, a título de ejemplo, recordar aquí la colaboración de Glucksmann en el libro homenaje a Benedicto XVI, por el agravio de Ratisbona, titulada “Dios salve la razón”. Allí estaba Glucksmann con “El espectro de Trifón” para recordarnos que “el nihilismo se esfuerza por hacer el mal invisible, indecible e impensable. Contra semejante devastación mental y mundial, la lección de Ratisbona vuelve a convocar a la “fe biblíca” y al “filosofar griego” para que renueven sin concesiones una alianza que deseo sea definitiva y victoriosa”.

“En estos tiempos no hay que dormir”, dijo Pascal. André Glucksmann, en su libro “La tercera muerte de Dios”, escribió que “todas las noches, a las ocho, cada vivienda de Occidente se conecta a una misa negra. La pequeña pantalla es el altar de nuestra incredulidad”.

Me despierto con la televisión encendida, apago el aparato, me quedo sin ver el último capítulo de la primera temporada de “Sense 8” y me voy a leer a Girard y a Glucksmann. Por algo será…