«Queridos hermanos y hermanas.
En el evangelio de hoy el
evangelista Lucas antes de presentar el discurso programático de
Jesús de Nazaret, resume brevemente las actividades evangelizadoras.
Es una actividad que Él cumple con la potencia del Espíritu Santo:
su palabra es original, porque revela el sentido de las Escrituras.
Es una palabra que tiene autoridad, porque ordena, incluso a los
espíritus impuros y estos le obedecen.
Jesús es diverso de los maestros de su tiempo, por ejemplo Jesús
no ha abierto una escuela para estudiar la Ley, sino que sale para
predicar y enseñar por todas partes: en las sinagogas, por las
calles, en las casas, siempre andando. Jesús también es distinto de
Juan Bautista, quien proclama el juicio inminente de Dios, mientras
que Jesús anuncia su perdón de Padre.
Y ahora entremos también nosotros, imaginémonos que entramos en
la sinagoga de Nazaret, el pueblo donde Jesús creció hasta
aproximadamente sus 30 años. Lo que allí sucede es un hecho
importante que delínea la misión de Jesús. El se levanta para leer
la Sagrada Escritura abre el pergamino del profeta Isaías, el pasaje
en donde está escrito: ‘El espíritu del Señor está sobre mi; por
esto me ha consagrado con la unción y me ha mandado a llevar a los
pobres el anuncio de alegría’. Después, tras un momento de silencio
lleno de espera por todos, dice en medio del estupor general: ‘Hoy
se ha cumplido estar escritura que ustedes han escuchado’.
Evangelizar a los pobres es esta la misión de Jesús, como Él
dice; esta es también la misión de la Iglesia y de cada bautizado en
la iglesia. Ser cristiano y ser misionero es la misma cosa. Anunciar
el evangelio con la palabra, y antes aún con la vida es la finalidad
principal de la comunidad cristiana y de cada uno de sus miembros.
Se nota aquí que Jesús dirige la buena noticas a todos sin excluir a
nadie. Mas aún, privilegia a los más lejanos, a quienes sufren, a
los enfermos y a los descartados por la sociedad.
Pero hagámonos una pregunta: ¿Qué significa evangelizar a los
pobres? Significa acercarlos servirlos, tener la alegría de
servirlos, liberarlos de su opresión, y todo esto en el nombre y con
el espíritu de Cristo, porque es Él el evangelio de Dios, es Él la
misericordia de Dios, es Él la liberación de Dios, es Él que se ha
hecho pobre para enriquecernos con su pobreza.
El texto de Isaías, reforzado por pequeñas adaptaciones
introducidas por Jesús, indica que el anuncio mesiánico del reino de
Dios que vino en medio de nosotros se dije de manera preferencial a
los marginados, a los prisioneros y a los oprimidos.
Probablemente en el tiempo de Jesús estas personas no estaban en
el centro de la comunidad de los fieles. Y podemos preguntamos hoy,
en nuestras comunidades parroquiales, en las asociaciones en los
movimientos, ¿somos fieles al proyecto, al programa de Cristo.
Atención no se trata de hacer asistencia social, menos aún de
hacer actividad política, Se trata de ofrecer la fuerza del
Evangelio de Dios que convierte los corazones, sana a las heridas,
transforma las relaciones humanas y sociales, de acuerdo a la lógica
del amor. Los pobres de hecho están en el centro del evangelio.
La Virgen María madre de los evangelizadores nos ayude a sentir
fuertemente hambre y sede del evangelio que existe en el mundo.
Especialmente en el corazón y en la carne de los pobres. Y obtenga
para cada uno de nosotros y a cada comunidad cristiana poder dar
testimonio concretamente de la misericordia. la gran misericordia
que Cristo nos ha donado».
Después de rezar la oración del Ángelus, saludó a los
presentes:
«Queridos hermanos y hermanas. Saludo a cariño a todos los
presentes, que han llegado desde diversas parroquias de otros
países, así como a las asociaciones y familias. En particular saludo
a los estudiantes de Zafra y a los fieles de Cervelló, ellos son
españoles; a los participantes al congreso promovido por la
‘Comunidad mundial para la meditación cristiana’ y a los grupos de
fieles que llegaron desde la arquidiócesis de Bari- Birtonto, de
Tarcento, Marostica, Prato, Abbiategrasso y Pero-Cerchiate».
Al concluir el Santo padre les deseó a todos que tengan un buen
domingo y “buon pranzo”. Y les pidió: “Y por favor no se olviden de
rezar por mí”, y saludó “¡Arrivederci!”.
(Traducido desde el audio por ZENIT)
El padre Rafic Greiche, vocero de la Iglesia católica egipcia
declaró esta semana a Asia News que “luego de cinco años, aún
experimentamos muchas turbulencias, libertad y justicia no son
implementadas todavía a fondo”.
El sacerdote explica que “el país
camina muy lentamente, los problemas siguen estando, y los líderes
actuales deberán hacer un gran esfuerzo para reparar el daño causado
por los Hermanos Musulmanes, que han dejado una nación en crisis”.
Por otro lado, la realidad de las naciones cercanas, como Siria,
Libia y Sudán, “no ayuda a nuestra recuperación”.
El portavoz de la Iglesia egipcia confirma que la economía es el
principal problema junto a la presencia de grupos extremistas:
Estado islámico, Al-Qaeda, la Hermandad. Por todo ello “el turismo
está todavía muy debilitado” y el desempleo, especialmente entre los
jóvenes, es alto.
“La mayor libertad -añade el padre Rafic- que gozan los
cristianos, las minorías y la participación de las mujeres, son
pequeños signos de cambio que confirman el proceso de crecimiento y
transformación emprendida por el país”.
Este lunes, aniversario de la revuelta, ninguna formación
política anunció manifestaciones, excepto los Hermanos Musulmanes.
Las fuerzas del orden han reforzado la vigilancia, en particular en
la plaza Tahrir, centro de las protestas de 2011, la cual está
aislada.
Tras la renuncia de Mubarak, los Hermanos Musulmanes ganaron las
elecciones legislativas marcadas por un 53 por ciento de abstención
y denuncias de fraude. Así Mohamed Mursi, se conviritió en junio de
2012 en el primer presidente electo democráticamente en el país
comprometiéndose a formar un gobierno abierto a todas las tendencias
políticas.
En cambio impuso una dictadura favorable únicamente a la
Hermandad Musulmana, con persecución a los cristianos y la Charía o
ley islámica se volvió en referencia legal de numerosos tribunales.
En julio de 2013 todos los partidos políticos excepto la
Hermandad Musulmana, pidieron al Ejército que derrocara el régimen
de Morsi, y luchara por la neutralidad del Estado. Se registraron
además
protestas masivas, que con una afluencia de unos 30 millones de
personas en todo el país. En la noche del 3 de julio de 2013, se
produce el golpe militar que poniendo en el poder al general Abdel
Fattah al-Sisi que inició la represión contra los Hermanos
Musulmanes.
Al-Sisi durante una visita realizada el 5 de enero pasado a la
catedral ortodoxa copta de San Marco, en El Cairo, en ocasión de la
Navidad ortodoxa, dirigiéndose al patriarca Teodoro II de
Alejandría, se comprometió a reconstruir la docena de iglesias
coptas que fueron quemadas bajo el gobierno de la Hermandad
Musulmana. Y recordó que “Dios nos hizo diferentes en materia de
religión, de costumbres, de color, de lengua, de hábitos y nadie
puede meternos en un molde”.
La represión contra la Hermanadad Musulmana, que extendió
paulatinamente a otros movimientos opositores.
Es impagable la labor de tantos sacerdotes
diocesanos que han nutrido con su oración ante el sagrario (y
continúan haciéndolo) la vocación que recibieron encaminada a
llevar la fe al corazón de las gentes sencillas, a veces en
lugares apartados e inhóspitos, multiplicando el tiempo para
atender a varias parroquias y estar presente en los momentos de
gozo y de duelo de los fieles. Son albaceas de hermosos sueños y
han sido capaces de transitar por las frías veredas de la desidia
ajena sin dejarse atrapar por el sentimiento de fracaso. Con su
admirable tesón y sacrificio han cosechado numerosos frutos
apostólicos a lo largo de los siglos. Manuel, considerado por
Pablo VI «santo apóstol de las vocaciones», fue uno de ellos.
Vino al mundo el 1 de abril de 1836 en Tortosa,
Tarragona, España. Y creció amando profundamente el sacerdocio en
el que veía un campo fecundo de grandes proporciones
evangelizadoras. En plena adolescencia ingresó en el seminario, y
en 1862 comenzaba a dar rienda a sus anhelos en una modesta
población, La Aldea, perteneciente a la demarcación de Tortosa, un
destino en el que permaneció un año hasta que tomó posesión de la
parroquia de Santiago de esta ciudad en la que había nacido.
Combinó su misión pastoral con la atención espiritual a religiosas
y la docencia en el Instituto. Entre las obras que emprendió a lo
largo de 13 años se hallan tres conventos de clausura para
religiosas, un centro juvenil y la fundación de la revista
católica dirigida a este colectivo El
Congregante, pionera en España. Pero la honda impresión de
que podía hacer mucho más le acompañaba y portando este
sentimiento en lo más recóndito de su ser, afán que ponía a los
pies de Cristo en su oración, un día halló la respuesta.
¡Cuántos seminaristas han malvivido y sufrido
carencias de distinto calado para materializar su vocación! En
febrero de 1873 Manuel se encontró con un grupo de generosos
jóvenes que actuaron en conformidad con el Evangelio despojándose
de todo con auténtica fruición para obtener la perla preciosa,
fieles al llamamiento de Cristo. El eslabón de este importantísimo
hallazgo, de suma trascendencia en su vida, fue el seminarista
Ramón Valero, quien informó al beato de la existencia de otros
compañeros que se hallaban en su misma situación. Impresiona la
grandeza de corazón de este colectivo aspirante al sacerdocio que
sobrevivía casi clandestinamente en Tortosa, sin lugar donde
guarecerse de forma digna, por haber sido destruido el seminario
durante la guerra de 1868, y no tenían más comida que la que
obtenían de la caridad ajena o de la que se procuraban en el
basurero, ni más luz que una simple vela. Entre tantas necesidades
incluían la falta de formadores.
Manuel se puso manos a la obra y en septiembre
de ese mismo año ya contaba con un grupo de 24 seminaristas que
habían vivido en precarias condiciones y tres años más tarde se
había engrosado el número llegando casi al centenar. A este primer
centro que denominó «Casa de san José» siguió en 1878 el «Colegio
de san José para vocaciones sacerdotales», cuya apertura tuvo
lugar en 1879 y en el que se alojaron 300 seminaristas que habían
conocido en carne propia la indigencia. A ellos había que sumar
otro centenar que tenía acogidos en el palacio de San Rufo.
Pero el horizonte de un apóstol es inmenso, su
fe no tiene fronteras, y su oración insistente ante Dios para
conocer su voluntad, termina por recibir respuestas. El 29 de
enero de 1883, después de oficiar la Santa Misa, tuvo una honda
impresión que pocos días más tarde emergió con claridad y dio
lugar a la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos que se
centrarían en la formación de los seminaristas. Desde el primer
momento, el espíritu que animó a los sacerdotes que inicialmente
se unieron a esta labor era la Reparación al Corazón de Jesús,
toda vez que Manuel tenía gran devoción por la Eucaristía que
había convertido en el centro de su vida y quehacer apostólico. «Si
descendiéramos al fondo, al manantial de los sentimientos de
nuestra espiritualidad, tal vez encontraríamos lo que no habíamos
reparado ni discurrido: que el origen de nuestro deseo por el bien
y promoción de las vocaciones sacerdotales, de que Dios tenga
muchos y buenos sacerdotes, ha sido nuestro instintivo amor a
Jesús eucarístico», solía decir.
La profunda sensibilidad del beato revertió en
los seminaristas que comenzaron a recibir una formación integral
extraordinaria. Abarcaba todas las facetas: humanas, espirituales,
intelectuales, pastorales, etc., una manera de proceder que signó
la tarea de los Sacerdotes Operarios. Manuel vio con inmensa
alegría cómo brotaban las vocaciones y llovían las demandas de
prelados de distintas diócesis para contar con la inestimable
ayuda de la Hermandad.
Siempre con el sello del amor a Jesús
Eucaristía recordaba: «Una de las cosas que nos
avergonzarían en el cielo, si pudiese haber confusión, sería el
pensar que le hemos tenido en la tierra, y no nos absorbió
toda la vida, todo nuestro corazón». Y con este espíritu
siguió trabajando por el reino de Dios sin desfallecer, con la
convicción de que entre sus manos tenían la delicadísima tarea de
formar sacerdotes revestidos por la auténtica y genuina entrega
evangélica: «la formación de los sacerdotes es
lo que podríamos decir ‘la llave de la
cosecha’ en todos los campos de la gloria de Dios. Nosotros, más
que apóstoles parciales, hemos de ser moldeadores
y formadores de apóstoles». Entre sus grandes sueños alimentó
la idea de erigir templos de Reparación en todas las diócesis. Uno
de los dos construídos, a instancias suyas, fue el de Tortosa, y
en él se custodian sus restos. Murió el 25 de enero de 1909. Juan
Pablo II lo beatificó el 29 de marzo de 1987.