Servicio diario - 27 de agosto de 2016


 

El Papa al jubileo de América: ‘Llevemos el bálsamo del Señor a una cultura del descarte’
Posted by Sergio Mora on 27 August, 2016



(ZENIT – Roma).- El papa Francisco envió un videomensaje a los participantes del Jubileo de la Continental Misericordia, que se realiza en Bogotá y cuenta con la participación de 15 cardenales, más de 120 obispos, y dirigentes de todos los niveles de instituciones religiosas y laicas de inspiración católica de 22 países de América Latina, además de Estados Unidos y Canadá. El video que marcó la apertura del evento que durará hasta el martes 30, contó con la participación del presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, que también dirigió unas palabras.
El Papa celebra que hayan podido participar a este evento todos los países de América, “ante los intentos de fragmentación y de enfrentar a nuestros pueblos” dijo.
Y les recordó a los participantes, que nos encontramos en medio a “una cultura fracturada, a una cultura que respira descarte”, que está “viciada por la exclusión de todo lo que puede atentar contra los intereses de unos pocos”, que va dejando por el camino “rostros de ancianos, de niños, de minorías étnicas que son vistas como amenaza”.
Esa cultura al mismo tiempo, señala el Santo Padre “promueve la comodidad de unos pocos en el aumento del sufrimiento de muchos” y “no sabe acompañar a los jóvenes en sus sueños, narcotizándolos con promesas de felicidades etéreas y esconde la memoria viva de sus mayores”.
“A esa sociedad, a esa cultura –exhorta el Papa en el videomensaje– el Señor nos envía” para llevar “el bálsamo de su presencia”.
El Santo Padre citando la carta a Timoteo, asegura que Pablo no anda con vueltas y dice que Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores y que “en medio de nuestras múltiples caídas, Jesucristo nos vio, se acercó, nos dio su mano y nos trató con misericordia”. ¿A quién? , se pregunta Francisco, y responde: “A mí, a vos, a vos, a vos, a todos”.
O sea que Pablo llama doctrina segura a esto: “fuimos tratados con misericordia. Y ese es el centro de su carta a Timoteo”. Porque para Pablo, su relación con Jesús está sellada por la forma en que lo trató. “Lejos de ser una idea, un deseo, una teoría –e inclusive una ideología–, la misericordia es una forma concreta de ‘tocar’ la fragilidad, de vincularnos con los otros, de acercarnos entre nosotros”.
Señala que existe un alzheimer espiritual y nos olvidamos de cómo el Señor nos ha tratado y comenzamos a juzgar y dividir la sociedad, en buenos y manos, en santos y pecadores, con una lógica separatista.
Advierte entretanto que “al ver actuar a Dios así, nos puede pasar lo mismo que al hijo mayor de la parábola del Padre Misericordioso: escandalizarnos por el trato que tiene el padre al ver a su hijo menor que vuelve”, porque lo trató con ternura, porque lo hizo vestirse con los mejores vestidos estando tan sucio. “Escandalizarnos porque no lo castigó sino que lo trató como lo que era: hijo”.
El pontífice propone por lo tanto “un trato renovado, buscando que nuestra forma de vincularnos se inspire en la que Dios soñó”. Aseguró que “en esto se juega nuestra catequesis, nuestros seminarios” y también “nuestra organización parroquial y nuestra pastoral”.
“Somos en teoría ‘misioneros de la misericordia’ y muchas veces sabemos más de ‘maltratos’ que de un buen trato. Por favor, se lo pido: Pastores que sepan tratar y no maltratar”, dijo.
Invitó por ello a aprender a tratar “a la gente que no se acerca a nuestras comunidades y que anda herida por los caminos de la historia esperando recibir ese trato de misericordia” y “a dar la mano a aquel que está caído sin miedo a los comentarios”.
El Papa concluye sus palabras recordando que el Jubileo Continental de la Misericordia “no es un congreso, un meeting, un seminario o una conferencia. Este encuentro de todos es una celebración: fuimos invitados a celebrar el trato de Dios con cada uno de nosotros y con su Pueblo”.
Por eso, creo que es un buen momento para que digamos juntos: “Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy, estoy otra vez para renovar mi alianza contigo”.
Y concluye deseando “que este encuentro nos ayude a salir fortalecidos en la convicción de transmitir la dulce y confortadora alegría del Evangelio de la misericordia”.
Texto completo del videomensaje del papa Francisco al Jubileo Continental de la Misericordia


Texto completo del videomensaje del papa Francisco al Jubileo Continental de la Misericordia
Posted by Redaccion on 27 August, 2016



(ZENIT – Roma).- El papa Francisco envió un videomensaje a los participantes del Jubileo de la Continental Misericordia, que cuenta con la participación de 15 cardenales, más de 120 obispos, y dirigentes de todos los niveles de instituciones religiosas y laicas de inspiración católica de 22 países de América Latina, además de Estados Unidos y Canadá.
El Papa invita a tratar con misericordia, a hacerse prójimo, sin miedo de aquellos que han sido descartados, a dar la mano a quien está caído sin miedo de los comentarios. Porque todo trato que sea misericordioso por más justo que parezca acaba siendo maltrato.
E invita a los participantes a llevar ese trato misericordioso del Señor a una cultura que respira descarte”, que va dejando por el camino “rostros de ancianos, de niños, de minorías étnicas que son vistas como amenaza”.
“A esa sociedad, a esa cultura –exhorta el Papa– el Señor nos envía” para llevar “el bálsamo de ‘su’ presencia”.
A continuación el texto completo
Celebro la iniciativa del CELAM y la CAL, en contacto con los episcopados de Estados Unidos y Canadá –me recuerda el Sínodo de América esto– de tener esta oportunidad de celebrar como Continente el Jubileo de la Misericordia. Me alegra saber que han podido participar todos los países de América. Frente a tantos intentos de fragmentación, de división y de enfrentar a nuestros pueblos, estas instancias nos ayudan a abrir horizontes y estrecharnos una y otra vez las manos; un gran signo que nos anima en la esperanza.
Para comenzar, me viene la palabra del apóstol Pablo a su discípulo predilecto: «Doy gracias a nuestro Señor Jesucristo, porque me ha fortalecido y me ha considerado digno de confianza, llamándome a su servicio a pesar de mis blasfemias, persecuciones e insolencias anteriores. Pero fui tratado con misericordia, porque cuando no tenía fe, actuaba así por ignorancia. Y sobreabundó en mí la gracia de nuestro Señor, junto con la fe y el amor de Cristo Jesús. Es doctrina cierta y digna de fe que Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el peor de ellos. Si encontré misericordia, fue para que Jesucristo demostrará en mi toda su paciencia» (1 Tm, 1,12-16a).
Esto se lo dice a Timoteo en su Primera Carta, capítulo primero, versículos 12 al 16. Y al decírselo a él, lo quiere hacer con cada uno de nosotros. Palabras que son una invitación, yo diría una provocación. Palabras que quieren poner en movimiento a Timoteo y a todos los que a lo largo de la historia las irán escuchando. Son palabras ante las cuales no permanecemos indiferentes, por el contrario, ponen en marcha toda nuestra dinámica personal.
Y Pablo no anda con vueltas: Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores, y él se cree el peor de ellos. Tiene una conciencia clara de quién es, no oculta su pasado e inclusive su presente. Pero esta descripción de sí mismo no la hace ni para victimizarse ni para justificarse, ni tampoco para gloriarse de su condición. Es el comienzo de la carta, ya en los versículos anteriores le ha avisado a Timoteo sobre «fabulas y genealogías interminables», sobre «vanas palabrerías», y advirtiendo que todas ellas terminan en «disputas», en peleas. El acento ‒ podríamos pensar a primera vista ‒ es su ser pecador, pero para que Timoteo, y con él cada uno de nosotros pueda ponerse en esa misma sintonía. Si usáramos términos futbolísticos podríamos decir: levanta un centro para que otro cabecee. Nos «pasa la pelota» para que podamos compartir su misma experiencia: a pesar de todos mis pecados «fui tratado con misericordia».
Tenemos la oportunidad de estar aquí, porque con Pablo podemos decir: fuimos tratados con misericordia. En medio de nuestros pecados, nuestros límites, nuestras miserias; en medio de nuestras múltiples caídas, Jesucristo nos vio, se acercó, nos dio su mano y nos trató con misericordia. ¿A quién? A mí, a vos, a vos, a vos, a todos. Cada uno de nosotros podrá hacer memoria, repasando todas las veces que el Señor lo vio, lo miró, se acercó y lo trató con misericordia. Todas las veces que el Señor volvió a confiar, volvió a apostar (cf. Ez 16). Y a mí me vuelve a la memoria el capítulo 16 de Ezequiel, ese no cansarse de apostar por cada uno de nosotros que tiene el Señor.
Y eso es lo que Pablo llama doctrina segura ‒ ¡curioso! ‒, esto es doctrina segura: fuimos tratados con misericordia. Y es ese el centro de su carta a Timoteo. En este contexto jubilar, cuánto bien nos hace volver sobre esta verdad, repasar cómo el Señor a lo largo de nuestra vida se acercó y nos trató con misericordia, poner en el centro la memoria de nuestro pecado y no de nuestros supuestos aciertos, crecer en una conciencia humilde y no culposa de nuestra historia de distancias ‒ la nuestra, no la ajena, no la de aquel que está al lado, menos la de nuestro pueblo ‒ y volver a maravillarnos de la misericordia de Dios. Esa es palabra cierta, es doctrina segura y nunca palabrerío.
Hay una particularidad en el texto que quisiera compartir con ustedes. Pablo no dice «el Señor me habló o me dijo», «el Señor me hizo ver o aprender». Él dice: «Me trató con». Para Pablo, su relación con Jesús está sellada por la forma en que lo trató. Lejos de ser una idea, un deseo, una teoría ‒ e inclusive una ideología ‒, la misericordia es una forma concreta de «tocar» la fragilidad, de vincularnos con los otros, de acercarnos entre nosotros.
Es una forma concreta de encarar a las personas cuando están en la «mala». Es una acción que nos lleva a poner lo mejor de cada uno para que los demás se sientan tratados de tal forma que puedan sentir que en su vida todavía no se dijo la última palabra. Tratados de tal manera que el que se sentía aplastado por el peso de sus pecados, sienta el alivio de una nueva posibilidad.
Lejos de ser una bella frase, es la acción concreta con la que Dios quiere relacionarse con sus hijos. Pablo utiliza aquí la voz pasiva –perdonen la pedantería de esta referencia un poco exquisita– y el tiempo aoristo –discúlpenme la traducción un poco referencial– pero bien podría decirse «fui misericordiado». La pasiva lo deja a Pablo en situación de receptor de la acción de otro, él no hace nada más que dejarse misericordiar. El aoristo del original nos recuerda que en él esa experiencia aconteció en un momento puntual que recuerda, agradece, festeja.
El Dios de Pablo genera el movimiento que va del corazón a las manos, el movimiento de quien no tiene miedo a acercarse, que no tiene miedo a tocar, a acariciar; y esto sin escandalizarse ni condenar, sin descartar a nadie. Una acción que se hace carne en la vida de las personas.
Comprender y aceptar lo que Dios hace por nosotros ‒ un Dios que no piensa, ama ni actúa movido por el miedo sino porque confía y espera nuestra transformación ‒ quizás deba ser nuestro criterio hermenéutico, nuestro modo de operar: «Ve tú y actúa de la misma manera» (Lc 10,39). Nuestro modo de actuar con los demás nunca será, entonces, una acción basada en el miedo sino en la esperanza que él tiene en nuestra transformación.
Y pregunto: ¿Esperanza de transformación o miedo? Una acción basada en el miedo lo único que consigue es separar, dividir, querer distinguir con precisión quirúrgica un lado del otro, construir falsas seguridades, por lo tanto, construir encierros. Una acción basada en la esperanza de transformación, en la conversión, impulsa, estimula, apunta al mañana, genera espacios de oportunidad, empuja. Una acción basada en el miedo, es una acción que pone el acento en la culpa, en el castigo, en el «te equivocaste».
Una acción basada en la esperanza de transformación pone el acento en la confianza, en el aprender, en levantarse; en buscar siempre generar nuevas oportunidades. ¿Cuántas veces? 70 veces 7. Por eso, el trato de misericordia despierta siempre la creatividad. Pone el acento en el rostro de la persona, en su vida, en su historia, en su cotidianidad. No se casa con un modelo o con una receta, sino que posee la sana libertad de espíritu de buscar lo mejor para el otro, en la manera que esta persona pueda comprenderlo. Y esto pone en marcha todas nuestras capacidades, todos nuestros ingenios, esto nos hace salir de nuestros encierros. Nunca es vana palabrería ‒ al decir de Pablo ‒ que nos enreda en disputas interminables, la acción basada en la esperanza de transformación es una inteligencia inquieta que hace palpitar el corazón y le pone urgencia a nuestras manos. Palpitar el corazón y urgencia a nuestras manos. El camino que va del corazón a las manos.
Al ver actuar a Dios así, nos puede pasar lo mismo que al hijo mayor de la parábola del Padre Misericordioso: escandalizarnos por el trato que tiene el padre al ver a su hijo menor que vuelve. Escandalizarnos porque le abrió los brazos, porque lo trató con ternura, porque lo hizo vestirse con los mejores vestidos estando tan sucio. Escandalizarnos porque al verlo volver, lo besó e hizo fiesta. Escandalizarnos porque no lo castigó sino que lo trató como lo que era: hijo.
Nos empezamos a escandalizar ‒ esto nos pasa a todos, es como el proceso, ¿no? ‒ nos empezamos a escandalizar cuando aparece el alzheimer espiritual; cuando nos olvidamos cómo el Señor nos ha tratado, cuando comenzamos a juzgar y a dividir la sociedad. Nos invade una lógica separatista que sin darnos cuenta nos lleva a fracturar más nuestra realidad social y comunitaria. Fracturamos el presente construyendo «bandos».
Está el bando de los buenos y el de los malos, el de los santos y el de los pecadores. Esta pérdida de memoria, nos va haciendo olvidar la realidad más rica que tenemos y la doctrina más clara a ser defendida. La realidad más rica y la doctrina más clara. Siendo nosotros pecadores, el Señor no dejó de tratarnos con misericordia. Pablo nunca dejó de recordar que él estuvo del otro lado, que fue elegido al último, como el fruto de un aborto. La misericordia no es una «teoría que esgrimir»: «¡ah!, ahora está de moda hablar de misericordia por este jubileo, y qué se yo, pues sigamos la moda». No, no es una teoría que esgrimir para que aplaudan nuestra condescendencia, sino que es una historia de pecado que recordar. ¿Cuál? La nuestra, la mía y la tuya. Y un amor que alabar. ¿Cuál? El de Dios, que me trató con misericordia.
Estamos insertos en una cultura fracturada, en una cultura que respira descarte. Una cultura viciada por la exclusión de todo lo que puede atentar contra los intereses de unos pocos. Una cultura que va dejando por el camino rostros de ancianos, de niños, de minorías étnicas que son vistas como amenaza. Una cultura que poco a poco promueve la comodidad de unos pocos en aumento del sufrimiento de muchos. Una cultura que no sabe acompañar a los jóvenes en sus sueños narcotizándolos con promesas de felicidades etéreas y esconde la memoria viva de sus mayores. Una cultura que ha desperdiciado la sabiduría de los pueblos indígenas y que no ha sabido cuidar la riqueza de sus tierras.
Todos nos damos cuenta, lo sabemos que vivimos en una sociedad herida, eso nadie lo duda. Vivimos en una sociedad que sangra y el costo de sus heridas normalmente lo terminan pagando los más indefensos. Pero es precisamente a esta sociedad, a esta cultura adonde el Señor nos envía. Nos envía e impulsa a llevar el bálsamo de «su» presencia. Nos envía con un solo programa: tratarnos con misericordia. Hacernos prójimos de esos miles de indefensos que caminan en nuestra amada tierra americana proponiendo un trato diferente. Un trato renovado, buscando que nuestra forma de vincularnos se inspire en la que Dios soñó, en la que él hizo. Un trato basado en el recuerdo de que todos provenimos de lugares errantes, como Abraham, y todos fuimos sacado de lugares de esclavitud, como el pueblo de Israel.
Sigue resonando en nosotros toda la experiencia vivida en Aparecida y en la invitación a renovar nuestro ser discípulos misioneros. Mucho hemos hablado sobre el discipulado, mucho nos hemos preguntado sobre cómo impulsar una catequesis del discipulado y misionera. Pablo nos da una clave interesante: el trato de misericordia. Nos recuerda que lo que lo convirtió a él en apóstol fue ese trato, esa forma cómo Dios se acercó a su vida: «Fui tratado con misericordia». Lo que lo hizo discípulo fue la confianza que Dios le dio a pesar de sus muchos pecados. Y eso nos recuerda que podemos tener los mejores planes, los mejores proyectos y teorías pensando nuestra realidad, pero si nos falta ese «trato de misericordia», nuestra pastoral quedará truncada a medio camino.
En esto se juega nuestra catequesis, nuestros seminarios ‒ ¿enseñamos a nuestros seminaristas este camino de tratar con misericordia? ‒, nuestra organización parroquial y nuestra pastoral. En esto se juega nuestra acción misionera, nuestros planes pastorales. En esto se juegan nuestras reuniones de presbiterios e inclusive nuestra forma de hacer teología: en aprender a tener un trato de misericordia, una forma de vincularnos que día a día tenemos que pedir ‒ porque es una gracia ‒, que día a día somos invitados a aprender. Un trato de misericordia entre nosotros obispos, presbíteros, laicos.
Somos en teoría «misioneros de la misericordia» y muchas veces sabemos más de «maltratos» que de un buen trato. Cuantas veces nos hemos olvidado en nuestros seminarios de impulsar, acompañar, estimular, una pedagogía de la misericordia, y que el corazón de la pastoral es el trato de misericordia. Pastores que sepan tratar y no maltratar. Por favor, se lo pido: Pastores que sepan tratar y no maltratar.
Hoy somos invitados especialmente a un trato de misericordia con el santo Pueblo fiel de Dios ‒ que mucho sabe de ser misericordioso porque es memorioso ‒, con las personas que se acercan a nuestras comunidades, con sus heridas, dolores, llagas. A su vez, con la gente que no se acerca a nuestras comunidades y que anda herida por los caminos de la historia esperando recibir ese trato de misericordia.
La misericordia se aprende en base a la experiencia ‒ en nosotros primero ‒, como en Pablo: él ha mostrado toda su misericordia, él ha mostrado toda su misericordiosa paciencia. En base a sentir que Dios sigue confiando y nos sigue invitando a ser sus misioneros, que nos sigue enviando para que tratemos a nuestros hermanos de la misma forma con la que él nos trata, con la que él nos trató, y cada uno de nosotros conoce su historia, puede ir allí y hacer memoria. La misericordia se aprende, porque nuestro Padre nos sigue perdonando.
Existe ya mucho sufrimiento en la vida de nuestros pueblos para que todavía le sumemos uno más o algunos más. Aprender a tratar con misericordia es aprender del Maestro a hacernos prójimos, sin miedo de aquellos que han sido descartados y que están «manchados» y marcados por el pecado. Aprender a dar la mano a aquel que está caído sin miedo a los comentarios. Todo trato que no sea misericordioso, por más justo que parezca, termina por convertirse en maltrato. El ingenio estará en potenciar los caminos de la esperanza, los que privilegian el buen trato y hacen brillar la misericordia.
Queridos hermanos, este encuentro no es un congreso, un meeting, un seminario o una conferencia. Este encuentro de todos es una celebración: fuimos invitados a celebrar el trato de Dios con cada uno de nosotros y con su Pueblo. Por eso, creo que es un buen momento para que digamos juntos: «Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy, estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos, esos brazos redentores» (Evangelii gaudium, 3).
Y agradezcamos, como Pablo a Timoteo, que Dios nos confíe repetir con su pueblo, los enormes gestos de misericordia que ha tenido y tiene con nosotros, y que este encuentro nos ayude a salir fortalecidos en la convicción de transmitir la dulce y confortadora alegría del Evangelio de la misericordia.


Carta del Papa a una ciudad italiana en dificultad por la llegada de inmigrantes
Posted by Redaccion on 27 August, 2016



(ZENIT – Roma).- Monseñor Antonio Suetta, obispo de Ventimiglia-San Remo hizo pública el 26 de agosto la carta que el Santo Padre envió a su comunidad diocesana en respuesta a la que el prelado le había hecho llegar recientemente para informarlo acerca de la difícil situación de esa localidad italiana, a causa de la presencia de numerosos emigrantes y prófugos que esperan cruzar la cercana frontera ítalo-francesa.
En la noticia a publicada por Radio Vaticano, el Papa Bergoglio afirma que está cercano espiritualmente, con su afecto y oración, tanto a Monseñor Suetta como a la entera diócesis y a cuantos se ocupan de salir al encuentro de las necesidades de esta gente “que escapa de la guerra y de la violencia, en busca de esperanza y de un futuro de paz”.
Después de agradecer los esfuerzos que su comunidad diocesana está realizando “con admirable caridad evangélica, disponiendo recursos humanos, logísticos y económicos” para sostener a estos hermanos y hermanas nuestros “que viven un inmenso drama”, el Pontífice anima a todo el entramado social, laicos y consagrados, “a proseguir en el generoso empeño de la acogida y de la solidaridad”, para ser cada vez más “una Iglesia en salida”, anunciadora gozosa del Evangelio de la Misericordia y testigo de esperanza.
Al renovar su sincero aprecio por el celo con el que Monseñor Suetta guía a su comunidad, en su carta –fechada en la Ciudad del Vaticano el pasado 17 de agosto– el Papa le asegura su recuerdo en la oración por todas las necesidades de la querida Iglesia de Ventimiglia-San Remo y mientras pide que se rece por él, Francisco envía a todos los fieles su Bendición Apostólica.


Italia de luto, inician los funerales de las víctimas del terremoto
Posted by Sergio Mora on 27 August, 2016



(ZENIT – Roma).- En el día de luto oficial en Italia por las víctimas del terremoto que ha golpeado el centro del país, se ha realizado una misa de exequias en el cercano municipio de Ascoli Piceno, en la región Marche, con la presencia del presidente de Italia, Sergio Matarella y del presidente del Consejo de ministros, Mateo Renzi.

Mons. Giovanni D’Ercole transmitido en directa por la televisión pública italiana
La ceremonia religiosa se desarrolló este sábado en el gimnasio adyacente al Hospital Manzoni de dicha ciudad, donde se encontraban alineados 34 cajones, delante de un altar con un crucifico rescatado de las ruinas de un templo derrumbado por el sismo.
El terremoto de la madrugada del pasado miércoles deja un saldo provisional de 290 personas muertas y cientos de heridos. Las posteriores réplicas causaron la parcial destrucción de algunos puentes, dificultando el paso de los vehículos pesados. “Tenemos que asegurarnos de que Amatrice no quede aislada, o de lo contrario corremos el riesgo de que no pueda llegar ayuda adicional” señaló su alcalde Sergio Pirozzi. La bandera está a media asta en todo el país.
El obispo de Ascoli Piceno, Mons. Giovanni D’ercole se interrogó durante su homilía en la misa: ¿Y ahora qué se hace?, pregunta que escuchó muchas veces en estos días de las familias de las víctimas, de quienes ya no tienen una casa,“pronunciadas con el llanto y la mirada perdida en la nada”, dijo.
“Aparentemente no hay respuesta –señaló el obispo– y entretanto si se mirar debajo de las lágrimas, nosotros podemos decir que el terremoto, como la enfermedad, el dolor y la muerte, pueden quitarnos todo, excepto el humilde coraje de la fe”. Y “sin el manantial de la fe estaríamos en el umbral de la miseria más negra”.
Dirigiéndose a los jóvenes recordó que “es sabio dialogar con la naturaleza y no provocarla indebidamente” aunque los terremotos no se pueden prever. “Nuestra fe, nuestra difícil fe nos indica como retomar el camino: con los pies en la tierra y la mirada al cielo”. Concluyó invitándolos a no tener miedo y aseguró que no serán abandonados.
De otro lado el primer ministro Matteo Renzi, declaró el estado de emergencia en la zona afectada y autorizó la entrega de 56 millones de euros para un primer auxilio a los damnificados del sismo.
El Gobierno italiano también declaró este sábado como día de duelo nacional y programó un funeral de Estado para el próximo miércoles.


Mongolia: ordenan al primer sacerdote nativo
Posted by Redaccion on 27 August, 2016



(ZENIT – Roma).- El primer sacerdote nativo en Mongolia, Joseph Enkh, será ordenado este domingo 28 de agosto en la catedral de los Santos Pedro y Pablo en Ulaanbaatar, la capital del país asiático, por Mons. Wenceslao Padilla, CICM, prefecto apostólico de Ulaanbaatar.
Lo indicó la Agencia Fides, precisando que el nuevo sacerdote ha elegido para su ordenación el lema: “Niégate a ti mismo, toma tu cruz cada día y sígueme” (Lc 9, 23). “Más de 1.500 personas han confirmado que participarán en la celebración, que será un momento muy especial para la Iglesia católica en Mongolia, y para la sociedad en su conjunto” indicó a Fides el padre Prosper Mbumba, CICM, misionero congoleño en el país asiático.
“La comunidad católica en Mongolia, renacida en 1992 y que ahora cuenta con más de mil bautizados, con su primer sacerdote autóctono desarrollará un nuevo entusiasmo y sentido de pertenencia. La Iglesia, de hecho, durante mucho tiempo ha sido considerada como extranjera, con una fe traída por los misioneros. Ahora esta idea puede cambiar”, explica el p. Mbumba.
Entre los invitados de honor están el nuncio apostólico en Corea del Sur y Mongolia, el arzobispo Osvaldo Padilla, y Mons. Lazzaro You, obispo de Daejeon, en Corea del Sur, diócesis en la que Joseph Enkh ha pasado sus años de formación y estudio en el seminario.
Don Joseph Enkh fue ordenado diácono el 11 de diciembre de 2014 en Daejeon (Corea del Sur), donde recibió su formación inicial, y volvió a Mongolia en enero de 2016. Desde entonces continúa su experiencia pastoral, sirviendo en varias parroquias en Mongolia donde en total trabajan unos 20 misioneros y 50 religiosas de 12 congregaciones, en seis parroquias.


Hoy es el día de la beatificación de Madre Antula
Posted by Sergio Mora on 27 August, 2016



(ZENIT – Roma).- María Antonia de Paz y Figueroa, conocida como “Mama Antula”, fundadora de la Casa de Ejercicios de Buenos Aires, será beatificada hoy sábado en la ciudad argentina de Santiago del Estero. El cardenal Angelo Amato en representación del Papa Francisco presidió la solemne ceremonia a la que participarán miles de personas.
El cardenal Amato hablando con los periodistas indicó que la beatificación de Mama Antula “es un acontecimiento para la Argentina y la Iglesia Católica, porque era una mujer amable, dinámica, apostólica, sabia, virtuosa, amaba a Jesús, lo adoraba en la Eucaristía, veneraba a la Santísima Virgen María, y amaba a su pueblo”. Es la octava beata argentina.
María Antonia de Paz y Figueroa o bien beata María Antonia de San José, más conocida como Mama Antula, fue una religiosa argentina que nació en Villa Silípica, Santiago del Estero, en 1730.
Desde muy joven comenzó a trabajar con los jesuitas ayudando a organizar los ejercicios espirituales. Con un grupo de chicas jóvenes que vivían en común, rezaban, ejercían la caridad y colaboraban con los padres jesuitas.
Cuando se produjo la expulsión de los jesuitas en 1767, María Antonia pidió al mercedario fray Diego Toro que asumiera las tareas propias de la predicación y la confesión, mientras que ella se ocuparía con sus compañeras del alojamiento y las provisiones para continuar con los ejercicios espirituales.
Mama Tula organiza los ejercicios espirituales en Santiago del Estero, Jujuy, Salta, Tucumán, Catamarca y La Rioja. Los viajes los hacía caminando descalza y pidiendo limosnas. No quedan testimonios de cuántas veces preparó ejercicios en algunas ciudades, pero solo en Tucumán se hicieron sesenta.
En 1795 fundó en Buenos Aires la Casa de Ejercicios Espirituales la cual sigue cumpliendo su misión. En menos de un año organizó en Córdoba ocho grupos entre 200 y 300 personas.
La acusaron de loca y fanática
El obispo de Buenos Aires, que al inicio era reticente, acabó por estimarla y disponer que “ningún seminarista se ordenase sin que primero la beata certificase la conducta con que se hubiesen portado en esos ejercicios”, dándole a una mujer un papel significativo en la Iglesia de entonces.
Murió el 7 de marzo de 1799 y el grupo de mujeres que la acompañaba se convirtió en 1878 en la congregación religiosa de las Hijas del Divino Salvador, que hoy desarrolla sus tareas apostólicas en varias provincias.
El milagro para la beatificación
La curación milagrosa fue a la hermana Rosa Vanina, una religiosa del instituto de las Hijas del Divino Salvador, fundado por la bienaventurada. Es una causa histórica porque el milagro fue en 1904 y la documentación se recogió en 1905. Fue una colecistitis aguda, con todos los síntomas del shock séptico, que en aquella época, sin antibióticos, era mortal. Pidiendo el milagro por intercesión de la fundadora de su orden religiosa, se recuperó rápidamente. Era un aparato probatorio sólido que demostraba el milagro.
En la historia de Argentina
La futura beata influyó en la historia de Argentina, ya que muchos de los próceres del país participaron en los retiros organizados por ella. Asimismo tuvo una influencia muy grande en la sociedad del país, porque estaba emparentada con muchas familias conocidas.
“En el bicentenario del nacimiento de la nación argentina, providencialmente llega su beatificación” indicó la postuladora Correale. Consideró que el evento además será muy importante para una provincia como Santiago del Estero.


San Agustín – 28 de agosto
Posted by Isabel Orellana Vilches on 27 August, 2016



(ZENIT – Madrid).- Le guió siempre una sed insaciable por la verdad, y no admitió cualquiera. Es uno de los grandes Padres de la Iglesia; ha dejado tal estela en ella con su vida y con su ingente obra, que continúa siendo inigualado. Es un referente que hallan Oriente y Occidente en la intersección de un mismo camino. Nació en Tagaste el 13 de noviembre del año 354. Tenía un hermano y una hermana. Educado en la fe por su madre santa Mónica, hasta sus 32 años no se convirtió. Antes de cumplir los 17 había emprendido un sendero peligroso que marcó varias décadas de su vida. Engendró un hijo en una relación irregular, defendió las herejías maniqueas, y se aferró a las glorias de este mundo. Su madre jamás claudicó, y, al final, con sus insistentes plegarias obtuvo para él la gracia de la santidad. En las emblemáticas y profundas Confesiones de Agustín se detecta la grandeza de alma y la pureza de corazón que tenía, así como el alcance de su conversión que le confirió una extraordinaria sensibilidad para reflexionar en su pasado confrontándolo con la nueva visión de la vida y del mundo que le dio la fe. Veía el equívoco de ciertos castigos o tácticas pedagógicas recibidas en sus años de formación que luego se tornaron sombríos para su acontecer porque, al menos en su caso, surtieron un efecto contrario al perseguido.
Cuando partió a Cartago a finales del año 370 ya era un experto conocedor del latín. En su nuevo destino, la ambición y la vanidad estimularon más si cabe sus afanes por el estudio, y destacó en la retórica y en otras disciplinas. Allí se apasionó por el Hortensius de Cicerón que comenzó a abrir un sendero de luz en su búsqueda de la verdad. Fue también una época en la que cedió las puertas de su corazón a otras pasiones. Al tiempo que leía y estudiaba con denuedo formándose en la filosofía, las perniciosas compañías le iban conduciendo al abismo. Una de las preocupaciones que le acuciaban es el conocido «problema del mal», y entre la influencia maniquea y la oscuridad en la que malvivía no pudo hallar la respuesta óptima a esta antigua cuestión. No obstante le convenía mantenerse vinculado a esta corriente errónea por distintos motivos en parte relacionados con su futuro profesional, y también le permitía justificar la vida irregular que llevaba siguiendo las reglas del placer.
Tras la muerte de su padre contrajo una enfermedad. Ante el temor de seguir sus pasos determinó hacerse católico siendo instruido convenientemente. Al recobrar la salud, se vinculó a los maniqueos y no enderezó su camino. Durante nueve años rigió la Escuela de Gramática y retórica que abrió en Tagaste y después retornó a Cartago. El año 383 se estableció en Roma temporalmente; el maniqueísmo, que no colmó sus aspiraciones y le dejó insatisfecho, había quedado atrás. De allí se trasladó a Milán para ocuparse de la cátedra de retórica que había obtenido. Era el lugar elegido por la Providencia para dar respuesta a la insistente súplica de su madre por su conversión. Agustín fue fiel a la mujer con la que convivía hasta el año 385. Luego se desembarazó de ella. Al no querer desposarse con él, antes de marcharse a África su compañera dejó bajo su custodia al hijo común, Adeodato, nacido el año 372.
Cuando conoció a san Ambrosio se suscitó en su corazón una profunda admiración por la sabiduría y rigor del obispo, y poco a poco fue adentrándose en el misterio del amor de Dios. Pese a todo, la virtud de la castidad se le resistía, y no terminaba de dar el paso hacia su conversión. Trataba de dilatarlo, diciendo: «Lo haré pronto, poco a poco; dame más tiempo». Al conocer la vida de san Antonio vio que no tenía sentido demorar su respuesta a Cristo: «¿Qué estamos haciendo? –le decía a su estimado Alipio–. Los ignorantes arrebatan el Reino de los Cielos y nosotros, con toda nuestra ciencia, nos quedamos atrás cobardemente, revolcándonos en el pecado. Tenemos vergüenza de seguir el camino por el que los ignorantes nos han precedido, cuando por el contrario, deberíamos avergonzarnos de no avanzar por él».
Releyó con otra óptica el Nuevo Testamento, particularmente las cartas paulinas, y en doloroso e intenso debate interior rogaba la gracia de la conversión y su perdón. Un día oyó la voz de un niño que desde una casa contigua repetía: «toma y lee, toma y lee». Interpretando que debía acudir al evangelio, lo abrió y leyó el pasaje de Rom 13, 13-14. Instantáneamente se disiparon todas las tinieblas y se dio de bruces con esa verdad tan ansiada que había perseguido; comprendió que era Cristo. Después, henchido de amor, diría a ese Dios al que ya había entrañado: «Demasiado tarde, demasiado tarde empecé a amarte […]. Me llamaste a gritos y acabaste por vencer mi sordera». El año 387 fueron bautizados Alipio, Agustín y su hijo Adeodato, que falleció más tarde.
Tras la muerte de Mónica, que supuso un duro golpe para él, el santo pasó en África tres intensos años de oración, ayuno y penitencia, manteniendo tales pautas hasta el final de sus días. Fue ordenado sacerdote el año 391, y en el 395 lo designaron obispo de Hipona. Fundó un monasterio dedicado a los varones y otro a las mujeres. Predicaba y escribía defendiendo con bravura la fe católica. Humilde y desprendido, con toda sencillez reconocía que no era fácil la misión: «Continuamente predicar, discutir, reprender, edificar, estar a disposición de todos, es una gran carga y un gran peso, una enorme fatiga». Fue azote de herejes y dio una inmensa gloria a la Iglesia en sus treinta y cuatro años como prelado. Ha dejado un legado excepcional e insuperable con obras como Sobre la Ciudad de Dios y las Retractationes, entre otras. Poco antes de morir, estalló la guerra en el norte de África y atravesó momentos difíciles. Llegado el fin, escribió: «Quien ama a Cristo, no puede tener miedo de encontrarse con Él». Falleció el 28 de agosto del año 430. El 20 de septiembre de 1295 Bonifacio XIII lo proclamó doctor de la Iglesia.