Tribunas

¿Verano apocalíptico?

José Francisco Serrano Oceja

Cuando nos preparábamos para la fiesta de la JMJ en Polonia, el Papa y los Jóvenes, la Iglesia que despierta en las almas, Juan Pablo y Francisco, Europa y las periferias, llegó la noticia del cruel asesinato del sacerdote francés Jacques Hamel, en la parroquia normanda de la localidad de Saint Etienne du Rouvray, a manos de los yihadistas.

No hacía mucho tiempo que había leído un editorial de un medio católico que se preguntaba si íbamos a asistir a un verano apocalíptico dados los antecedentes de asesinatos en el corazón de Europa. Quizá también por eso de que un estadista dijera no hace mucho que los próximos doce meses serían peores que los pasados doce años en lo que se refiere a la presencia del violencia terrorista.

La pregunta que no pocos se hacen es si este atentando representa un salto cualitativo; si se han traspasado las líneas rojas hacia la provocación que tiene como finalidad iniciar la dialéctica de la guerra de religiones, que es algo más que una guerra de civilizaciones.

Por más que se identifique, en determinados sectores del Islam radicalizado a la Iglesia católica con Occidente, la provocación de Normandía representa un punto de inflexión no solo en la estrategia del terrosismo ligado al Daesh sino también la comprensión general de esta guerra global y postmoderna.

En ningún momento pretendo identificar el cristianismo con Occidente. Sin embargo, el desarrollo de la cultura occidental no podría haber sido, ni es, sin el cristianismo.

Occidente está amenazado por partida doble. No sé, como he oído en estos días pasados, si el problema de occidente es su cristocentrismo. Lo que está claro es que internamente padecemos una falta de fe, y una incapacidad de comprensión, de nuestro legado cultural y de las raíces gracias a las cuales germinó.

Los logros de la civilización occidental -el capitalismo, la ciencia, el imperio de la ley y la democracia- se tambalean. A este diagnóstico hay que sumar la amenaza externa, global, de un islamismo radicalizado que carece de un proceso de modernización que contribuya a clarificar la naturaleza de la Revelación y sus consecuencias históricas. Y también que sirva de dique de contención de las patologías personales y colectivas.

Al final, nos queda el testimonio martirial del anciano sacerdote francés, víctima de algo más que la locura. Martirio ligado, una vez más en la historia, a la celebración de la eucaristía, presencia elocuente de Cristo, príncipe de la paz, celebración del sacrifico redentor, cruz, vida. El misterio de la cruz que purifica la iniquidad del tiempo, del mundo, y de las formas desviadas de comprender y practicar la religión de paz.

El supuesto apocalipsis de nuestro tiempo es más el anuncio de que todo está en vías de destrucción por una modernidad que ha facilitado la idolatría de la tecnología y el fundamentalismo religioso. No es la religión lo que ha hecho que esos jóvenes perpetren el brutal asesinato de un ministro de Dios. Es el nihilismo destructor, el misterio del maligno, como diría no hace mucho el Patriarca católico de los caldeos, monseñor Sako, el que ha sembrado la cizaña.

 

José Francisco Serrano Oceja