Servicio diario - 09 de marzo de 2016


 

‘Jesús no es moralista, nosotros hemos moralizado el Evangelio’
Rocío Lancho García | 09/03/16

(ZENIT – Ciudad del Vaticano). – Jesús no es moralista, somos nosotros los que hemos moralizado el Evangelio. Así lo advirtió el padre Ermes Ronchi, en la quinta meditación de los ejercicios espirituales del papa Francisco y la Curia Romana, que se están celebrando en la Casa Divin Maestro de Ariccia.
Lo dijo partiendo del pasaje del evangelio en el que Jesús, enviado a la casa de Simón el fariseo, rompe cualquier convicción y deja que una mujer, para todos pecadora, llore sobre sus pies, le seque con sus cabellos, besándolos y los lave con aceite perfumado. Y frente a la sorpresa de Simón, Jesús lo regaña: “Mira esta mujer” que de pecadora se convierte en “la perdonada que ha amado mucho”. De este modo, el predicador indicó que “en la cena de la casa de Simón el fariseo, se ve un conflicto sorprendente: el pío y la prostituta; el poderoso y la sin nombre, la ley y el perfume, la regla y el amor, en comparación”.
El error de Simón –aseguró– es la mirada que juzga. “Jesús por toda su existencia enseñará la mirada que no juzga, incluyente, la mirada misericordiosa”. El predicador de los ejercicios precisó que Simón pone en el centro de la relación entre hombre y Dios “al pecado, lo hace la columna vertebral de la religión”. El error de los moralistas de cada época, de los fariseos de siempre. Jesús –recordó– no es moralista, porque pone en el centro de la persona con lágrimas y sonrisas, su carne dolorida o exultante, y no la ley. En el Evangelio, tal y como recordó el predicador, encontramos con más frecuencia la palabra pobre que pecador.
“Adán es pobre antes que pecador, somos frágiles y custodios de lágrimas, prisioneros de mil límites, antes que culpables”. Somos nosotros –advirtió– los que hemos moralizado el Evangelio.
Al respecto aseveró que al principio no era así. El padre Vanucci lo explica muy bien: el Evangelio no es una moral, sino una impactante liberación. Y nos lleva fuera del paradigma del pecado para conducirnos dentro del paradigma de la plenitud, de la vida en plenitud.
Simón, el moralista, mira el pasado de la mujer, ve “una historia de transgresiones” mientras que Jesús ve “el mucho amor de hoy y de mañana”.
De este modo, el padre Ronchi explicó que “Jesús no ignora quien es, no finge no saber, sino que recibe. Con sus heridas y sobre todo con su chispa de luz, es que Él hace resurgir”. El centro de la cena tenía que ser Simón, pío y poderoso y sin embargo lo ocupa la mujer. “Solo Jesús es capaz de hacer este cambio de perspectiva, hacer este espacio a los últimos. Jesús aparta del punto focal el pecado de la mujer y las faltas de Simón, lo deconstruye, lo pone en dificultad como hará con los acusadores de la adúltera en el templo”.
Si Jesús me preguntara también a mí –interrogó Ronch– ¿ves a esta mujer? Debería responder “no, Señor, aquí veo solo hombres”: No es muy normal esto, admitámoslo. Debemos tomar nota de un vacío que no corresponde a la realidad de la humanidad y de la Iglesia”.
“No era así en el Evangelio” donde muchas mujeres seguían y servían a Jesús, pero “no las veo siguiéndonos a nosotros”, observó el padre Ronchi.
“¿Qué nos da miedo que debemos tomar distancia de esta mujer y de las otras? Jesús era sumamente indiferente al pasado de una persona, al sexo de una persona, no razona nunca por categorías o estereotipos. Y pienso que también el Espíritu Santo distribuya sus dones sin mirar el sexo de las personas” precisó.
Jesús, marcado por la mujer que lo ha conmovido, no la olvida: en la última cena retomará el gesto de la pecadora desconocida y enamorada, lavará los pies de sus discípulos y los secará. “Cuando ama, el hombre cumple gestos divinos, Dios cuando ama cumple gestos humanos, y lo hace con corazón de carne”.
Finalmente, el predicador dio un consejo a los confesores: “Es tan fácil para nosotros cuando somos confesores no ver a las personas, con sus necesidades y sus lágrimas, pero ver la norma aplicada o infringida. Generalizar, empujar a las personas dentro de una categoría, clasificar. Y así alimentamos la dureza del corazón, la esclerocardia, la enfermedad que Jesús más temía. Nos hacemos burócratas de las reglas y analfabetos del corazón; no encontramos la vida, sino solo nuestro prejuicio”.





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‘La Iglesia debe ser transparente con los bienes que posee’
Rocío Lancho García | 09/03/16

(ZENIT – Ciudad del Vaticano). – Lo que hiere más al pueblo cristiano es el apego del clero al dinero, mientras que lo que le hace feliz es el pan compartido. El padre Ermes Ronchi lo aseguró en la meditación del miércoles por la mañana en los ejercicios espirituales al papa Francisco y a la Curia romana en Ariccia.
La transparencia de los bienes de la Iglesia y la cuestión más amplia de la lucha contra el hambre y el derroche de la comida han sido dos puntos claves de la sexta predicación del padre Ermes Ronchi al papa Francisco y a la Curia Romana.
“Hay personas tan hambrientas que para ellos Dios no puede tener más forma que la del pan”. Así abrió la predicación de este miércoles por la mañana. La vida inicia con el hambre, “ser vivo es tener hambre”. Y si la mirada se amplía, está el hambre ‘de masa’, “el asedio de los pobres”, millones de manos tendidas que piden algo para comer, no piden “una definición religiosa”. Y la Iglesia, ¿cómo responde?, se preguntó el padre Ronchi.
Las palabras del Evangelio sobre las que el padre Ronchi reflexionó fueron las de la multiplicación de los panes y los peces. Jesús “es muy práctico”. El predicador aseguró que “la operación de verificación se pide a todos los discípulos también hoy, a mí: ¿cuánto tienes? ¿Cuánto dinero, cuántas casa? ¿Qué estilo de vida? Id a ver, verificad. ¿Cuántos coches o cuántas joyas en forma de cruz o anillos? La Iglesia no debe tener miedo de la transparencia, ningún miedo de la claridad sobre los panes y los peces, sobre sus bienes. Cinco panes y dos peces”.
Y precisó el predicador: “con la transparencia se es auténtico. Y cuando eres auténtico eres también libre”. Como Jesús, que “no se ha dejado comprar por nadie” y “no ha entrado nunca en los palacios de los poderosos si no como prisionero”.
Cuando no se tiene, observa el padre Ronchi, se trata de contener, como esas órdenes religiosas que si pudieran gestionar los bienes como si eso pudiera producir esa seguridad erosionada de la crisis de las vocaciones.
Sin embargo, la lógica de Jesús es la del don. “Amar” en el Evangelio se traduce en un verbo seco: “dar”. El milagro de la multiplicación es esto, que Jesús, “no vaya a la cantidad” del pan, lo que quiere es que el pan sea compartido.
Asimismo, recordó que “según una misteriosa regla divina: cuando mi pan se convierte en nuestro pan, entonces también el poco se convierte en suficiente. Y sin embargo, el hambre comienza cuando sostengo con fuerza mi pan para mí, cuando el Occidente saciado sostiene con fuerza su pan, sus peces, sus bienes para sí”. Y aseguró que saciar la tierra, toda la tierra, es posible porque hay suficiente pan. “No es necesario multiplicarlo, basta con distribuirlo, empezando por nosotros”, subrayó el predicar. Al mismo tiempo precisó que no son necesarias multiplicaciones prodigiosas, sino vencer al Goliat del egoísmo, del derroche de la comida y del acumular de pocos.
El padre Rochi recordó que “la última pregunta será si has dado poco o has dado mucho a la vida”. De esto depende la vida, no de los bienes, aseveró.
Para concluir su predicación, subrayó que el milagro son los cinco panes y los dos peces que la Iglesia naciente pone en las manos de Cristo fiándose, sin calcular y sin quedarse cosas para sí o para la propia cena. “Es poco pero es todo lo que tiene, es poco pero es toda la cena de los discípulos, es una gota en el mar, pero es esa gota que puede dar sentido y puede dar esperanza a la vida”.






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El Papa pide que los laicos latinoamericanos participen más en la vida pública
Sergio Mora | 09/03/16

(ZENIT, Roma).- El papa Francisco invitó a los laicos de América Latina a participar más en la vida pública de sus países. Lo hizo al dirigirse a la plenaria de la Pontifica Comisión de América Latina (CAL) reunida al concluir el 4 de marzo en el Vaticano su asamblea plenaria de cuatro días.
El cardenal Marc Ouellet, presidente de la CAL, dirigiéndose al Santo Padre “venido de América Latina“ y a “quien servimos de todo corazón”, le agradeció la audiencia concedida, y señaló que durante la Plenaria se han abordado las situaciones que Francisco “ha ido señalando en sus viajes apostólicos en los países latinoamericanos” como la pobreza y exclusión, desigualdades sociales, narcotráfico, corrupción y violencias.

El papa Francisco con la Pontificia comisión para América Latina
Y esto requiere la intervención de “nuevas generaciones de laicos católicos, partícipes en la dialéctica democrática, coherentes con su fe” que sean capaces de “abrir caminos al Evangelio para ir creando condiciones de mayor dignidad, justicia, fraternidad y paz para todos”.
El Santo Padre, informó la Pontificia Comisión a ZENIT, resaltó en sus palabras la importancia y la actualidad del tema de la Plenaria: “El indispensable compromiso de los laicos en la vida pública de los países latinoamericanos”, y señaló la necesidad urgente de una reflexión que no se quede en un texto, sino que conduzca a la acción.
Concretamente, habló de la necesidad de que los pastores sean guías de su gente viviendo con ella, estando en medio de su pueblo, “detrás de él” para ayudar y encaminar a los rezagados y “delante de él” para guiarlo.
Pero al mismo tiempo señaló dos grandes vicios de la relación entre los laicos y la jerarquía: el clericalismo y el pelagianismo, siendo el primero tal vez el más extendido y pernicioso, pues reduce al laico a una especie de colaborador del sacerdote o a un actor pasivo cuya acción se limita a seguir las consignas de los clérigos.
En este sentido, afirmó el Papa rotundamente que “entramos a la Iglesia como laicos, no como sacerdotes”, recordando repetidas veces durante su discurso la importancia que tiene por ello la noción de “pueblo de Dios”.
Invitó así a todos los asistentes –que incluían a tres laicos que participaron como invitados en la Asamblea– a trabajar intensamente por impulsar desde la Iglesia, la real inserción de los laicos en la vida pública de los países de América Latina y a una verdadera “conversión pastoral” que favorezca dicho cometido.
La plenaria inició su labor el martes con una celebración eucarística en la basílica de San Pedro, ante la tumba del apóstol Pedro. Entre las disertaciones estuvo la del Dr. Guzmán Carriquiry: sobre cómo explicar “la notable ausencia en el ámbito político, comunicativo y universitario de voces e iniciativas de líderes católicos”.
El cardenal Robles Ortega, arzobispo de Guadalajara, dio una conferencia sobre “Criterios y modalidades para la formación de una nueva generación de laicos católicos como constructores de sociedad”.
En cambio el arzobispo de San Pablo, cardenal Odilo Scherer, habló de “Escucha, sostén, compañía y guía de los Pastores a los laicos comprometidos en la vida pública: ¿cómo realizarlas?”
Por su parte el cardenal Óscar Rodríguez Maradiaga, arzobispo de Tegucigalpa, abordó el tema: “Hacia un proyecto histórico para América Latina: aportes fundamentales de los católicos para un ‘programa’ de transformación social y construcción nacional en América Latina”. El cardenal Ouellet, al concluir el evento, presentó además un proyecto de recomendaciones pastorales.
El cardenal canadiense señaló también durante el congreso que entre los objetivos se inserta la colaboración entre la Comisión Pontificia y el CELAM, que tiene ya como horizonte próximo la Celebración continental del Jubileo de la Misericordia, que se realizará en Bogotá del 27 al 30 de agosto del este año.





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Francisco potencia el ecumenismo entre las Iglesias del norte de Europa
Redaccion | 09/03/16

(ZENIT – Madrid). – El caso finlandés como ejemplo de ecumenismo y de unidad entre las confesiones cristianas y de diálogo con otras religiones fue destacado este miércoles por el vicario general de la diócesis de Helsinki, el español Raimo Goyarrola, y el pastor luterano Juhani Holma, director del Centro de Formación Litúrgica de la Iglesia luterana en Finlandia. Ambos participaron en un encuentro en la Oficina de Información del Opus Dei en España, y señalaron que “las jerarquías luterana, católica y ortodoxa trabajan conjuntamente en el diálogo y el acercamiento hasta convertirse en un referente social y, también, en un modelo posible para el ecumenismo universal”.
Durante su intervención, los ponentes manifestaron su admiración por “la figura del Papa, y en concreto la del papa Francisco, al que esperamos encontrar en octubre con motivo de su viaje a Suecia, para celebrar el 500 aniversario de la Reforma. Nos hace mucha ilusión que pueda ver a los católicos del norte y consideramos muy positiva la existencia de un pastor, de una autoridad”.
Finlandia cuenta con 5,4 millones de habitantes, que en su mayoría son luteranos (un 78 por ciento). Además, los ortodoxos son sesenta mil y los católicos suman catorce mil, lo que supone un dos por ciento de la población. El número de católicos crece sobre todo por la inmigración, lo que supone que hay fieles de noventa nacionalidades, explicó Goyarrola. Cuentan con la atención pastoral de 26 sacerdotes (la mayoría extranjeros) y un único obispo.
En el encuentro, el sacerdote y el pastor también indicaron “el buen trato y relación” existente con las comunidades musulmana y judía, y destacaron cómo “la sed de espiritualidad es evidente en un país rico, con un estado de bienestar alto”.
El vicario general de la diócesis de Helsinki insistió en la disposición al diálogo y al trabajo conjunto de sendas confesiones cristianas, que son conscientes de que “la fe es el calor que la gente de Europa del norte necesita”. Entre otras cosas subrayó que “el diálogo oficial entre la Iglesia Católica y la Iglesia Luterana sobre qué es la Iglesia, la Eucaristía y el ministerio sacerdotal demuestra que estamos muy cerca doctrinalmente”.
La Iglesia Católica en Finlandia es minoritaria “y es la más pobre del mundo”. Su actividad se desarrolla en siete parroquias, aunque los domingos cuentan con templos luteranos en los que se oficia la Misa. Su gran aportación a la sociedad finlandesa, según Goyarrola, “es el ejemplo de las familias católicas”.
Por su parte, el luterano Juhani Hulma incidió en la unidad de las confesiones cristianas, entra las que es “muy fácil conversar, dialogar y rezar juntos”.





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Los nuevos milagros reconocidos que permitirán canonizaciones y beatificaciones
Redaccion | 09/03/16

(ZENIT – Ciudad del Vaticano). – El papa Francisco poco antes de partir para el retiro espiritual que está realizando en Aricia, a pocos kilómetros de Roma, tuvo una audiencia con el cardenal Angelo Amato, S.D.B., prefecto de la Congregación de la causa de los santos, durante la cual autorizó la promulgación de diversos decretos sobre las virtudes heroicas y los milagros, necesarios para proseguir con los procesos de canonización de varios siervos de Dios y beatos.
Los milagros reconocidos que abren la puerta a la canonización:
Uno es el del beato español Emanuel González García, obispo de Palencia, fundador de la Unión Eucarística Reparadora y de la Congregación de ñas Hermanas Misioneras Eucarísticas de Nazaret. Nació el 25 de febrero de 1877 y falleció el 4 de enero de 1940.
Otro es el milagro atribuido a la intercesión de la monja francesa carmelita descalza, beata Isabel de la Trinidad (en el siglo Isabel Cátez). Nació el 18 de julio de 1880 y falleció el 9 de noviembre de 1906.
Los milagros que abren la puerta a la beatificación:
Son el de la venerable sierva de Dios, María Antonia de San José (en el siglo María Antonia de Paz y Figueroa), fundadora en Argentina de la casa de ejercicios espirituales de Buenos Aires. Nació en 1730, murió el 7 de marzo de 1799.
Y el milagro atribuido a la intercesión del venerable siervo de Dios, María-Eugenio del Niño Jesús, sacerdote francés de la orden de los carmelitas descalzos, fundador del Instituto secular Nuestra Señora de la Vida. Nació el 2 de diciembre de 1894 y falleció el 27 de marzo de 1967).
Además fueron aprobadas las virtudes heroicas de 7 siervos de Dios, lo que abrirá el camino a la beatificación después que se apruebe un milagro. Ellos son:
Stefano Ferrando: Sociedad Salesiana de San Juan Bosco, arzobispo titular de Troina y obispo de Shillong. Fundador de la Congregación de las Hermanas Misioneras de María Auxiliadora de los Cristianos. Nació el 28 de septiembre de 1895 y murió el 20 de junio de 1978.
Enrico Battista Stanislao Verjus: Congregación de los Misioneros del Sagrado Corazón de Jesús, obispo titular de Limyra, coadjutor del vicario apostólico de Nueva Guinea. Nació el 26 de mayo de 1860 y murió el 13 de noviembre de 1892.
Giovanni Battista Quilici: sacerdote diocesano y párroco. Fundador Congregación de las Hermanas del Crucificado. Nació el 26 de abril de 1791 y murió el 10 de junio de 1844.
Bernardo Mattio: sacerdote diocesano italiano y párroco. Nació el 2 de enero de 1845 y murió el 11 de abril de 1914.
Quirico Pignalberi: sacerdote italiano de la Orden de los Hermanos Menores Conventuales. Nació el 11 de julio de 1891 y murió el 18 de julio de 1982.
Teodora Campostrini: italiana fundadora de la Congregación de las Hermanas Mínimas de la Caridad de María Dolorosa. Nació el 26 de octubre de 1788 y murió el 22 de mayo de 1860.
Blanca Piccolomini Clementino: italiana fundadora de la Compañía de Santa Ángela Merici de Siena. Nació el 7 de abril de 1875 y murió el 14 de agosto de 1959.
María Nieves Sánchez y Fernández: religiosa profesa de las Hijas de María de las Escuelas Pías. Nació el 2 de mayo de 1900 y murió el 1 de mayo de 1978.





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“Europa, un nuevo inicio”, lema del EncuentroMadrid 2016
Iván de Vargas | 09/03/16

(ZENIT – Madrid). – Ya falta menos de un mes para el EncuentroMadrid 2016, que tendrá lugar en el recinto ferial de la Casa de Campo del 8 al 10 de abril, y cuyo lema será “Europa, un nuevo inicio”.
“EncuentroMadrid 2016 es un intento de mirar el presente de Europa como una ocasión para encontrarnos, dialogar y aprender de personas de cualquier ideología, religión, raza o situación económica que estén movidas por la libertad y la búsqueda del infinito; personas que conserven la apertura y el entusiasmo propio de quienes, como nos invitaba a hacer María Zambrano, no confunden y no disfrazan lo que realmente desean”, según explican sus organizadores en una nota.
Nacido hace más de doce años de la experiencia cristiana de personas vinculadas a Comunión y Liberación (CL), en sus tres días de duración, este evento cultural tiene como objetivo “crear espacios de diálogo entre personas de culturas, tradiciones y credos diferentes, convencidos de que los lugares de encuentro entre los hombres son el terreno propicio para la construcción de la convivencia y del bien común”, añaden.
Desde sus orígenes, se trata de “un evento popular abierto a todos y cuyo corazón son los cientos de voluntarios de todas las edades y condiciones sociales que colaboran gratuitamente durante todo el año en su construcción”, señalan.
A lo largo de este tiempo, han pasado por EncuentroMadrid numerosas personalidades del mundo de la cultura, la economía, la música, la política y la religión.
En cada nueva edición, más de 15 mil personas disfrutan de sus exposiciones, conciertos, zona infantil, espectáculos, mesas redondas y conferencias.
En el programa provisional de 2016 sobresalen actividades tan variadas como las exposiciones “Michelín: persona y empresa” o “Abraham. El nacimiento del yo”; conferencias sobre ciencia y razón, el nuevo inicio en España y en Europa, y el fenómeno migratorio. Además, como cada año, EncuentroMadrid contará con actividades culturales para todos los públicos, entre las que destacan varios conciertos.






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España: Los obispos expresan su dolor por el acuerdo de la UE y Turquía en materia de refugiados
Redaccion | 09/03/16

(ZENIT – Madrid). – La Conferencia Episcopal Española (CEE) ha mostrado este martes su dolor ante el acuerdo alcanzado en Bruselas entre la Unión Europea y Turquía en materia de refugiados. “Los obispos de la Comisión Episcopal de Migraciones, ante el acuerdo alcanzado ayer en Bruselas entre la Unión Europea y Turquía para devolver a este último país a todos los refugiados que últimamente han llegado a Europa desde las costas del Egeo, manifiestan su inmenso dolor ante esta y todas las últimas tragedias humanitarias que afectan a emigrantes y refugiados”, subrayan en una nota.
Además, los prelados denuncian que “detrás de estos flujos migratorios, en continuo aumento está siempre la inhumanidad de un sistema económico injusto en el que prevalece el lucro sobre la dignidad de la persona y el bien común, o la violencia y la ruina que genera la guerra, la persecución o el hambre”.
“Estas personas desvalidas reclaman con justicia nuestra solidaridad”, insisten los obispos españoles, que reclaman “un discurso común” en la Unión Europea para “sensibilizar a nuestras comunidades en la defensa de los derechos de refugiados e inmigrantes y a avanzar en el cultivo de la cultura de la acogida e integración de estos hermanos”.
De esta forma, los firmantes unen su voz de pastores de la Iglesia a la de Cáritas Española, la Conferencia Española de Religiosos, el Sector Social de la Compañía de Jesús y Justicia y Paz que también han expresado “su consternación” y “su más absoluto” rechazo a este acuerdo.
Los prelados agradecen la “fraternidad y comunión” que demuestran estas entidades eclesiales, que desarrollan su labor especialmente en el campo social y caritativo, al trabajar y reflexionar juntas sobre estos temas.
“Mantener un discurso común contribuirá más eficazmente a haceros oír, a sensibilizar a nuestras comunidades en la defensa de los derechos de refugiados e inmigrantes y a avanzar en el cultivo de la cultura de la acogida e integración de estos hermanos”, aseguran los obispos.
Finalmente, la Comisión Episcopal de Migraciones de la CEE se une al papa Francisco en su deseo para toda Europa de proyectos como los pasillos humanitarios para los refugiados, que pueden ayudar a personas que huyen de la guerra y de la violencia, como los cien refugiados ya trasladados en Italia.





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Chile: Incendian un santuario y una casa de retiro
Redaccion | 09/03/16

(ZENIT – Roma). – Un santuario y una casa utilizada para vacaciones y retiros, en la carretera que une Vilcún y Cajón, en la región de La Araucanía, diócesis de Temuco, Chile, fue incendiado en la madrugada de este martes, 8 de marzo, por unos hombres enmascarados.
Los delincuentes –explica una nota publicada en Fides– dispararon un tiro al aire para avisar al vigilante de los locales, y cuando este huyó, comenzaron el ataque. Afortunadamente, la casa de retiro estaba vacía en ese momento. “En el lugar se ha encontrado una inscripción que recuerda la reivindicación territorial mapuche, con los nombres de los líderes mapuches muertos en el conflicto entre el Estado chileno y el pueblo mapuche, pero no se ha podido conectar de alguna manera estos hechos entre sí”, precisa.
El párroco de la vecina parroquia de San Sebastián, en cuyo territorio está el santuario, ha expresado su profundo pesar por lo sucedido. “Prendieron fuego a algo que es importante para nosotros, es importante para celebrar nuestra fe, es un santuario visitado por muchas personas”, indica el sacerdote. El santuario está a cargo de los Hermanos Menores Capuchinos.
Asimismo, se informa de que cinco grupos de bomberos llegaron al lugar pero no pudieron evitar que se quemase toda la propiedad. La policía está investigando para encontrar a los responsables. En la región de La Araucanía ya se han producido eventos criminales de esta índole en el pasado, también se incendió una casa.





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Orar, estar y curar con misericordia
Carlos Osoro | 09/03/16

“Orar, estar y curar con misericordia” es el título de la nueva carta semanal del arzobispo de Madrid, monseñor Carlos Osoro Sierra. Publicamos a continuación el texto íntegro de la misma:
Hay aspectos del Evangelio que de una manera esencial quedan marcados en la vida personal. Me impresionan especialmente tres que siempre han retenido mi atención, incluso en decisiones personales y planteamientos pastorales: ver siempre a Nuestro Señor Jesucristo buscando espacios y tiempos para orar, para estar en diálogo con el Padre; verlo siempre al lado de los hombres de su tiempo, de todos los hombres en todas sus circunstancias y situaciones, enseñando y escuchando; y verlo siempre curando el corazón de los hombres, buscando todas las oportunidades para realizarlo. El Señor me urge en lo más profundo de mi misión a presentar estos tres aspectos. Me llama a recordármelos a mí y a presentároslos a vosotros. Por gracia un día me pidió que fuese pastor de todos según su corazón, tanto de quienes creen en Él como de aquellos a los que hay que ir a buscar porque no lo conocen aún, creando puentes, y este mandato del Señor lo percibo hoy con más urgencia. Hay que crear puentes para que todos se sientan hermanos y con necesidad de todos, con ganas de hacer casa común. ¿Cómo?
No tengo más medios que los que utilizó Nuestro Señor Jesucristo. Por ello os hago estas mismas propuestas que Él hizo con su vida y nos manifestó tan claramente:
1. Necesitamos orar, dialogar con quien sabemos que nos ama y escucha. No hay curación de las enfermedades que padecemos los hombres –la más grave es no ser hermanos– sin oración, sin diálogo con Dios. Santo Tomás deseaba estructurar su última obra, la inconclusa Compendium theologiae, según las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. Comenzó por el capítulo de la esperanza y lo desarrolló parcialmente, identificando la esperanza con la oración. Decía que la oración es esperanza en acto y, de hecho, es en la oración donde se desvela la verdadera razón por la cual es posible esperar; ahí entramos en contacto con el Señor del mundo, Él nos escucha y nosotros podemos escucharlo.
2. También es necesario estar al lado de los hombres, de todos los hombres, en todas sus situaciones y circunstancias. ¿No veis las grandes contradicciones que tiene nuestro mundo? Quiere ser autosuficiente, habla de libertad y, sin embargo, quiere recortar su dimensión más fundamental, que es acoger la libertad religiosa, al ámbito de la intimidad. ¡Qué tremendo es prescindir de Dios! ¿No caemos en la cuenta del vacío existencial que está matando y dejando sin valores la convivencia humana, que deja heridos, en soledad y al pairo de cualquier vivificación humana con aires de plenitud que aparece a nuestro lado? Necesitamos recordar siempre dos normas que el Papa san Juan XXIII nos daba en la encíclica Mater et magistra y que llevan, en el fondo, una dinámica de espíritu democrático, también en lo político: «El servicio al bien común, ley suprema, fin propio y esencial del Estado, y el principio de la subsidiariedad, que garantiza el debido respeto a las iniciativas privadas y a coordinar su acción en armonía con los intereses grandes» (n. 14).
3. Tiene una urgencia especial disponernos todos a curar el corazón de los hombres y, para ello, hay que aprovechar todas las oportunidades que tengamos. Para alejar lo que daña al corazón del ser humano no bastan medidas represivas de ningún tipo. Es necesario promover la revitalización moral y religiosa de las conciencias y la evolución y el desarrollo social y político hacia formas jurídicas que aseguren siempre mejor el bien común, que, como muy bien nos decía la encíclica Pacem in terris, «en la época actual se considera consiste principalmente en la defensa de los derechos y deberes de la persona humana» (n. 60). Los derechos fundamentales del hombre son los mismos en todas las latitudes y entre ellos tiene un lugar preeminente el derecho a la libertad de religión, porque concierne a la relación humana más importante: la relación con Dios. Si no se teme a la verdad, nunca temamos a la libertad, menos aún en su máxima expresión: la religiosa. Pues tiene que estar abierta en todas las dimensiones de la existencia humana, que incluye la religiosa.
Urge no perturbar la ecología humana. Una de las mayores perturbaciones surge del relativismo que mina el funcionamiento de la convivencia entre los hombres y, por tanto, de la democracia. Cuanto más sana es una sociedad, más promueve el respeto a los valores inviolables e inalienables de todas las personas. Y es que hay un dato que es clave: cuando no se reconoce como definitivo nada que sobrepase al individuo, el criterio último de juicio acaba siendo el yo y la satisfacción de los propios deseos inmediatos. Por ello, la libertad religiosa es un derecho humano fundamental que conduce al pleno desarrollo de la persona humana, le permite buscar la verdad, comprometerse en el diálogo, le hace vivir teniendo abierta una dimensión trascendente, esencial para su desarrollo integral. Es inconcebible que los creyentes tengan que suprimir una parte de sí mismos, como es su fe, su relación con Dios, para ser ciudadanos activos. Eliminar el derecho a la libertad religiosa en cualquiera de sus dimensiones, privada y pública, individual y comunitaria, es caer en una dictadura. La libertad religiosa no es solamente libre ejercicio del culto, también debe tener consideración la dimensión pública de la religión, que los creyentes contribuyan a la construcción del orden social.
Orar, estar, curar con misericordia, todo ello nos lo ofrece Jesucristo y nos lo revela a los hombres. La realidad de nuestro mundo no se sostiene sin Dios. Preguntémonos: ¿Qué es la realidad? ¿Qué es lo real? ¿Son realidad solo los bienes materiales, los problemas sociales, económicos y políticos? Quizá aquí está el gran error de todos los sistemas que falsifican el concepto de realidad amputando la realidad fundante y decisiva que es Dios mismo. Excluir a Dios del horizonte es falsificar el concepto de realidad. Dios presente y no ausente nos hace vivir estas bienaventuranzas:
• Bienaventurados los que tienen amor a la verdad, entre personas, grupos, mecanismos de la vida pública, que nos hace ser más auténticos.
• Bienaventurados los que tienen sentido de la justicia en las leyes y su aplicación, en los derechos humanos.
• Bienaventurados los que tienen, viven y promueven la ejemplaridad moral, que siempre se convierten en testimonio y fermento, promoviendo la ética.
• Bienaventurados los que ponen los medios para que todos participen en la construcción de lo que es común, animando la convivencia.
• Bienaventurados los que aportan un discernimiento sereno sobre situaciones y problemas de la vida pública, de la convivencia entre los hombres.
• Bienaventurados los que aceptan y escuchan al discrepante, canalizando el diálogo abierto y sincero que legitima a las personas y los grupos.
• Bienaventurados los que aceptan las diferencias, con superación del descarte, y canalizan la convivencia sin predisponer contra otros.
• Bienaventurados los que se empeñan por la paz, arrancan la violencia, estimulan la creatividad en la casa común.
Con gran afecto, os bendice,
+ Carlos, arzobispo de Madrid





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Santa María Eugenia de Jesús (Anna Milleret de Brou) – 10 de marzo
Isabel Orellana Vilches | 09/03/16

(ZENIT – Madrid). – Nació el 26 de agosto de 1817 en Metz, Francia. La ideología liberal de sus padres que gozaban de una espléndida posición –el Sr. Milleret era banquero y político– estaba impregnada de la volteriana, que no parecía la más idónea para una futura santa. Pero Dios está siempre por encima de las circunstancias de la vida, alumbrando a sus hijos para que alcancen la unión con Él. Y como Anna siguió los dictados divinos, llegó a los altares. La base de su educación fueron valores universales a los que luego su vida evangélica les daría el sentido conferido por Cristo, pero ella misma reconoció que aquéllos fueron esenciales. No contando con el crucial apoyo de su familia, por declararse no creyente, era admirable que acudiese a las misas dominicales. Ahora bien, como a tantas personas les sucede, lo hacía sin mayor afán de compromiso. Pero al recibir la primera comunión en las navidades de 1829 algo muy hondo y especial se produjo en su interior.
A partir de 1830 la familia se resquebrajó. A la pérdida de bienes materiales de su padre siguió la separación del matrimonio y la disgregación de los hermanos. El cólera le arrebató a su madre en 1832, y antes tuvo que afrontar la muerte de dos hermanos, uno mayor y la otra más pequeña que ella, sin contar con una funesta caída, de cuyas secuelas no se libró, y la incertidumbre ante un futuro inseguro. Todo ello aconteció en sus primeros 15 años de vida. En ese sombrío panorama, sin guía alguna ni mano amiga que la sostuviera en tanto sufrimiento, amparada por una pudiente familia de Châlons que la acogió, lo más lógico era poner en cuarentena las escasas raíces de la fe que poseía: «Viví unos años preguntándome sobre la base y el efecto de las creencias que no había comprendido… Mi ignorancia de la enseñanza de la Iglesia era inconcebible y con todo había recibido las instrucciones comunes del catecismo».
Vuelta a París con su padre, en la Cuaresma de 1836 fue a Notre-Dame. Al escuchar la predicación del padre Lacordaire, discípulo de Lamennais, cambió el rumbo de su existencia. Aparcó la ajetreada vida social en la que estaba inmersa, y se dispuso a situar a Cristo en el centro de su corazón. Poco más tarde, el padre Combalot, predicador como el anterior, asumió su dirección espiritual. Y al ir penetrando en los entresijos del alma de la joven se percató de su grandeza. Dios le ponía delante justamente a la persona que precisaba para fundar la Orden que tenía in mente, en honor de Nuestra Señora de la Asunción, con objeto de paliar las deficiencias de los jóvenes, especialmente de los incrédulos. Ella no lo tuvo tan claro, pero aceptó el designio de Dios que le sobrevenía a través de su confesor. Eso sí, compartía con él la idea de que la educación cristiana es clave para la vida, ya que bajo su influjo se obra una decisiva transformación personal que revierte en la sociedad.
Pasó por el convento de la Visitación de La Côte-Saint-André, Isère, y quedó impregnada de la espiritualidad de san Francisco de Sales, sello perceptible en la fundación que emprendería en breve. En 1838 se produjo otro encuentro decisivo en su vida. Conoció al padre Emmanuel d’Alzon, vicario general de Nimes, que fue su confesor, y que fundaría los Asuncionistas en 1845. Durante cuatro décadas iban a compartir colegialmente el mismo ideal, el amor a Cristo y a su Iglesia, así como el afán de esparcir el carisma por doquier. En 1839, junto a otras dos jóvenes, la santa puso en marcha la congregación religiosa de la Asunción. Llevaban una vida de oración y estudio. Aunaban contemplación y acción teniendo como pilares de su existir a Cristo y el misterio de su Encarnación.
En la primavera de 1841 las primeras religiosas que secundaron a la fundadora, antiguas amigas suyas, tomaron caminos divergentes a los del padre Combalot, con el que no compartían su modo de llevar adelante la obra. Anna sufrió mucho con el carácter del sacerdote, pero entendió maravillosamente que había sido un fértil instrumento que Dios puso para que la fundación fuese una realidad. Vivió en perfecta fe y obediencia, contribuyendo con su indeclinable entrega a esta misión para la que había sido llamada. Volviendo la vista atrás respecto a lo que fueron esos umbrales, veía cómo había sido impulsado todo por Cristo: «¡Todo viene de El, todo es pues de El y debe volver a Él!».
Después de esta ruptura, quedaron bajo el amparo del arzobispo de París y de su vicario general, monseñor Gros. En agosto hicieron los votos, y al año siguiente, con la ayuda de benefactores y amigos, entre otros el padre Lacordaire, inauguraron la primera escuela. Hubo en la vida de la fundadora muchos momentos de oscuridad y dificultades que vivió en silencio. Decía: «El camino hacia la santidad es un camino de separación y unión, de ruptura para crear un nuevo lazo de unión. En la vida religiosa solo se vive feliz y contento dejando a Dios hacer en nosotros todo lo que quiera… y quitarnos todos los apegos. Es la santidad de Dios la que lo quiere».
En 1880 vivió con sumo dolor la separación del padre Enmanuel que la precedía en su camino hacia el cielo. Afirmó entonces: «Dios quiere que todo caiga a mi alrededor». Ocho años más tarde moría su más estrecha colaboradora, Thérèse-Emmanuel. Mientras, el Instituto seguía creciendo. Consciente de que la medida del amor es amar sin medida, conducía a las religiosas por el sendero de la radicalidad evangélica: «En la educación, una filosofía, un carácter, una pasión. Pero ¿qué pasión dar? La de la fe, la del amor, la de la realización del Evangelio». Ella misma, vencida por los achaques de la edad, corroboraba que lo único que se mantiene indemne es el amor. «Solo me queda ser buena», manifestaba. En 1897, paralizados sus miembros, en su semblante quedaba al descubierto el poderoso brillo de la pasión por Cristo que estaba más vivo que nunca, como develaban sus ojos. Y el 10 de marzo de 1898 entregó su alma a Dios. Fue beatificada por Pablo VI el 9 de febrero de 1975. Benedicto XVI la canonizó el 3 de junio de 2007.






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Comentario a la liturgia dominical
Antonio Rivero | 09/03/16

P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil).
Idea principal: Vamos a ver quién tira la primera piedra contra el pecador.
Síntesis del mensaje: La liturgia de hoy sigue dándonos pistas para vivir mejor el año de la Misericordia. La misericordia de Dios nos invita a no recordar lo pasado (1ª lectura), pues las aguas impetuosas de su gracia desde el bautismo limpiaron nuestra conciencia, abrieron camino en el desierto de nuestra vida y hicieron correr ríos en la tierra árida de nuestro corazón. Esa misericordia divina, como a san Pablo, nos dio alcance y nos ha conquistado, lanzándonos hacia delante, sin mirar atrás, hacia la meta de la santidad (2ª lectura). Finalmente, esa misericordia divina se encarnó en Cristo que en la confesión nos absuelve de nuestros pecados y nos pone un compromiso: “Vete y no vuelvas a pecar” (Evangelio) y también a no tirar la piedra de nuestra condena a nadie, pues no somos jueces.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, ¿quién puede tirar la primera piedra contra este mujer sorprendida en adulterio? Esta mujer del evangelio es soltera, virgen y novia. Por eso los acusadores, juristas de profesión, piden contra ella la pena de muerte a pedradas y, así, por lapidación se ejecutaba entonces a la adúltera soltera, virgen y novia prometida (cf. Dt 22, 24), porque a la otra, a la adúltera casada, se la ejecutaba por libre (cf. Lv 20, 10; Dt 22, 22), ordinariamente por estrangulación. Que aquí hay un adulterio, lo hay, porque los acusadores saben lo que se juegan si mienten, porque ella sabe la muerte que la espera y no rechista, porque Jesús le dice: “No peques más”. Señal de que había pecado. Señal de que el adulterio es pecado y, a juzgar por el castigo legal, pecado grave y, según la doctrina de san Pablo, pecado mortal de condenación eterna (cf. 1 Co 6, 9). ¿Y qué fue del hombre con quien adulteró? Tal vez era un huido porque, aunque los cogen in fraganti, ni rastro. ¿Saltó por la ventana? Cuando el marido entra por la puerta, el adúltero salta por la ventana, a veces bota mal en el suelo y queda cojo para toda su vida. Este casado adúltero tiene a su favor la ley del embudo: para el hombre lo ancho, para la mujer, lo agudo. Mucho se ensañan los hombres y las mujeres con la adúltera: ellas, con sus críticas la marcan a fuego, como a una res, para los restos. Y ellos, dispuestos a apedrearla. Amigo, ¡aquí nadie tira una piedra ni la coge del suelo ni la toca ni la mira! Porque no hay un solo inocente en el mundo, aquí todos pecadores. Y los peores, los pecadores del mismo palo, que apedrean a sus iguales para disimular su personal pecado. Los peores no son los jóvenes, ingenuos todavía, sino los viejos, con más trapacerías que años, arteros en eso de tirar la piedra y esconder la mano.
En segundo lugar, ¿Jesús tirará la piedra? Si Jesús elige dejar de lado el mandato bíblico podría ser acusado de quebrantar la ley de Dios y, por tanto, condenado; si elige apartarse en este caso de lo que ha enseñado –amor y misericordia- contradiría sus propias enseñanzas, perdiendo así toda autoridad. Sin embargo, como a lo largo de todo el evangelio, los enemigos se verán confundidos por la sabiduría del Maestro que los deja sin respuesta y los pone ante la obligación de cambiar, ellos sí, de actitud ante la verdad que les es anunciada. Cristo usa con esos enemigos una técnica con estos pasos: primero, la indiferencia, “inclinándose comenzó a escribir en el suelo con el dedo”. Segundo, ante la insistencia para que tire la piedra, Jesús da una respuesta habilísima que logra tres fines: ponerse del lado de la ley, con lo que no podrán acusarlo; perdonar a la pecadora, que es lo que su corazón quiere, y confundir la maldad de los hipócritas: “El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra”. Les invita a entrar dentro de sí mismos. Quien esto hace, se descubre pecador también. Pero los fariseos y escribas estaban ciegos por la soberbia. Jesús, que condena el adulterio, salva a la adúltera: “Tampoco yo te condeno” a muerte. Se condena el pecado, pero no al pecador. En la historia de la humanidad, hubo un solo inocente que, llegado el momento de tirar la primera piedra, se agachó, garabateaba en el suelo, se hizo el distraído, espantó a todos los acusadores y, erguido, dijo a la mujer ya de pie: “Yo tampoco te condeno”.
Finalmente, ¿qué podemos aprender nosotros hoy? ¡Cuántos de nosotros tal vez guardamos piedras para arrojarlas contra nuestros hermanos pecadores! ¡Cuántos ya tiraron piedras con la lengua afilada, con actitudes de odio, de desprecio y de silencio! ¡Cuántos están ya dispuestos a tirarlas contra los gobernantes, contra el Papa, los obispos, sacerdotes, jefes de trabajo, parientes, vecinos, parroquianos, compañeros de grupos…! Aprendamos estas cosas: primero, no desesperemos ante nuestros pecados, pues Dios es misericordia. Segundo, no demoremos la conversión al Señor ni la atrasemos de un día para otro. Tercero, la finalidad de la ley es la gloria de Dios y la salvación del hombre. Quien la aplica sin caridad, como estos fariseos del evangelio de hoy, sin buscar que el pecador se arrepienta y recupere la dignidad de hijo de Dios, contradice la voluntad de Dios mismo, que quiere que todos se salven (1 Tm 2,4). ¡Ay de aquel que se cubra con la máscara de la justicia y de la virtud, sin caridad en el corazón! Sí, debemos ser inflexibles con el pecado, pero llenos de misericordia con el pecador.
Para reflexionar: ¿Juzgo a mis hermanos? ¿Tengo misericordia en mi corazón? ¿He meditado lo suficiente esta frase de Cristo: “Porque en la medida con que midáis, se os medirá también” (Mt 7,2)?
Para rezar: Señor, ten piedad de mí que soy un pecador. En este año de la misericordia, dame un corazón misericordioso como el Tuyo.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: arivero@legionaries.org





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Santo Domingo Savio – 9 de marzo
Isabel Orellana Vilches | 08/03/16

Modelo para la infancia y la adolescencia, este dechado de inocencia evangélica nació en Riva de Chieri, Italia, el 2 de abril de 1842. Al año siguiente toda la familia se trasladó a las colinas de Murialdo. El día de su primera comunión, realizada en Castelnuovo en 1849, arrodillado ante el altar se propuso: 1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada Comunión siempre que el confesor me lo permita. 2. Quiero santificar los días de fiesta. 3. Mis amigos serán Jesús y María. 4. Antes morir que pecar». Resumen su vida.
En 1854 conoció a Don Bosco, su guía y rector hacia el camino de la santidad. Fue con él a Turín integrándose en el Oratorio. En el dintel de la puerta de su cuarto el fundador había colgado esta consigna: «¡Denme almas, y llévense lo demás!». Después de leerlo, Domingo le dijo: «Don Bosco, aquí se trata de un negocio, la salvación de las almas. Pues bien, yo seré la tela y usted será el sastre. Haga de mí un hermoso traje para el Señor». Sabía que estaba en el lugar en el que cumpliría su más ferviente anhelo: «¡Yo quiero hacerme santo!», aunque su camino hacia los altares había comenzado ya con una presencia de Dios constante en su mente y actos cotidianos de amor.
No consentía comer sí no se rezaba antes. Era el primero en acudir a la iglesia los domingos. Y si hallaba el templo cerrado, rezaba en el umbral, hincado de rodillas al margen de las crudas inclemencias meteorológicas que pudieran darse. Disfrutaba siendo monaguillo y todos podían advertir su fervor ante al Santísimo; los gestos delataban su estado de recogimiento, con las manos juntas y los ojos clavados en el sagrario. Con espíritu de sacrificio recorría todos los días 18 km. a pie para ir a la escuela. Hasta su tío, impresionado, le preguntó: «¿No tienes miedo de ir solo?». Rotundo y cabal, respondió: «Yo no estoy solo; me acompaña el Ángel de la Guarda». Sufría con solo pensar en una eventual ofensa a Cristo, y no podía contener sus lágrimas. Buscando siempre lo más perfecto, y arrepentido de haber hecho novillos en una ocasión incitado por sus amigos, buscó la amistad de Jesús y de María.
En Turín, llevado por su gran devoción a María, junto a un grupo de compañeros fundó la Compañía de la Inmaculada y todos se comprometieron a ayudar a Don Bosco para educar a los muchachos del Oratorio. Esos chavales a quienes este fundador se dirigía, diciéndoles: «A vosotros, santos…» eran de diversa índole y procedencia: ricos y pobres, más pacíficos y extremadamente violentos. Mucho le sirvió a Domingo su arte para narrar cuentos. Don Bosco se dio cuenta de que el joven era especial. Así lo describió: «Domingo no se ha hecho notorio en los primeros tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su perfecta docilidad y de una exacta observancia de las reglas de la casa… y una exactitud en el cumplimiento de sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar».
Sin embargo, no era perfecto, claro está; nadie lo es. Y en su particular itinerario hacia la santidad, de la mano del fundador aprendió a templar alguna que otra salida de tono, inducido por actitudes molestas de algunos compañeros. También consiguió remontar esos picos emocionales a los que tendía llevado por su temperamento melancólico. No queriendo sucumbir ante él, porque le impedía escuchar la voz de Dios, se fue fortaleciendo siendo fiel a las pequeñas cosas de cada día como le había enseñado Don Bosco.
Fue un apóstol incansable dentro y fuera del Oratorio. El fundador reconocía que el pequeño «llevaba más almas al confesionario con sus recreos que los predicadores con sus sermones». Su bellísima voz, aplaudida por quienes la escuchaban, le creó cierto desasosiego cuando alabaron sus cualidades vocales tan excepcionales. Los parabienes desataron en él gran emoción porque había experimentado interiormente un sentimiento a favor del halago: «Mientras cantaba, sentía cierta complacencia; ahora me felicitan…; así pierdo todo el mérito».
Un día se quedó absorto ante la Eucaristía durante siete horas. Después de buscarlo afanosamente por todos los lugares, Don Bosco lo halló ante el sagrario, y Domingo le pidió perdón por haber transgredido las reglas. Le horrorizaba el pecado, sobre todo el de impureza. La Virgen le alumbró rescatándole de las malsanas curiosidades de esas edades de la adolescencia contra las que luchaba titánicamente consagrándose a la Inmaculada. Algunos años después de morir, cuando se apareció a Don Bosco en uno de sus famosos sueños, le preguntó: «Domingo, ¿qué es lo que más te consoló en el momento de tu muerte?». Y él respondió: «La asistencia de la poderosa y amable Madre del Salvador». Era firme y dulce a la par. Sentía dolorosas turbaciones y dudas de conciencia que le instaban a confesarse cada tres o cuatro días. Su ansia penitencial era insaciable porque quería unirse a los sufrimientos de Jesús en la cruz.
Juan Bosco le ayudó en esa etapa convulsa de la vida, y no tuvo problemas en encauzarlo porque en Domingo eran proverbiales su obediencia, docilidad y generosidad. En la biografía que escribió de él, el fundador expuso los matices de un camino que hicieron de este joven el santo que es. Se percibe cómo llegó a realizar este anhelo: «Yo quiero entregarme todo al Señor. Yo debo y quiero pertenecer todo al Señor». Caritativo, humilde, devoto de Jesús Sacramentado y de María, experimentaba también un gran amor por el Santo Padre. Fue agraciado con numerosos favores místicos. Era de salud delicada, y en 1857 ésta se agravó con una pulmonía. El médico aconsejó que viajara a Mondonio para reponerse. Al despedirse, intuyendo su pronta muerte se dirigió a Don Bosco y a sus compañeros diciéndoles: «Nos veremos en el paraíso». Y el 9 de marzo de ese año voló al cielo después de haber recitado las oraciones que se leían a los agonizantes, y que su padre rezaba. Sus últimas palabras fueron: «Papá, ya es hora […]. Adiós, querido papá, adiós. ¡Oh, qué hermosas cosas veo!». Pío XII lo beatificó el 5 de marzo de 1950, y también lo canonizó el 12 de junio de 1954.