Con la venia del editor, y si el tiempo y la métrica lo permite, traigo palabras para quitar razones, en el reinado de la sinrazón que algunos llaman postmodernidad. No es el periodismo, o su encarnación, la prensa, la tierra media de la trivialidad y de la desazón. El periodismo es la sístole y la diástole de nuestro tiempo. Y los periodistas, los cardiólogos de un acontecer cada vez menos acontecer, y cada vez más fugaz. El periodismo, instalado en lo efímero, es ventrílocuo de lo eterno.

Con la venia del editor –de la autoridad, para entendernos-, y si el tiempo verbal lo permite –el presente discontinuo del segundero de la Historia-, vengo a quitarle la razón al maestro en el erial, al pope de las siempre nuevas y siempre viejas formas de comprensión de lo que nos rodea y nos marea. Arcadi Espada ha escrito en su penúltimo descargo de conciencia que “si como decía Berkeley “esse est percipi”; si como decía Borges “en las letras de rosa está la rosa/ y todo el Nilo en la palabra Nilo” o, incluso, mientras hablaba del bravo Jacinto Chiclana, “yo canto sólo lo que se cifra en el nombre”, parece natural y justificada la costumbre de matar al mensajero, degollándolo con la navaja del

Con la venia del editor, y si los lectores lo consienten, aviso que ha nacido una estrella, que no será fugaz. La constelación del optimismo se ha conjugado con el sideral aprecio por la narración. No es cuestión de nominalismos, ni de escuelas de periodismo. ¿Qué es el periodismo?, le preguntaba el joven profesor a un más joven alumno. “Contar historias”, contestó el aventajado discípulo. Y tenía razón. El periodismo no es más que mendigar unos gramos de interés en nombre del gusano de la manzana de la curiosidad. Los periódicos sirven, al día siguiente, para envolver castañas. ¡Qué más da! Y las informaciones, para envolver los deseos confesados de media humanidad. Juan de Mairena, el alter ego peripatético de Antonio Machado, definió al hombre como “el animal que usa relojes”. Y yo digo que el periodismo es el cronómetro de la Historia. Mal que le pese a la razón económica y a la sinrazón social.