Tribunas

Renacer a la Esperanza

Jesús Ortiz


Las cosas no pintan bien tanto en la superficie como en el fondo, y esto afecta a la coherencia con la fe en la vida social y en la omnipresente política. Cabe arroparse con la queja perezosa, o ponerse a trabajar con más brío. Como hace un buen deportista, un agricultor, un pescador, o un cristiano responsable. La Pascua es una ocasión para renacer a la esperanza.

Abrir las puertas

Con estas palabras exhortaba Juan Pablo II al mundo en el comienzo de su pontificado, y así pide ahora el Papa Francisco una Iglesia de puertas abiertas, que salga a la calle. Quien cierra la puerta del alma se queda a oscuras, como el que cierra puertas y ventanas a la luz del día, pues el sol sale para todos y es bien real; sin embargo quien se encierra voluntariamente llega a negarlo y se renuncia a la esperanza. Sin embargo no sería difícil superar esa triste situación abriéndose a la acción de Dios que habla con más claridad de lo que a veces nos parece. No olvidemos que el rechazo al Dios real, no imaginado, no se debe sólo a elevadas cuestiones intelectuales o científicas sino sobre todo a una voluntad individual que se resiste al bien. Hay pocos ateos teóricos pero muchos prácticos.

Parece que el genio de Goethe, aunque no era un hombre ateo, no sentía la necesidad de ser salvado por la fe cristiana, pues no se consideraba un hombre pecador, porque no creía en un Dios personal, como él mismo reconoció. Es una carencia que tienen ahora otras personas que se consideran vagamente religiosas pero no cristianas, y en realidad tienen una fe empobrecida: no se relacionan con Dios ni con su Iglesia que, en palabras del Papa Francisco es la Casa de la misericordia.

El optimismo cristiano

La esperanza es natural al hombre y se encuentra reforzada en los creyentes como virtud o don de Dios que quiere para todos la bienaventuranza o vida divina, y ofrece los medios de la gracia para alcanzarla. Descubrimos así la importancia de confiar en los demás, en los instrumentos de Dios como son los sacramentos y la misma Iglesia, como apoyo para el camino y garantía de llegar a la meta del Cielo bien acompañados. En otras palabras, la esperanza es el optimismo cristiano, que garantiza el futuro sin vuelta atrás y un presente equilibrado con una paz que el mundo no puede dar.

La vida cristiana ha sido comparada tantas veces con el deporte porque también exige sacrificios para alcanzar una meta que vale la pena y trasciende este mundo. Hay que evitar la respuesta tibia ante la llamada a la santidad; el camino mediocre de quienes no desean enfrentarse a Dios pero tampoco quieren exagerar en la vida cristiana. Porque siempre habrá que luchar contra las malas inclinaciones de soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza que se pueden vencer con la ayuda de Dios. La Pascua es una llamada a vivir con una esperanza más segura porque Dios derrocha sus gracias a quien se le acerca con un corazón contrito, convencido de que así puede cambiar las sombras de su vida presente[1].

Pequeñas y grandes esperanzas

Como decimos, la sociedad actual presenta signos de haber equivocado la esperanza y de caer en la desesperanza, en la medida en que pierde el sentido de las realidades últimas y de su destino eterno en Dios. El Papa emérito Benedicto XVI hacía un análisis profundo de la situación histórica para enseñar con su magisterio el camino de la verdadera esperanza, porque los hombres no podemos vivir solo de las pequeñas esperanzas terrenas.  Porque el progreso científico y el bienestar social actúan muchas veces como narcóticos que alejan de la realidad y generan nuevos problemas. Como la pérdida del sentido de la vida, el trabajo absorbente como peldaño para el triunfo personal en detrimento de otras facetas más importantes (el matrimonio, los hijos y la familia). También se añaden, entre otros, los problemas del desarraigo, la emigración, el hambre y la pobreza, la soledad, el creciente número de suicidios, la violencia juvenil y el terrorismo. Podemos decir que una sociedad sin valores es una sociedad sin futuro.

El sacramento de la Reconciliación, la Confesión, tiene una gran importancia para mantener viva la esperanza grande. Decía san Juan Pablo II que sería presuntuoso pretender recibir el perdón prescindiendo del sacramento instituido por Cristo precisamente para el perdón. Y ahora el Papa Francisco dice lo mismo en el reciente libro-entrevista realizada por Tornielli, titulado «El nombre de Dios es misericordia»: «Cuando se experimenta el abrazo de misericordia, cuando nos dejamos abrazar, cuando nos conmovemos: entonces la vida puede cambiar, pues tratamos de responder a este don inmenso e imprevisto».

Dios y la rapera

Siempre se puede volver a Dios, como reconocía aquella rapera, Blanca, que ha creado el grupo Portavoces del Cielo. En una entrevista reconoce que aquello «Era pura soberbia, en plan venimos de lo alto, sin nada que ver con la religión». Pero en la JMJ en Colonia empezó a conocer a Dios más de cerca; tenía algo de fe aunque creía en un Dios que estaba en lo alto, que no tomaba parte en mi vida de forma tan directa, personal.

Dice que el rap también puede ayudar a hacer oración: «Las letras, claro, tienes que escribirlas. Y eso te obliga a meditar». Aunque también le gusta el canto gregoriano porque piensa que hay sitio para todo tipo de ritmos. Por ejemplo dice que en una exposición del Santísimo «no te vas a poner a rapear; no pega en un momento tan solemne, tan recogido». Su canción Talitha Qumi está basada en el Evangelio, en el pasaje de la hija de Jairo. Empieza así: «Levántate niña/ alégrate oveja… Me gusta la figura del buen pastor. Ovejas sí, borregos no». En resumen considera que «Si llevas una vida cristiana, harás un rap cristiano y los católicos tenemos que estar ahí»[2].

 

Jesús Ortiz López
Doctor en Derecho Canónico


 


 


 
[1] Estos párrafos pertenecen al libro «Preguntas comprometidas» , J.ORTIZ LÓPEZ, Ed. ADADP. Barcelona. 2015, del autor de este artículo.
[2] En la misma obra, págs.131-134.