El pasado sábado 21 de noviembre, el Papa Francisco decía que “la escuela auténtica debe enseñar conceptos, hábitos y valores. Y cuando una escuela no es capaz de hacer todo esto a un tiempo, es una escuela selectiva, exclusiva, para pocos. Creo que la situación de un pacto educativo roto, como la de hoy, es grave. Y lo es porque lleva a seleccionar a los súper hombres, pero sólo con los criterios de la cabeza y del interés”.

Se dirigía así en la audiencia con la que se clausuraban cuatro intensos días en los que el mundo educativo católico ha recordado el aniversario de dos documentos de crucial importancia: cincuenta años de la Declaración del Concilio Vaticano II Gravissimum Educationis y veinticinco de la Constitución Apostólica Ex Corde Ecclesiae. Con esta ocasión, del 18 al 21 de noviembre se han reunido en Roma más de mil quinientos representantes de escuelas y universidades, con el fin de renovar la pasión por educar.

Ha sido un congreso mundial en el que se ha buscado responder a las inquietudes y reflexiones planteadas en un documento de trabajo. Desde el año pasado ha permitido renovar el compromiso que todas las instituciones de la Iglesia tienen por la educación entendida como el encuentro y promoción de la integridad de la persona, y no como un mero entrenamiento de competencias o dispensación de servicios.

Más de mil quinientos participantes, cientos de escuelas y universidades de los cinco continentes representadas. La fuerza educadora de la Iglesia quedó una vez más de manifiesto. Y como insistió el Papa Francisco en su audiencia final, se trata de instituciones que han de saber arriesgar, de ofrecer una alternativa novedosa en un momento en el que la emergencia educativa coincide con otras emergencias sociales, culturales y políticas.

Nos encontrábamos en las vísperas de la Solemnidad de Cristo Rey, y quizá una de las intervenciones que mejor recogía tanto el espíritu litúrgico como la luz que ese misterio arrojaba sobre los temas e inquietudes tratados vino desde los cristianos perseguidos en Oriente Próximo. El rector de una de las universidades católicas del Líbano iniciaba su intervención recordando el capítulo segundo del Apocalipsis. Aquel en el que se recogen los mensajes de Cristo a las iglesias de Asia. En concreto aludió al dirigido a la iglesia de Éfeso, aquella que ha perdido el amor primero.

¡Todo un aldabonazo en la conciencia de los educadores! Hoy se libra por doquier una clara batalla por el alma del mundo y de cada una de las personas. Los enemigos de Dios son los enemigos del hombre, y no son pocos los empeñados en rebajar la educación a un feudo de los ideólogos de turno. Sin duda, un signo de los tiempos que en la pasión por educar nos alienten los hermanos perseguidos que sufren en sus carnes el martirio de la fe. Recordemos que en el evangelio de Mateo, Jesús nos alerta de que más que a los que matan el cuerpo, hemos de temer a los que pueden matar el alma.