Tribunas

La necesidad de un renovado impulso a la unidad de los cristianos

Salvador Bernal

Comienza un nuevo octavario por la unidad, y es buen momento para repasar los problemas actuales, así como los avances conseguidos, especialmente desde que Juan XXIII relanzó el movimiento ecuménico dentro de la Iglesia católica. Se celebra en el contexto del Año de la Misericordia dentro del 50º aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II.

Desde luego, quizá nunca se habló con tanta claridad de unidad y diálogo con religiones no cristianas, de la dignidad de la conciencia, o de la libertad religiosa, al menos en cuatro grandes documentos conciliares (Constitución Gaudium et Spes, Decreto Unitatis redintegratio, Declaraciones Dignitatis humanae y Nostra aetate). Por desgracia, como sucedió en otros momentos históricos, el progreso se vio empañado por el cisma lefebvriano, que aún perdura, sin visos de solución a corto plazo.

Es de justicia recordar el abrazo del papa Pablo VI y del patriarca Atenágoras I en 1964, en Jerusalén, donde recitaron juntos la oración de Jesucristo “que todos sean uno” (del evangelio de san Juan). Juan Pablo II haría suyas las palabras escritas por Pablo VI a Atenágoras I: “Que el Espíritu Santo nos guíe por el camino de la reconciliación, para que la unidad de nuestras Iglesias llegue a ser un signo cada vez más luminoso de esperanza y de consuelo para toda la humanidad”.

Fue el arranque de una distensión histórica, prolongada en años sucesivos. Juan Pablo II no pudo cumplir el sueño de viajar a Moscú. Pero estuvo en Grecia, Rumanía o Turquía, como luego Benedicto XVI y Francisco. Y pronto se hizo tradición la presencia ortodoxa en la fiesta de los santos Pedro y Pablo en Roma, y del delegado papal en la de san Andrés en Constantinopla. El diálogo no ha cesado desde entonces, con hecho esperanzadores de futuro como la Declaración común de junio de 2007, con puntos de unión y colaboración, también en el contexto de la construcción de Europa, y respecto de cuestiones éticas esenciales: bioética, solidaridad y desigualdades, ecología.

Son cada vez más cordiales las relaciones con anglicanos y episcopalianos, aunque decisiones de los correspondientes sínodos hayan introducido factores que hacen más difícil la unidad doctrinal. Un antiguo obispo, hoy católico, resaltó en su día la asombrosa generosidad de Benedicto XVI en la oferta de una casa canónica a los anglicanos que deseaban estar en plena comunión con la Iglesia católica: la Const. Apost. Anglicanorum coetibus, de 2009. En este documento se prevé la institución de Ordinariatos personales, que permiten a los fieles ex anglicanos entrar en comunión con la Iglesia católica, conservando al mismo tiempo elementos de su específico patrimonio espiritual y litúrgico. A la vez, prosigue el trabajo de comisiones internacionales conjuntas, que cuajó en 2004 en un texto sobre la Virgen María como modelo de gracia y esperanza.

Más importante aún fue quizá la “Declaración Conjunta sobre la Doctrina de la Justificación” entre la Federación Luterana Mundial y el Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad Cristiana, firmado en Augsburgo a finales del siglo XX. Se trata de hitos decisivos, como ha recordado también el papa Francisco en sus visitas a la comunidad luterana de Roma, en la estela de Juan Pablo II y Benedicto XVI.

Como recoge el Catecismo de la Iglesia católica, 822, “la preocupación por el restablecimiento de la unión atañe a la Iglesia entera, tanto a los fieles como a los pastores”. Un gran tema para el Año de la Misericordia, porque “entre los pecados que exigen un mayor compromiso de penitencia y de conversión han de citarse ciertamente aquellos que han dañado la unidad querida por Dios para su Pueblo”: lo subrayó Juan Pablo II ante el nuevo milenio, y reiteró que “es necesario hacer enmienda, invocando con fuerza el perdón de Cristo”.

Así lo sintetiza, en términos positivos, el lema de la semana de oración de 2016: “Destinados a proclamar las grandezas del Señor” (cfr. 1 Pedro 2, 9). No tiene desperdicio el material preparado conjuntamente, como en tantos años anteriores, por el Consejo Pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos y la Comisión Fe y Constitución del Consejo Mundial de las Iglesias.