Servicio diario - 03 de septiembre de 2016


 

El Papa: La misericordia de Dios es una acción concreta
Posted by Rocío Lancho García on 3 September, 2016



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El amor de Dios no cesará nunca, ni en nuestra vida ni en la historia del mundo. Es un amor que permanece siempre joven, activo y dinámico, y que atrae hacia sí de un modo incomparable. Así lo ha recordado el papa Francisco esta mañana, ante una repleta plaza de San Pedro, en la catequesis del Jubileo de los voluntarios y los operadores de la misericordia. También ha reconocido que “la misericordia de Dios no es una idea bonita, sino una acción concreta” y que “la misericordia humana no será auténtica hasta que no se concrete en el actuar diario”.
De este modo, el Pontífice ha asegurado que el amor de Dios es fiel y no traiciona “a pesar de nuestras contradicciones”. Es un amor fecundo que genera y va más allá de nuestra pereza, ha añadido. Y de este amor “todos somos testigos”. Advirtiendo además que “cuanto más nos dejamos involucrar por este amor, tanto más se regenera nuestra vida”.
Este amor, del que habla el apóstol Pablo en el himno de la caridad, “es un amor que se ve, se toca y se experimenta en primera persona”. Y la forma más grande y expresiva de este amor es Jesús.
Por otro lado, el Santo Padre ha querido subrayar durante la catequesis que no se puede mirar para otro lado y “dar la espalda para no ver muchas formas de pobreza que piden misericordia”. No sería digno de la Iglesia ni de un cristiano — ha aseverado– pasar de largo y pretender tener la conciencia tranquila soolo porque se ha rezado.
A los presentes, pertenecientes al mundo del voluntariado, les ha recordado que en su realidad, “casi siempre de forma silenciosa y oculta”, dan “forma y visibilidad a la misericordia”. En esta línea ha precisado que en las distintas condiciones de indigencia y necesidad de muchas personas, “vuestra presencia es la mano tendida de Cristo que llega a todos”. La credibilidad de la Iglesia –ha observado– pasa también de manera convincente a través de vuestro servicio a los niños abandonados, los enfermos, los pobres sin comida ni trabajo, los ancianos, los sintecho, los prisioneros, los refugiados y los emigrantes, así como a todos aquellos que han sido golpeados por las catástrofes naturales…
Por eso, el Papa ha pedido a los fieles reunidos en la plaza que sean siempre “diligentes en la solidaridad, fuertes en la cercanía, solícitos en generar alegría y convincentes en el consuelo”. Estad siempre contentos y llenos de alegría por vuestro servicio –ha pedido Francisco– pero no dejéis que nunca sea motivo de presunción que lleva a sentirse mejores que los demás.
Finalmente, el Santo Padre ha querido recordar que mañana Madre Teresa será proclamada santa. Al respecto ha asegurado que este testimonio de misericordia de nuestro tiempo “se añade a la innumerable lista de hombres y mujeres que han hecho visible con su santidad el amor de Cristo”. De este modo ha pedido imitar su ejemplo, y pedir “ser instrumentos humildes en las manos de Dios para aliviar el sufrimiento del mundo, y dar la alegría y la esperanza de la resurrección”.



El Santo Padre inaugura una estatua de la Virgen de Aparecida en los Jardines Vaticanos
Posted by Redaccion on 3 September, 2016



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco ha inaugurado esta mañana, en los Jardines Vaticanos, una pequeña estatua de bronce de la Virgen de Aparecida. La iniciativa –explica un comunicado de la oficina de prensa de la Santa Sede– ha sido realizada entre la embajada de Brasil ante la Santa Sede y de la archidiócesis de Aparecida guiada por el cardenal Raymundo Damasceno Assis.
En el momento de la inauguración, el Santo Padre ha reconocido estar “contento porque la imagen de Nuestra Señora de Aparecida esté en los Jardines”. Asimismo, ha recordado que en el 2013, cuando visitó Brasil para la Jornada Mundial de la Juventud, prometió volver al año siguiente, “no sé si será posible, pero al menos la tendré más cerca, aquí”. De este modo, ha invitado a rezar para que la Virgen continúe cuidando de todo Brasil, “todo el pueblo brasileño, en este momento triste”. Que cuide “a los más pobres, los descartados, los ancianos abandonados, los niños de la calle”. Que cuide a los “descartados y puestos en las manos de los explotadores de todo tipo”, que salve “a su pueblo con la justicia social y con el amor de Jesucristo, su Hijo”.
Pedimos con amor –ha añadido– por todo el pueblo brasileño, que Ella, Madre, bendiga. Finalmente, el Santo Padre ha indicado que la Virgen de Aparecida fue encontrada por “pobres trabajadores” y ha pedido que hoy “sea encontrada por todos”, de forma especial “de los que necesitan trabajo, educación, los que han sido privados de dignidad”.
El encuentro ha concluido con la oración del Ave María y el canto de Aparecida.



Las oraciones de Madre Teresa convertidas en música
Posted by Rocío Lancho García on 3 September, 2016



(ZENIT – Roma).- Las palabras y oraciones de Madre Teresa convertidas en canciones, ese fue el trabajo realizado por el músico Bradley James en su CD llamado “Gift of Love” (Regalo de amor). Piezas musicales que contaron con la aprobación de las Misioneras de la Caridad y de la misma Madre Teresa.
Bradley James cuenta a ZENIT que conoció a la Madre Teresa cuando tenía 24 años, en Los Ángeles, cuando iba con un amigo suyo sacerdote a ver una película. Había oído hablar de ella desde que era pequeño, una vez escuchó que decían de ella que era una “santa en vida” y esa idea le fascinó. Cuando supo que estaba en Los Ángeles quiso conocerla, y ahora, mirando hacia atrás, entiende que fue “la Divina Providencia”. Ahí empezó a entender que ciertas cosas “no pasan por accidente”. Y asegura que “Dios obra de maneras muy extrañas pero lo hace de una manera muy común y ordinaria”.
De este modo “providencial” conoció a la Madre Teresa cuando iban a abrir una casa en Los Ángeles y le invitó a trabajar con las hermanas para ayudar a abrir esa casa. También conoció a la hermana Silvia que le animó a seguir trabajando con ellas y creó más ocasiones para encontrar a la Madre Teresa y pasar tiempo con ella. También conoció a la hermana Nirmala, quien fue la superiora tras la muerte de Madre Teresa, y fue ella quien le invitó a escribir música para las palabras y oraciones de la futura santa. Así empezó un trabajo que concluyó con la grabación del CD “Gift of Love”, y que antes de morir Madre Teresa le dio permiso para realizar. “Yo no pedí permiso para hacer eso, las hermanas lo hicieron, y después la Madre siempre decía que no, y yo no quería estar con las Misioneras de la Caridad para escribir un libro o hacer una película o hacer una CD o nada de eso, pero como me lo pidieron dije que sí”, explica el músico.
Ahora puede decir que gracias a este trabajo que realizó le escribe gente de todo el mundo, de lugares inimaginables, para contarle el bien que este CD está haciendo, todo lo bueno que sale de él.
Vivir y compartir recuerdos y experiencias con la Madre Teresa deja recuerdos imborrables. Así es como James mantiene muchos de ellos en su memoria. “La gente siempre me pregunta cómo era ella”, indica. Y asegura que “lo más obvio es que era muy divertida, decía cosas divertidas, y tenía ese maravilloso sentido del humor y un brillo en sus ojos”. Además, observa, la van a canonizar, la llamarán santa, “pero era una santa en vida”.
En concreto recuerda cuando Madre Teresa estaba ya enferma y tuvieron oportunidad de compartir muchos pequeños momentos. En una ocasión ella tenía una estampa con una oración en el que era su libro de oraciones desde hacía 40 años y cuando estaba en el hospital con la hermana Silvia, le pidió a James que hiciera copias de esa estampa. Le preguntó cuántas y le respondió que 4 mil y las necesitaba en un par de días, aunque era difícil de hacer lo logró. Por un lado estaba representada la Flagelación y por el otro el Santísimo Sacramento y ella le explicó que “son la misma cosa”. Ella dijo –explica James– que Cristo estaba en el Santísimo Sacramento esperando y sufriendo diciendo “tengo sed, por mi amor, por tu amor, por el amor de todos”. Ella me dio la estampa y le dijo “quiero que tengas esto”. Así, James cuenta que en ese momento era consciente de que eso era algo muy especial para Madre Teresa, y se negó a recibirlo porque pensaba que alguna hermana debería tenerlo. Pero la hermana Silvia, que estaba de pie detrás de ella, le dijo “no, tómalo tú”.
Ver de cerca a una “santa en vida” es una ocasión única para aprender e imitar un ejemplo de vida. “Al principio no sabía las reglas, por lo que rompí todas las reglas, pero siempre estaba dispuesto a hacer el trabajo”, bromea James. Y precisa que no necesitaba que le pidieran las cosas, veía lo que tenía que hacer y simplemente lo hacía. Tal y como hacía la Madre Teresa. “No esperaba a otro, veía la necesidad, veía el sufrimiento y hacía lo correcto”, explica. Además, recuerda también que ella decía que no había necesidad de ir a Calcuta para ser santo sino que había que ir y ser santo justo donde uno se encuentra. “Esa fue una gran experiencia para mí”, asegura el músico.
Otra lección que aprendió de la futura santa es que ella nunca juzgaba a nadie y esto es difícil de entender para la gente “porque vivimos en una sociedad que juzga constantemente”, precisa.
Finalmente, recuerda que la Madre Teresa siempre volvía al mismo mensaje “Dios es amor”. Ella no solo predicaba, predicaba con el ejemplo. “No busques una luz, sé la luz, sé mi luz, Cristo le dijo esto y es lo que ella hizo”, concluye James.



Texto completo de la catequesis del Papa en el Jubileo de los voluntarios
Posted by Redaccion on 3 September, 2016



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- Los voluntarios y los operadores de la misericordia celebran este fin de semana su Jubileo en Roma, que culminará este domingo con la canonización de Madre Teresa. Este sábado por la mañana, reunidos en la plaza de San Pedro, han escuchado la catequesis del Santo Padre que publicamos a continuación.

Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
Hemos escuchado el himno de la caridad que el apóstol Pablo escribió a la comunidad de Corinto, y que constituye una de las páginas más hermosas y más exigentes para el testimonio de nuestra fe (cf. 1 Co 13,1-13). San Pablo ha hablado muchas veces del amor y de la fe en sus escritos; sin embargo, en este texto se nos ofrece algo extraordinariamente grande y original. Él afirma que el amor, a diferencia de la fe y de la esperanza, «no pasará jamás» (v. 8). Es para siempre. Esta enseñanza debe ser para nosotros una certeza inquebrantable; el amor de Dios no cesará nunca, ni en nuestra vida ni en la historia del mundo. Es un amor que permanece siempre joven, activo y dinámico, y que atrae hacia sí de un modo incomparable. Es un amor fiel que no traiciona, a pesar de nuestras contradicciones. Es un amor fecundo que genera y va más allá de nuestra pereza. En efecto, de este amor todos somos testigos. El amor de Dios nos sale al encuentro, como un río en crecida que nos arrolla pero sin aniquilarnos; más bien, es condición de vida: «Si no tengo amor, no soy nada», dice san Pablo (v. 2). Cuanto más nos dejamos involucrar por este amor, tanto más se regenera nuestra vida. Verdaderamente deberíamos decir con toda nuestra fuerza: soy amado, luego existo.
El amor del que nos habla el Apóstol no es algo abstracto ni vago; al contrario, es un amor que se ve, se toca y se experimenta en primera persona. La forma más grande y expresiva de este amor es Jesús. Toda su persona y su vida no es otra cosa que una manifestación concreta del amor del Padre, hasta llegar al momento culminante: «la prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores» (Rm 5,8). Esto es amor, no son palabras ¿eh? Es amor. Del Calvario, donde el sufrimiento del Hijo de Dios alcanza su culmen, brota el manantial de amor que cancela todo pecado y que todo recrea en una vida nueva. Llevemos siempre con nosotros, de modo indeleble, esta certeza de la fe: Cristo «me amó y se entregó por mí» (Ga 2,20). Esta es la gran certeza, Cristo me ha amado y ha dado su vida por mí, por ti, por ti, por ti, por cada uno de nosotros. Nada ni nadie podrá separarnos del amor de Dios (cf. Rm 8,35-39). Por tanto, el amor es la expresión más alta de toda la vida y nos permite existir.
Ante este contenido tan esencial de la fe, la Iglesia no puede permitirse actuar como lo hicieron el sacerdote y el levita con el hombre abandonado medio muerto en el camino (cf. Lc 10,25-36). No se puede mirar para otro lado y dar la espalda para no ver muchas formas de pobreza que piden misericordia. Y este mirar para otro lado para no ver el hambre, la enfermedad, y a las personas explotadas, esto es un pecado grave. Y también es un pecado moderno, es un pecado de hoy. Nosotros cristianos no podemos permitirnos esto. No sería digno de la Iglesia ni de un cristiano «pasar de largo» y pretender tener la conciencia tranquila sólo porque se ha rezado o porque he ido a misa el domingo. No. El Calvario es siempre actual; no ha desaparecido ni permanece sólo como un hermoso cuadro en nuestras iglesias. Ese vértice de com-pasión, del que brota el amor de Dios hacia la miseria humana, nos sigue hablando hoy, animándonos a ofrecer nuevos signos de misericordia. No me cansaré nunca de decir que la misericordia de Dios no es una idea bonita, sino una acción concreta; no hay misericordia sin concreción, la misericordia no es un hacer un bien de paso, es implicarse donde está el mal, donde hay enfermedad, hambre, epxlotaciones humanas. También la misericordia humana no será auténtica, es decir, humana y misericordia, hasta que no se concrete en el actuar diario. La admonición del apóstol Juan sigue siendo válida: «Hijitos míos, no amemos solamente con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad» (1 Jn 3,18). De hecho, la verdad de la misericordia se comprueba en nuestros gestos cotidianos que hacen visible la acción de Dios en medio de nosotros.
Hermanos y hermanas, vosotros representáis el gran y variado mundo del voluntariado. Entre las realidades más hermosas de la Iglesia os encontráis vosotros que cada día, casi siempre de forma silenciosa y oculta, dais forma y visibilidad a la misericordia. Sois artesanos de misericordia, con vuestras manos, con vuestros ojos, con vuestra escucha, vuestra cercanía, vuestras caricias, artesanos. Vosotros manifestáis uno de los deseos más hermosos del corazón del hombre: hacer que una persona que sufre se sienta amada.
En las distintas condiciones de indigencia y necesidad de muchas personas, vuestra presencia es la mano tendida de Cristo que llega a todos. Vosotros sois la mano tendida de Cristo. ¿Habéis pensando esto? La credibilidad de la Iglesia pasa también de manera convincente a través de vuestro servicio a los niños abandonados, los enfermos, los pobres sin comida ni trabajo, los ancianos, los sintecho, los prisioneros, los refugiados y los emigrantes, así como a todos aquellos que han sido golpeados por las catástrofes naturales… En definitiva, dondequiera que haya una petición de auxilio, allí llega vuestro testimonio activo y desinteresado. Vosotros hacéis visible la ley de Cristo, la de llevar los unos los pesos de los otros (cf. Ga 6,2; Jn 13,24). Queridos hermanos y hermanos, vosotros tocáis la carne de Cristo con vuestras manos, no lo olvidéis. Vosotros tocáis la carne de Cristo con vuestras manos. Sed siempre diligentes en la solidaridad, fuertes en la cercanía, solícitos en generar alegría y convincentes en el consuelo. El mundo tiene necesidad de signos concretos de solidaridad, sobre todo ante la tentación de la indiferencia, y requiere personas capaces de contrarrestar con su vida el individualismo, el pensar sólo en sí mismo y desinteresarse de los hermanos necesitados. Estad siempre contentos y llenos de alegría por vuestro servicio, pero no dejéis que nunca sea motivo de presunción que lleva a sentirse mejores que los demás. Por el contrario, vuestra obra de misericordia sea la humilde y elocuente prolongación de Jesucristo que sigue inclinándose y haciéndose cargo de quien sufre. De hecho, el amor «edifica» (1 Co 8,1) y, día tras día, permite a nuestras comunidades ser signo de la comunión fraterna.
Hablad al Señor de estas cosas, llamad, haced como ha hecho la hermana que nos ha contado, llamado a la puerta del tabernáculo, valiente. El Señor nos escucha, llamad. Señor mira esto, tanta pobreza, tanta indiferencia, tanto mirar al otro lado… “esto a mí no me toca, a mí no me importan”. Hablarlo con el Señor ¿por qué? Señor ¿por qué? ¿Por qué soy tan débil y tú me has llamado a hacer este servicio? Señor ayúdame, dame fuerza y humildad. El núcleo de la misericordia es este diálogo con el corazón misericordioso de Jesús.
Mañana, tendremos la alegría de ver a Madre Teresa proclamada santa, ¡lo merece! Este testimonio de misericordia de nuestro tiempo se añade a la innumerable lista de hombres y mujeres que han hecho visible con su santidad el amor de Cristo. Imitemos también nosotros su ejemplo, y pidamos ser instrumentos humildes en las manos de Dios para aliviar el sufrimiento del mundo, y dar la alegría y la esperanza de la resurrección.

Antes de dar la bendición invito a todos a rezar en silencio por tantas personas que sufren, por tanto sufrimiento, por tantos que viven descartados de la sociedad. Rezar también por muchos voluntarios como vosotros que van al encuentro de la carne de Cristo para tocarla, cuidarla, sentirla cerca. Rezar también por muchos que delante de tanta miseria miran a otro lado, en el corazón escuchan la voz que le dice “a mí no me toca, no me importa”. Rezamos en silencio.



Beata María de Santa Cecilia Romana (Dina Bélanger) – 4 de septiembre
Posted by Isabel Orellana Vilches on 3 September, 2016



(ZENIT – Madrid).– Dina Bélanger, la hermosa joven canadiense que tuvo la fama al alcance de la mano por sus excepcionales dotes musicales, no hallaba en el santoral una mujer canonizada que llevase su nombre, pero ella se propuso cubrir ese vacío con su propia entrega: sería santa. Así lo confió a su educadora cuando constató que buscaba en vano otra Dina. Para ello no tenía más que «amar y dejar hacer a Jesús y a María». Apenas tuvo 33 años de plazo para amasar las virtudes, pero fueron más que suficientes.
Nació en Québec, Canadá, el 30 de abril de 1897. Hubiera sido la primogénita de Olivier y Seraphia, pero un varón nacido con posterioridad murió pocos meses después de nacer, por lo cual fue la única hija del matrimonio. En este hogar acomodado recibió una exquisita educación seguida atentamente por sus padres. Velaron para que ciertos rasgos de su apasionado y temperamental carácter, apreciados cuando aún era una niña, no le ganaran la batalla. Y ciertamente los templó a tiempo, poniendo todo de su parte. Eso hizo de ella una persona entrañable, dócil, humilde y obediente. Tanto Olivier como Seraphia le transmitieron, junto a la fe, excepcionales cualidades como la responsabilidad, el orden, el sentido del trabajo, la discreción, la piedad, la constancia, la abnegación y otros valores que también detectaron profesoras y alumnas.
Desde los seis años estudiaba en el colegio de las religiosas de Nuestra Señora y allí recibió la primera comunión. Entonces la experiencias místicas, que iban a marcar su vida, se hallaban en el umbral de la misma. Como previamente había entrañado a Dios en su corazón, lo aguardaba como algo natural y así tomó el Cuerpo de Cristo: «Mi felicidad era inmensa. Jesús era mío y yo era suya. Esta unión íntima causó en mi alma, entre otras gracias: el hambre de su Cuerpo y de su Sangre, que ha ido creciendo con las comuniones siguientes».
En 1905 inició los estudios de piano. Las altas calificaciones que obtenía, el dominio instrumental y su capacidad para ejecutar con maestría las piezas le auguraban un futuro profesional espléndido. Las inagotables ansias de perfección marcaban sus jornadas. Durante varias veces al día suplicaba esa gracia. En el centro de su vida: la Eucaristía y María. En 1910 se vinculó a las Hijas de María y algo más tarde se consagró a la Virgen. Completó esa ofrenda dándose por completo a Dios, llevada de la «sed de entregarse a su amor». Era parte de un intenso programa que le fue conduciendo firmemente a la unión divina. Cómo sería que a sus 14 años pudo decir con propiedad: «Jesús y yo ya no son dos, somos uno. Sólo Jesús hace uso de mis facultades, de mis sentidos, mis miembros. Él es quien piensa, actúa, ora, busca, habla, camina, escribe, enseña, en una palabra, es Él quien vive …». Según confió ella misma, Cristo la denominaba: «mi pequeño yo».
El estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914 hizo que crecieran sus ansias de martirio: «Como he oído hablar de esta donación, conocido como el ofrecimiento heroico, inmediatamente me ofrecí, me abandoné por completo a la voluntad de Jesús, ya que soy su víctima». Dos años más tarde la enviaron a completar estudios de piano, armonía y composición musical al conservatorio de Nueva York. Se alojó en el selecto pensionado Our Lady of Peace, de la calle 14, propiedad de las religiosas de Jesús y María. Allí coincidió con pianistas consumadas como la chilena Rosita Renard. Hasta 1918 estudió en un formidable piano Steinway, piano que en 1990 se enviaría a Sillery por haber sido utilizado por ella ya que el instrumental existente en el convento había sido pasto de las llamas en el incendio que sufrió el convento en 1983. Todo ese tiempo siempre vinculada a Cristo puso mucho cuidado en no envanecerse y sostener firmemente la vocación al amor que latía en su corazón.
Regresó con sus padres en 1918, y en 1921 ingresó en el noviciado que estas religiosas de Jesús y María tenían en Sillery. Se acrecentaba su ardiente anhelo de vivir unida a Dios con una perfecta oración continua y para ello en su itinerario espiritual, a sus habituales ayunos, renuncias y mortificaciones añadía la meditación de las llagas de Cristo. «La práctica de la unión con mi Dios seguía siendo el objeto de mi examen particular. Añadí que quería actuar por amor; sólo por Jesús». La superiora advirtió que se hallaba frente a un alma singular, y le indicó: «Usted debe escribir su vida, mi querida hermana». Aunque Cristo en una locución le dijo que haría mucho bien con sus escritos, ella ignoraba que éstos no eran más que el compendio de su vida, aunque fue autora de otros textos y poesías. Esta petición exigió por su parte un notable esfuerzo. Le contrariaba profundamente hablar en primera persona, viéndose obligada a escribir repetidamente el pronombre «yo». Reconoció que era lo que más le había costado en la vida. Por fortuna obedeció, y gracias a ello se conservan las profundas huellas que el amor de Dios iba trazando en su espíritu. En la redacción se percibe alegría y esperanza, una confianza y fe inalterables. Al profesar en 1923 tomó el nombre de Cecilia, por su vínculo con la música. Fue profesora de esta disciplina en el colegio.
Un día en medio de su «noche oscura» percibió sobrenaturalmente que Cristo se llevaba su corazón, quedándose Él en su lugar. Y en otra ocasión volvió con esta víscera purificándola con tanto amor que quedó abrasado en él; ella misma pudo soplar las cenizas, signo de la ruptura completa con su pasado. Después, volvió a ocupar su espacio en el pecho. Cuando Cristo le hizo entender que moriría el 15 de agosto de 1924 aludía a una muerte mística, no física. Ésta llegó el 4 de septiembre de 1929 tras una tuberculosis que le produjo incontables sufrimientos. Había dicho: «En el cielo yo seré mendiga de amor, esa es mi misión y la comienzo inmediatamente, daré la alegría». Juan Pablo II la beatificó el 20 de marzo de 1993.