Tribunas

San Blas

Javier Cervera Paz
Otorrinolaringólogo de la Clínica Universidad de Navarra

El pueblo cristiano venera de forma especial a un grupo de catorce santos, particularmente en Europa, los llamados Santos Protectores, Auxiliadores, considerados como intercesores eficaces en las penalidades de la vida, y sobre todo en las relativas a la salud. San Blas, obispo y mártir del s. IV, es uno de estos santos; a él se le atribuye una intercesión especial en la salud de la garganta (por lo que es el patrón de los otorrinolaringólogos).

Desde el principio de la vida de la Iglesia, los cristianos han tenido una gran devoción hacia los mártires que, por la inmensa fuerza de su testimonio de Cristo rubricado con sangre, son venerados como sus discípulos perfectos. Esto originará bien pronto entre los cristianos su conmemoración litúrgica, la veneración de sus reliquias y la dedicación de templos. La primera referencia histórica de San Blas es de un texto recopilador de la sabiduría médica antigua, del s. VI, el Tetrabiblon, de Aecio de Amida, del que sólo se conservan transcripciones mucho más posteriores. Este escritor cristiano refería la poderosa intercesión de San Blas en los casos de asfixia.

Con el edicto de Milán, del año 313, cesó la persecución de los cristianos en el Imperio, y los cristianos accedieron a las actas judiciales de los martirios, levantadas por los notarii imperiales, que sirvieron para la confección de martirologios locales. Aunque el Edicto estableció la libertad religiosa, Licinio, emperador del Oriente, no lo llegó a poner en práctica y continuó con la persecución. La última persecución fue atroz en Armenia, donde fue martirizado San Blas. A diferencia de lo que ocurre con otros mártires, no se conservan las actas judiciales del martirio de San Blas, sino que sus actas se consideran fruto de creencias populares y leyendas. En los martirologios primitivos de la Iglesia no aparecen datos de San Blas, sino que será muy posteriormente cuando se escriban anotaciones diversas, y dichas actas legendarias. No obstante, esto no indica que se deba rechazar categóricamente su contenido. En la revisión del Martirologium romanum de 2001, la Iglesia Católica acepta algunos de los datos de San Blas, dando por cierto: sus muchos milagros, su tortura prolongada (fue colgado de un madero, se le desgarraron las carnes con rastrillos de hierro, sufrió prisión, y se le intentó ahogar en un lago), y su decapitación.

La figura de San Blas surge en un contexto histórico peculiar: el desmembramiento del Imperio Romano, la barbarización, y los “años oscuros” de la Edad Media. Su devoción se extendió desde Asia Menor hacia Europa, promovida por el pueblo y los benedictinos, llegando a ser una de las más populares de la Edad Media. Su milagro más famoso, transmitido por la devoción popular en una rica iconografía y recogido en las actas legendarias, fue la curación milagrosa de un niño que se asfixiaba a causa de una espina de pescado.

Con la devoción a San Blas pasa algo similar que con la de San Fermín, mártir unos 30 años antes, y de quien tampoco disponemos de datos históricos fidedignos: forma parte del tesoro de las tradiciones de la Iglesia. Se sustenta en una auténtica tradición milenaria, en la que concuerdan fieles y Jerarquía. La Iglesia Católica reconoce que la universalidad de los fieles no puede fallar en su creencia. Así, mientras que el pueblo invoca “San Blas bendito, que se ahoga este angelito”, en la Liturgia tiene una Misa propia, Novena y Bendición. Nadie duda de la historicidad de los escritos de Homero o de Platón, aunque las primeras transcripciones de sus obras daten de más de 1400 años después de sus muertes... ¿Alguien duda de la existencia y eficaz intercesión de San Blas? Yo desde luego no.