Texto de la catequesis del Papa en el Jubileo de la Misericordia, ayer sábado 18 de junio
(Original en italiano, traducción al español de Zenit)

Queridos hermanos y hermanas.
Jesús después de la Resurrección se apareció diversas veces a los discípulos antes de subir a la gloria del Padre. El Evangelio de hoy narra una de estas apariciones en las cuales el Señor indica el contenido fundamental de la predicación que los apóstoles deberán ofrecer al mundo. Podemos sintetizarla en dos palabras: ‘conversión’ y ‘perdón de los pecados’. Son dos aspectos que califican la misericordia de Dios que, con amor nos cuida. Hoy tomamos en consideración la conversión.

¿Qué es la conversión? Ella está presente en toda la Biblia, y de manera particular en la predicación de los profetas, que invitan continuamente al pueblo al ‘regresar al Señor’, pidiéndole perdón y cambiando estilo de vida. Convertirse para los profetas significa cambiar de dirección de marcha y dirigirse de nuevo al Señor, teniendo la seguridad que Él nos ama y su amor es siempre fiel. ¡Volver al Señor!

Jesús hizo de la conversión la primera palabra de su predicación: ‘Conviértanse y crean en el Evangelio’. (Mc 1,15). O sea, miren hacia y vuelvan atrás, esto es convertirse. Es con este anuncio que Él se presenta al pueblo, pidiéndole que reciba su palabra como la última y definitiva que el Padre dirige a la humanidad. (cfr Mc 12,1-11).

Sobre la predicación de los profetas, Jesús insiste aún más en la dimensión interior de la conversión. En ella de hecho toda la persona está involucrada, corazón y mente, para volverse una criatura nueva, una persona nueva. Cambiar el corazón y que uno se renueve.

Cuando Jesús llama a la conversión no se erige juez de las personas, sino lo parte estando cercano, del hecho de compartir la condición humana, y por lo tanto la calle, la casa, el comedor… La misericordia hacia quienes tenían necesidad de cambiar de vida se realiza con su presencia amable, para involucrar a cada uno en su historia de salvación. Y Jesús persuadía a la gente con amabilidad, con amor.

Y con este comportamiento Jesús tocaba la profundidad de los corazones de las personas y estos se sentían atraídos por el amor de Dios y empujados a cambiar vida. Por ejemplo, las conversiones de Mateo (cfr Mt 9,9-13) y de Zaqueo (cfr Lc 19,1-10) se realizaron justamente de esta manera, porque se habían sentidos amados por Jesús, y a través de Él, por el Padre.

La verdadera conversión se realiza cuando recibimos el don de la gracia y un claro señal de su autenticidad es que nos damos cuenta de las necesidades de los hermanos y estamos listos a ir a su encuentro.

Queridos hermanos y hermanas, cuántas veces también nosotros sentimos la exigencia de un cambio que tome a nuestra persona por entero. Pero cuántas veces nos decimos a nosotros mismos: ‘tengo que cambiar y no puedo seguir así. Mi vida en este camino no dará frutos, será una vida inútil y no seré feliz’. Cuántas veces nos vienen estos pensamientos, cuántas veces…

Jesús con la mano extendida nos dice ven, ven a mi, que el trabajo lo hago yo. Yo te cambiaré el corazón, te cambiaré la vida, te haré feliz.

¿Pero creemos esto o no?, ¿qué piensan, creen en esto o no? (aplausos…) Menos aplausos y más voz, ¿creen o no creen? (respuesta coral, Sí…). Es así, es Jesús que está con nosotros y nos invita a cambiar de vida. Y es él con el Espíritu Santo que siembra esta inquietud que nos invita a cambiar vida y ser un poco mejor.

Sigamos por lo tanto esta invitación del Señor y no opongamos resistencias, porque solamente si nos abrimos a su misericordia, encontraremos la verdadera vida y la verdadera alegría. Solamente hay que abrir bien la puerta y él hace el resto, él hace todo. Pero hay que abrir el corazón para que nos pueda curar y llevarnos hacia adelante. Y les aseguro que seremos más felices. Gracias».