Tribunas

¿Qué hago con mi voto?

Jesús Ortiz


Votar es algo serio y por eso cada uno sopesa a quién votar. Dentro del abanico de partidos e ideologías el voto no es resolver un crucigrama o un sudoku pues no hay una solución exacta, y por eso no encuentro un partido que me convenza y ellos lo saben: por eso apelan al voto útil o simplemente a impedir que gobiernen el contrario. Con más razón ningún partido político puede encarnar la doctrina católica sobre las cuestiones sociales. Sin embargo, me parece que hay grados de acercamiento o al menos de no rechazo expreso a esos valores en el respeto de la persona humana.

 
 

Ahora los obispos españoles no se pronuncian pues consideran que lo documentos publicados en los últimos años son suficientes para orientar la decisión de los católicos. Quizá esto implica un frío distanciamiento de partidos que decían inspirarse en ideas cristianas y que han demostrado lo contrario, como el Partido Popular, el PNV vasco o la CiU catalana.

Necesariamente hay que aterrizar a la hora de votar conociendo las propuestas de los partidos sobre la vida, la educación y la familia como temas capitales. Y tendré que informarme de su programa no en los platós de televisión sino leyéndolos con espíritu crítico mientras recuerdo las experiencias recientes. Aquí un católico responsable se encuentra con serias dificultades y la tentación de no votar a ninguno que también es un modo de participar en estas elecciones. Además, una cosa es el incumplimiento de los compromisos, otra la ambigüedad y otra las propuestas contrarias a la ley natural, de la que todos se olvidan pues su ideología no parce admitir la existencia de supuestos prejurídicos, es decir, morales o de naturaleza y condición humana. Añadamos a esto que el laicismo agresivo o el de guante blanco ignora la ley natural y lucha frontalmente contra todo lo católico.

A la vista están los embates a las creencias jibarizando los Belenes, como la alcaldesa Carmena de Ahora Madrid; la supresión de imágenes en los tanatorios como en la Valencia de Ribó; la eliminación de los conciertos con escuelas de inspiración cristiana como la Junta de Andalucía de Susana, o el acoso a la clase de religión libremente elegida en la escuela. No digamos el mantra de acabar con los Acuerdos con la Santa Sede y modificar el artículo 16 de la Constitución, o la demagógica propuesta de suprimir el IBI para las instituciones eclesiásticas, ocultando que no es un favor sino la legislación vigente aplicada también a las fundaciones de los partidos políticos y los sindicatos.

Todo el populismo participa de esa asechanza a lo católico intentando construir una sociedad postcristiana en la que Dios sea irrelevante en la vida pública y en la educación, confiando en que eso ayudará a eliminar a Dios de las conciencias. Parece que no han cambado desde la aquella propuesta marxista de eliminar la “alienación religiosa” como condición para acabar con las demás alienaciones a fin de instaurar el paraíso comunista, ya experimentado por cierto en la URSS durante setenta años, en la China de Mao o en el Vietnam de Pol Pot. De todo ello dan testimonio silencioso las calaveras apiladas en interminables galerías. Y porque cuando los hombres quieren establecer el paraíso en la tierra suelen traer el infierno que, al decir de Sartre, “son los otros”. Y ahora la versión podémica actual quiere tomar el cielo al asalto, corrigiéndose después diciendo que llamarán al timbre, para no asustar al votante ingenuo. Un esperpento.

A la vista de todo esto un católico coherente no buscará una perla política sino aplicará los principios para votar, hoy y ahora, aquella opción que más se acerque al bien común integral de la persona humana y tenga menos rechazo de la ley natural expresada en la defensa de la vida, la libertad de educación y el fortalecimiento de la familia. Desde luego no conviene votar mirando la televisión y menos con las tripas, sino con la cabeza despejada y con mucho corazón.

 

Jesús Ortiz López.