Tribunas

El rostro velado del islam

Pilar González Casado
Profesora Agregada a la Cátedra de Literatura árabe cristiana de la Universidad San Dámaso.

El velo que cubre a la mujer musulmana no ha dejado de ser objeto de debate en la sociedad europea, formada también por musulmanas, desde los años noventa. Se cuestiona la licitud de lucir este símbolo religioso en los espacios públicos . El velo, junto con la mezquita, es la visualización más evidente de la presencia del islam en Occidente y el signo de su reafirmación religiosa en una sociedad laicista que además debe garantizar el derecho a la libertad religiosa de sus miembros.

El Corán recomienda que las mujeres se cubran sin precisar exactamente qué partes de su cuerpo tienen que tapar (C 33, 59 y 24, 31). Las escuelas de Derecho formularon las cuatro condiciones que hacen lícita la vestimenta femenina y masculina: cubrir las partes íntimas (para el hombre, del ombligo a las rodillas, aunque se aconseja tapar todo el cuerpo; para la mujer, todo el cuerpo excepto las manos y el rostro), usar un tejido que no se ajuste ni sea transparente, llevar ropas asequibles económicamente, y que sean discretas y modestas para no provocar el deseo sexual en el otro. Esta unanimidad jurídica se rompió ligeramente a la hora de definir qué partes femeninas son íntimas. Hay que precisar que íntimoawra, designa en árabe las partes pudendas, es decir, aquellas que deben causar vergüenza. Mientras que para los malikíes y hanafíes íntimo es todo el cuerpo menos el rostro y las manos; para los shafiíes y los hanbalíes es todo el rostro, salvo los ojos, las manos y los tobillos. A esto obedece que las musulmanas luzcan varios modelos de mantos. El burka, que cubre a la mujer por completo, el niqab, que deja al descubierto solo los ojos, el chador, que deja al descubierto la cara, y el hiyab, realmente el único velo, que sólo cubre el cabello, el cuello y los hombros. Es el más extendido entre las musulmanas occidentales.

En la sociedad árabe preislámica y en las sociedades persa y la bizantina, el velo femenino era un rasgo de prestigio social. La islamización hizo de él un precepto obligatorio de origen divino, que ha marcado históricamente el paso femenino de la infancia a la pubertad y de la virginidad al matrimonio, como insignia de la mujer libre, ya que la esclava no podía portarlo. A principios del siglo XX, con la liberalización de la mujer, empezó la lucha por el desvelamiento femenino. Las feministas egipcias arrojaron sus velos al mar en 1923 y el sha de Irán prohibió el chador en 1936. A mediados de siglo, había desaparecido prácticamente de todo Oriente Próximo y Egipto. Sin embargo, a partir de esa fecha, por reafirmación cultural y religiosa y por la presión del fundamentalismo, el velo ha experimentado un crecimiento importante tanto en los países islámicos como en los no islámicos.

La semana pasada, un hospital público de Nanterre rescindió el contrato a Christiane Ebrahimian, trabajadora del hospital, por recibir velada a sus pacientes. La ley francesa prohíbe a los empleados públicos mostrar sus creencias religiosas en los centros laborales, pero las sociedades que reconocen el derecho a la libertad religiosa deberían admitir el uso del velo, como expresión de la fe de sus miembros. Así se hace en España, siempre que esto no atente contra la seguridad, la salubridad y el orden público, bien sea la velada la mujer musulmana o la virgen consagrada cristiana.

El laicismo y el islam pueden aprender de este fenómeno. El primero, liberado de tabúes sexuales y religiosos que permiten que la mujer muestre todo su cuerpo, debía liberarse también de su afán por reducir lo religioso al ámbito privado. El islam debería agradecer la libertad que se le brinda y desvelar su verdadero rostro. Preocupado por la exteriorización del cumplimiento de la sharia, niega públicamente lo que afirma en privado donde cae en la contradicción más absoluta. Las revistas de moda femenina confirman que el niqab negro de las saudíes esconde rostros sofisticadamente maquillados y modelos exclusivos de alta costura. Y ambos deberían entender que la mujer verdaderamente libre, es la que con el rostro velado o descubierto, no se avergüenza de su cuerpo y comprende la dignidad y la bondad propia que tiene como don divino e imagen del Creador y así lo hace respetar.