Cuando en los conventos florecían las vocaciones, en la tele las chicas querían ser yé-yé y le cantaban a sus mamás que deseaban ser artistas. Mira por dónde, ahora que andan las vocaciones más escasas, en la tele las chicas ya no quieren ser famosas a lo Concha Velasco. Ahora a las productoras les ha dado por el hábito: hay cinco chicas que quieren ser monjas.

El reality comenzó en Cuatro el pasado domingo y amenaza, si la baja audiencia no lo remedia, con contarnos, durante las próximas cinco semanas, el nudo y el desenlace de las historias planteadas.

Ya sabemos que el Señor nos dio la orden de que fuéramos y anunciáramos el Evangelio, pero no dijo que lo hiciéramos de cualquier manera y en cualquier sitio.

Formalmente el programa está bien hecho, pero el principal problema está ahí, en el formato. El discernimiento audiovisual convierte a las chicas en vedettes, con un guion detallado que obliga a escenas tan impostadas como encontrarse con el novio en el parque del Retiro para, entre lágrimas y aparentando naturalidad, espetarle que va a probar durante mes y medio a ver si lo suyo es la vocación religiosa.

Me gustaría pensar que como mal menor alguien que lo esté viendo se hará alguna pregunta más inteligente que la de si las monjas del convento se ducharán en bikini, que es lo que “candidatas” se preguntaban nada más conocerse.  La civilización del espectáculo idolatra la transparencia: todo debe mostrarse y, sin embargo, los seres humanos necesitamos construirnos en sereno equilibrio, también desde la intimidad y la privacidad. Porque si no, puede pasar que terminemos por banalizar el Bien, y eso son palabras mayores.

Artículo publicado el 14/04/2016 en el Semanario Alfa y Omega

https://www.alfayomega.es/63534/la-banalizacion-del-bien