Servicio diario - 21 de septiembre de 2016


 

El Papa en la audiencia: “Dios nos ama con un amor tan grande que nos parece imposible”
Posted by Sergio Mora on 21 September, 2016



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco ha tenido hoy como todos los miércoles en el Vaticano, la audiencia general, en la cual ha centrado su meditación sobre la misericordia. A su llegada a la plaza de San Pedro, en donde se realizó la catequesis a pesar del día gris y lluvioso, saludó a los presentes que le recibieron con entusiasmo, agitando banderas y pañuelos.
En su resumen en español el Papa señaló que hoy fue leído el pasaje evangélico “que inspira el lema de este año santo: Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”. Y recordó a los presentes que “Dios nos ama con un amor tan grande que nos parece imposible”.
Aseguró que es así, porque “toda la historia de la salvación es una historia de misericordia, que alcanza su culmen en la donación de Jesús en la cruz”.
Y a la pregunta ¿Cómo alcanzar esta perfección?, señaló: “La respuesta estriba en que Jesús no pide cantidad, sino ser signo, canal, testimonio de su misericordia. Por eso los santos han encarnado el amor de Dios que les desbordaba en múltiples formas de caridad en favor de los necesitados”.
“El Evangelio nos da dos pautas para ello: perdonar y dar. Jesús no busca alterar el curso de la justicia humana, pero manifiesta que en la comunidad cristiana hay que suspender juicios y condenas”, dijo.
Indicó también que “el perdón es manifestación de la gratuidad del amor de Dios, que nunca da a un hijo por perdido. No podemos ponernos por encima del otro, al contrario debemos llamarlo continuamente a la conversión”.
Porque, indicó el Santo Padre, “del mismo modo, Jesús nos enseña que su voluntad de darse está muy por encima de nuestras expectativas y no depende de nuestros méritos, sino que la capacidad de recibir su amor, crece en la medida que nos damos a los demás: más amamos , más lleno de Dios estará nuestro corazón”.
“Saludo cordialmente –dijo Francisco al concluir la meditación– a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Pidamos al Señor que no perdamos nunca nuestra identidad de hijos de un mismo Padre, que nos une en su amor. Que Dios los bendiga”.
El Pontífice hacia el final de la audiencia hizo un llamado por la XXIII Jornada mundial contra el Alzheimer, que se celebra hoy con el título “Recuérdate de mi”. E invitó a todos los presentes a no olvidarse, a tener la diligencia de María y la ternura de Jesús Misericordioso, hacia todos aquellos que sufren esta enfermedad y a sus familiares y “hacerles sentir nuestra cercanía”.


El Santo Padre expresa su dolor por los dos sacerdotes asesinados en México
Posted by Redaccion on 21 September, 2016



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco envió sus condolencias a Mons. Trinidad Zapata, obispo de Papantla, por el asesinato de dos sacerdotes, los padres Alejo Nabor y José Suárez, párroco y vicario de la parroquia de Nuesta Señora de Fátima en la localidad de Poza Rica de Hidalgo.
El Santo Padre en el telegrama firmado por el cardenal secretario de estado, Pietro Parolin indica que los sacerdotes asesinados fueron “víctimas de una violencia que no acepta excusas”.
A continuación el texto:
“Profundamente apenado al recibir la triste noticia del asesinato de los reverendos Alejo Nabor Jiménez Juárez y José Alfredo Suárez de la Cruz, párroco y vicario de la parroquia de Nuestra Señora de Fátima, de Poza Rica, el Santo Padre expresa su mas sentido pésame a vuestra excelencia, así como al clero, comunidades religiosas y fieles de esa querida diócesis, a la vez que ofrecerá sufragios por el eterno descanso de estos sacerdotes de Cristo, víctimas de una inexcusable violencia.
Su santidad, al manifestar una vez más su firme condena a todo atentado a la vida y dignidad de las personas, exhorta al clero y los agentes pastorales de la diócesis a continuar con energía su misión eclesial a pesar de los obstáculos, siguiendo el ejemplo de Jesús el buen pastor.
Con tales sentimientos, mientras desea hacer llegar también a los familiares su cercanía en tan dolorosa prueba, el papa Francisco imparte a dicha comunidad eclesial la confortadora bendición apostólica como signo de esperanza cristiana del Señor Resucitado”.


Francisco nombra a un nuevo obispo en Argentina
Posted by Redaccion on 21 September, 2016



(ZENIT – Roma).- El papa Francisco nombró obispo de la diócesis de San Nicolás de los Arroyos, a Mons. Hugo Norberto Santiago, quien estaba en la sede de Santo Tomé (Corrientes).
Lo informó hoy la Oficina de prensa de la Santa Sede, precisando que antes el Santo Padre aceptó la renuncia de de Mons. Héctor Sabatino Cardelli de dicha diócesis por haber cumplido 75 años, de acuerdo al canon 401,1 del Código de Derecho Canónico.
Mons. Hugo Norberto Santiago nació el 12 de abril de 1954 en María Juana, diócesis de Rafaela. Entró en el Seminario mayor arquidiocesano de Córdoba, y después de los estudios filosóficos frecuentó la Pontificia Universidad Católica de Argentina, donde obtuvo la licenciatura en Teología. Fue ordenado presbítero el 19 de diciembre de 1985 en la diócesis de Rafaela.
En Roma obtuvo en 1999 la licencia en Teología Espiritual en el Pontificio Instituto ‘Teresianum’. Fue director espiritual del movimiento Cursillos de Cristiandad, coordinador diocesano de la pastoral vocacional, párroco de la iglesia de San Guillermo en Lehmann y vicario episcopal en la zona sur de su diócesis. Se desempeñó como profesor de teología en la sección de Rafaela, de la UCA de Santiago del Estero y fue director de la Escuela diocesana de diaconado permanente. El 5 de diciembre de 2006 fue elegido obispo de Santo Tomé, en la provincia de Corrientes y ordenado el 19 de marzo de 2007.


Texto completo de la catequesis del Papa en la audiencia del 21 de septiembre de 2016
Posted by Redaccion on 21 September, 2016




(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco realizó la audiencia en la plaza de San Pedro y centró la catequesis en la misericordia de Dios. A continuación el texto completo.
“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hemos escuchado el pasaje del Evangelio de Lucas (6,36-38) del cual es tomado el lema de este Año santo extraordinario: Misericordiosos como el Padre. La expresión completa es: «Sean misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso» (v. 36). No se trata de un slogan, sino de un compromiso de vida.
Para comprender bien esta expresión, podemos confrontarla con aquella paralela del Evangelio de Mateo, donde Jesús dice: «Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo» (5,48). En el llamado discurso de la montaña, que inicia con las Bienaventuranzas, el Señor enseña que la perfección consiste en el amor, cumplimiento de todos los preceptos de la Ley.
En esta misma perspectiva, San Lucas precisa que la perfección es el amor misericordioso: ser perfectos significa ser misericordiosos. ¿Una persona que no es misericordiosa es perfecta? ¡No! ¿Una persona que no es misericordiosa es buena? ¡No! La bondad y la perfección radican en la misericordia.
Seguro, Dios es perfecto. Entretanto si lo consideramos así, se hace imposible para los hombres alcanzar esta absoluta perfección. En cambio, tenerlo ante los ojos como misericordioso, nos permite comprender mejor en que consiste su perfección y nos impulsa a ser como Él, llenos de amor, compasión y misericordia.
Pero me pregunto: ¿Las palabras de Jesús son reales? ¿Es de verdad posible amar como ama Dios y ser misericordiosos como Él? Si miramos la historia de la salvación, vemos que toda la revelación de Dios es un incesante e inagotable amor de los hombres: Dios es como un padre o como una madre que ama con un amor infinito y lo derrama con abundancia sobre toda criatura.
La muerte de Jesús en la cruz es el culmen de la historia de amor de Dios con el hombre. Un amor talmente grande que solo Dios lo puede realizar. Es evidente que, relacionado con este amor que no tiene medidas, nuestro amor siempre será imperfecto.
Pero, ¡cuando Jesús nos pide ser misericordiosos como el Padre, no piensa en la cantidad! Él pide a sus discípulos convertirse en signo, canales, testigos de su misericordia. Y la Iglesia no puede dejar de ser sacramento de la misericordia de Dios en el mundo, en todos los tiempos y hacia toda la humanidad. Todo cristiano, por lo tanto, está llamado a ser testigo de la misericordia, y esto sucede en el camino a la santidad.
¡Pensemos en tantos santos que se volvieron misericordiosos porque se dejaron llenar el corazón con la divina misericordia! Han dado cuerpo al amor del Señor derramándolo en las múltiples necesidades de la humanidad que sufre. En este florecer de tantas formas de caridad es posible reconocer los reflejos del rostro misericordioso de Cristo.
Nos preguntamos: ¿Qué significa para los discípulos ser misericordiosos? Y esto lo explica Jesús con dos verbos: “perdonar” (v. 37) y “donar” (v. 38). La misericordia se expresa sobre todo en el perdón: “No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados” (v. 37). Jesús no pretende alterar el curso de la justicia humana, entretanto recuerda a los discípulos que para tener relaciones fraternas es necesario suspender los juicios y las condenas. De hecho, es el perdón el pilar que sostiene la vida de la comunidad cristiana, porque en ella se manifiesta la gratuidad del amor con el cual Dios nos ha amado primero.
¡El cristiano debe perdonar! Pero ¿Por qué? Porque ha sido perdonado. Todos nosotros que estamos aquí, hoy, en la Plaza, todos nosotros, hemos sido perdonados. No hay ninguno de nosotros, que en su vida, no haya tenido necesidad del perdón de Dios. Y porque nosotros hemos sido perdonados, debemos perdonar.
Y lo recitamos todos los días en el Padre Nuestro: “Perdona nuestros pecados; perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Es decir, perdonar las ofensas, perdonar tantas cosas, porque nosotros hemos sido perdonados de tantas ofensas, de tantos pecados. Y así es fácil perdonar. Si Dios me ha perdonado, ¿por qué no debo perdonar a los demás? ¿Soy más grande que Dios? ¿Entienden esto?
Este pilar del perdón nos muestra la gratuidad del amor de Dios, que nos ha amado primero. Juzgar y condenar al hermano que peca es equivocado. No porque no se quiera reconocer el pecado, sino porque condenar al pecador rompe la relación de fraternidad con él y desprecia la misericordia de Dios, que en cambio no quiere renunciar a ninguno de sus hijos.
No tenemos el poder de condenar a nuestro hermano que se equivoca, no estamos por encima él: al contrario tenemos el deber de llevarlo nuevamente a la dignidad de hijo del Padre y de acompañarlo en su camino de conversión.
A su Iglesia, a nosotros, Jesús nos indica también un segundo pilar: “donar”. Perdonar es el primer pilar; donar es el segundo pilar. «Den, y se les dará […] con la medida con que ustedes midan también serán medidos» (v. 38).
Dios dona muy por encima de nuestros méritos, pero será todavía más generoso con cuantos aquí en la tierra serán generosos. Jesús no dice que cosa sucederá a quienes no donan, pero la imagen de la “medida” constituye una exhortación: con la medida del amor que damos, seremos nosotros mismos a decidir cómo seremos juzgados, como seremos amados. Si observamos bien, existe una lógica coherente: ¡en la medida con la cual se recibe de Dios, se dona al hermano, y en la medida con la cual se dona al hermano, se recibe de Dios!
El amor misericordioso es por esto la única vía que es necesario seguir. Tenemos todos mucha necesidad de ser un poco misericordiosos, de no hablar mal de los demás, de no juzgar, de no “desplumar” a los demás con las críticas, con las envidias, con los celos.
Tenemos que perdonar, ser misericordiosos, vivir nuestra vida en el amor y donar. Este amor permite a los discípulos de Jesús no perder la identidad recibida de Él, y de reconocerse como hijos del mismo Padre. En el amor que ellos practican en la vida se refleja así aquella Misericordia que no tendrá jamás fin (Cfr. 1 Cor 13,1-12).
Pero no se olviden de esto: misericordia y don; perdón y don. Así el corazón crece, crece en el amor. En cambio, el egoísmo, la rabia, vuelve al corazón pequeño, pequeño, pequeño, pequeño y se endurece como una piedra. ¿Qué cosa prefieren ustedes? ¿Un corazón de piedra? Les pregunto, respondan: “No”. No escucho bien… “No”. ¿Un corazón lleno de amor? “Si”. ¡Si prefieren un corazón lleno de amor, sean misericordiosos!”.
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Asís, encuentro de oración por la paz. Texto completo del discurso final del papa Francisco
Posted by Redaccion on 21 September, 2016



(ZENIT – Roma).- El papa Francisco participó ayer martes al último día del encuentro ‘Sed de Paz’ que se realizó en Asís, el cual inició el domingo y contó con la participación de 511 líderes religiosos. En la ceremonia final los principales jefes de religiones encendieron una vela y firmaron un llamado a la paz.
El papa Francisco dirigió las siguientes palabras:
“Santidad, ilustres Representantes de las Iglesias, de las Comunidades y de las Religiones,
¡queridos hermanos y hermanas!
Les saludo con gran respeto y afecto y les agradezco su presencia. Hemos venido a Asís como peregrinos que buscan la paz. Llevamos en nuestro interior y ponemos ante Dios las expectativas y las angustias de muchos pueblos y de muchas personas. Tenemos sed de paz, tenemos el deseo de testimoniar la paz, necesitamos sobre todo orar por la paz, porque la paz es un don de Dios y es tarea nuestra invocarla, acogerla y construirla cada día con su ayuda.
“Bienaventurados los que trabajan por la paz” (Mt 5,9). Muchos de ustedes han hecho un largo camino para llegar hasta este bendito lugar. Salir, ponerse en camino, encontrarse con otros y trabajar por la paz no son solo movimientos físicos, sino sobre todo del alma, son respuestas espirituales concretas para superar la actitud de cerrarse abriéndose a Dios y a los hermanos. Dios nos lo pide, exhortándonos a contrarrestar la peor enfermedad de nuestro tiempo: la indiferencia. Es un virus que paraliza, nos hace insensibles e inertes, una enfermedad que infecta el mismo centro de la religiosidad, generando un nuevo tristísimo paganismo: el paganismo de la indiferencia.
No podemos quedarnos indiferentes. Hoy el mundo tiene una ardiente sed de paz. En muchos países se sufre por guerras, en muchos casos olvidadas, pero que siempre son causa de sufrimiento y de pobreza. En Lesbos, con mi querido hermano y Patriarca ecuménico Bartolomé, vimos en los ojos de los refugiados el dolor de la guerra, la angustia de pueblos sedientos de paz. Pienso en familias, cuya vida ha dado un vuelco; en niños que no han conocido en su vida nada más que violencia; en ancianos obligados a abandonar sus tierras: todos ellos tienen una gran sed de paz. No queremos que estas tragedias caigan en el olvido. Juntos, nosotros deseamos dar voz a los que sufren, a los que no tienen voz y a los que nadie escucha. Ellos saben, muchas veces mejor que los poderosos, que no hay un mañana en la guerra y que la violencia de las armas destruye la alegría de la vida.
Nosotros no tenemos armas. Pero sí creemos en la fuerza humilde y mansa de la oración. En esta jornada, la sed de paz se ha convertido en invocación a Dios, para que cesen las guerras, el terrorismo y la violencia. La paz que desde Asís invocamos no es una simple protesta contra la guerra, ni siquiera “es el resultado de negociaciones, de compromisos políticos o de regateos económicos. Es más bien el resultado de la oración” (JUAN PABLO II, Discurso, Basílica de Santa María de los Ángeles, 27 de octubre de 1986: Insegnamenti IX,2 [1986], 1252). Busquemos en Dios, fuente de la comunión, el agua limpia de la paz, de la que tanta sed tiene el mundo. Esa agua no puede brotar en los desiertos del orgullo y de los intereses partidistas, en las tierras áridas de obtener beneficios a toda costa y del comercio de armas.
Nuestras tradiciones religiosas son distintas. Pero la diferencia para nosotros no es un motivo de conflicto, de polémica o de frío distanciamiento. Hoy no hemos orado unos contra otros, como ha pasado por desgracia en ocasiones a lo largo de la historia. Sin sincretismos y sin relativismos, hemos orado unos junto a otros, los unos por los otros. San Juan Pablo II en este mismo lugar dijo: “Tal vez nunca como ahora en la historia de la humanidad ha sido tan claro a ojos de todo el mundo el vínculo intrínseco entre una actitud auténticamente religiosa y el gran bien de la paz” (ID., Discurso, Plaza inferior de la Basílica de San Francisco, 27 de octubre de 1986: l.c., 1268). Continuemos el camino que empezó hace treinta años en Asís, donde sigue vivo el recuerdo de aquel hombre de Dios y de paz que fue san Francisco, “una vez más, reunidos aquí, afirmamos que aquel que utiliza la religión para fomentar la violencia contradice la inspiración más auténtica y profunda de dicha religión” (ID., Discurso a los Representantes de las Religiones, Asís, 24 de enero de 2002: Insegnamenti XXV,1 [2002], 104), que toda forma de violencia no representa “la verdadera naturaleza de la religión, sino que es una tergiversación y contribuye a su destrucción” (BENEDICTO XVI, Intervención en la Jornada de reflexión, diálogo y oración por la paz y la justicia en el mundo, Asís, 27 de octubre de 2011: Insegnamenti VII,2 [2011], 512). No nos cansamos de repetir que el nombre de Dios nunca puede justificar la violencia. ¡Solo la paz es santa y no la guerra!
Hoy hemos implorado el santo don de la paz. Hemos orado para que las conciencias se movilicen y defiendan la sacralidad de la vida humana, que promuevan la paz entre los pueblos y que custodien la creación, nuestra casa común. La oración y la colaboración concreta nos ayudan a no quedar atrapados en las lógicas del conflicto y a rechazar las actitudes rebeldes de quien solo sabe protestar y enojarse. La oración y la voluntad de colaborar comprometen a una paz verdadera, no ilusoria: no la calma de quien esquiva las dificultades y da la espalda mirando hacia otra parte, siempre que no toquen sus intereses; no el cinismo de quien se lava las manos de problemas que no son suyos; no el planteamiento virtual de quien lo justifica todo y a todos desde el teclado de un ordenador, sin abrir los ojos a las necesidades de los hermanos y ensuciarse las manos por quien lo necesita. Nuestro camino es el de sumergirnos en las situaciones y poner a quien sufre en el primer sitio; el de asumir los conflictos y curarlos desde dentro; el de recorrer con coherencia caminos de bien, rechazando los atajos del mal; el de emprender con paciencia, con la ayuda de Dios y con buena voluntad, procesos de paz.
Paz, un hilo de esperanza que une la tierra y el cielo, una palabra sencilla y difícil al mismo tiempo. Paz significa perdón que, fruto de la conversión y de la oración, nace en el interior y, en nombre de Dios, permite curar las heridas del pasado. Paz significa acogida, disponibilidad al diálogo, superación de las actitudes cerradas, que no son estrategias de seguridad sino puentes sobre el vacío. Paz significa colaboración, intercambio vivo y concreto con el otro, que constituye un don y no un problema, un hermano con el que se puede intentar construir un mundo mejor. Paz significa educación: un llamamiento a aprender cada día el difícil arte de la comunión, a adquirir la cultura del encuentro, purificando la conciencia de toda tentación de violencia y de endurecimiento, contrarias al nombre de Dios y a la dignidad del hombre.
Nosotros, aquí, juntos y en paz, creemos en un mundo fraterno y mantenemos la esperanza en un mundo fraterno. Deseamos que hombres y mujeres de religiones distintas se reúnan en todas partes y creen concordia, sobre todo allí donde hay conflictos. Nuestro futuro es convivir. Por eso estamos llamados a librarnos de los pesados fardos de la desconfianza, de los fundamentalismos y del odio. Que los creyentes sean artesanos de paz en la invocación a Dios y en la acción por el hombre. Y de nosotros, en cuanto jefes religiosos, se espera que seamos firmes puentes de diálogo, mediadores creativos de paz. Nos dirigimos también a quien tiene la más alta responsabilidad en el servicio de los pueblos, a los líderes de las naciones para que no se cansen de buscar y promover vías de paz, mirando más allá de los intereses partidistas y del momento: que no caigan en saco roto el llamamiento de Dios a las conciencias, el grito de paz de los pobres y las buenas expectativas de las jóvenes generaciones. Aquí, hace treinta años, san Juan Pablo II dijo: “La paz es una obra abierta a todos y no solo a los especialistas, a los sabios y a los estrategas. La paz es una responsabilidad universal” (Discurso, Plaza inferior de la Basílica de san Francisco, 27 de octubre de 1986: l.c., 1269). Hagamos nuestra esta responsabilidad, reafirmemos hoy nuestro sí a ser, juntos, constructores de la paz que Dios quiere y de la que tanta sed tiene el mundo”.


Al-Azhar planea un cumbre interreligiosa de paz con el Vaticano
Posted by Redaccion on 21 September, 2016



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El vice gran imán de la universidad islámica egipcia de Al-Azhar, Abbas Shuman, y delegado para el diálogo interreligioso, señaló la intención de organizar una conferencia mundial sobre la paz de su centro de estudio con sede en El Cairo y la Santa Sede.
Las declaraciones fueron publicadas hoy por el cotidiano ‘Al masry al Youm’, en el marco del encuentro en ‘Sed de Paz’ que inició el domingo pasado en la ciudad italiana de Asís, y concluyó ayer con la presencia del papa Francisco.
“Tenemos la intención de trabajar para convencer a todos los políticos y líderes que deciden a nivel mundial, a adherir a la cultura del diálogo serio, abandonando cualquier tipo de método violento para resolver crisis y problemas”.
Y concluyó señalando: “Queremos la cooperación en lugar de las guerras y sobre esto Al-Azhar está trabajando con el Vaticano”.


Líbano: líderes religiosos adhieren a la Jornada de oración por la paz
Posted by Redaccion on 21 September, 2016



(ZENIT – Roma).- Altos representantes de 16 comunidades religiosas cristianas, musulmanas y drusas han participado ayer martes en el Líbano a la jornada de oración y reflexión común, adhiriendo al llamamiento lanzado por el Papa Francisco en concomitancia con el la jornada ‘Sed de Paz’ que tuvo lugar en Asís.
La ceremonia del Líbano, informó la Agencia Fides, fue organizada con la colaboración activa de la Comisión eclesial para la Justicia y la Paz, se llevó a cabo al pie de la estatua de la Virgen María, en el santuario mariano de Harissa, donde todos los años se celebra el 25 de marzo la festividad de la Anunciación, tanto los cristianos como los musulmanes.
El sheikh sunita Mohammad Nokkari ha indicado que la violencia cometida por los grupos extremistas pretende “acelerar el Apocalipsis”. Mientras que la referencia a la matriz diabólica del terrorismo justificado falsamente con referencias a la religión ha sido planteada por el representante alauita Mohammad Dayeh.
En un país sumido en las garras de una crisis política e institucional devastadora, los líderes de las iglesias y todas las entidades religiosas nacionales han dado una señal de armonía y de visión compartida con respecto a la condición que se vive en esta fase histórica en el Líbano y en todo Oriente Medio.
Las intervenciones breves –como la del patriarca maronita Bechara Boutros Rai– y las invocaciones de paz se han ido intercalando con cantos a la Virgen María e himnos bizantinos. Un coro islámico –informa la prensa libanesa– ha interpretado un himno a María tomado del repertorio popular maronita.
Los líderes de las iglesias y comunidades religiosas, incluidos el sheikh chií Ahmad Abdel Amir Kabalan y el representante druso Sami Aboul Mouna, al final de la ceremonia, han recitado juntos una oración común por la paz.


San Ignacio de Santhià Belvisotti – 22 de septiembre
Posted by Isabel Orellana Vilches on 21 September, 2016



(ZENIT – Madrid).- Cuando a sus 30 años llamó a las puertas del convento de los capuchinos en Turín ya se había consagrado como excelente predicador de ejercicios y misiones con los jesuitas de Vercelli. Siendo párroco de Casanova Elvo, y preceptor de la insigne familia de los Avogadro de Vercelli, hasta había renunciado a una canonjía en Santhià, y no quería seguir cumpliendo su voluntad, sino la de Dios. Por eso, ante el provincial se postró de rodillas diciendo: «Padre, en todo aquello que he hecho hasta ahora tengo la sensación de haber practicado siempre mi voluntad. Una voz interior me está repitiendo que para servir de verdad al Señor debo cumplir su voluntad, debo estar sujeto a la obediencia». Esa era la clave, y puso todo su empeño en cumplirla con total fidelidad y alegría durante cincuenta y cuatro años, llevando su vivencia más allá de lo que se le encomendó explícitamente.
Lorenzo Maurizio, que era su nombre de pila, nació en Santhià, Italia, el 5 de junio de 1686. Pertenecía a una acomodada familia y era el cuarto de siete hermanos. Al morir su padre cuando tenía 7 años, recibió instrucción de manos de un sacerdote que influyó en su vocación sacerdotal. Fue seminarista en su ciudad natal, y completó estudios en Vercelli. Recibió la ordenación en 1710. Tras cinco años de ejercicio pastoral, ingresó con los capuchinos de Chieri, Turín, en medio de la incomprensión de parientes y feligreses. Allí tomo el nombre de Ignacio de Santhià. Lo destinaron sucesivamente a distintos lugares, entre otros, Saluzzo, Chieri, Mondoví, Ivrea, Turín… desempeñando diferentes misiones. Fue prefecto de sacristía, director de acólitos, vicario y maestro de novicios, capellán militar y confesor. Siempre se le vio centrado en la oración, a la que dedicaba muchas horas diarias adorando al Santísimo Sacramento, con un espíritu de servicio y disponibilidad admirables; constituía un auténtico descanso para sus superiores.
Los religiosos de las comunidades por las que pasó, y las gentes de las localidades en las que vivió y sus aledaños, reconocían en él al auténtico discípulo de Cristo: sereno, prudente, acogiendo con gozo toda misión, incluida la limosna, abierto a escuchar las cuitas ajenas dentro y fuera del convento, tanto en confesión como en otras circunstancias elegidas por las personas que acudían a él. Se le ha llamado «el padre de los pecadores y de los desesperados» porque abría sus brazos a cualquiera sin distinción, con piedad, caridad y misericordia, sin juzgar la gravedad de sus acciones: todo lo que había aprendido orando ante el crucifijo. Como maestro de novicios y director espiritual no tenía precio. Con ternura, comprensión y rigor, sabiamente dosificado, guiaba a los aspirantes por el auténtico sendero de la santidad, incidiendo en la necesidad de la obediencia: «¡Obediencia! ¡Obediencia! ¿Qué cosa más grata podemos ofrecer a Dios que nuestra obediencia?». Podían acudir a él siempre que lo necesitaran; todos sabían que él les estaría esperando fuese de día o de noche. «El paraíso –afirmaba– no ha sido creado para los apoltronados; por tanto, empeñémonos. Desdice de quien ha optado por una regla austera, una excesiva preocupación por huir de los padecimientos, siendo así que el sufrimiento es propio del seguimiento de Jesús. Si el Sumo Pontífice de Roma nos obsequiara con un pedacito de la Santa Cruz, nos sentiríamos muy honrados por semejante deferencia, y la recibiríamos con suma reverencia y devoción. Pues bien, Cristo Jesús, Sumo Pontífice, nos envía desde el cielo una parte de su cruz mediante los sufrimientos. Llevémosla con amor y soportémosla con paciencia, agradecidos por semejante favor».
Tenía la firme convicción de que la autoridad moral es la que verdaderamente conmueve, y siempre iba delante en la vivencia de las virtudes que proponía para ser ejercitadas. Humildemente rogó a los novicios que no tuvieran reparos en hacerle ver las faltas que pudiera cometer. Si en su aclamada predicación, al hablar con rigor evangélico, alguien pudo interpretar que aludía a sus superiores, enseguida dejaba bien claro quien alumbraba sus intenciones: «Yo hablo de todos y de ninguno, y cuanto digo lo he leído previamente en el crucifijo». Recibió diversos dones, entre otros, el de milagros; uno de ellos fue «rescatar» de la ceguera física al novicio Bernardino da Vezza, habiéndose ofrecido a Dios para asumir la enfermedad que, tal como rogó, le afectó a él. Mejoró con tratamientos, pero nunca recuperó la visión al cien por cien. Abnegado, heroico en su quehacer, a tenor de esta entrega a la que no dio importancia, con gran humildad y sencillez solía decir: «alguien tiene que llevar la cruz». Después, el agraciado por su generosa donación fue misionero en el Congo.
En 1744 durante la guerra contra los ejércitos franco-españoles actuó como capellán de las tropas del rey Carlos Emanuel III, en el Piamonte, dando ejemplo durante dos años de caridad con los enfermos, heridos y presos de enfermedades contagiosas. Al finalizar la contienda, volvió a Turín, al convento del Monte, donde pasó los últimos veinticinco años de su vida predicando, impartiendo ejercicios espirituales, explicando la doctrina, animando y confesando. Hacía décadas que se había convertido en un afamado director espiritual, al que lo mismo acudía la nobleza (miembros de la casa de Saboya), destacados prelados y sacerdotes, como el pueblo llano en el cual prevalecía su fama de santidad. Todos le tenían en alta estima. Un marqués que conocía bien la gracia que le acompañaba para atraer a la Iglesia a los alejados de ella aludía a él entrañablemente considerándole «cazador y refugio de pillos y truhanes». Murió el 22 de septiembre de 1770. Pablo VI lo beatificó el 17 de abril de 1966. Juan Pablo II lo canonizó el 19 de mayo de 2002.