Tribunas

La pregunta de José Antonio Marina

José Francisco Serrano Oceja

Todo lo que toca José Antonio Marina lo convierte en… educación.

En días pasados publicaba un extenso artículo en sede digital sobre la religión en la escuela a partir de la pregunta sobre si ésta debe impartirse o financiarse con dinero público.

Las afirmaciones de Marina representan no solo su concepción, y comprensión, de esta materia, sino el estatus medio de la opinión dominante en un sector social que es perceptor de criterios. Estamos hablando de un intelectual mediático, y de un prolijo autor de libros divulgativos, more ensayísticos, de éxito.

Es indiscutible que a la hora de analizar algunas de las conclusiones –ejercicio que daría para una serie de columnas- habría que partir de la concepción de la religión que tiene Marina, en concreto de la cristiana y/o católica. Por cierto, la que se enseña de forma mayoritaria en nuestras escuelas estatales. Son varios los libros escritos por este autor al respecto. Y también sobre su comprensión del papel del Estado, y de la sociedad civil, en la educación de las nuevas generaciones.

Un dato curioso, en paralelo, y no en perpendicular. Este artículo se publica cuando acaban de celebrarse en Madrid las Jornadas de Vicarios y Delegados de enseñanza de las diócesis españolas. Unos días de trabajo en los que hay que destacar la ponencia del teólogo de la Universidad de Comillas, Ángel Cordovilla.

Un texto al que sí me referiré en un posterior artículo, dado que es una de las elaboraciones teológicas más certeras de las pronunciadas en los últimos meses sobre estas materias. Una ponencia que da un paso más que el plan de pastoral de la Conferencia Episcopal. Hay que agradecer, por tanto, al obispo de Segovia, monseñor César Franco, el haber acertado con el contenido propuesto en estas Jornadas.

Volvamos a Marina. Su tesis, entre otras, es que la religión debe enseñarse en la escuela pero no la religión confesional. En palabras de Regis Debray, “la enseñanza de lo religioso” y “no la enseñanza de la religión”.

Y añade nuestro autor un párrafo final que no tiene desperdicio: “Estoy seguro de que los sectores menos doctrinarios de las confesiones religiosas estarían dispuestos a defender este tipo de enseñanza y a colaborar en la calidad de su realización. ¿Usted qué opina?”

Me doy por aludido. También por el hecho de que me considere de los “sectores menos doctrinales de las confesiones religiosas”, aunque no sé muy bien qué significa esto si analizamos la proposición en sus términos. No vaya a ser que se estén utilizando conceptos y marcos de comprensión que no pertenecen a la dinámica de la naturaleza de la religión.

Porque, ¿acaso se nos está diciendo que el problema de la religión es la doctrina y que lo que es viable social y educativamente, son las religiones no doctrinales o las dimensiones no doctrinales de la religión? ¿Qué concepción de doctrina tiene Marina? ¿Qué concepción del cristianismo en el sentido de la antropología teológica? ¿No es esto un humanismo y la conversión de la religión en un humanismo, que es distinto de la dimensión humanista de la religión? ¿De todas las religiones o de algunas? ¿Por qué utilizar encuestas sociológicas que ponen en evidencia los problemas del Islam en las sociedad plurales y equiparando los resultados con la religión católica? ¿Acaso la cuestión no está en la necesaria respuesta a lo que motiva y causa los efectos de determinada creencia radical islámica en los niños y jóvenes franceses?

Preguntas y más preguntas para un debate que está al caer. O que ha caído.

Por cierto, ya sabemos por dónde va a ir el pacto educativo en materia de enseñanza de religión. 

 

José Francisco Serrano Oceja