Servicio diario - 25 de marzo de 2016


 

El Papa en el Coliseo: “Oh Cruz de Cristo, hoy te seguimos viendo…”
Sergio Mora | 25/03/16

(ZENIT – Roma).- En el sugestivo escenario del Coliseo Romano, el papa Francisco presidió el Vía Crucis en la noche de este viernes santo, ante varios miles de personas allí reunidas con velas en la mano, y en medio de excepcionales medidas de seguridad.
Las 14 estaciones que llevan por título “Dios es misericordia” las escribió el cardenal Gualtiero Bassetti arzobispo de Perugia, por encargo del Santo Padre, acordándose de los dramas de nuestro tiempo, señalando entretanto que Dios no solo opera misericordia, sino que es misericordia.
Partiendo del interno del Coliseo, lugar en el que murieron muchos mártires cristianos, personas de diversas nacionalidades acompañaron la cruz en su recorrido, entre las cuales de Bolivia, Paraguay, México, y una familia ecuatoriana. También de Rusia, China, Bosnia, Siria y de otras partes del mundo. Con ellos estaba además una persona en silla de ruedas.
Concluido el Via Crucis el Papa rezó la siguiente oración en la que se reflejan las esperanzas y las preocupaciones, los bienes y males del mundo de hoy, en los que se ve la cruz de Cristo.

El Coliseo en el Vía Crucis
En su oración el Papa dijo:
«Oh Cruz de Cristo, símbolo del amor divino y de la injusticia humana, icono del supremo sacrificio por amor y del extremo egoísmo por necedad, instrumento de muerte y vía de resurrección, signo de la obediencia y emblema de la traición, patíbulo de la persecución y estandarte de la victoria.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo alzada en nuestras hermanas y hermanos asesinados, quemados vivos, degollados y decapitados por las bárbaras espadas y el silencio infame.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los rostros de los niños, de las mujeres y de las personas extenuadas y amedrentadas que huyen de las guerras y de la violencia, y que con frecuencia sólo encuentran la muerte y a tantos Pilatos que se lavan las manos.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los doctores de la letra y no del espíritu, de la muerte y no de la vida, que en vez de enseñar la misericordia y la vida, amenazan con el castigo y la muerte y condenan al justo.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ministros infieles que, en vez de despojarse de sus propias ambiciones, despojan incluso a los inocentes de su propia dignidad.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los corazones endurecidos de los que juzgan cómodamente a los demás, corazones dispuestos a condenarlos incluso a la lapidación, sin fijarse nunca en sus propios pecados y culpas.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los fundamentalismos y en el terrorismo de los seguidores de cierta religión que profanan el nombre de Dios y lo utilizan para justificar su inaudita violencia.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los que quieren quitarte de los lugares públicos y excluirte de la vida pública, en el nombre de un cierto paganismo laicista o incluso en el nombre de la igualdad que tú mismo nos has enseñado.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los poderosos y en los vendedores de armas que alimentan los hornos de la guerra con la sangre inocente de los hermanos.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los traidores que por treinta denarios entregan a la muerte a cualquier persona.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ladrones y en los corruptos que en vez de salvaguardar el bien común y la ética se venden en el miserable mercado de la inmoralidad.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los necios que construyen depósitos para conservar tesoros que perecen, dejando que Lázaro muera de hambre a sus puertas.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los destructores de nuestra «casa común» que con egoísmo arruinan el futuro de las generaciones futuras.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ancianos abandonados por sus propios familiares, en los discapacitados, en los niños desnutridos y descartados por nuestra sociedad egoísta e hipócrita.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en nuestro mediterráneo y en el Mar Egeo convertidos en un insaciable cementerio, imagen de nuestra conciencia insensible y anestesiada.
Oh Cruz de Cristo, imagen del amor sin límite y vía de la Resurrección, aún hoy te seguimos viendo en las personas buenas y justas que hacen el bien sin buscar el aplauso o la admiración de los demás.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ministros fieles y humildes que alumbran la oscuridad de nuestra vida, como candelas que se consumen gratuitamente para iluminar la vida de los últimos.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en el rostro de las religiosas y consagrados –los buenos samaritanos– que lo dejan todo para vendar, en el silencio evangélico, las llagas de la pobreza y de la injusticia.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los misericordiosos que encuentran en la misericordia la expresión más alta de la justicia y de la fe.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en las personas sencillas que viven con gozo su fe en las cosas ordinarias y en el fiel cumplimiento de los mandamientos.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los arrepentidos que, desde la profundidad de la miseria de sus pecados, saben gritar: Señor acuérdate de mí cuando estés en tu reino.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los beatos y en los santos que saben atravesar la oscuridad de la noche de la fe sin perder la confianza en ti y sin pretender entender tu silencio misterioso.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en las familias que viven con fidelidad y fecundidad su vocación matrimonial.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los voluntarios que socorren generosamente a los necesitados y maltratados.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los perseguidos por su fe que con su sufrimiento siguen dando testimonio auténtico de Jesús y del Evangelio.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los soñadores que viven con un corazón de niños y trabajan cada día para hacer que el mundo sea un lugar mejor, más humano y más justo.
En ti, Cruz Santa, vemos a Dios que ama hasta el extremo, y vemos el odio que domina y ciega el corazón y la mente de los que prefieren las tinieblas a la luz.
Oh Cruz de Cristo, Arca de Noé que salvó a la humanidad del diluvio del pecado, líbranos del mal y del maligno. Oh Trono de David y sello de la Alianza divina y eterna, despiértanos de las seducciones de la vanidad. Oh grito de amor, suscita en nosotros el deseo de Dios, del bien y de la luz.
Oh Cruz de Cristo, enséñanos que el alba del sol es más fuerte que la oscuridad de la noche. Oh Cruz de Cristo, enséñanos que la aparente victoria del mal se desvanece ante la tumba vacía y frente a la certeza de la Resurrección y del amor de Dios, que nada lo podrá derrotar u oscurecer o debilitar. Amén».





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Texto de la homilía del padre Cantalamessa en la ceremonia de la Pasión de Jesús. ‘Solo la misericordia salvara al mundo’
Redaccion | 25/03/16

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- Durante la ceremonia de la Pasión de Jesús que se realizó este viernes santo en la Basílica de San Pedro, la cual fue presidida por el santo padre Francisco, el sacerdote capuchino Raniero Cantalamessa realizó la homilía.
El predicador señaló que una falsa concepción de la justicia de Dios hace que los hombres no entiendan debidamente el concepto de misericordia, que sí se opone a la idea de venganza. Porque el Señor no solo tiene misericordia, pero es misericordia. No quiere venganza, sino que el pecador se salve y se convierta.
A continuación el texto completo de la homilía
P. Raniero Cantalamessa, ofmcap.
“DEJAOS RECONCILIAR CON DIOS”
Predicación del Viernes Santo 2016 en la basílica de San Pedro
“Dios nos ha reconciliado consigo por Cristo y nos ha confiado el ministerio de la reconciliación […].Por Cristo os rogamos: Reconciliaos con Dios. A quien no conoció el pecado, le hizo pecado por nosotros para que en Él fuéramos justicia de Dios. Cooperando, pues, con Él, os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de Dios, porque dice: ‘En el tiempo propicio te escuché y en el día de la salud te ayudé’. ¡Este es el tiempo propicio, este el día de la salud!” (2 Cor 5, 18-6,2).
Son palabras de San Pablo en su Segunda Carta a los Corintios. El llamamiento del Apóstol a reconciliarse con Dios no se refiere a la reconciliación histórica entre Dios y la humanidad (esta, acaba de decir, ya ha tenido lugar a través de Cristo en la cruz); ni siquiera se refiere a la reconciliación sacramental que tiene lugar en el bautismo y en el sacramento de la reconciliación; se refiere a una reconciliación existencial y personal que se tiene que actuar en el presente. El llamamiento se dirige a los cristianos de Corinto que están bautizados y viven desde hace tiempo en la Iglesia; está dirigido, por lo tanto, también a nosotros, ahora y aquí. “El momento justo, el día de salvación” es, para nosotros, el año de la misericordia que estamos viviendo”.
¿Pero qué significa, en el sentido existencial y psicológico, reconciliarse con Dios? Una de las razones, quizá la principal, de la alienación del hombre moderno de la religión y la fe es la imagen distorsionada que este tiene de Dios. ¿Cuál es, de hecho, la imagen “predefinida” de Dios en el inconsciente humano colectivo? Para descubrirla, basta hacerse esta pregunta: “¿Qué asociación de ideas, qué sentimientos y qué reacciones surgen en ti, antes de toda reflexión, cuando, en el Padre Nuestro, llegas a decir: ‘Hágase tu voluntad’?”
Quien lo dice, es como si inclinase su cabeza hacia el interior resignadamente, preparándose para lo peor. Inconscientemente, se conecta la voluntad de Dios con todo lo que es desagradable, doloroso, lo que, de una manera u otra, puede ser visto como limitante la libertad y el desarrollo individuales. Es un poco como si Dios fuera el enemigo de toda fiesta, alegría y placer. Un Dios adusto e inquisidor.
Dios es visto como el Ser Supremo, el Todopoderoso, el Señor del tiempo y de la historia, es decir, como una entidad que se impone al individuo desde el exterior; ningún detalle de la vida humana se le escapa. La transgresión de su Ley introduce inexorablemente un desorden que requiere una reparación adecuada que el hombre sabe que no es capaz de darle. De ahí el temor y, a veces, un sordo resentimiento contra Dios. Es un remanente de la idea pagana de Dios, nunca del todo erradicada, y quizás imposible de erradicar, del corazón humano. En esta se basa la tragedia griega; Dios es el que interviene, a través del castigo divino, para restablecer el orden moral perturbado por el mal. A la origen de todo hay la imagen de Dios “envidioso” del hombre que la serpiente instiló en Adam y Eva.
Por supuesto, ¡nunca se ha ignorado, en el cristianismo, la misericordia de Dios! Pero a esta solo se le ha encomendado la tarea de moderar los rigores irrenunciables de la justicia. La misericordia era la excepción, no la regla. El año de la misericordia es la oportunidad de oro para sacar a la luz la verdadera imagen del Dios bíblico, que no solo tiene misericordia, sino que es misericordia.
Esta audaz afirmación se basa en el hecho de que “Dios es amor” (1 Jn 4, 08.16). Solo en la Trinidad, Dios es amor, sin ser misericordia. Que el Padre ame al Hijo, no es gracia o concesión; es necesidad, aunque perfectamente libre; que el Hijo ame al Padre no es gracia o favor, él necesita ser amado y amar para ser Hijo. Lo mismo debe decirse del Espíritu Santo, que es el amor personificado.
Es cuando crea el mundo, y en este las criaturas libres, cuando el amor de Dios deja de ser naturaleza y se convierte en gracia. Este amor es una concesión libre, podría no existir; es hesed, gracia y misericordia. El pecado del hombre no cambia la naturaleza de este amor, pero causa en este un salto cualitativo: de la misericordia como don se pasa a la misericordia como perdón. Desde el amor de simple donación, se pasa a un amor de sufrimiento, porque Dios sufre frente al rechazo de su amor. “He criado hijos, los he visto crecer, pero ellos me han rechazado” (cf. Is 1, 2). Preguntemos a muchos padres y muchas madres que han tenido la experiencia, si este no es un sufrimiento, y entre los más amargos de la vida.
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¿Y qué pasa con la justicia de Dios? ¿Es, esta, olvidada o infravalorada? A esta pregunta ha respondido una vez por todas San Pablo. Él comienza su exposición, en la Carta a los Romanos, con una noticia: “Ahora, se ha manifestado la justicia de Dios” (Rm 3, 21). Nos preguntamos: ¿qué justicia? Una que da “unicuique suum”, a cada uno la suyo, ¿distribuye por lo tanto, las recompensas y castigos de acuerdo a los méritos? Habrá, por supuesto, un momento en que también se manifestará esta justicia de Dios que consiste en dar a cada uno según sus méritos. Dios, en efecto, ha escrito poco antes del Apóstol.
“El cual pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia” (Rm 2, 6-8).
Pero no es esta la justicia de la que habla el Apóstol cuando escribe: “Ahora, se ha manifestado la justicia de Dios”. El primero es un acontecimiento futuro, este un acontecimiento que tiene lugar “ahora”. Si no fuese así, la de Pablo sería una afirmación absurda, desmentida por los hechos. Desde la perspectiva de la justicia retributiva, nada ha cambiado en el mundo con la venida de Cristo. Se siguen viendo a menudo, decía Bossuet1, a los culpables en el trono y a los inocentes en el patíbulo; pero para que no se crea que hay alguna justicia en el mundo y cualquier orden fijo, si bien invertido, he aquí que a veces se nota lo contrario, a saber, el inocente en el trono y el culpable en el patíbulo. No es, por lo tanto, en esto en lo que consiste la novedad traída por Cristo. Escuchemos lo que dice el Apóstol:
“Todos han pecado y están privados de la gloria de Dios, pero son justificados gratuitamente por su gracia, en virtud de la redención cumplida en Cristo Jesús. Él fue puesto por Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre… para mostrar su justicia en el tiempo presente, siendo justo y justificador a los que creen en Jesús” (Rm 3, 23-26).
¡Dios hace justicia, siendo misericordioso! Esta es la gran revelación. El Apóstol dice que Dios es “justo y el que justifica”, es decir, que es justo consigo mismo cuando justifica al hombre; él , de hecho, es amor y misericordia; por eso hace justicia consigo mismo – es decir, se demuestra realmente lo que es – cuando es misericordioso.
Pero no se entiende nada de esto, si no se comprende lo que significa, exactamente, la expresión “justicia de Dios”. Existe el peligro de que uno oiga hablar acerca de la justicia de Dios y, sin saber el significado, en lugar de animarse, se asuste. San Agustín ya lo había explicado claramente: “La ‘justicia de Dios’, escribía, es aquella por la cual él nos hace justos mediante su gracia; exactamente como ‘la salvación del Señor’ (Sal 3,9) es aquella por la cual él nos salva”2. En otras palabras, la justicia de Dios es el acto por el cual Dios hace justos, agradables a él, a los que creen en su Hijo. No es un hacerse justicia, sino un hacer justos.
Lutero tuvo el mérito de traer a la luz esta verdad, después que durante siglos, al menos en la predicación cristiana, se había perdido el sentido y es esto sobre todo lo que la cristiandad le debe a la Reforma, la cual el próximo año cumple el quinto centenario. “Cuando descubrí esto, escribió más tarde el reformador, sentí que renacía y me parecía que se me abrieran de par en par las puertas del paraíso”3.
Pero no fueron ni Agustín ni Lutero quienes por primeros explicaron así el concepto de “justicia de Dios”; la Escritura lo había hecho antes de ellos.
“Cuando se ha manifestado la bondad de Dios y de su amor por los hombres, él nos ha salvado, no en virtud de las obras de justicia cumplidas por nosotros, sino por su misericordia” (Tt 3, 4-5). “Dios rico de misericordia, por el gran amor con el que nos ha amado, de muertos que estábamos por el pecado, nos ha hecho revivir con Cristo, por la gracia habéis sido salvados” (Ef 2, 4).
Decir por lo tanto: “Se ha manifestado la justicia de Dios”, es como decir: se ha manifestado la bondad de Dios, su amor, su misericordia. ¡La justicia de Dios no solamente no contradice su misericordia, pero consiste justamente en ella!
* * *
¿Qué sucedió en la cruz tan importante al punto de justificar este cambio radical en los destinos de la humanidad? En su libro sobre Jesús de Nazaret, Benedicto XVI escribió:
“La injusticia, el mal como realidad no puede simplemente ser ignorado, dejado de lado. Tiene que ser descargado, vencido. Esta es la verdadera misericordia. Y que ahora, visto que los hombres no son capaces, lo haga el mismo Dios – esta es la bondad incondicional de Dios” 4 .
Dios no se ha contentado de perdonar los pecados del hombre; ha hecho infinitamente más, los ha tomado sobre sí y se los ha endosado. El Hijo de Dios, dice Pablo, “se ha hecho pecado a nuestro favor”. ¡Palabra terrible! Ya en la Edad Media había quien tenía dificultad en creer que Dios exigiese la muerte del Hijo para reconciliar el mundo a sí. San Bernardo le respondía: “No fue la muerte del Hijo que le gustó a Dios, mas bien su voluntad de morir espontáneamente por nosotros”: “Non mors placuit sed voluntas sponte morientis” 5. ¡No fue la muerte por lo tanto, sino el amor el que nos ha salvado!
El amor de Dios alcanzó al hombre en el punto más lejano en el que se había metido huyendo de él, o sea en la muerte. La muerte de Cristo tenía que aparecer a todos como la prueba suprema de la misericordia de Dios hacia los pecadores. Este es el motivo por qué esta no tiene ni siquiera la majestad de una cierta soledad, sino que viene encuadrada en aquella de dos ladrones. Jesús quiso quedarse amigo de los pecadores hasta el final, y por esto muere como ellos y con ellos.
* * *
Es la hora de darnos cuenta que lo opuesto de la misericordia no es la justicia, sino la venganza. Jesús no ha opuesto la misericordia a la justicia, pero a la ley del talión: “Ojo por ojo, diente por diente”. Perdonando los pecados, Dios no renuncia a la justicia, renuncia a la venganza; no quiere la muerte del pecador, pero que se convierta y viva (cf. Ez 18, 23). Jesús en la cruz no le ha pedido al Padre vengar su causa; le pidió perdonar a sus crucificadores.
El odio y la brutalidad de los ataques terroristas de esta semana en Bruselas nos ayudan a entender la fuerza divina contenida en las últimas palabras de Cristo: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). Por grande que sea el odio de los hombres, el amor de Dios ha sido, y será, siempre más fuerte. A nosotros está dirigida, en las actuales circunstancias, la exhortación del apóstol Pablo: “No te dejes vencer por el mal antes bien, vence al mal con el bien” (Rom 12, 21).
¡Tenemos que desmitificar la venganza! Esa ya se ha vuelto un mito que se expande y contagia a todo y a todos, comenzando por los niños. Gran parte de las historias en las pantallas y en los juegos electrónicos son historias de venganza, a veces presentadas como la victoria del héroe bueno. La mitad, si no más, del sufrimiento que existe en el mundo (cuando no son males naturales), viene del deseo de venganza, sea en la relación entre las personas que en aquella entre los Estados y los pueblos.
Ha sido dicho que “el mundo será salvado por la belleza” 6; pero la belleza puede también llevar a la ruina. Hay una sola cosa que puede salvar realmente el mundo, ¡la misericordia! La misericordia de Dios por los hombres y de los hombres entre ellos. Esa puede salvar, en particular, la cosa más preciosa y más frágil que hay en este momento, en el mundo, el matrimonio y la familia.
Sucede en el matrimonio algo similar a lo que ha sucedido en las relaciones entre Dios y la humanidad, que la Biblia describe, justamente, con la imagen de un matrimonio. Al inicio de todo, decía, está el amor, no la misericordia. Esta interviene solamente a continuación del pecado del hombre.
También en el matrimonio al inicio no está la misericordia sino el amor. Nadie se casa por misericordia, sino por amor. Pero después de años o meses de vida conjunta, emergen los límites recíprocos, los problemas de salud, de finanza, de los hijos; interviene la rutina que apaga toda alegría. Lo que puede salvar un matrimonio del resbalar en una bajada sin subida es la misericordia, entendida en el sentido que impregna la Biblia, o sea no solamente como perdón recíproco, sino como un “revestirse de sentimientos de ternura, de bondad, de humildad, de mansedumbre y de magnanimidad”. (Col 3, 12). La misericordia hace que al eros se añade el ágape, al amor de búsqueda, aquel de donación y de compasión. Dios “se apiada” del hombre (Sal 102, 13): ¿no deberían marido y mujer apiadarse uno del otro? ¿Y no deberíamos, nosotros que vivimos en comunidad, apiadarnos los unos de los otros, en cambio de juzgarnos?
Recemos. Padre Celeste, por los méritos del Hijo tuyo que en la cruz “se hizo pecado” por nosotros, haz caer del corazón de las personas, de las familias y de los pueblos, el deseo de venganza y haznos enamorar de la misericordia. Haz que la intención del Santo Padre en el proclamar este Año Santo de la Misericordia, encuentre una respuesta concreta en nuestros corazones y haga sentir a todos la alegría de reconciliarse contigo en el profundo del corazón. ¡Que así sea!
(Traducción de ZENIT)
1 Jacques-Bénigne Bossuet, “Sermon sur la Providence” (1662), in Oeuvres de Bossuet, eds. B. Velat and Y. Champailler (Paris: Pléiade, 1961), p. 1062.
2 S. Agustín, El Espíritu y la letra, 32,56 (PL 44, 237).
3 Martin Lutero, Prefación a las obras en latín, ed . Weimar, 54, p.186.
4 Cf. J. Ratzinger – Benedetto XVI, Gesù di Nazaret, II Parte, Libreria Editrice Vaticana 2011, pp. 151.
5 S. Bernardo de Claraval, Contra los errores de Abelardo, 8, 21-22 (PL 182, 1070).
6 F. Dostoevskij, El Idiota, parte III, cap.5.





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El Papa inició la ceremonia de la Pasión de Jesús, rezando postrado
Sergio Mora | 25/03/16

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco inició este viernes santo la Celebración de la Pasión del Señor en la basílica de San Pedro, postrándose en el suelo para rezar durante algunos minutos.

La ceremonia en la basílica de San Pedro
Vestido con paramentos morados, una vez de pié se dirigió a un troneto lateral para seguir la ceremonia, –que no contempla la celebración de la santa misa– y que comenzó con la lectura de Isaías, y la carta a los hebreos.
La Pasión de Jesús según san Juan, fue cantada por los lectores y por el Coro Pontificio de la Capilla Sixtina, que acompañaba la liturgia, en una basílica sin flores y con discreta iluminación, para recordar la tristeza del momento trágico de la pasión de Jesús.
El predicador de la Casa Pontificia, Raniero Cantalamessa pronunció la homilía, en la cual señaló que el ‘Hágase tu voluntad’ cuando se reza el Padre Nuestro, puede ser visto equivocadamente como si Dios fuera el enemigo de toda fiesta, alegría y placer. Un Dios adusto e inquisidor.
De ahí el temor y a veces, un sordo resentimiento contra Dios, como remanente de la idea pagana de Dios, nunca del todo erradicada, que se basa la tragedia griega; Dios es el que interviene, a través del castigo divino… dijo.

El Papa bendice al predicador antes de la homilía
Debido a esto, se ha entendido la misericordia como la excepción, no la regla, y por este motivo el predicador invitó en este Año de la Misericordia a sacar a la luz “la verdadera imagen del Dios bíblico, que no solo tiene misericordia, sino que es misericordia”.
Decir por lo tanto: “Se ha manifestado la justicia de Dios”, es como decir: se ha manifestado la bondad de Dios, su amor, su misericordia. ¡La justicia de Dios no solamente no contradice su misericordia, pero consiste justamente en ella!
Aquí el padre Cantalamessa propone una idea muy profunda: “Es la hora de darnos cuenta que lo opuesto a la misericordia no es la justicia, sino la venganza. Jesús no ha opuesto la misericordia a la justicia, sino a la ley del talión: ‘Ojo por ojo, diente por diente’. Perdonando los pecados, Dios no renuncia a la justicia, renuncia a la venganza; no quiere la muerte del pecador, pero que se convierta y viva (cf. Ez 18, 23). Jesús en la cruz no le ha pedido al Padre vengar su causa; le pidió perdonar a sus crucificadores”.
Recordó así que la “la brutalidad de los ataques terroristas de esta semana en Bruselas” nos ayudan a entender la fuerza divina contenida en las últimas palabras de Cristo: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Y precisa “por grande que sea el odio de los hombres, el amor de Dios ha sido, y será, siempre más fuerte”.
Ha sido dicho que “el mundo será salvado por la belleza” –recordó el sacerdote capuchino– aunque también la belleza puede desviar a muchos. En cambio “hay una sola cosa que puede salvar realmente el mundo, ¡la misericordia! La misericordia de Dios por los hombres y de los hombres entre ellos. Esa puede salvar, en particular, la cosa más preciosa y más frágil que hay en este momento en el mundo, el matrimonio y la familia”. Porque lo que puede salvar a un matrimonio de resbalar es la misericordia entre los cónyuges.
La homilía concluyó pidiendo a Dios: “Haz caer del corazón de las personas, de las familias y de los pueblos, el deseo de venganza y haznos enamorar de la misericordia”. Y que este Año Santo de la Misericordia, “encuentre una respuesta concreta en nuestros corazones y haga sentir a todos la alegría de reconciliarse contigo en el profundo del corazón”.
La ceremonia prosiguió con la adoración de la Santa Cruz que fue llevada en procesión por el interior de la Basílica de San Pedro y posteriormente el Papa, los cardenales y obispos se acercaron uno a uno a adorar al Señor en la cruz. Siguió la comunión y la oración final del Santo Padre, concluyendo la ceremonia en silencio.
(Leer el texto completo de la predicación)





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El portavoz del Vaticano desmiente que Benedicto XVI esté mal de salud
Sergio Mora | 25/03/16

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Benedicto XVI se encuentra bien de salud. Lo aseguró el director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, tras la publicación de algunos artículos que hablaban de un extinguirse del papa emérito, tomando una frase aislada de una entrevista dada por su secretario particular, Mons. Georg Ganswein a la revista italiana BenEssere y publicada este jueves.
“Digo que las condiciones de Benedicto XVI no despiertan ninguna preocupación particular. Naturalmente se sienten los efectos de la vejez en una gradual y creciente fragilidad física, como sucede en toda persona anciana a medida que pasan los años”, dijo el portavoz. Y añadió: “Su mente está perfectamente lúcida como hemos visto todos en su reciente y extraordinaria entrevista”.
Mons. Georg señala a la revista BenEssere que Benedicto XVI “está sereno, en paz con Dios, con él mismo y con el mundo, se interesa por todo y conserva su sentido del humor sutil y fino”.
La frase enfatizada por diversos medios es cuando Mons. Georg asegura: “Es un hombre de avanzada edad, aunque muy lúcido, que en abril cumplirá 89 años, es como una vela que se extingue, lenta y serenamente”.
El papa emérito vive en el monasterio Mater Ecclesiae ubicado dentro del Vaticano, y como indicó despedirse cuando dejó su encargo, quiere pasar los últimos días de su peregrinación en la tierra dedicado a la oración y al estudio.
Otra información que favoreció el rumor sobre una mala salud del papa emérito, fue que se concluyó la construcción de una nueva capilla en la parte inferior de la basílica de San Pedro, en las llamadas Grutas Vaticanas, donde cada una de ellas tiene la tumba con los restos mortales de un pontífice.
La recién concluida no lleva nombre alguno, pero debería ser para el próximo papa que fallezca. “Vi la nueva capilla casi por caso” le indicó a ZENIT el periodista Antoine Marie Izoard, de la agencia I-Media, que dio primero la noticia.
La nueva está al lado de la capilla de Juan Pablo I, cerca también de la capilla de Juan Pablo II que hoy está libre, ya que los restos mortales del papa santo polaco fueron llevados a la parte superior de la basílica. Además las reliquias de Pablo VI, por ser ya beato, podrían se trasladadas a la basílica, quedando así libre otra la capilla más.





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China: liberan al abogado que defendió las cruces de la demolición forzada
Redaccion | 25/03/16

(ZENIT – Roma). El abogado chino Zhang Kai, que defendió las cruces de la demolición forzada, fue liberado este 23 de marzo. Lo informó la agencia de noticias Asia News, precisando que Zhang Kai pasó seis meses en ‘prisión domiciliaria’ lo que comportó no tener contacto alguno con la familia ni con un letrado, como sucede a los activistas que luchan por los derechos humanos y a los líderes religiosos.
De otro lado, las autoridades chinas detuvieron en los últimos días a 19 personas por haber participado en la publicación de la carta abierta que pidió la renuncia del presidente general del Partido Comunista, Xi Jinping. Entre ellos figuran diversos redactores del sitio para-estatal Wujie News, donde días atrás fue publicado un texto que pide la dimisión del presidente.
Zhang, abogado de 37 años, representó a las iglesias cristianas ante los tribunales para asesorarlas ante la campaña para abatir las cruces que fue organizada por el Partido comunista. Creo un equipo legal con más de 30 personas para hacer frente a la discriminación religiosa en la provincia de Zhejiang.
En agosto de 2015 fue secuestrado por las fuerzas de seguridad en la ciudad de Wenzhou, apodada “la Jerusalén de China” por los numerosos cristianos que allí viven.
En febrero de este año le hicieron aparecer en televisión para confesar sus culpas, o sea “perturbar el orden público” y “haber puesto en peligro la seguridad nacional”, sistema que según los defensores de los derechos humanos se asemeja al del período maoísta. Así actuando Zhang logró reducir su pena.





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Francisco; misericordia con los crucificados
Felipe Arizmendi Esquivel | 25/03/16

VER
Hice una visita a un grupo de familias, unas sesenta personas entre niños, jóvenes, mamás y algunos adultos, que fueron expulsados de su comunidad por conflictos agrarios, y que viven desplazados en una montaña cercana, en lo que han dado en llamar “Poblado Primero de Agosto”, en el municipio de Las Margaritas. Es doloroso comprobar las limitaciones en que viven: hicieron “casas” de nylon, donde se refugian de las inclemencias del tiempo; les falta todo; van por agua a un río cercano, pero en este tiempo es muy escasa. Después de escuchar su historia, lo primero que pidieron fue que hiciéramos oración por ellos, pues dicen ser católicos. El espacio más grande en que se reúnen es bajo una lona, en que presiden un crucifijo y una imagen de la Virgen de Guadalupe. Me pidieron maíz, frijol, agua y azúcar. No podemos quedarnos indiferentes ante el dolor de estas personas, sobre todo por su inseguridad, ya que a veces los atacan desde su pueblo de origen, y se les está apoyando con lo que es posible. La generosidad de comunidades cercanas les ha sostenido.
Con motivo de la visita del Papa a Chiapas y del Año de la Misericordia promovido por el mismo, pedí al gobierno estatal que viera la posibilidad de liberar a presos que, sólo por su pobreza, no han podido salir de la cárcel, o aquellos cuyas causas merecieran el beneficio de una libertad anticipada. El día de la llegada del Papa, se concedió esta libertad a 127 presos, con una enorme alegría para ellos y sus familiares. La misericordia y la visita del Papa han dado muchos frutos de justicia y de bienestar.
PENSAR
Al convocarnos al Año de la Misericordia, que empezó el 8 de diciembre pasado y terminará el próximo 20 de noviembre, el Papa nos pidió:
“En este Año Santo, podremos realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea. ¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento existen en el mundo hoy! Cuántas heridas sellan la carne de muchos que no tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado a causa de la indiferencia de los pueblos ricos. En este Jubileo la Iglesia será llamada a curar aún más estas heridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a curarlas con la solidaridad y la debida atención. No caigamos en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye. Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad. Que su grito se vuelva el nuestro y juntos podamos romper la barrera de la indiferencia que suele reinar campante para esconder la hipocresía y el egoísmo.
Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina. La predicación de Jesús nos presenta estas obras de misericordia para que podamos darnos cuenta si vivimos o no como discípulos suyos. Redescubramos las obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y no olvidemos las obras de misericordia espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos”.
ACTUAR
Gocemos la misericordia que Dios nos ha manifestado en Jesucristo y en su Iglesia, y seamos misericordiosos con todo el que sufre.





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Beata Magdalena Catalina Morano – 26 de marzo
Sergio Mora | 25/03/16

Nació en Chieri, Turín, Italia, el 15 de noviembre de 1847. Francisco, su padre, procedía de una notable familia que desconocía las penalidades económicas por hallarse bien situada gracias a sus prósperos negocios. Al casarse con Catalina, que no era de la misma posición social, fue desheredado. Era el precio de un amor que se mantuvo intacto entre el matrimonio, en cuyo seno nacerían ocho hijos –Magdalena fue la sexta–, de los cuales perecieron cinco. Se ganó la vida con el comercio y la chatarra. Buscando el bienestar para su familia participó como voluntario en la guerra de la independencia y siete años más tarde falleció a causa de una pulmonía. La situación en la que quedaron su esposa e hijos era lamentable. Y más cuando murió la primogénita. Magdalena tenía 8 años. Conmovida por el pesar de su madre, se ofreció a ayudarla y abandonó su educación escolar. Reemplazó a su hermana en el telar contribuyendo al sostenimiento de la familia, hasta que gracias a la generosidad de un primo de su madre, que les pasó una asignación, pudo regresar al colegio.
Después de recibir la primera comunión comenzó a dar signos de una peculiar cualidad para la docencia. Lo advirtió su profesora Rosa Girola, que fomentaba su responsabilidad en el aula. Barajada la opción de ser profesora, antes de cumplir los 15 años le llegó su oportunidad en la escuela de Buttigliera impulsada por el párroco. Superó los exámenes y se integró en la plantilla laboral. Continuó preparándose y escalando nuevos peldaños. A los 19 años se trasladó a Montaldo Turinés para hacerse cargo del centro escolar. Su vida docente estuvo marcada por el reconocimiento que suscitaba su acertado enfoque pedagógico. Era significativa la gran empatía que supo crear entre alumnos y familiares. Pero alguna vez experimentó el desarraigo y crítica de las gentes, como le sucedió inicialmente en Montaldo. Empleaba siempre una táctica que no le falló: su desinteresada entrega a los niños; así se los ganaba a todos. Íntimamente estaba dando gigantescos pasos cotidianos en su unión con Cristo. Ya estaba larvada en ella la convicción que expresaría años más tarde: «Ante el tribunal de Dios se rendirá cuenta del bien que, pudiéndolo, no hayamos hecho».
Su director espiritual, el párroco de la localidad, podía constatar su generosidad así como el desvelo con el que atendía a la parroquia. Comprometida con diversas asociaciones, solía ayudar económicamente a los menos pudientes. Siempre tuvo tiempo para visitar a los enfermos. La recepción de la Eucaristía iba transformándola. La proximidad evangélica de la caridad tuvo una de sus expresiones cabales en ella cuando se volcó en proporcionar a su madre la casa que jamás pudo soñar. Una vez ejercido ese acto filial, lleno de ternura, que tanta satisfacción debió producirle, se encaminó a la vida religiosa. Había rebasado la edad para ingresar en el noviciado, hecho que tuvieron en cuenta tanto las Hijas de la Caridad como las dominicas, y ambas la rechazaron.
Hallándose en Turín se entrevistó con Don Bosco, que vio en su presencia un signo del cielo que le enviaba directamente una nueva vocación. Costó mucho a los ciudadanos de Montaldo separarse de su querida maestra con la que se habían encariñado a lo largo de doce años. Pero ella partía como salesiana a Mornés felicísima de centrarse en el seguimiento de Cristo de forma exclusiva. Sus emociones irían quedando plasmadas en entrañables y enriquecedoras notas: «No busques la paz verdadera en la tierra, sino en el cielo, no en las criaturas, sino solo en Dios». «Todo pasa. Nos espera el paraíso». «¿Te molesta ir a aquel trabajo, aquella obediencia, aquella deferencia? Piensa quién es el que te manda, piensa en quién te espera».
A los 31 años, edad que tenía en ese momento, se hallaba en el ecuador de su vida; aún daría muchos frutos. Una de las sorpresas que recibió en Mornés fue constatar que, sin saberlo, llevaba dieciséis años compartiendo con Don Bosco la misma táctica educativa dirigida a los jóvenes. No abandonó el aula. Como salesiana impartió clases en Nizza. Y pocos años después de haber profesado, en 1881 fue enviada a Trecastagni, Sicilia, para iniciar una fundación que fue fecundísima. Acogieron a niñas huérfanas y pobres. Pero luego su labor educativa se extendió a las que eran pudientes contando con alumnas internas y externas. Realizaron una labor catequética que reportó numerosas bendiciones. Internado, escuelas, colegios, oratorios…
Las religiosas siempre secundaron la acción edificante de Magdalena que se ocupó de todo: estuvo al frente de los centros como directora y profesora. Fue catequista, maestra de novicias, portera, lavandera, trabajó en la cocina, etc. Nada se le resistió. En la comunidad que presidía se vivía el fraternal espíritu evangélico de servicio y asistencia mutua. Supo ser servidora antes que nada. Tuvo presentes las palabras de la madre Mazzarello: «Amémosle a Jesús! Trabajemos solo por Él, sin miramiento alguno para con nosotras mismas. Tengamos ánimo: ¡Aquí lloramos, en el paraíso reiremos!». Después de dejar una nutrida comunidad de jóvenes vocaciones, partió a Turín con la alta responsabilidad de dirigir la casa.
No duró mucho allí porque la sobrecarga de otras hermanas que físicamente estaban mermadas requerían su presencia de nuevo en Sicilia. Permaneció al frente de las fundaciones de la isla dieciocho años, multiplicándolas. Enfermó a finales de 1900. Un destructivo cáncer de intestino le provocaba tales dolores que los médicos pensaban que debía haber enloquecido. Pero ella hacía gala de una delicadeza ejemplar rubricada en una serena sonrisa, aunque el mal iba mordiendo su vida, arrebatándosela con grandes dentelladas. «Jesús sufrió más que yo», decía. Y el 26 de marzo de 1908, en medio de terribles sufrimientos y casi sin calmantes –apenas podían hallarse en la época–, murió en Catania diciendo: «¡Jesús, no me abandones! ¡Todo como lo quieras tú!». Juan Pablo II la beatificó el 5 de noviembre de 1994.





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Santa Lucía Filippini – 25 de marzo
Isabel Orellana Vilches | 24/03/16

Hoy festividad de la Anunciación del Señor también se celebra la vida de Lucía. Nació en Corneto, Tarquinia, Italia, el 13 de enero de 1372. Fue la última de cinco hijos que nacieron en el seno de una acomodada familia compuesta por Felipe y Magdalena Picchi-Falzacappa, ambos emparentados con los obispos de Montefiascone y Corneto, y el cardenal Falzacappa, respectivamente. Pero Lucía apenas pudo disfrutar de sus padres. En los primeros años de vida perdió a los dos. Y las benedictinas de santa Lucía de Corneto se ocuparon de ella por expreso deseo de su familia materna a cuyo cuidado había quedado. Esta etapa de formación discurrió sin contratiempos. Su conducta era apreciada por las religiosas que constataban su inteligencia y virtud, todo lo cual hizo que en su entorno depositaran en ella grandes esperanzas. Era muy joven cuando se percataron de las cualidades que poseía para dedicarse a la docencia. Además, los niños acogían sus enseñanzas catequéticas con verdadero entusiasmo. Fue de gran ayuda para el vicario parroquial.
A los 16 años tuvo un encuentro providencial con el cardenal Marcantonio Barbarigo que pasó por Tarquinia. Seguramente conversó también con el sacerdote que la conocía bien. Y entre la buena impresión que le causaría ver los dones con los que había sido agraciada la joven, más el juicio del párroco, no dudó en proponerle el ingreso con las clarisas de Montefiascone quienes iban a completar su formación. En la mente del cardenal bullían interesantes proyectos que estaban ya en marcha y en los que pensaba implicarla. A su debido tiempo le hizo partícipe de sus sueños que consistían en su vinculación con un entramado académico orientado a proporcionar educación católica a niñas pobres en diversos puntos de Italia.
La fascinante noticia –envuelta como todo ideal en grandes sueños que se forjan sin pensar inicialmente en las dificultades, porque surgen con el espíritu de su factibilidad, y más cuando los guía un afán apostólico que descansa en la confianza en Dios– impresionó a Lucía. Porque es verdad que ella tenía muy buenos contactos entre las personas relevantes de su ciudad natal y de otras circundantes, simplemente por razones de cuna, y podía utilizar su influencia para promover el proyecto. Pero se le hacía un mundo acoger una labor que creía excedía a sus fuerzas. Sin embargo, el cardenal no se dejó convencer. Persistió en su empeño y ella le secundó generosamente, ya que, encontrándose perfectamente incardinada en la comunidad religiosa de clarisas en la que había ingresado en 1668, se ofreció a abandonarla dispuesta a emprender el camino de incertidumbre que monseñor Barbarigo le proponía.
Además, se daba la circunstancia de que en Montefiascone se encontró con Rosa Venerini. Y como ésta era adalid del cardenal, que la tenía en alta estima, Lucía no se sintió sola. Por indicación de Barbarigo, Rosa ya trabajaba en la fundación de la red educativa gratuita dirigida a niñas y conformada por profesoras laicas. Las muchachas que no tenían medios económicos, o adolecían de una familia que pudiera hacerse cargo de ellas, encontraron en las escuelas todo lo que precisaban para su desarrollo integral. Ya preparadas serían puntales para la familia y su acción repercutiría en la sociedad. Esas escuelas fueron un referente importante en las zonas rurales. Precisamente en ese momento en el que Rosa y Lucía se conocieron, aquélla estaba promoviendo los centros por distintos lugares y formando a las maestras que debían hacerse cargo de la labor.
En 1694 Rosa partió a Viterbo. Y Lucía quedó al frente de la fundación de Montefiascone. Tras la muerte del cardenal en 1706, ésta siguió extendiendo la obra por otras diócesis. Contaba con el apoyo de los Píos Operarios, que cumplían la voluntad de Barbarigo quien les rogó que le prestaran ayuda. En 1707, por indicación de Clemente XI, Lucía fundó en Roma y se ocupó de dirigir el orfanato femenino.
Pero la situación se fue tornando cada vez más difícil para ella que se vio obligada a afrontar muchos contratiempos. La influencia de los Píos Operarios interviniendo en las líneas iniciales trazadas por Rosa Venerini, y a las que dieron una orientación diametralmente opuesta, suscitaron grandes recelos y salpicaron a Lucía. Las prácticas de los Píos Operarios se hallaban bajo sospecha de cierto quietismo. Y la santa, a su pesar, se vio enredada en una maraña en la que no tuvo ni arte ni parte, pero que culminó con la dolorosa separación de Rosa ese año de 1707. Ésta la reemplazó en la dirección de los centros de Roma, de los que Lucía fue apartada, y regresó a Montefiascone. Sin embargo, las divergencias persistieron tanto en el fondo como en la forma de aplicar la pedagogía en estas escuelas. Además, ya estaba en marcha la congregación de Maestras Pías Filippini a las que dio definitivo espaldarazo el cardenal Barbarigo. Ello le había permitido a Lucía gestionar los centros de Roma. Y es que tal como se habían planteado las cosas, de otro modo no hubiera podido actuar libremente fuera de Montefiascone porque el cardenal no quería que saliesen de la diócesis de Viterbo. Es decir, que al final era como si hubiese dos fundaciones, al frente de las cuales se hallaban cada una de ellas. Y si bien compartían similares objetivos desde su inicio, dependían de los ordinarios de cada lugar. Con lo cual, en medio de tanto embrollo, Lucía acudió al pontífice para que mediase y cesasen los problemas surgidos. Quería sacar adelante la obra que había impulsado con tanto esfuerzo, y lo consiguió.
Cuatro décadas estuvo al frente de la misma, junto a las Maestras Pías que llevaban su nombre, dejando 28 escuelas fundadas que después de morir ella siguieron multiplicándose. Sufrió mucho en el alma y en el cuerpo. Falleció por causa de un cáncer a los 60 años el 25 de marzo de 1732. Pío XI la canonizó el 22 de junio de 1930. Sus restos se veneran en la catedral de Montefiascone. Rosa había muerto el 7 de mayo de 1728, y fue canonizada el 15 de octubre de 2006 por Juan Pablo II.





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Dos gestos: Jesús que lava los pies y Judas como en el atentado de Bruselas
Sergio Mora | 24/03/16

(ZENIT- Roma).- El santo padre Francisco celebró este Jueves Santo por la tarde la Misa in Coena Domini, en un centro de recepción de inmigrantes en las afueras de Roma, donde se encuentran 892 huespedes de 26 nacionalidades, de los cuales 554 son musulmanes, 337 cristianos y 2 hindúes.

Lavado de los pies
Las medidas de seguridad fueron definidas por los periodistas como elevadas, ellos tuvieron que abandonar el Centro de recepción de solicitantes de asilo (CARA por sus siglas en italiano), antes de la llegada del Santo Padre. No se aceptaron telecámaras fuera de las del Centro Televisivo del Vaticano
El Santo Padre llegó en una Golf azul, y saludó las autoridades y a tres intérpretes que le ayudan a conversar al final de la misa con los prófugos: Ibrahim de Afganistán, Boro de Malí, y Segen de Eritrea.
La Misa in Coena Domini, inició en el patio externo de la estructura, seguida por el rito del lavado de los pies. Allí se encontraban también dos clérigos musulmanes, un imán que se ocupa del centro de refugiados y otro de una ciudad vecina.
El papa lavó los pies a 12 personas: tres musulmanes, un hindú, tres cristianas coptas y cinco católicos (cuatro hombres y una mujer).
El su homilía el Santo Padre señaló dos gestos: “Jesús que sirve, que lava los pies, él que era el jefe le lava los pies a los suyos, a los más pequeños, un gesto”. Y otro “el de los enemigos de Jesús, de aquellos que no quieren la paz con Jesús, que toman el dinero con el que lo traicionan, las 30 monedas”.
Y señaló que también hoy hay dos gestos: aquí “todos nosotros juntos, musulmanes, hindúes, católicos, coptos, evangélicos, hermanos, hijos del mismo Dios, que queremos vivir en paz, integrados, un gesto”. Y de otro lado “tres días atrás, un gesto de guerra, de destrucción, en una ciudad de Europa, gente que no quiere vivir en paz”.
Así “detrás de ese gesto, como detrás de Judas estaban quienes habían dado el dinero para que Jesús fuese entregado; detrás de ese otro gesto están los los traficantes de armas que quieren la sangre, no la paz, que quieren la guerra, no la fraternidad”.
“Ustedes, nosotros, todos juntos –prosiguió el Santo Padre- tenemos diversas religiones, diversas culturas, pero somos hijos de un mismo Padre, hermanos”. Y explicó que “cuando yo haré el mismo gesto de Jesús, de lavar los pies a los doce, todos nosotros hacemos el gesto de la fraternidad y todos nosotros decimos, somos diversos, somos diferentes, tenemos diversas culturas y religiones, pero somos hermanos y queremos vivir en paz. Y este es el gesto que yo hago con ustedes”.
Francisco recordó que “cada uno de nosotros tiene una historia encima, cada uno de ustedes tiene una historia encima. Tantas cruces y tantos dolores, pero también tienen un corazón abierto que quiere la fraternidad”.
Por ello pidió: “Cada uno en su lengua religiosa rece al Señor para que esta fraternidad se contagie en el mundo, para que no hayan más las treinta monedas para asesinar al hermano y para que siempre haya fraternidad y bondad”.
El Papa al concluir la misa, saludó uno a uno a todos cientos de refugiados allí presentes.





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El Papa lava los pies a cinco católicos, tres musulmanes, tres coptos y un hindú
Redaccion | 24/03/16

(ZENIT – Roma).- El papa Francisco fue este Jueves Santo por la tarde a un Centro de recepción de inmigrantes y refugiados, a 30 kilómetros de Roma, durante el cual lavó los pies de 12 personas, recordando el gesto realizado por Jesús con los apóstoles y celebró la Misa in Coena Domini.
El Santo Padre lavó los pies a 12 personas: tres musulmanes, un hindú, tres cristianas coptas y cinco católicos (cuatro hombres y una mujer) en el Centro de recepción de solicitantes de asilo (CARA por sus siglas en italiano), donde se encuentran 892 personas, de los cuales hay 554 musulmanes, 337 cristianos y 2 hindúes.
Los doce prófugos a quienes el Papa lava los pies vivieron situaciones tremendas son los siguientes:
Uno de los tres musulmanes se llama Siria, tiene 37 años, llegó a Italia dos años después de haber partido, pasando por Niger y Libia.
Mohamed es musulmán, tiene 22 años, y llegó al CARA hace dos meses. Nació en Siria, de donde se escapó llegando a las costas de la isla italiana Lampedusa.
El tercer musulmán, Khurram, 25 años, tuvo que cruzar ocho países antes de llegar a Italia. Nació en Pakistán, de donde partió cruzando Irán, Turquía, Grecia, Macedonia, Servia, Hungría, Austria, hasta que llegó a Italia en septiembre de 2015.
El prófugo de religión hindú es Kunal, 29 años, que siguió las mismas etapas de Khurram, pero inició su viaje en India.
Las tres mujeres de religión copta son eritreas. Partieron de su país cruzando Etiopía, Sudán, Libia y llegaron a Sicilia, Italia. La mayor, 27 años, Luchia, llegó en octubre del año pasado, y dio a la luz a su hija Merhawit. Siempre en el 2015 llegaron Kbra, 23 años, y en diciembre, Lucía de 20 años.
Los otros cinco son católicos, entre los cuales una mujer, Angela Ferri, de 30 años.
Los otros cuatro son jóvenes nigerianos que llegaron a Italia en diversas fechas, son estudiantes, que cruzaron Niger y Libia. Dos de ellos son hermanos: Shadrach Osahon, 26 años y Endurance, 21 años; y Miminu Bright de 26 años y Osma, 22 años, licenciado en fisica.





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“Soy musulmán y deseo encontrar al Papa”
Redaccion | 24/03/16

“Quiero decirle al Papa que los musulmanes no somos terroristas. Lamento lo que ha sucedido en Francia y en Bélgica”. Lo escribió en una carta el joven senegalés y musulmán Kamasso Guiro, huésped en el centro para inmigrantes ubicado en Castelnuovo di Porto, una localidad a unos 30 kilómetros de Roma, donde el Santo Padre estará este Jueves Santo por la tarde para el rito del lavado de los pies a 12 refugiados, durante la misa in ‘Coena Domini’.
En la carta el joven que abandonó Senegal debido a las guerras del sur del país, señala que en los conflictos perdió a su esposa y a su padre. Después se escapó a Italia para iniciar una nueva vida, y para trabajar y vivir en un país pacífico.
“Desde hace mucho tiempo –prosigue el joven– deseaba encontrar al Papa, aunque yo soy musulmán, para agradecerle todo lo que está haciendo por los pobres y por la paz. Le deseo al papa Francisco –concluye la carta– una vida larga y mucha salud. Y le agradezco a Italia porque me salvó la vida”.
El papa lavará los pies a 12 jóvenes, entre ellos también a Sira Madigata, 37 años, musulmán de Malí, que cuenta: “Estoy en Italia hace 20 meses, hice un viaje largo y peligroso cruzando desiertos y el mar. Corrí el riesgo de morir. Para nosotros musulmanes lo que sucederá aquí y es un símbolo de paz. Soy musulmán y mis pies serán lavado por un gran personaje como el papa Francisco, líder de los católicos. Esto significa que la convivencia es posible en todas partes”.
Entre los doce está también una joven italiana, Angela Ferri, operadora de la cooperativa social CARA que gestiona el centro: “Tengo en mis espaldas una historia dolorosa. Hace unos 20 días perdí a mi madre y la cooperativa quiso hacerme este regalo. Hoy será un día especial porque el papa Francisco es una de las personas más importantes: él me dará mucha fuerza”.
El mismo entusiasmo lo manifiesta Luchia Mesfun, mujer eritrea que cruzó el Mediterráneo a pesar de estar en cinta, con la intención de iniciar una nueva vida. Ahora está en Italia con su hija de 5 meses a la que ha llamado Merhawit, que significa libertad: “Estoy muy contenta, no hay palabras suficientes para explicar mi felicidad. El Papa nos lavará los pies y para nosotros será un gran evento”.
Por su parte la Cooperativa Auxilium en un comunicado expresó su “emoción y gratitud” y añadió que se trata de “otro gesto de misericordia del papa Francisco hacia miles de personas que realizan los viajes de la esperanza”.
Y concluye diciendo que el Papa al hacer este gesto de lavar los pies a los inmigrantes y prófugos, “no podrá dejar de ayudar a despertar de la indiferencia a las conciencias de todos, y a tomarse la responsabilidad que es necesaria para cuidar a quien huye en busca de una vida mejor”.





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El presidente Morales anuncia que en abril viajará al Vaticano
Redaccion | 24/03/16

(ZENIT – Roma).- El presidente boliviano Evo Morales, anunció el miércoles por la noche en Bolivia que viajará a Roma el próximo mes de abril, invitado por el Papa Francisco para una reunión en el Vaticano.
“En abril, el próximo mes, he sido invitado por el hermano Papa para una reunión, para algunas actividades en Roma. Aprovecharemos siempre en comentar y expresar nuestra solidaridad, pero también, como siempre, recibir sus bendiciones”, anunció el presidente en declaraciones reportadas por la Agencia Boliviana de Noticias (ABN).
El presidente de Bolivia que se encontraba en Cobija para participar en un acto de recepción de proyectos, dijo que conoció al Pontífice en Brasil, cuando Francisco viajó a la Jornada Mundial de la Juventud, en el primer viaje que realizó como Papa en América Latina.
Añadió que el Santo Padre le dijo que lo acompañaba ‘con oraciones y bendiciones’, motivo por el cual el mandatario solicitó el viaje apostólico que se realizó en julio de 2015.
“Con su visita –dijo el presidente indígena– nos fortalecimos como católicos, pero fue importante su mensaje en la Catedral de La Paz de apoyo al tema marítimo, algo impresionante, es el segundo Papa que apoya esta demanda para que Bolivia vuelva al océano Pacífico con soberanía”.
El líder sindicalista ganó las elecciones del 2005, las de 2009 y las de 2014. Entretanto perdió el referendo en febrero del presente año, que le hubiera permitido presentarse como candidato en el 2019 para otro período presidencial.





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Jueves Santo: el Papa advierte sobre las espiritualidades ‘gaseosas’ o ‘light’
Sergio Mora | 24/03/16

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- Este Jueves Santo el papa Francisco presidió la misa crismal en la basílica de San Pedro, con gran solemnidad. Concelebró junto a los cardenales, a los obispos, y a los presbíteros diocesanos y religiosos de Roma.
Durante la celebración de la misa crismal, liturgia que se celebra hoy en todas las iglesias catedrales del mundo, los sacerdotes renovaron las promesas realizadas en el momento de su ordenación, durante cuyo rito el Santo Padre pidió también que recen por él, mientras el coro pontificio de la Capilla Sixtina acompañaba la liturgia con sus cantos polifónicos en latín.
Tres grandes ánforas de plata que fueron llevadas hacia el altar, contenían el óleo de los enfermos, de los catecúmenos y el crisma, que fueron bendecidos por el Pontífice durante la celebración.
En su homilía el Papa recordó que Señor anuncia el evangelio de la misericordia incondicional del Padre para con los más pobres, los más alejados y oprimidos, y que allí precisamente somos interpelados a optar, a combatir el buen combate de la Fe. E invitó a que cada uno de nosotros, mirando su propia vida con la mirada buena de Dios, pueda hacer un ejercicio con la memoria y descubrir cómo ha practicado el Señor su misericordia para con nosotros.
Y así podamos contribuir a inculturarla, a fin de que cada persona la reciba en su propia experiencia de vida y la pueda entender y practicar creativamente en el modo de ser propio de su pueblo.
En Santo Padre añadió que recibimos “con avergonzada dignidad la misericordia en la carne herida de nuestro Señor Jesucristo y le pedimos que nos lave de todo pecado y nos libre de todo mal”.
Y que con la gracia del Espíritu Santo nos debemos comprometer a comunicar la misericordia de Dios a todos los hombres, practicando las obras que el Espíritu suscita en cada uno para el bien común de todo el pueblo fiel de Dios.
Señalo que existen dos ámbitos en los que el Señor se excede en su misericordia y los que debemos seguir su ejemplo: el ámbito del encuentro y el de su perdón, que nos avergüenza y dignifica. Y por ejemplo se preguntó: “después de confesarme, ¿festejo?”.
Advirtió también también que tantas veces estamos ciegos de la luz linda de la fe, no por no tener a mano el evangelio sino por exceso de teologías complicadas; mientras otras veces, sentimos que nuestra alma anda sedienta de espiritualidad, pero no por falta de Agua Viva sino por exceso de espiritualidades «gaseosas», de espiritualidades light, prisioneros por una mundanidad virtual que se abre o cierra con un simple click, oprimidos por la fascinación de mil propuestas de consumo que no nos podemos quitar de encima para caminar, libres, por los senderos que nos llevan al amor de nuestros hermanos, a los rebaños del Señor.
“Jesús viene a rescatarnos –concluyó el Papa– para hacernos salir, para convertirnos de pobres y ciegos, de cautivos y oprimidos en ministros de misericordia y consolación”.
Leer el texto completo de la homilía





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Texto completo de la homilía del papa Francisco en la misa del Jueves Santo
Redaccion | 24/03/16

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El santo padre Francisco presidió este Jueves Santo en la basílica de San Pedro la misa crismal, liturgia que se celebra hoy en todas las iglesias catedrales del mundo.
En su homilía recordó que Señor anuncia el evangelio de la misericordia incondicional del Padre a los más pobres, a los más alejados y oprimidos, y que allí precisamente somos interpelados a optar, y a combatir el buen combate de la Fe. Y deseó que mirando nuestra propia vida podamos descubrir cómo ha practicado el Señor su misericordia hacia nosotros y así contribuir a inculturarla.
En este día, el Santo Padre recordó que hay dos ámbitos en los que el Señor se excede en su misericordia: el del encuentro y el de su perdón que nos avergüenza y dignifica.
Señaló que tantas veces sentimos que nuestra alma está sedienta de espiritualidad por exceso de espiritualidades «gaseosas», de espiritualidades light, prisioneros por una mundanidad virtual que se abre o cierra con un simple click, oprimidos por la fascinación de mil propuestas de consumo que no podemos quitarnos de encima para caminar, libres, por los senderos que nos llevan al amor de nuestros hermanos, a los rebaños del Señor.
Y concluyó, recordando que Jesús viene a rescatarnos, a hacernos salir, para convertirnos de pobres y ciegos, de cautivos y oprimidos en ministros de misericordia y consolación.
A continuación el texto completo:
Después de la lectura del pasaje de Isaías, al escuchar en labios de Jesús las palabras: «Hoy mismo se ha cumplido esto que acaban de oír», bien podría haber estallado un aplauso en la sinagoga de Nazaret. Y luego podrían haber llorado mansamente, con íntima alegría, como lloraba el pueblo cuando Nehemías y el sacerdote Esdras le leían el libro de la Ley que habían encontrado reconstruyendo el muro. Pero los evangelios nos dicen que hubo sentimientos encontrados en los paisanos de Jesús: le pusieron distancia y le cerraron el corazón. Primero, «todos hablaban bien de él, se maravillaban de las palabras llenas de gracia que salían de su boca» (Lc 4,22); pero después, una pregunta insidiosa fue ganando espacio: «¿No es este el hijo de José, el carpintero?». Y al final: «Se llenaron de ira» (Lc 4,28). Lo querían despeñar… Se cumplía así lo que el anciano Simeón le había profetizado a nuestra Señora: «Será bandera discutida» (Lc 2,34). Jesús, con sus palabras y sus gestos, hace que se muestre lo que cada hombre y mujer tiene en su corazón.
Y allí donde el Señor anuncia el evangelio de la misericordia incondicional del Padre para con los más pobres, los más alejados y oprimidos, allí precisamente somos interpelados a optar, a «combatir el buen combate de la Fe» (1 Tm 6,12). La lucha del Señor no es contra los hombres sino contra el demonio (cf. Ef 6,12), enemigo de la humanidad. Pero el Señor «pasa en medio» de los que buscan detenerlo «y sigue su camino» (Lc 4,30). Jesús no confronta para consolidar un espacio de poder. Si rompe cercos y cuestiona seguridades es para abrir una brecha al torrente de la misericordia que, con el Padre y el Espíritu, desea derramar sobre la tierra. Una misericordia que procede de bien en mejor: anuncia y trae algo nuevo: cura, libera y proclama el año de gracia del Señor.
La misericordia de nuestro Dios es infinita e inefable y expresamos el dinamismo de este misterio como una misericordia «siempre más grande», una misericordia en camino, una misericordia que cada día busca el modo de dar un paso adelante, un pasito más allá, avanzando sobre las tierras de nadie, en las que reinaba la indiferencia y la violencia.
Y así fue la dinámica del buen Samaritano que «practicó la misericordia» (Lc 10,37): se conmovió, se acercó al herido, vendó sus heridas, lo llevó a la posada, se quedó esa noche y prometió volver a pagar lo que se gastara de más. Esta es la dinámica de la misericordia, que enlaza un pequeño gesto con otro, y sin maltratar ninguna fragilidad, se extiende un poquito más en la ayuda y el amor. Cada uno de nosotros, mirando su propia vida con la mirada buena de Dios, puede hacer un ejercicio con la memoria y descubrir cómo ha practicado el Señor su misericordia para con nosotros, cómo ha sido mucho más misericordioso de lo que creíamos y, así, animarnos a desear y a pedirle que dé un pasito más, que se muestre mucho más misericordioso en el futuro. «Muéstranos Señor tu misericordia» (Sal 85,8). Esta manera paradójica de rezar a un Dios siempre más misericordioso ayuda a romper esos moldes estrechos en los que tantas veces encasillamos la sobreabundancia de su Corazón. Nos hace bien salir de nuestros encierros, porque lo propio del Corazón de Dios es desbordarse de misericordia, desparramarse, derrochando su ternura, de manera tal que siempre sobre, ya que el Señor prefiere que se pierda algo antes de que falte una gota, que muchas semillas se la coman los pájaros antes de que se deje de sembrar una sola, ya que todas son capaces de portar fruto abundante, el 30, el 60 y hasta el ciento por uno.
Como sacerdotes, somos testigos y ministros de la misericordia siempre más grande de nuestro Padre; tenemos la dulce y confortadora tarea de encarnarla, como hizo Jesús, que «pasó haciendo el bien» (Hch 10,38), de mil maneras, para que llegue a todos. Nosotros podemos contribuir a inculturarla, a fin de que cada persona la reciba en su propia experiencia de vida y así la pueda entender y practicar —creativamente— en el modo de ser propio de su pueblo y de su familia.
Hoy, en este Jueves Santo del Año Jubilar de la misericordia, quisiera hablar de dos ámbitos en los que el Señor se excede en su misericordia. Dado que es él quien nos da ejemplo, no tenemos que tener miedo a excedernos nosotros también: un ámbito es el del encuentro; el otro, el de su perdón que nos avergüenza y dignifica.
El primer ámbito en el que vemos que Dios se excede en una misericordia siempre más grande, es en el encuentro. Él se da todo y de manera tal que, en todo encuentro, directamente pasa a celebrar una fiesta. En la parábola del Padre Misericordioso quedamos pasmados ante ese hombre que corre, conmovido, a echarse al cuello de su hijo; cómo lo abraza y lo besa y se preocupa de ponerle el anillo que lo hace sentir como igual, y las sandalias del que es hijo y no empleado; y luego, cómo pone a todos en movimiento y manda organizar una fiesta. Al contemplar siempre maravillados este derroche de alegría del Padre, a quien el regreso de su hijo le permite expresar su amor libremente, sin resistencias ni distancias, nosotros no debemos tener miedo a exagerar en nuestro agradecimiento. La actitud podemos tomarla de aquel pobre leproso, que al sentirse curado, deja a sus nueve compañeros que van a cumplir lo que les mandó Jesús y vuelve a arrodillarse a los pies del Señor, glorificando y dando gracias a Dios a grandes voces.
La misericordia restaura todo y devuelve a las personas a su dignidad original. Por eso, el agradecimiento efusivo es la respuesta adecuada: hay que entrar rápido en la fiesta, ponerse el vestido, sacarse los enojos del hijo mayor, alegrarse y festejar… Porque sólo así, participando plenamente en ese ámbito de celebración, uno puede después pensar bien, uno puede pedir perdón y ver más claramente cómo podrá reparar el mal que hizo.
Puede hacernos bien preguntarnos: Después de confesarme, ¿festejo? O paso rápido a otra cosa, como cuando después de ir al médico, uno ve que los análisis no dieron tan mal y los mete en el sobre y pasa a otra cosa. Y cuando doy una limosna, ¿le doy tiempo al otro a que me exprese su agradecimiento y festejo su sonrisa y esas bendiciones que nos dan los pobres, o sigo apurado con mis cosas después de «dejar caer la moneda»?
El otro ámbito en el que vemos que Dios se excede en una misericordia siempre más grande, es el perdón mismo. No sólo perdona deudas incalculables, como al siervo que le suplica y que luego se mostrará mezquino con su compañero, sino que nos hace pasar directamente de Ia vergüenza más vergonzante a la dignidad más alta sin pasos intermedios. El Señor deja que la pecadora perdonada le lave familiarmente los pies con sus lágrimas. Apenas Simón Pedro le confiesa su pecado y le pide que se aleje, Él lo eleva a la dignidad de pescador de hombres. Nosotros, en cambio, tendemos a separar ambas actitudes: cuando nos avergonzamos del pecado, nos escondemos y andamos con la cabeza gacha, como Adán y Eva, y cuando somos elevados a alguna dignidad tratamos de tapar los pecados y nos gusta hacernos ver, casi pavonearnos.
Nuestra respuesta al perdón excesivo del Señor debería consistir en mantenernos siempre en esa tensión sana entre una digna vergüenza y una avergonzada dignidad: actitud de quien por sí mismo busca humillarse y abajarse, pero es capaz de aceptar que el Señor lo ensalce en bien de la misión, sin creérselo. El modelo que el Evangelio consagra, y que puede servirnos cuando nos confesamos, es el de Pedro, que se deja interrogar prolijamente sobre su amor y, al mismo tiempo, renueva su aceptación del ministerio de pastorear las ovejas que el Señor le confía.
Para entrar más hondo en esta avergonzada dignidad, que nos salva de creernos, más o menos, de lo que somos por gracia, nos puede ayudar ver cómo en el pasaje de Isaías que el Señor lee hoy en su Sinagoga de Nazaret, el Profeta continúa diciendo: «Ustedes serán llamados sacerdotes del Señor, ministros de nuestro Dios» (Is 61,6). Es el pueblo pobre, hambreado, prisionero de guerra, sin futuro, sobrante y descartado, a quien el Señor convierte en pueblo sacerdotal.
Como sacerdotes, nos identificamos con ese pueblo descartado, al que el Señor salva y recordamos que hay multitudes incontables de personas pobres, ignorantes, prisioneras, que se encuentran en esa situación porque otros los oprimen. Pero también recordamos que cada uno de nosotros conoce en qué medida, tantas veces estamos ciegos de la luz linda de la fe, no por no tener a mano el evangelio sino por exceso de teologías complicadas. Sentimos que nuestra alma anda sedienta de espiritualidad, pero no por falta de Agua Viva —que bebemos sólo en sorbos—, sino por exceso de espiritualidades «gaseosas», de espiritualidades light. También nos sentimos prisioneros, pero no rodeados como tantos pueblos, por infranqueables muros de piedra o de alambrados de acero, sino por una mundanidad virtual que se abre o cierra con un simple click. Estamos oprimidos pero no por amenazas ni empujones, como tanta pobre gente, sino por la fascinación de mil propuestas de consumo que no nos podemos quitar de encima para caminar, libres, por los senderos que nos llevan al amor de nuestros hermanos, a los rebaños del Señor, a Ias ovejitas que esperan la voz de sus pastores.
Y Jesús viene a rescatarnos, a hacernos salir, para convertirnos de pobres y ciegos, de cautivos y oprimidos. en ministros de misericordia y consolación. Y nos dice, con las palabras del profeta Ezequiel al pueblo que se prostituyó y traicionó tanto a su Señor: «Yo me acordaré de la alianza que hice contigo cuando eras joven… Y tú te acordarás de tu conducta y te avergonzarás de ella, cuando recibas a tus hermanas, las mayores y las menores, y yo te las daré como hijas, si bien no en virtud de tu alianza. Yo mismo restableceré mi alianza contigo, y sabrás que yo soy el Señor. Así, cuando te haya perdonado todo lo que has hecho, te acordarás y te avergonzarás, y la vergüenza ya no te dejará volver a abrir la boca —oráculo del Señor—» (Ez 16,60-63).
En este Año Santo Jubilar, celebramos con todo el agradecimiento de que sea capaz nuestro corazón, a nuestro Padre, y le rogamos que “se acuerde siempre de su Misericordia”; recibimos con avergonzada dignidad Ia Misericordia en Ia carne herida de nuestro Señor Jesucristo y le pedimos que nos lave de todo pecado y nos libre de todo mal; y con la gracia del Espíritu Santo nos comprometemos a comunicar la Misericordia de Dios a todos los hombres, practicando las obras que el Espíritu suscita en cada uno para el bien común de todo el pueblo fiel.





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Los empresarios y el Año de la Misericordia
Redaccion | 24/03/16

Por José Ricardo Stok – PAD, Universidad de Piura (Perú)
El Papa Francisco ha deseado que 2016 sea el año de la Misericordia, y esta convocatoria no solo se dirige a los católicos sino a todas las personas de buena voluntad. Los empresarios no están excluidos de este llamado; antes bien, son actores principales de pequeñas o grandes manifestaciones que pueden contribuir para que este mundo sea mucho más humano.
Es importante destacar que, como señala el papa en la Bula de convocación del Año Jubilar, en el punto n.6, «Misericordia no es signo de debilidad, sino más bien la cualidad de la omnipotencia de Dios». Así, la relación entre justicia y misericordia, aún estando en planos distintos, es de complementariedad.
Hay dos aspectos en que los empresarios son extremadamente acertados, y en los que cabría introducir la misericordia.
En primer lugar, es obvio que el empresario es experto en la búsqueda y logro de eficacia. Sin embargo, cuando su acción se circunscribe al corto plazo, con mirada de inmediatez, muchas veces cae en una trampa respecto al largo plazo.
Así las presiones en la obtención de resultados inmediatos, para cumplir cuotas o metas, o para ampliar mercado llegan a obnubilar la mirada o la perspectiva de sus acciones futuras, perdiendo flexibilidad para el mañana.
Lo importante es determinar tres cuestiones: saber si tales objetivos son medios o fines; recordar que el fin nunca justifica los medios; y precisar si tales acciones mejorarán o no a las personas.
Misericordia es poner en el centro a la persona humana, y esto no es perder eficacia: la coherencia cristiana exige que no se haga de la empresa un territorio intangible; es saber que hay situaciones que no conviene forzar, aunque genere una aparente ineficacia, o haya algo que se sacrifica, si en cambio fortalece y consolida la organización.
Aunque distante la comparación, piénsese qué sentido tiene procurar un buen clima organizacional, o lograr estar entre los “grandes lugares para trabajar”. La misericordia va mucho más lejos, pone matices que trascienden, y ayuda a encarnar unas palabras de Jesús: «Seréis medidos con la medida que uséis» (Lc 6, 37-38).
El segundo aspecto es la gran capacidad de los empresarios para descubrir necesidades insatisfechas en potenciales clientes y generar así oportunidades de negocio.
La mirada del empresario tiene que saber descubrir otro tipo de necesidades, aquellas cuya satisfacción, aunque no dará oportunidad a ganancia, enriquece de otra manera. Aquí está el amplio campo de las obras de misericordia espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia a las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y los difuntos.
¿No es verdad que en el diario vivir en la empresa, en su interior y en su entorno, encontramos múltiples posibilidades de practicar estas obras? Más de uno podrá decir que la empresa no es para esto; entonces, ¿para cuándo lo dejamos?
En el diario entramado de relaciones humanas que se dan en el trabajo, hay multitud de ocasiones que pueden dar vida a las obras de misericordia espirituales antes señaladas. Animo a que se intente practicar una de ellas, una vez a la semana; como ocurre con los bienes espirituales, el mayor beneficiado es quien da, no quien recibe.
Decía el papa Francisco recientemente (16-01-16): «Debemos formar, educar a un nuevo humanismo del trabajo, donde el hombre, no la ganancia, esté en el centro; donde la economía sirva al hombre y no se sirva del hombre».





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Venezuela: el cardenal Urosa pide acabar con tanta violencia
Sergio Mora | 24/03/16

(ZENIT – Roma).- El cardenal arzobispo de Caracas, Jorge Urosa, presidió este Miércoles Santo en Caracas, la misa en honor del Nazareno de San Pablo, devoción muy sentida por la población local.
En declaraciones a la prensa el cardenal consideró que la devoción de los católicos se ha incrementado constantemente en el país y esto se evidencia en el recorrido del Nazareno, cuya fe ha aumentado al pasar los años. Una devoción que simboliza, la humildad, la devoción y la esperanza, dijo.
Como es de dominio público, Venezuela está sufriendo una situación política, social y económica muy difícil, agravada por el bajo precio internacional del petróleo. Los mensajes en la red social Twitter en la etiqueta #UnMilagroParaVenezuela son un síntoma de lo que se está viviendo, como la frase que dice: “Un milagro para Venezuela sería que vuelva la comida a los anaqueles”.
El cardenal Urosa en su homilía habló de la falta de seguridad ciudadana, exhortando al gobierno nacional asumir su responsabilidad de proteger a los venezolanos. “Tenemos que pedir a Dios para que cese la violencia en Venezuela” dijo, y añadió que “las calles deben estar en manos de los ciudadanos, no en manos de delincuentes”.
“El mensaje fundamental de la Iglesia –dijo el purpurado– es seguir a Jesucristo. Seguir a Jesús significa dejar a un lado la droga, la corrupción administrativa, el narcotráfico, el odio y la búsqueda del dinero por sobre todas las cosas. Seguir a Jesucristo significa amar al prójimo como a nosotros mismos. El que siga a Jesucristo tendrá la luz de la vida”.
Habló también de la falta de alimentos y pidió al Gobierno que tome las medidas necesarias para que cese la escasez y la plata le alcance a los ciudadanos.
Hizo especial amado a rechazar los “linchamientos que recientemente se han registrado en algunos sectores de Caracas y de otras regiones de Venezuela”, precisando que “no nos debemos dejar llevar por tentación de la violencia, debemos buscar siempre el encuentro y la paz” y si bien reconoció que hay impunidad, “no podemos convertirnos en asesinos”.
Señaló también el rechazo al “asesinato de 17 mineros en el estado Bolívar”, y elogió la valentía de Monseñor Mariano José Parra Sandoval, por ser el primero a denunciar esta masacre.
El arzobispo invitó además a estar alerta para oponerse a cualquier propuesta en favor del aborto ya que esa no es una práctica tolerada en Venezuela, así como a rechazar el relajo afectivo sexual que daña a las muchachitas.
Y concluyó exhortando a defender la familia, institución constituida por Dios, “para que el hombre y la mujer, casados y bendecidos por el sagrado sacramento del matrimonio tengan su hogar, tengan sus hijos, sean felices; esa es la vía del buen cristiano. Una buena familia cristiana”.
La procesión, una de las tradiciones más antiguas de Venezuela, congrega cada año a miles de files que con motivo de la Semana Santa, cargan la imagen por las calles de la ciudad.
La procesión partió desde la basílica de Santa Teresa y recorrió una parte del centro de Caracas. En este Jubileo de la Misericordia, partió por primera cuando aún era día y ha sido más larga de lo habitual.
En Venezuela, hay tres procesiones principales en las que se recuerda la pasión de Jesús: la de San Pablo, en Caracas; la de Barquisimeto, en Lara; y la de Achaguas, en Apure.





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Beato Diego José de Cádiz – 24 de marzo
Isabel Orellana Vilches | 23/03/16

José Francisco López-Caamaño y García Pérez nació en Cádiz, España, el 30 de marzo de 1743. Pertenecía a una ilustre familia. Su madre murió cuando él tenía 9 años y se estableció con su padre en la localidad gaditana de Grazalema. Cursó estudios con los dominicos de Ronda, Málaga. Pero a los 15 años eligió a los capuchinos de Sevilla, venciendo su rechazo a la vida religiosa, y a esta Orden en particular, para tomar el hábito y nombre con el que iba a ser encumbrado a los altares. Dejando atrás la cierta aversión inicial al compromiso que estableció, años más tarde, al referirse retrospectivamente a su vocación se aprecia cuánto había cambiado. Puede que ni recordase el peso de sus emociones de adolescente cuando escribió: «Todo mi afán era ser capuchino, para ser misionero y santo».
En 1766 fue ordenado sacerdote. Le acompañaba único anhelo: alcanzar la santidad. Quería ser un gran apóstol sin excluir el martirio. Y dejó constancia de ello: «¡Qué ansias de ser santo, para con la oración aplacar a Dios y sostener a la Iglesia santa! ¡Qué deseo de salir al público, para, a cara descubierta, hacer frente a los libertinos!… ¡Qué ardor para derramar mi sangre en defensa de lo que hasta ahora hemos creído!». Pero el camino de la santidad generalmente Dios no se lo pone fácil a sus hijos. Durante unos años las oscilaciones en su vida espiritual fueron habituales, hasta que sufrió una radical transformación con la gracia de Cristo. Ello no le libró de experiencias que suelen presentarse en el itinerario que conduce a la unión con la Santísima Trinidad. Pasó por contradicciones y oscuridades. Fueron frecuentes sus luchas contra las tentaciones de la carne y tuvo que combatir brotes de apatía en el cumplimiento de su misión, entre otras muchas debilidades que afrontó y superó. Nadie, solo Dios, sabía de las pugnas interiores de este gran apóstol, cuya entrañabilidad y peculiar sentido del humor era especialmente apreciado en las distancias cortas.
Desde 1771 y durante treínta años su actividad en misiones populares se extendió por casi toda la geografía española. Sus grandes dotes de oratoria y elocuencia pasadas por la oración obraban prodigios en las gentes a través una predicación de la que se ha subrayado, además de su rigor, la sencillez y dignidad. Su contribución fue inestimable en un período marcado por el regalismo y el jansenismo que estaban en su apogeo. Como tantas veces sucede al juzgar a mentes preclaras, y más con la hondura de vida del beato, las valoraciones no son siempre benevolentes. Cuando únicamente se examinan sus pasos desde un punto de vista racional, apelando a un análisis histórico frecuentemente cargado de prejuicios, como algunos críticos han hecho, queda en la penumbra lo esencial: su grandeza espiritual y excepcionales cualidades puestas al servicio de la fe y de la Iglesia en momentos de indudable dificultad.
Tratando de la oratoria religiosa, el gran Menéndez y Pelayo lo situó detrás de san Vicente Ferrer y de san Juan de Ávila. Y es que Diego José promovía una profunda renovación espiritual en su auditorio. Llegó a predicar en la corte. Sus palabras tuvieron gran influjo no solo en el ámbito religioso sino también en el público. Junto con la instrucción doctrinal que proporcionaba, impartía conferencias a hombres, mujeres y niños de toda condición social. Les alentaba con la celebración de la penitencia y el rezo público del santo rosario. Suscitaba emociones por igual en clérigos, plebeyos e intelectuales. Su fama le precedía y la muchedumbre que se citaba para oírle no cabía en las grandes catedrales. A veces durante varias horas tenía que hablar al aire libre a un auditorio conformado por cuarenta mil y hasta sesenta mil personas, que le consideraban un «enviado de Dios».
Ese imponente despliegue de multitudes que acudían a él enfervorecidas pone de manifiesto que los integrantes de la vida santa han sido los verdaderos artífices de las redes sociales. Un entramado de seguidores con alta sensibilidad –que muchos hoy día querrían para sí–, supieron identificar la grandeza de Dios y su belleza inigualable plasmada en las palabras de este insigne apóstol. Fueron tres décadas de intensa dedicación llevando con singular celo la fe más allá de los confines de Andalucía en los que era bien conocido. Aranjuez, Madrid, poblaciones de Toledo y de Ciudad Real, Aragón, Levante, Extremadura, Galicia, Asturias, León, Salamanca, incluso Portugal y otras, fueron recorridas a pie por este incansable peregrino que impregnó con la fuerza de su voz, avalada por una virtuosísima vida, el corazón de las gentes. Una gran mayoría en su época lo consideró un «nuevo san Pablo». Penitencia y oración continua fueron sus armas apostólicas, mientras su cuerpo se estremecía bajo un rústico cilicio. Si hubiera contado con los medios y técnicas que existen en la actualidad sus conquistas para Cristo superarían lo imaginable.
Era un gran devoto de María bajo la advocación de la Divina Aurora, de la que fue encendido defensor. Fue agraciado con carismas extraordinarios como el don de profecía y numerosos milagros que efectuaba con su proverbial sentido del humor y el gracejo andaluz que poseía. Su correspondencia epistolar, sermones, obras ascéticas y devocionales son incontables. Se le ha conocido como el «apóstol de la misericordia». Murió en la localidad malagueña de Ronda el 24 de marzo de 1801 cuando se hallaba en un proceso ante la Inquisición donde fue llevado por quienes no supieron identificar en él al santo que fue. Le cubrieron con penosos signos de ingratitud que desembocaron en una injusta y humillante persecución. Por encima de los ciegos juicios humanos, Dios ya le había reservado la gloria eterna. Fue beatificado por León XIII el 22 de abril de 1894.