Estamos a pocos días de inaugurar la Semana Santa 2016. Todos los que hemos sido instruidos en la fe cristiana y sus costumbres sabemos de la singular importancia de este acontecimiento anual. Incluso aquellos conciudadanos nuestros que han sido educados en otras tradiciones al verse, voluntaria o involuntariamente, rodeados de tantas manifestaciones artístico-religiosas, a pie de calle, no dejan de preguntarse acerca del significado de las mismas. Y eso a pesar de que algunos están más que empeñados en querer hacerlas desaparecer del espacio público. Con todo, la Semana Santa sigue perviviendo con auge renovado.

Para el análisis de tan singular fenómeno socio-religioso una extensa, anárquica y descompensada bibliografía ha proliferado en las últimas décadas. Fácilmente puede comprobarse, por ejemplo, como los aspectos emotivos ganan terreno, en muchas ocasiones, a la reflexión antropológica, teológica e histórica.

De lo que no cabe duda es que en el complejo panorama histórico en que nos encontramos la Semana Santa, como manifestación pública de fe y arte cristiano, sigue convirtiéndose en un atractivo fenómeno presto a ser contemplado desde distintos ángulos. Aún más, se consolida como objeto de debate social; a veces desde el asedio de tópicos, a veces desde de la investigación rigurosa contenida en valiosos repertorios bibliográficos y, en ocasiones, desde la honesta descripción del viajero. Así, el genial G. K. Chesterton en su libro “El color de España”, contempló nuestra Semana Mayor como un drama completo y concreto perfectamente sencillo e insondablemente profundo.

Verdad indiscutible es que Hermandades y Cofradías, las más antiguas surgidas en el bajomedievo, han venido realizando un gran esfuerzo por llevar a la práctica el necesario aggiornamento que la Iglesia, desde los días del Concilio Vaticano II, exigió a estas asociaciones púbicas de fieles. La dimensión social (‘bolsa de caridad’, proyectos de ayuda al desarrollo…) junto a los congresos científicos organizados para el tratamiento sistemático de esta realidad eclesial son buena muestra de la ejemplar obediencia al mandato conciliar.

No menos ciertas fueron las tensiones surgidas durante los años 70-80 del siglo pasado entre los distintos agentes de la Semana Santa. En algunos lugares llegaron incluso a hacer peligrar su existencia, desde siglos. Algunas causas apuntaban al carácter tradicional de la religiosidad popular como opuesto, per se, al movimiento de reformas instituidas por el Vaticano II. Finamente, una acertada visión de futuro y una sensata innovación pastoral lograron salvaguardar tan excelente patrimonio espiritual y artístico.

En aquellos mismos años William Christian publicó su obra “Religiosidad popular. Estudio antropológico en un valle español” -pionera en el estudio antropológico del hecho religioso en España- demostrando la genialidad de la Iglesia a la hora de saber combinar formas universales y prescritas, siempre tendentes a la homogeneización, con una certera adaptación a las realidades locales; siendo la Semana Santa hispana uno de sus mejores exponentes.

A día de hoy ya casi nadie cuestiona que la Semana Santa sea uno de los recursos catequético-pastorales con los que la Iglesia Católica cuenta para la evangelización. El papa Francisco, en reiteradas ocasiones, ha manifestado la importancia de la piedad popular como medio para la nueva evangelización. Un medio, por otra parte, que la Iglesia viene utilizando, con mayor o menor eficacia, desde los tiempos de la Contrarreforma barroca. Sin olvidar que el recurso a la creación artística como lenguaje altamente pedagógico para la transmisión de las verdades de la fe se remonta al primitivo cristianismo.

Por eso, queremos acabar este artículo recordando que “el arte sacro de cada tiempo, de cada sociedad es verdadero y bello cuando corresponde por su forma a su vocación propia: evocar y glorificar, en la fe y adoración, el misterio trascendente de Dios. Belleza sobre eminente e invisible de Verdad y de Amor, manifestado en Cristo, ‘resplandor de su gloria e impronta de su esencia’ (Hb 1, 3), en quien ‘reside toda la plenitud de la Divinidad corporalmente’ (Col 2, 9). Belleza espiritual reflejada en la Santísima Madre de Dios… El arte sacro verdadero lleva al hombre a la adoración, a la oración y al amor de Dios Creador y Salvador, Santo y Santificador” (CIC, nº 2502).