Servicio diario - 09 de abril de 2016


 

El Papa en la audiencia jubilar: ‘La limosna es un gesto sincero de amor’
Rocío Lancho García | 09/04/16

(ZENIT- Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco, ha celebrado este sábado por la mañana, la audiencia general que durante este Año Jubilar, celebrará un sábado al mes. De este modo, miles de personas, visiblemente más numerosas que lo habitual en los miércoles, han recibido al Santo Padre con cantos y música de orquesta. Por su parte, Francisco ha correspondido al entusiasmo de los fieles, y paseando por la plaza con el papamóvil, ha saludado y bendecido a los presentes. En la catequesis de hoy, el Pontífice ha reflexionado sobre la limosna, “un aspecto esencial de la misericordia”.
Así, ha observado “cuánta gente se justifica a sí misma sobre la limosna diciendo: ’Pero, ¡cómo será este, este al que daré irá a comprarse vino para emborracharse! Pero si él se emborracha, ¡es porque no tiene otra salida! ¿Y tú qué haces escondido? Que nadie ve… ¿Y tú eres juez de ese pobre hombre que te pide una moneda para un vaso de vino?”
En el resumen hecho en español, el Santo Padre ha explicado que el término “limosna” significa “misericordia” y tiene muchos modos de manifestarse. En la Sagrada Escritura –ha observado– Dios nos muestra su atención especial por los pobres y nos pide que no sólo nos acordemos de ellos sino que les ayudemos con alegría. “Esto significa que la caridad requiere una actitud de gozo interior”, ha asegurado.
Por otro lado, el Papa ha subrayado que “un acto de misericordia no puede ser un peso del cual nos tenemos que liberar cuanto antes”. De este modo, ha explicado que el anciano Tobías, en el Antiguo Testamento, nos da una sabia lección sobre el valor de la limosna «No apartes tu rostro de ningún pobre, porque así no apartará de ti su rostro el Señor». Lo que cuenta –ha añadido– es la capacidad de mirar a la cara de la persona que nos pide auxilio.
Finalmente, ha reconocido que “la limosna es un gesto sincero de amor y de atención ante quien nos encontramos, y, como nos exige el mismo Jesús, tiene que hacerse para que sólo Dios lo vea”. El Pontífice ha pedido tener siempre presentes en nuestra vida las palabras del Señor: «Mayor felicidad hay en dar que en recibir».
A continuación, ha saludado a los peregrinos de lengua española. A ellos ha invitado “a practicar la limosna como signo de misericordia y a no olvidar mirar a los ojos de quien les pide ayuda; así, Dios no les ocultará su rostro”.
Para concluir la audiencia, y tras los saludos en las distintas lenguas, ha dirigido un saludo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. A los jóvenes ha invitado a que sean siempre fieles al Bautismo con el coherente testimonio de vida. Del mismo modo, a los enfermos les exhortó a que la luz de la Pascua les ilumine y consuele en el sufrimiento. Y finalmente pidió a los recién casados a que añadan el misterio pascual la valentía para ser protagonistas en la Iglesia y en la sociedad, contribuyendo a la construcción de la civilización del amor.





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El Papa viajará a Armenia, Georgia y Azerbaiyán
Redaccion | 09/04/16

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco, acogiendo la invitación de Su Santidad Karekin II, patriarca Supremo y Catholicos de todos los Armenios, de las Autoridades civiles y de la Iglesia Católica, irá a Armenia del 24 al 26 de junio de 2016. Lo ha confirmado esta mañana el padre Federico Lombardi, director de la oficina de prensa de la Santa Sede.
Al mismo tiempo, acogiendo la invitación de Su Santidad y Beatitud Ilia II, Catholicos Patriarca de toda Georgia y de las Autoridades civiles y religiosas de Georgia y Azerbaiyán, el Santo Padre completará su viaje apostólico al Caúcaso visitando estos dos países del 30 de septiembre al 2 de octubre de 2016.






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‘La novedad en Amoris Laetitia es la mayor integración de todos los fieles en la vida de la Iglesia’
Rocío Lancho García | 09/04/16

(ZENIT – Roma).- El papa Francisco ha presentado su exhortación apostólica post-sinodal Amoris Laetitia, después de dos años de reflexión y trabajo gracias a los dos sínodos de los obispos celebrados en Roma. Un documento extenso y profundo que requiere una lectura atenta y pausada. Son muchos los puntos abordados en el texto ya que la familia y la pastoral familiar acoge muchos y muy diferentes ámbitos. Para ayudar a nuestros lectores en la compresión de la exhortación, ZENIT a entrevistado al sacerdote Miguel Ángel Ortiz, profesor de Derecho Matrimonial Canónico en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz en Roma. El padre Ortiz es además abogado del Tribunal de la Rota Romana desde 1996 y juez externo del Tribunal de Apelación en el Vicariato de Roma.
¿Cuáles son los puntos más importantes de este documento?
— Prof. Ortiz: El punto de partida es la presentación del Evangelio de la familia (“A la luz de la Palabra”). A continuación reflexiona sobre la situación actual de las familias “en orden a mantener los pies en la tierra”, recuerda algunas cuestiones fundamentales de la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia y se detiene en lo que el Papa considera los capítulos centrales del documento: el amor en el matrimonio (cap. 4) y el amor que se vuelve fecundo (cap. 5). Propone una reflexión sobre la pastoral familiar (antes y después de la celebración del matrimonio) y la educación de los hijos y aborda tambiénla cuestión que ha suscitado mayor interés en los medios de comunicación: el discernimiento pastoral ante las llamadas situaciones irregulares. Dedica el último breve capítulo a ofrecer unas consideraciones de espiritualidad familiar.
Me parece que el Papa quiere evitar que se centre la atención exclusivamente en la cuestión de la admisión de los divorciados a la Eucaristía, y mucho menos que se haga con un planteamiento puramente casuístico. Por eso se extiende detenidamente en los aspectos teológicos, antropológicos, pastorales que ponen delante de los ojos un ideal que resulta atractivo: un amor que realiza la vocación más radical del hombre al don de sí, que resulta posible porque se basa sobre la fidelidad de Dios, que sostiene a las familias también en los momentos de dificultad.
Ahí radica, a mi parecer, una de las claves de interpretación del documento. Por un lado, presentar la belleza del matrimonio y de la familia aun a riesgo de que sus exigencias no sean comprendidas ni aceptadas. Por otro, que ese modelo no es solo un ideal que admirar, sino que representa una meta realmente alcanzable, aunque en ocasiones pueda resultar ardua.
¿Considera que es un documento ‘revolucionario’?
— Prof. Ortiz: Ciertamente no es revolucionario porque proponga una doctrina nueva. De hecho el Papa pone de manifiesto en repetidas ocasiones la continuidad de su magisterio con el precedente, en especial con Familiaris consortio. Respecto de las cuestiones doctrinales fundamentales o aquellas que están en el centro de los debates de la opinión pública, el Papa manifiesta expresamente la vigencia de la doctrina de la Iglesia y manifiesta su voluntad de no modificar la normativa vigente.
Resulta novedoso en cambio el acento que el Papa pone tanto en el discernimiento de las situaciones que han de ser iluminadas con la luz del Evangelio. Por referirme a la cuestión que probablemente provocar comentarios en la opinión pública, la de la pastoral con los divorciados vueltos a casar, el Papa remite – como hiciera la Relatio de 2015 – al criterio de Familiaris consortio 84. Allí subrayaba san Juan Pablo II la necesidad de discernir entre las distintas situaciones irregulares.
¿Dónde está la novedad?
— Prof. Ortiz: La novedad no está tanto en la valoración moral de los comportamientos –diferente en función de la responsabilidad que los fieles han tenido en la ruptura del matrimonio anterior y en la construcción de la nueva unión– ni en la calificación disciplinar de las situaciones, sino en la perspectiva de una mayor integración de los fieles, de todos los fieles, en la vida de la Iglesia.
El Papa subraya rotundamente que “se trata de integrar a todos, se debe ayudar a cada uno a encontrar su propia manera de participar en la comunidad eclesial, para que se sienta objeto de una misericordia «inmerecida, incondicional y gratuita». Nadie puede ser condenado para siempre, porque esa no es la lógica del Evangelio”.
La limitación que pueden encontrar algunos fieles –concretamente los divorciados vueltos a casar– para acceder a los sacramentos no proviene de una presunción de que están en pecado –cuestión esta que deben discernir en cada caso con la ayuda del confesor– sino de la incompatibilidad objetiva que se da entre la significación del sacramento de la eucaristía y su situación matrimonial.
Pero ello no quiere decir que estén fuera de la Iglesia. Como ya había subrayado Familiaris consortio, no sólo no están excomulgados sino que están llamados a participar en la vida de la Iglesia. Deberán discernir en cada caso– y aquí estriba buena parte de la novedad del presente documento – cómo concretar esa participación.
El documento también hace autocrítica sobre cómo ha presentado la Iglesia hasta ahora el matrimonio y ofrece un nuevo lenguaje, nuevas pautas. Entonces, ¿qué debería cambiar ahora?
— Prof. Ortiz: En mi opinión, el fruto más deseable de la exhortación sería que la nueva perspectiva, la pastoral de integración de la que habla Amoris laetitiae, mueva a todos los fieles a proponerse la meta alta de la plenitud de la vida cristiana, a la que quizá se dirijan poco a poco, gradualmente. Por desgracia, refiriéndome específicamente a los divorciados en segunda unión, en la actualidad la gran mayoría de los fieles muestran indiferencia hacia la posibilidad de frecuentar los sacramentos. ¡Ojalá fueran muchos los divorciados que sienten la necesidad de comulgar, a los que les falta la plena participación en la comunión eucaristica! Alimentar ese deseo sincero entiendo que sería el mejor fruto de la exhortación. Más que un “certificado de normalidad”, el pastor debe ayudarles a discernir cuál es el camino que deben recorrer para vivir de acuerdo con la voluntad de Dios.
Es decir, el pastor le ayudará a valorar su responsabilidad en el fracaso del matrimonio precedente (responsabilidad de la que puede carecer, si fue abandonado por su cónyuge), en el modo de cumplir con las obligaciones surgidas de la anterior unión, especialmente si tuvieron hijos, en la decisión de casarse civilmente, en la construcción de la nueva relación, en la educación de los hijos…
¿Por qué cree que este documento ha despertado tanto interés en la sociedad?
— Prof. Ortiz: Creo en efecto que el interés suscitado ha sido grande, aunque no siempre las expectativas han sido las mismas. Para gran mayoría de los fieles supondrá un estímulo para redescubrir la belleza, la alegría del amor familiar que hace presente y se sostiene gracias al amor de Dios. Les ayudará a vivir la vocación familiar y a superar las dificultades con mayor esperanza, fiados en la ayuda misericordiosa Dios.
Pero quién esperaba una solución novedosa a la cuestión de la admisión a los sacramentos de los divorciados vueltos a casar temo que quedará decepcionado. El Papa ha querido expresamente evitar dar una nueva norma a la que acudir para resolver los casos que se presenten: eso sería demasiado cómodo, viene a decir.
La remisión expresa a la solución de Familiaris consortio, con el marcado acento en la tarea de discernimiento y de formación de la conciencia, abre perspectivas pastorales enormemente ambiciosas. Presupuesta la buena voluntad de quien busca no el consenso de los hombres sino el de Dios, ese camino de continua conversión hacia la casa del Padre llena los corazones de alegría aunque el camino no sea necesariamente fácil.





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España: El Papa nombra nuevo obispo en Jaén
Redaccion | 09/04/16

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco ha nombrado a monseñor Amadeo Rodríguez Magro obispo de la diócesis de Jaén. El Santo Padre ha aceptado la renuncia al gobierno pastoral de esta diócesis presentada por monseñor Ramón del Hoyo López, conforme al canon 401, párrafo 1, del Código de Derecho Canónico. Monseñor del Hoyo continuará gobernando la diócesis, en calidad de administrador apostólico, hasta la toma de posesión de su sucesor. Monseñor Rodríguez Magro es en la actualidad obispo de Plasencia, desde 2003.
Monseñor Amadeo Rodríguez Magro nació en San Jorge de Alor (Badajoz) el 12 de marzo de 1946. Estudió en el seminario diocesano de Badajoz y logró la licenciatura en Ciencias de la Educación (sección Catequética) en la Universidad Pontificia Salesiana de Roma. Recibió la ordenación sacerdotal el 14 de junio de 1970.
Su ministerio sacerdotal lo desarrolló en la diócesis de Mérida-Badajoz: coadjutor de la parroquia San Francisco de Sales de Mérida (1970-1974) y párroco (1977-1983); director del secretariado diocesano de Catequesis (1986-1997); vicario episcopal de Evangelización y Territorial (1986-1997); y vicario general (1996-2003). Además fue secretario general del Sínodo Pacense (1988-1992) y secretario de la Provincia Eclesiástica de Mérida-Badajoz (1994-2003). En 1996 fue nombrado canónigo de la Catedral de Badajoz, cuyo cabildo presidió desde 2002 a 2003.
También fue profesor en el seminario y en el centro de estudios Teológicos (1986-2003), en la escuela diocesana de Teología para Laicos (1986-2003) y de Doctrina Católica y su Pedagogía (1987-2003) en la universidad de Extremadura. Fue miembro del consejo asesor de la Subcomisión Episcopal de Catequesis de la CEE.
El 3 de julio de 2003 Juan Pablo II le nombra obispo de Plasencia y recibe la consagración episcopal el 31 de agosto de 2003.
En la CEE es el vicepresidente de la Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis y presidente de la Subcomisión Episcopal de Catequesis desde 2014, de la que ya era miembro desde 2003. También ha formado parte de la Comisión Episcopal de Misiones y Cooperación entre las Iglesias de 2005 a 2011.
Mons. Ramón del Hoyo, obispo de Jaén desde 2005
Mons. del Hoyo nació el 4 de septiembre de 1940 en Arlanzón (Burgos). Cursó estudios en los seminarios menor y mayor de Burgos, entre 1955 y 1963. Obtuvo la Licenciatura en Derecho Canónico en la Universidad Pontificia de Salamanca (1963-1965) y el Doctorado en la Pontificia Universidad Angelicum (1975-1977). Fue ordenado sacerdote para la archidiócesis de Burgos el 5 de septiembre de 1965.
El 26 de junio de 1996 fue nombrado obispo de Cuenca y recibió la ordenación episcopal el 15 de septiembre del mismo año. El 19 de mayo de 2005 se hacía público su nombramiento como obispo de Jaén, diócesis de la que tomó posesión el 2 de Julio de 2005.
Desde 1996 es miembro de la Comisión Episcopal de Misiones y Cooperación, de la que fue presidente de 2005 a 2011, y desde 2012, del Consejo de Economía. Fue miembro de la Junta Episcopal de Asuntos Jurídicos (1996-2005) y de la “Junta San Juan de Ávila, Doctor de la Iglesia”, que se creó con el encargo de preparar la Declaración y la promoción de la figura del nuevo Doctor.






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Texto completo de la catequesis en la audiencia del 9 de abril de 2016
Redaccion | 09/04/16

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- Publicamos a continuación el texto completo de la catequesis del Santo Padre en la audiencia general de este sábado, 9 de abril.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio que hemos escuchado nos permite descubrir un aspecto esencial de la misericordia: la limosna. Puede parecer algo sencillo dar limosna, pero debemos prestar atención para no vaciar este gesto del gran contenido que posee. De hecho, el término “limosna”, deriva del griego y significa precisamente “misericordia”. La limosna, por tanto, debería llevar consigo toda la riqueza de la misericordia. Y como la misericordia tiene mil caminos, mil modalidades, así la limosna se expresa de tantas formas, para aliviar el sufrimiento de los que están necesitados.
El deber de la limosna es tan antiguo como la Biblia. El sacrificio y la limosna eran dos deberes a los que la persona religiosa debía seguir. Hay páginas importantes en el Antiguo Testamento, donde Dios exige una atención particular para los pobres que, a su vez, son los que no tienen nada, los extranjeros, los huérfanos y las viudas. En la Biblia esto es un volver continuo, ¿eh? El necesitado, la viuda, el extranjero, el forastero, el huérfano: se repite. Porque Dios quiere que su pueblo mire a estos hermanos nuestros. Pero, yo diré que están precisamente en el centro del mensaje: alabar a Dios con el sacrificio y alabar a Dios con la limosna.
Junto a la obligación de acordarse de ellos, se da también una indicación preciosa: “Cuando le des algo, lo harás de buena gana” (Dt 15,10). Esto significa que la caridad requiere, sobre todo, una actitud de alegría interior. Ofrecer misericordia no puede ser un peso o un aburrimiento del que liberarse rápidamente.
Cuánta gente se justifica a sí misma sobre la limosna diciendo: ’Pero, ¡cómo será este, este al que daré irá a comprarse vino para emborracharse! Pero si él se emborracha, ¡es porque no tiene otro camino! ¿Y tú qué haces escondido? Que nadie ve… ¿Y tú eres juez de ese pobre hombre que te pide una moneda para un vaso de vino?.
Me gusta recordar el episodio del viejo Tobías que, después de haber recibido una gran suma de dinero, llamó a su hijo y los instruyó con estas palabras: “como a todos los que practican la justicia. Da la limosna. […] No apartes tu rostro del pobre y el Señor no apartará su rostro de ti” (Tb 4,7-8). Son palabras muy sabias que ayudan a entender el valor de la limosna.
Jesús, como hemos escuchado, nos ha dejado una enseñanza insustituible al respecto. Sobre todo, nos pide no dar limosna para ser adulados o admirados por los hombres por nuestra generosidad. No dejar que tu mano derecha sepa lo que hace la izquierda. No es la apariencia lo que cuenta, sino la capacidad de detenerse a mirar a la cara a la persona que pide ayuda. Cada uno de nosotros puede preguntarse a sí mismo, ¿soy capaz de pararme y mirar a la cara, mirar a los ojos la persona que me está pidiendo ayuda? ¿Soy capaz? No debemos identificar, por tanto, la limosna con la simple moneda ofrecida deprisa, sin mirar a la persona y sin detenerse a hablar para entender qué necesita realmente. Al mismo tiempo, debemos distinguir entre los pobres y las distintas formas de mendicidad que no hacen ningún bien a los verdaderos pobres. En resumen, la limosna es un gesto de amor que se dirige a los que encontramos; es un gesto de atención sincera a quien se acerca a nosotros y pide nuestra ayuda, hecho en el secreto donde solo Dios ve y comprende el valor del acto cumplido.
Pero dar limosna también debe ser para nosotros algo que sea un sacrificio. Yo recuerdo una madre: tenía tres hijos, de seis, cinco y tres años más o menos. Y siempre enseñaba a sus hijos que debían dar limosna a las personas que la pedían. Estaban comiendo, cada uno comiendo un filete a la milanesa, como se dice en mi tierra, ‘empanado’. Y llaman a la puerta, el más grande va a abrir y viene donde la madre: ‘Mamá, hay un pobre que pide para comer, ¿qué hacemos?’ ‘Le damos –los tres–le damos’. ‘Bien, toma la mitad de tu filete, tú toma la otra mitad, tú la otra mitad, y hacemos dos bocadillos’. ‘Ah no, mamá, no’. ‘Ah, ¿no? Tú da del tuyo. Tú da de lo que te cuesta’. Esto es implicarse con el pobre. Yo me privo de algo mío para dártela a ti. Y a los padres atentos: educad a vuestros hijos a dar así la limosna, a ser generosos con lo que tienen.
Hagamos nuestras entonces las palabras del apóstol Pablo: “De todas las maneras posibles, les he mostrado que así, trabajando duramente, se debe ayudar a los débiles, y que es preciso recordar las palabras del Señor Jesús: «La felicidad está más en dar que en recibir” (Hch 20, 35; cfr 2 Cor 9,7).
Gracias.
Traducción realizada por ZENIT.





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Santa Magdalena de Canossa – 10 de abril
Isabel Orellana Vilches | 09/04/16

(ZENIT – Madrid).- «Hacer que Jesús sea conocido y amado». ¡Qué otra aspiración ha guiado a los santos que no sea ésta! Magdalena lo expresó así. Pero, al igual que ella, otros muchos demostraron sobradamente que ese era su único objetivo. La santa forma parte del selecto grupo de elegidos que tuvieron el mundo a sus pies y estando en posesión de cuantiosos bienes se desprendieron de ellos. Eligieron las austeridades para imitar a Cristo y ponerse a la altura de los desfavorecidos. Una decisión que no es usual, y menos aún a cierta edad, ya que con los años es fácil amoldarse a una forma de vida aunque sea rutinaria, y resulta más costoso emprender nuevos caminos. Magdalena Gabriela tenía fortuna y un codiciado título nobiliario: marquesa de Verona, lo cual le hacía acreedora de innumerables prebendas. Se despojó de todas. Ni siquiera tenían el estatus de fruslerías ante la gloria que Cristo le ofreció.
Nació en Verona, Italia, el 1 de marzo de 1774. Era la tercera de seis hermanos. Se ha dicho en incontables ocasiones que el dinero no da la felicidad. Así es. En este hogar se cumplía el aserto de que no es oro todo lo que reluce. Magdalena conoció en él los vericuetos del sufrimiento. Perdió a su padre, sufrió el abandono de la madre que contrajo nuevas nupcias, y se abatieron sobre ella enfermedad e incomprensiones. Son los misteriosos caminos de Dios que horada el corazón de sus dilectos hijos. Adecuarse a la voluntad divina es un acto de fe. Por lo general, no se comprenden los senderos y hechos que conducen a la unión con Él. A la santa le costó, pero no eludió el compromiso al que fue llamada. Y a los 17 años hasta en dos ocasiones intentó ser carmelita de clausura.
Forzada a regresar a su hogar para administrar la fortuna de la familia, cuando su tía se hallaba en trance de muerte se ofreció a adoptar a su pequeño. Las circunstancias histórico-políticas habían acrecentado el drama de los pobres. La Revolución francesa y la hegemonía de distintos gobernantes opresores generó un importante cúmulo de carencias que sepultaban a los débiles. Magdalena, mujer de oración, vocación y empuje, experimentó una indecible piedad por ellos. Y como la aflicción es un activo que Dios infunde en el corazón humano, se puso manos a la obra. En los barrios marginales de Verona penetró la luz llevada de su ardiente caridad. Palió hambre, falta de afecto, de formación… Su vida, vertebrada por la Eucaristía, el amor a Cristo crucificado y a la Virgen Dolorosa, rezumaba virtud. A su respetable familia le incomodaban sus públicos gestos en favor de los oprimidos. Pero cuando el amor tiene tal intensidad como el que a ella le animaba los muros caen derrocados. Y venció toda resistencia iniciando su obra en 1808.
Se hallaba a la mitad de la treintena cuando dejó la comodidad de palacio para instalarse en un barrio, el de S. Zeno, habitado por la miseria. Y con un grupo de mujeres afines puso los pilares de las Hijas de la Caridad Siervas de los Pobres, inaugurando con ellas el Instituto canossiano. Las chicas más pobres fueron acogidas en el monasterio de san José. Abrió varios frentes: escuelas, residencias para la formación de las docentes, catequesis, asistencia a pobres y enfermos hospitalizados, así como ejercicios espirituales dirigidos a mujeres de la nobleza, con la idea de impregnarlas de la fe involucrándolas en acciones caritativo sociales. Pero era realista. Escribió a una amiga suya en 1813 y le dijo: «Venecia es la ciudad de los proyectos (…) son las necesidades que dan la oportunidad de proyectar, sin luego poder conocer el éxito de los proyectos mismos…».
Guiada por el afán de cumplir la voluntad de Dios estaba abierta a sus designios. «Me pareció voluntad de Dios que solo buscara vivir completamente abandonada a su divina voluntad». Esta mujer que llevó la ternura y la esperanza a los pobres fue, además, una excepcional formadora. Recta, clara, misericordiosa, con tenacidad y rigor sostenía la vida espiritual de sus hijas. Las cartas que les dirigió, al igual que sus Memorias y el diario espiritual, revelan su grado de santidad. Preocupada y atenta a las necesidades de todas nunca impuso nada. Haciendo acreedoras de su confianza a las religiosas, con palpable humildad y espíritu de servicio, solía pedir su juicio ante las necesidades apostólicas que surgían, seguía con minuciosa atención su devenir aconsejando el descanso y la visita médica pertinente, si era el caso, el cuidado responsable de la salud, etc., dejando claro que nada de ello formaba parte de la periferia de la vida. Pero el meollo de la misma, y eso jamás lo olvidó, está en la santidad personal. Si todas eran santas, se convertirían en grandes apóstoles y el carisma no sería estéril.
«Hija mía querida –decía en una de sus numerosas cartas–, el Señor te quiere santa y yo también lo deseo, y mi deuda de madre y de madre que te ama es la de formar en vos la santidad, y ésta jamás se podrá lograr sin sumisión, obediencia y humildad […]. Para las obras del Señor, se necesitan humildad, abandono en Dios, olvido del mundo y despojo universal […]. No te preocupes de las habladurías del mundo, ni de las felicitaciones, ni de los reproches y atiendas sólo a santificarte en el ejercicio de la obediencia, de la humildad y de la búsqueda de Dios…». El auténtico amor a Dios y al género humano solo podían brotar de la contemplación del Crucificado y de su Madre.
Tenía alma misionera y logró que el Instituto, cuyos miembros se comprometían con plena disponibilidad a partir donde fuera preciso, se extendiera por otras ciudades italianas. Tras su muerte sus hijas lo expandieron por Oriente y América Latina. Cercano su fin, y después de infructuosas gestiones efectuadas ante Rosmini y Provolo, en 1831 fundó el Instituto de Hijos de la Caridad que había soñado en 1799. Murió el 10 de abril de 1835. Su obra había sido aprobada en 1828. Pío XII la beatificó el 7 de diciembre de 1941. Juan Pablo II la canonizó el 2 de octubre de 1988.