Servicio diario - 13 de agosto de 2016


 

El Papa pide a Argentina ser sensible al grito de dolor de los descartados
Posted by Redaccion on 13 August, 2016



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco ha enviado un mensaje a los argentinos alentando a participar en la próxima Colecta Más por Menos. La misiva se dirige a monseñor Pedro Olmedo, presidente de la Comisión Episcopal de Ayuda a las Regiones más necesitadas, organizadora de la colecta que tendrá lugar en todo el país el fin de semana del 10 y 11 de septiembre.
De este modo, en la carta firmada por el secretario de Estado, cardenal Pietro Parolin, el papa Francisco saluda con afecto a los organizadores y participantes de la Colecta “Más por Menos”. Asimismo, los anima, especialmente en este Año Santo de la Misericordia, “a realizar un gran esfuerzo personal y comunitario para salir al encuentro de tantos hermanos necesitados que se sienten excluidos de la sociedad y llevarles la cercanía y el amor de Dios”.
El Santo Padre —prosigue la carta– los invita a ser sensibles ante el grito de dolor de tantas personas marginadas y descartadas, que postrados en su pobreza buscan una mano amiga que los ayude.
Por eso, Francisco desea que Cristo, verdadero rostro misericordioso del Padre, les conceda “experimentar la alegría de compartir su tiempo, sus bienes, sus vidas con aquellos que Dios ama con amor de predilección, los más pobres y desamparados”.
Y para concluir, el Papa, a la vez que les pide que no dejen de rezar por su servicio a la Iglesia, “los encomienda a Nuestra Señora de Luján y les imparte la bendición apostólica”.



México: Iglesias abiertas para acoger víctimas del huracán
Posted by Redaccion on 13 August, 2016



(ZENIT – Roma).- Prosigue el recuento de daños y de las víctimas en México tras el paso de huracán Earl. Las autoridades han hablado de al menos 45 víctimas. El balance está destinado a aumentar, visto el alto número de personas desaparecidas en los Estados más golpeados de Puebla, y Veracruz, en la zona centro-oriental del país.
Para ayudar a las víctimas, la Iglesia ha reaccionado. El cardenal Francisco Robles Ortega, presidente de la Conferencia Episcopal Mexicana, ha expresado “cercanía, oración y apoyo”. Después de haber encomendado el trabajo a quien lo necesita a la Virgen María, el purpurado ha deseado que en todo el pueblo surjan sentimientos de “caridad y generosidad hacia los que están sufriendo”.
En esta misma línea, el arzobispo de Pueblo, monseñor Víctor Sánchez Espinosa, ha exhortado a todos los sacerdotes del Estado a abrir las puertas de las Iglesias para acoger a los afectados y permitir los trabajos de rescate. En los días pasados, el papa Francisco, a través de un mensaje firmado por el cardenal Pietro Parolin, había expresado solidaridad por el “amado pueblo mexicano”.



Los obispos de Bolivia advierten sobre una falsa “iglesia católica”
Posted by Redaccion on 13 August, 2016



(ZENIT – Roma).- La Conferencia Episcopal Boliviana ha advertido a los católicos y a la población en general acerca de la autodenominada “iglesia católica apostólica nacional boliviana”, que opera sobre todo en algunas diócesis de Bolivia.
Por eso, han emitido un comunicado en el que, “siempre desde el respeto a las personas”, se han visto obligados a aclarar que este grupo “tiene como líder a Richard Lipacho Zambrana, que fue sacerdote católico, a quien la Santa Sede decidió dimitir del estado clerical el 24 de septiembre del año 2012”. Para la Iglesia católica –recuerdan los obispos– un sacerdote dimitido del estado clerical por el Papa es a todos los efectos, un laico, por lo que no puede presidir sacramentos ni realizar acciones reservadas a los ministros de la Iglesia. Pero esta persona, advierten, se presenta y actúa como obispo católico, sin haber sido elegido por el Santo Padre.
Asimismo, los obispos de Bolivia explican que forman parte del grupo otros sacerdotes dimitidos que son, por tanto, laicos. En esta misma línea, recuerdan que también sacerdotes suspendidos por sus respectivos obispos que no gozan del permiso para presidir celebración alguna. Y por último, ex seminaristas que han sido ordenados diáconos o presbíteros de forma inválida, en simulacros de celebraciones, quienes, por tanto, no celebran sacramentos válidos.
En el comunicado, la Conferencia Episcopal de Bolivia observa que un sacerdote es dimitido o suspendido en la Iglesia católica, o bien a petición del sacerdote o, en la mayoría de los casos, porque se han evidenciado graves irregularidades cometidas en el ejercicio de su ministerio. Por esta razón advierten de que “continuar celebrando en esas condiciones supone una grave falta de simulación de los sacramentos de la Iglesia y una instrumentalización de la buena fe de las personas, aspectos que estamos en la obligación moral de denunciar”.
Tras este exposición de los hechos, los prelados hacen un llamamiento al Pueblo de Dios en Bolivia a “acudir a sus parroquias”, “conocer a sus pastores legítimos y vivir relaciones de participación activa” y “comunión con la Iglesia Católica”, así como “pedir información en sus respectivos obispados cuando haya dudas sobre la identidad de un sacerdote”.
Los obispos de Bolivia alertan a todos que “los miembros de este grupo no están en comunión con la Iglesia Católica, ya que las celebraciones que realizan no gozan de la aprobación del Papa Francisco y de los Obispos, Sucesores de los Apóstoles”. Además, “los miembros de este grupo no pueden extender certificados válidos de los supuestos sacramentos que realizan, ya que no los celebran en una parroquia oficialmente erigida”.



“Cambiar al mundo”
Posted by Catholic.net on 13 August, 2016



Cuando era joven y mi imaginación no tenía límites, soñaba con cambiar el mundo.
Según fui haciéndome mayor, pensé que no había modo de cambiar el mundo, así que me propuse un objetivo más modesto e intenté cambiar sólo mi país.
Pero, con el tiempo, me pareció también imposible. Cuando llegué a la vejez, me conformé con intentar cambiar a mi familia, a los más cercanos a mí.
Pero tampoco conseguí casi nada. Ahora, en mi lecho de muerte, de repente he comprendido una cosa: si hubiera empezado por intentar cambiarme a mí mismo, tal vez mi familia habría seguido mi ejemplo y habría cambiado, y con su inspiración y aliento quizá habría sido capaz de cambiar mi país y —quien sabe— tal vez incluso hubiera podido cambiar el mundo.-
Este viejo relato, recogido en una lápida de la Abadía de Westminster, puede servirnos como una interesante reflexión acerca del sentido crítico y el deseo de cambio que todos tenemos en nuestro interior. Normalmente, la crítica se tiñe del ánimo o la disposición interior que hay tras ella, y de la que muchas veces procede. También sabemos que hay disposiciones mejores y peores, positivas y negativas, optimistas y pesimistas, y eso debemos tenerlo presente, y saber reconocerlo, pues resulta decisivo para comprobar la rectitud de nuestros juicios y la fiabilidad de nuestra capacidad de valoración y de crítica.
Si damos entrada a la envidia, al orgullo, la ira, la ambición, o a cualquiera de las múltiples formas en que la soberbia se manifiesta en todos los hombres, ese ánimo o predisposición con que observamos a los demás condicionará todo lo que observamos. Y entonces perderemos objetividad en nuestros análisis y eficacia en nuestros empeños por mejorar el mundo que nos rodea.
Solamente si hay una buena disposición, si se ve a los demás con el necesario afecto, deseando su bien, sólo entonces la crítica reúne las condiciones que requiere para ser una crítica útil y constructiva. Y sólo entonces es un acto de virtud para quien la practica y una verdadera ayuda para quien la recibe.
Y para entender y realizar así la crítica, es preciso ensayarla primero con uno mismo, como advirtió al final de su vida el protagonista de aquella reflexión. Sólo cuando se sabe lo que cuesta mejorar, lo difícil que resulta y, al tiempo, lo importante y liberador que es, sólo entonces se puede observar a los demás con cierta objetividad y ayudarles realmente. El que sabe decirse las cosas claras a sí mismo, sabe cómo y cuándo decírselas a los demás, y sabe también escucharlas con buena disposición.
Saber recibir y aceptar la crítica es prueba de profunda sabiduría. Dejarse decir las cosas es signo cierto de grandeza espiritual y de inteligencia clara. Aprender de la crítica es decisivo para hacer rendir los propios talentos. En cambio, quien no soporta que se le critique nada, e incluso ataca a quien ha tenido la atención y el desvelo de hacerle una crítica honesta y buena, o incluso se ensaña con el mensajero, esa persona difícilmente saldrá de sus errores, que con seguridad serán numerosos.
No se trata de vivir siempre pendiente de la crítica, bailando al son de lo que se diga o se deje de decir sobre lo que hacemos o somos, porque esa preocupación acabaría siendo patológica. El que no hace nada no suele recibir críticas, pero el que hace mucho suele ser criticado por todos: lo critican los que no hacen nada, porque ven su vida y su trabajo como una acusación; lo critican los que obran de modo contrario, porque lo consideran un enemigo; y lo critican a veces también los que hacen las mismas o parecidas cosas, porque se ponen celosos. Tiene que hacerse perdonar por los que apenas hacen nada y por los que no conciben que se pueda hacer nada bueno sin contar con ellos.
En todo caso, y como también advirtió con lucidez aquel hombre al final de sus días, la clave de nuestra capacidad de hacer cambiar a los demás está siempre ligada a nuestra capacidad de cambiarnos a nosotros mismos.


San Maximiliano Kolbe – 14 de agosto
Posted by Isabel Orellana Vilches on 13 August, 2016



(ZENIT – Madrid).- De él dijo Juan Pablo II que «hizo como Jesús, no sufrió la muerte sino que donó la vida». Poco antes de la invasión de Polonia, el santo había escrito: «Sufrir, trabajar y morir como caballeros, no con una muerte normal sino, por ejemplo, con una bala en la cabeza, sellando nuestro amor a la Inmaculada, derramando como auténtico caballero la propia sangre hasta la última gota, para apresurar la conquista del mundo entero para Ella. No conozco nada más sublime». Dios le tomó la palabra.
Raymond nació en Zdunska Wola, Polonia, el 8 de enero de 1894. Sus padres, María Dabrowska, que no pudo cumplir su sueño de ser religiosa, y Julio Kolbe, integrados en la Tercera Orden Franciscana, le transmitieron su fe y devoción por la Virgen. De cinco varones habidos en el matrimonio, dos fallecidos prematuramente, los tres que sobrevivieron crecieron impregnados de la espiritualidad franciscana. En 1906 el pequeño Raymond había tenido una visión en la que María se le presentaba con una corona blanca y otra roja cuyo simbolismo interpretó como una simbiosis de pureza (la blanca) y vaticinio de su martirio (la roja). María Dabrowska, conocedora del hecho, guardó en su corazón, como hizo la Virgen, esta espada de dolor que sabía iba a ser motivo de gloria eterna para su querido hijo. Éste asentó en la Madre del cielo su vida y quehacer apostólico.
A los 13 años ingresó en el seminario franciscano de Lviv, junto a Francisco, su hermano mayor. Allí acrecentaba su oración, su amor al estudio y daba pruebas de férrea vocación. Sin embargo, la promesa de defender a María, que ambos hicieron, iba acompañada para Raymond de la idea de las armas. Combatiría por Ella rememorando el día en el que el monarca polaco Juan Casimiro consagró su país a la Virgen, ante la imagen de Nuestra Señora de Czestochowa. Todo ello venía a su mente y a su corazón porque la paz se había roto en la frontera de Lviv ocupada por los rusos y dominio austriaco. No tardó en darse cuenta de que sacerdocio y armas eran irreconciliables, pero se sentía llamado a engrosar las filas de los que se disponían a luchar para defender su patria.
Hubo un momento en que experimentó el aguijón de la duda respecto a su vocación; influyó en la voluntad de su hermano, y los dos decidieron abandonar el convento. Pero ahí estaba la madre, orando y velando por sus hijos, con tanta fe que llegó a visitarlos justo en el momento oportuno. Era portadora de una gozosa noticia. Les comunicó que iba a unirse a ellos Joseph, el menor de los hermanos, y que ambos progenitores habían acordado dedicarse a servir a Dios exclusivamente.
Disipada la vacilación, en septiembre de 1910 Raymond inició el noviciado. Al profesar tomó el nombre de Maximiliano. Cursó estudios de filosofía y teología en Roma entre 1912 y 1919, obteniendo el doctorado en ambas disciplinas, aunque también destacaba brillantemente en matemáticas y en física. En esta época la Virgen le inspiró la fundación de la Milicia de la Inmaculada. Ya sacerdote regresó a Polonia con una gran debilidad física, pero con un espíritu apostólico imbatible. Su mala salud lo liberó de otros compromisos y pudo dedicarse por entero a promover la Milicia que materializó en su país junto a otro grupo de religiosos en 1919. Llevado por su excelso amor a María, y creyendo que era una vía para rescatar las almas, creó la revista mensual «Caballero de la Inmaculada», cuya tirada ascendía al millón de ejemplares en 1939. Con esta publicación llegaba a hogares polacos y de otros lugares del mundo. Al mismo tiempo impartía clases en Cracovia.
En 1929 fundó la primera «Ciudad de la Inmaculada», que tuvo su sede en el convento franciscano de Niepokalanów, y que pronto fue bendecida con tal cúmulo de vocaciones que se convirtió en el mayor monasterio de la época y uno de los más numerosos en toda la historia de la Iglesia. Dos años más tarde, respondiendo a la solicitud de petición de misioneros que hizo el papa, partió voluntariamente a Japón donde creó otra nueva Ciudad y difundió la revista mensual. Abrió un noviciado y un seminario. Con un apostolado en el que incluía prensa y radio seguía adelante con su sueño de «conquistar todo el mundo, todas las almas, para Cristo, para la Inmaculada, usando todos los medios lícitos, todos los descubrimientos tecnológicos, especialmente en el ámbito de las comunicaciones».
En 1936 regresó a Polonia ya que en su ausencia Niepokalanów había atravesado alguna crisis. Con la ocupación nazi acogió allí a miles de desplazados de Poznań, los cobijó y asistió espiritualmente. En febrero de 1939 la Gestapo le apresó y le internó en los campos de concentración de Amtlitz y en el de Ostrzeszów. Aunque fue liberado, en 1941 volvieron a detenerle. Le condujeron a Pawiak y de allí le trasladaron a Auschwitz asignándole el número 16670. El 3 de agosto de 1941 se escapó un prisionero, y como castigo fueron seleccionados otros 10 para ser ejecutados. Raymond escuchó el clamor de uno de ellos, Francis Gajowniczka, que sufría por su familia. Dio un paso al frente y se ofreció al comandante para morir en su lugar al tiempo que daba fe de su condición sacerdotal. Era otro signo visible de su santidad.
Fue condenado a morir de hambre en una cámara subterránea, el temible búnker nº 13, junto a los 9 restantes prisioneros. Él, que había escrito: «Tengo que ser tan santo como sea posible», en esas condiciones siguió oficiando la Santa Misa con la ayuda de algunos guardianes que le proporcionaban lo preciso para consagrar, compartiendo rezos y cánticos con sus compañeros y alentándoles en esas crueles circunstancias. Tres semanas más tarde era el único superviviente; el resto fueron muriendo poco a poco. De modo que sus verdugos le aplicaron una inyección letal el 14 de agosto de 1941. Su madre tuvo directa noticia del martirio que estaba dispuesto a sufrir por la carta que él le había dirigido. Pablo VI lo beatificó el 17 de octubre de 1971. Juan Pablo II lo canonizó el 10 de octubre de 1982.