En los albores de la “primavera árabe”, hace ahora cinco años, surgieron esperanzados procesos de transición, orientados a la constitución de sociedades más democráticas en varios países de África y de Oriente medio. Por aquel entonces, Occidente no dejó de mostrar su beneplácito hacia aquellos movimientos populares; apresurándose a apoyar la caída de dictadores e instando a la sociedad civil moderada a hacerse cargo de alternativas políticas incipientes. A día de hoy, los frutos han sido más bien escasos. Es más, estamos asistiendo a contrarrevoluciones, guerras civiles, auge del terrorismo internacional… y desgraciadamente podemos decir que está acaeciendo un “invierno árabe”.

Túnez fue el germen. A duras penas está consiguiendo arrancar reformas varios años después; siendo uno de los países más azotados por el terrorismo. Sus vecinos, Egipto o Libia, aunque con situaciones muy distintas, se encuentran ante serias dificultades para la formación de gobiernos estables. En Marruecos la monarquía ha conseguido liderar un proceso de reformas interno que le está permitiendo mantener el orden. Otros países no han empezado ni siquiera algún tipo de reforma; y bajando hacia África Subsahariana la situación es aún mucho más compleja.

Quizá, el peor de los escenarios es el que se está produciendo en Oriente Medio. Hace cinco años, en Siria, comenzó una cruenta guerra civil entre los partidarios de una transición –impulsada por partidos fundamentalistas- y un gobierno que hasta entonces había tenido apoyo internacional, pero que reaccionó bombardeando a su población civil. En Siria no cabe más alternativa que la de estar al lado de las víctimas. En Afganistán hay una guerra abierta con idas y venidas prácticamente desde 2001. En Irak el auge del estado islámico hace temblar al más fuerte; con persecuciones y ejecuciones retransmitidas con la tecnología del siglo XXI. Los cristianos de Mosul son testigos-mártires de ello.

Ante esta situación de barbarie, muchos ciudadanos de estos países en conflicto no tienen otra alternativa que la huida. Abandonarlo todo: familia, amigos, trabajo, hogar, bienes. Es decir, su vida y lanzarse a la desesperada por alcanzar una sociedad mejor donde poder reiniciar una existencia marcada por una violencia irracional.

Hace seis meses la foto del pequeño Aylan, de tres años, ahogado en las costas de Turquía dio la vuelta al mundo y nos removió las entrañas a todos. Pero desde aquel día, muchos otros niños, jóvenes y adultos se han lanzado al Mediterráneo con el objetivo de alcanzar las costas europeas. El viejo ‘Mare Nostrum’ se está convirtiendo en una fosa común de la desesperación. En este caso huyen de la guerra pero llevamos años con miles y miles de personas que huyen de la miseria. Ya lo denunció el papa Francisco en su primer viaje, en 2013, a Lampedusa: Vergogna, oculta bajo una crisis de valores y una globalización de la indiferencia.

Pero en este momento hablamos de refugiados. No puede olvidarse que el derecho internacional les protege y les ampara. Europa debe aplicar el derecho de asilo en cuanto pisan su territorio. Cabe preguntarse: ¿dónde está Europa? Ciudadanos particulares, precisamente de Grecia, de la isla de Lesbos, son los primeros que están reaccionando. La sociedad más azotada por la crisis, la griega, está demostrando ser solidaria y abre sus hogares de emergencia a la llegada cada día de barcazas con personas. Con todo, esta situación es insostenible.

Desde hace meses varias rutas se han ido abriendo por los propios refugiados. Rutas que algunos gobiernos europeos se han encargado de cerrar. En muchos casos con vergonzosas alambradas. Se han cerrado fronteras y cada vez son mayores las limitaciones a la circulación de personas en un continente que hasta hace poco, alardeaba de libertades civiles y políticas.
El resultado es que ahora mismo se agolpan miles de refugiados en campos como el de Idomeni, donde el frio, la lluvia y las pocas condiciones higiénicas ponen en serio riesgo la vida de más de cuarenta mil personas.

El último acuerdo del que se tiene noticia es el establecido entre la UE y Turquía; éste contempla una devolución de refugiados de Grecia a Turquía, para que se hagan cargo de ellos, con intercambio de dinero. La sociedad civil europea, las organizaciones no gubernamentales, la Iglesia católica, ACNUR y la propia ONU están advirtiendo a la UE de la presunta ilegalidad de dicho acuerdo, aparte del cuestionamiento ético acerca del mismo.

Ahora bien, a nivel internacional, también contamos con buenas prácticas. Canadá está dando acogimiento con estatus de refugiado a 25.000 sirios y está dispuesto a acoger a 20.000 más. Este país que en su momento cerró las puertas a la familia de Aylan está sabiendo reaccionar. Es la muestra de que hace falta voluntad y un proceso ordenado.

Con todo, no nos queremos limitar a un mero análisis de la situación. Queremos ser propositivos. Por eso, ofrecemos, seguidamente, cuatro puntos para empezar a sentar las bases de un acogimiento real que respete la dignidad humana en primer lugar y, en segundo lugar, el estatuto del refugiado. A la vez, es preciso que desde la ONU se insista, hasta la saciedad, en negociar acuerdos de paz y de estabilidad en la zona. Pero también es de urgente necesidad potenciar más la ‘cooperación al desarrollo’, porque de la injusticia social, de las desigualdades extremas surgen muchos conflictos. La paz es fruto de la justicia, y es esta justicia lo que podemos construir entre todos.

El primer punto sería establecer vías seguras para los refugiados, que salvaguarden la vida e integridad de estas personas, haciendo desaparecer, de este modo, los escandalosos escenarios de muerte en el que se han convertido las costas del mediterráneo europeo.

En segundo lugar, es preciso atender a los refugiados con dignidad, calidad y proporcionando una acogida rápida. No estamos hablando de acoger a un millón de refugiados en un único país, sino de ir dando entrada, por ejemplo en cupos de 25.000. Una cifra manejable perfectamente para un país, incluso para algunas comunidades autónomas y ayuntamientos. Existen medios: albergues, centros de acogida y todo tipo de alojamientos. Entre los 28 estados miembros de la UE, se acogería un millón de refugiados rápidamente.

En tercer lugar, establecimiento de una comisión de expertos bajo vicepresidencia del gobierno de turno; como ya se hizo en nuestro país con la crisis del ébola y que tan buen resultado dio. Responsables de distintos Ministerios implicados en la crisis de refugiados, expertos de los organismos internacionales (ACNUR), de las organizaciones de la sociedad civil (Caritas, Cruz Roja, etc.). Se podría ir decidiendo de manera ágil y coordinada, por ejemplo, cómo acoger, dónde, el estatus de acogida o los tiempos de permanencia.

En cuarto lugar, y en sintonía con lo anterior, sería preciso negociar los acuerdos de paz al más alto nivel, en el Consejo de Seguridad de la ONU (como ya se está haciendo y que esperamos que de sus frutos). Teniendo muy presente el fomento del desarrollo en los países de origen.

Por último, queremos terminar recordando aquellas palabras que, hace más de 30 años, pronunciara Juan Pablo II en nuestro país, y que estos días resuenan con más fuerza que nunca:
“Europa…vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes”. (Juan Pablo II, Santiago de Compostela 1982).