Tribunas

Por qué creer hoy en Jesucristo

Jesús Ortiz


Creer en Jesucristo o no creer, ésa es la cuestión. Esto lo saben bien los obispos pues comprueban que los entusiasmos y grandes concentraciones no son suficientes, y que “la fe del carbonero” necesita profundizar en Jesucristo. Porque si el cristocentrismo no se hace realidad en la vida de los fieles ocupará poco a poco  su lugar el antropocentrismo moderno. Por eso la Conferencia episcopal española (CEE) acaba de publicar la Instrucción “Jesucristo, salvador del hombre y esperanza del mundo”. Vale la pena hacer algunas consideraciones.

Jesucristo es la clave universal

Se hace pública cuando se han cumplido 50 años de la clausura del Vaticano II que estuvo centrado en Jesucristo aunque no lo parezca a primera vista, ya que ha tratado de la divina Revelación, de la Iglesia y la santidad, y de su misión en el mundo; añadiendo además el ecumenismo, el apostolado de los laicos o la libertad religiosa. Sin embargo no son documentos sueltos pues el hilo que une a cada uno de esos documentos es Jesucristo de quien hace la siguiente declaración capital:

“Cree la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado por todos, da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo a fin de que pueda responder a su máxima vocación y que no ha sido dado bajo el cielo a la humanidad otro nombre en el que sea necesario salvarse. Igualmente cree que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se halla en su Señor y Maestro. Afirma además la Iglesia que bajo la superficie de lo cambiante hay muchas cosas permanentes, que tienen su último fundamento en Cristo, quien existe ayer, hoy y para siempre. Bajo la luz de Cristo, imagen de Dios invisible, primogénito de toda la creación, el Concilio habla a todos para esclarecer el misterio del hombre y para cooperar en el hallazgo de soluciones que respondan a los principales problemas de nuestra época” (GS, 10).

Además, esta Instrucción de los obispos españoles sintoniza con otra anterior de la Congregación para la fe publicada en el Año Jubilar 2000, cuando se inauguraba el Tercer Milenio después de Cristo, centro de la historia, con la oferta de gran esperanza para el mundo. En él se dice que es contraria a la fe de la Iglesia “la tesis del carácter limitado, incompleto e imperfecto de la revelación de Jesucristo, que sería complementaria a la presente en las otras religiones. La razón que está a la base de esta aserción pretendería fundarse sobre el hecho de que la verdad acerca de Dios no podría ser acogida y manifestada en su globalidad y plenitud por ninguna religión histórica, por lo tanto, tampoco por el cristianismo ni por Jesucristo” (n.6).

La fe genuina en Jesucristo

La CEE ve necesario proclamar con claridad Quién es Jesucristo para que los fieles no caigan con buena voluntad pero ingenuamente en el relativismo religioso y moral, como si Jesús fuera un personaje más, y la Iglesia una oferta entra otras muchas también interesantes. De modo que las religiones formarían como un puzle con una imagen global de Dios. No es así, y por ello, este impulso a una fe auténtica en Jesucristo se centra en unas cuantas ideas clave del documento:

1. Jesucristo es el único Salvador para todos que se hallan como en camino a la plenitud de verdad en medio de tanteos y penumbras intelectuales y vitales.

2. El seguimiento vital de Cristo ha de ser completo: desde la Encarnación, nacimiento y ministerio público, hasta la Cruz y Resurrección gloriosa, terminada con su Ascensión al Cielo a la derecha del Padre, y el envío común del Espíritu Santo, consolador de los discípulos para siempre.

3. La Iglesia no puede dejar de anunciar a Jesucristo como único Salvador de todos los hombres, incluidos los quienes todavía no le conocen y siguen alguna religión o viven según su conciencia. Por eso esta Iglesia fundada por Jesucristo es camino universal de salvación, pues la ha dotado con la verdad plena y los medios de santificación, especialmente los sacramentos de la gracia. Y esto no va contra el diálogo interreligioso ni contra el ecumenismo, que solo se pueden dar desde la sinceridad de mostrar la propia identidad. Por todo eso la Iglesia de Jesucristo es misionera, a pesar de las incomprensiones y persecuciones actuales y a lo largo de la historia.

4. El misterio pascual es esencial para ser cristiano y consiste en la Cruz redentora y la Resurrección gloriosa. No se trata de creencias acumuladas por la Iglesia durante siglos como si fuera un proceso de de mitificación semejante al que se ha dado con algunas figuras más o menos históricas, como Buda, Nefertiti, Alejandro Magno, o César Augusto.

Así lo decía el Concilio Vaticano II: “En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. (..) Esto vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual” (n. 22).

De modo que esta nueva Instrucción de los obispos invita a que cada uno examine la solidez de su fe, sin mezclas ni confusiones, conociendo el documento y después leyendo uno de los cuatro Evangelios para comprobar que las verdades de la fe responden a la vida de Jesucristo y de los primeros cristianos.

Luz ante las ideologías de la despersonalización

El conocimiento  y reconocimiento de Cristo no es una cuestión propia de teólogos o de gente de Iglesia sino que es vital para entender al hombre en el mundo actual. Grandes males han venido por menospreciar la dignidad de la persona humana con dos guerras mundiales en el siglo XX, motivadas por las dos ideologías de la despersonalización como son el nazismo y el marxismo, y ninguna ha muerto definitivamente, como podemos comprobar a diario.

Desde posiciones aparentemente opuestas coinciden en la despersonalización tratando a los hombres como números, convirtiéndolos en masa a la que se pude suprimir (como los judíos) o ser utilizados como carne de cañón (en Stalingrado). Ha sido un largo proceso de despersonalización que ha convertido a las personas en masa (como en el capitalismo consumista), y todo porque al principio se ha ignorado la dignidad de las personas y al final se les trata como animales (abejas, hormigas, insectos) porque lo que importa es la colmena, la raza, o la nación. Todo eso está en las antípodas de la antropología del Evangelio centrado en la Persona divina de Jesucristo, donde cada uno vale por ser imagen y semejanza de Dios, y miembro de Cristo, perfecto Dios y perfecto hombre.

Tenía razón el sabio pontífice Benedicto XVI cuando afirmaba que quien se arrodilla ante Jesucristo no se arrodillará ante los poderes humanos, pues reconoce su dignidad en la Persona divina de Jesús. Por tanto, esta Instrucción de los obispos españoles es oportuna y necesaria para superar el relativismo y defender la dignidad de toda persona humana, sin distinción de religión, color, sexo o edad, la concepción hasta la muerte natural. Sin Jesucristo todo esto se desvanece.

 

Jesús Ortiz López
Doctor en Derecho Canónico