Tribunas

Pecado, Arrepentimiento, Misericordia

Ernesto Juliá

El Papa Francisco abrirá la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro, en Roma mañana 8 de diciembre. Un nuevo Año Santo, que el Papa ha titulado como Año de la Misericordia. Será el Año Santo número 28, desde que Bonifacio VIII comenzó estas celebraciones el año 1300.

Anunciando la venida del Espíritu Santo, Jesucristo dijo a los Apóstoles:

“Cuando venga, argüiré al mundo de pecado, de justicia y de juicio: de pecado, porque no creen en Mí; de justicia, porque me voy al Padre y ya no me veréis; de juicio, porque el príncipe de este mundo ya está juzgado” (Juan 16, 8-11). Y el Papa señala: “La Iglesia tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio, que por su medio debe alcanzar la mente y el corazón de toda persona” (Misericoriae Vultus, n. 12)

El Año Santo quiere ser un camino para que a los creyentes, en `primer lugar, y con ellos, a todos los hombres a quienes llegue el anuncio, descubran que “La primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo. De este amor, que llega hasta el perdón y al don de sí, la Iglesia se hace sierva y mediadora ante los hombres” (ib. n. 12).

Este Año Santo llega en medio de un gran vacío cultural y espiritual en todo el Occidente, un vacío en el que el hombre se encuentra desenraizado, desorientado y desesperado, porque ha quemado las raíces que lo vinculaban a Dios eterno manifestado en Cristo, que vivieron las generaciones pasadas. Un vacío que no le permite encontrar ningún sentido al presente, salvo el del placer inmediato, que termina enseguida y no da sentido vital a nada. Un vacío en el que el egoísmo ha sustituido a la caridad, y así está la corrupción instalada en una sociedad deslavazada. Un vacío que no ve tampoco ningún futuro a la aventura humana, ante la caída paulatina de las ilusiones, de las utopías políticas, y la pérdida del horizonte de la Vida eterna. Vacío que ha afectado a toda la sociedad, también a un buen número de creyentes dentro de la Iglesia.

¿Qué vacío? Un vacío que el filósofo polaco Leszek Kolakowski, comunista y expulsado después del Partido, fallecido hace años, en su libro: “Por qué tengo razón en todo”, reconoce claramente con estas palabras: “Aunque el proyecto de crear al “hombre nuevo del socialismo” nunca culminó con pleno éxito, la devastación espiritual, cultural y social no dejó por ello de ser inmensa”

“Ya no necesitamos la distinción ente el bien y el mal proveniente de la tradición religiosa; ocupa su lugar la distinción entre lo que es políticamente justo y lo que no lo es, lo propio y lo impropio (…) En breves palabras, la tarea de los gobernantes consiste en proclamar desde su infalibilidad lo que es justo y lo que no lo es; de esta manera se instituye el reino de la moral”.

El Año Santo, anunciando de entrada la Misericordia y la ternura de Dios, es una clara llamada a la conciencia del hombre, para que sea consciente de la existencia del Bien y del Mal, y avive la conciencia del Pecado

¿Cómo devolver al hombre la consciencia de su conciencia? Ayudándole a reconocer su pecado y, animándole a arrepentirse de haberlo cometido, y a pedir perdón a Dios. Sólo así gozará de la infinita e inagotable Misericordia de Dios.

La Iglesia, el Papa, sabe que es ésta una ardua tarea, y que no bastan palabras dulzonas sobre la “misericordia” que a todos alcanza. No basta que el padre espere anhelante el regreso del hijo pródigo. Es preciso que, antes, el hijo pródigo sea consciente, en conciencia, de sus pecados, y regrese ante su padre pidiendo perdón.

“El tema del pecado se ha convertido en uno de los temas silenciados en nuestro tiempo. La predicación religiosa intenta, a ser posible, eludirlo. El cine y el teatro utilizan la palabra irónicamente o como forma de entretenimiento. La sociología y la psicología intentan desenmascararlo como ilusión o complejo. El Derecho mismo intenta cada vez más arreglarse sin el concepto de culpa. Prefiere servirse de la figura sociológica que incluye en la estadística los conceptos de bien y mal y distingue, en lugar de ellos, entre el comportamiento desviado y el normal”.

Ratzinger no ha podido expresar mejor -ya en 1991-, y en pocas palabras, la realidad, que sigue hoy tan vigente como entonces en el mundo occidental.

El Año Santo anuncia la paz y reza por la paz. Una paz que no se puede alcanzar jamás entre los hombres, si los hombres no tienen paz con Dios; y los hombres no tenderemos nunca paz con Dios si no reconocemos nuestros pecados, si no nos arrepentimos y pedimos perdón a Dios, que nos perdonará siempre; si no acudimos a la Misericordia de Dios, que se alegra de perdonarnos.

La Cruz nos manifiesta la realidad del Pecado, y el Amor con que Cristo nos redime. ¿Se situará el hombre de nuevo ante la Cruz y ante el Pecado, consciente del Amor de Dios, o continuará obstinado en eliminar de la conciencia la verdad “del bien y del mal”, que Dios ha puesto en el centro de nuestro yo, para que caminemos en su luz?

“La Cruz de Cristo, sobre la cual el Hijo, consustancial al Padre, hace plena justicia a Dios, es también una revelación radical de la misericordia, es decir, del amor que sale al encuentro de lo que constituye la raíz misma del mal en la historia del hombre. El encuentro del pecado y de la muerte” (Juan Pablo II, Dives in misericordia, n. 8).

El anuncio del Año Santo trae de nuevo a la memoria, no solo la afirmación de “que todos somos pecadores”, cosa cierta por otro lado, pero demasiado genérica y general; sino la de la realidad del pecado personal, del que cada uno somos culpables, por el que cada uno hemos de pedir perdón personalmente a Dios, en el Sacramento de la Reconciliación.

“Al escuchar misericordia, esta palabra cambia todo. Es lo mejor que podemos escuchar: cambia el mundo. Un poco de misericordia hace al mundo menos frío y más justo. Necesitamos comprender bien esta misericordia de Dios, este Padre misericordioso que tiene tanta paciencia” (Papa Francisco, 17-III-2013).

 

Ernesto Juliá Díaz

ernesto.julia@gmail.com