Tribunas

El pulso de la Compañía de Jesús

José Francisco Serrano Oceja

No hace muchos días se ha celebrado en la casa de espiritualidad del Santuario de Loyola el primer encuentro de la Provincia de España de la Compañía de Jesús.

Se podría decir que los jesuitas han medido su temperatura apostólica, sus pulsaciones y su ritmo cardiaco. Ciento setenta personas han participado en ese Pentecostés de la Compañía.

Según informan oficialmente, -incluso con el peculiar género de los comunicados en primera persona, innovación en los modos de la comunicación institucional-, han sido muchas las actividades de ese encuentro que comenzó con la conferencia inicial del Provincial, Francisco José Ruiz Pérez SJ. El germen de esa reunión se encuentra en una intuición de la Congregación Provincial.

Francisco José Ruiz Pérez fijó los objetivos del encuentro, señalando que debería  servir para “unirnos en un nivel profundo”, ya que “nada importante saldrá adelante sin un fundamental impulso comunitario”; y para ayudarnos a “entender mejor cómo servir más a quienes Dios tiene en su mirada”.  

El Provincial apuntó una serie de llamadas de la Congregación Provincial Una reacción ante las fronteras, caracterizadas como “vacíos de amor” que generan fracturas, distancia, heridas, insolidaridad y falta de esperanza; un movimiento ante el contexto de secularización, que no ha de ser de nostalgia, sino  de “imaginar cómo transmitir la fe como un gesto de amabilidad para nuestros contemporáneos”; y un movimiento hacia nosotros mismos para “cuidar lo nuclear”. 

El jesuita Javier Quinzá pronunció una conferencia marco en la que habló de la cultura actual.  “Vivimos, según Quinzá, en una cultura en la que se ha roto la gramática del mundo y se han fragmentado nuestras formas de vida. Nuestro mundo de sentido se ha hecho añicos. No hay ya un sistema único de valoración de la vida. Lo cual significa que «hay que dialogar y hay que pactar”.

Por otro lado, para Qunizá, en una sociedad en la que la tradición pierde autoridad, es en el compartir de las vivencias donde se sitúa la fuerza de convicción de nuestra fe.

También, según el padre Quinzá, asistimos al “fin del cristianismo de tareas”, un cristianismo centrado en el “hacer” ―también en hacer justicia y Reino― que corre el riesgo de convertirse en un “cristianismo ético” donde se valora “lo que hacemos, sus resultado, su eficacia”. 

 

José Francisco Serrano Oceja