Tribunas

¿A dónde va la Universidad Católica?

José Francisco Serrano Oceja

Ahora que ha comenzado el mes de agosto, es un buen momento para –ante cierto parón en la actualidad- retomar algunos temas y tratarlos en perspectiva de fondo. Por ejemplo, el de las Universidades Católicas.

El sistema universitario español se caracteriza por contar con un buen número de Universidades católicas, pontificas y de inspiración cristiana. Variaciones, todas ellas, en teoría, de un mismo ideal y proyecto.

Karl Jaspers, comenzó la primera de las conferencias que después darían lugar a su libro “La idea de la Universidad” con las siguientes palabras: “El futuro de nuestras universidades, con tal de que se les conceda una oportunidad, pasa por la renovación de su espíritu originario. Durante años se ha producido el aniquilamiento moral de la universidad. Ahora es el momento en que docentes y estudiantes se vean impelidos a reflexionar sobre su modo de obrar. Nosotros por nuestra parte, cuando todo se tambalea, deseamos saber dónde estamos y qué queremos”.

Muchos se ha escrito en los últimos meses sobre la universidad. Y mucho se seguirá escribiendo. Jordi Llovert habla, por ejemplo, de generaciones de profesores universitarios que han entrado en un período de “ensimismamiento, de impotencia o, sencillamente, de cansancio melancólico, dadas las nuevas formas de control de la actividad universitaria y de burocratización de la Universidad, entre otros factores”.

Hay una dimensión que está íntimamente relacionada con la reflexión sobre la identidad de una Universidad Católica. Si hablamos de Universidad, estamos también hablando de cultura. El término cultura viene del verbo latino colere, que significa cuidar, pero también honrar y habitar.

Hölderlin escribió aquello de que “el hombre habita poéticamente”. Hannah Arendt sostenía que el verbo colere “remite en principio al comercio del hombre con la naturaleza, en el sentido de cultivo y cuidado de la naturaleza con el fin de llegar a hacerla adecuada a la habitación humana”. El ámbito originario de la cultura es la tierra –de ahí la importancia también de la cuestión ecológica, como nos ha hecho entender el Papa Francisco-, de la agricultura.

Convendría no olvidar que la idolatría encuentra su primera imagen no en la agricultura, sino en el comercio artesanal, como nos recuerda en su libro Fabrice Hadjadj “Puesto que todo está en destrucción”.

El que fabrica estatutas se corresponde con la figura del que saca dinero de lo divino o pretende negociar con la gracia. Son los fundidores del becerro de oro (Exo.), o los orfebres de Éfeso (Hch 19, 23-40). Frente a la tentación de la dominación técnico comercial en la Universidad, hay que recuperar la posibilidad de hacerla compatible con el sentido de cultivar como acoger un proceso, un dinamismo, que nosotros no hemos producido, para llevarlo a una nueva plenitud.

El artesano imprime una forma y de la naturaleza reclama materiales. El material, perdónese la expresión, son aquí las personas. El campesino acompaña el crecimiento de forma natural. Los profesores universitarios somos artesanos porque antes hemos sido campesinos.

 

José Francisco Serrano Oceja