Tribunas

Las quejas de un obispo

José Francisco Serrano Oceja

Lo que hace y dice el Papa siempre suena a nuevo.  Detrás y delante de esta novedad permanente está la forma de expresión, los discursos que captan el interés y la atención universal. Quizá por el estilo, por el fino análisis de los destinatarios, siempre por el contenido que avanzan.

Las intervenciones del Papa a los obispos no suelen tener desperdicio. Es lo que demuestra, entre otras cuestiones, el jesuita argentino Diego Fares, autor del libro “El olor del pastor”. Fijémonos en dos casos recientes.

El primero, día 19 del mes en curso, encuentro con los obispos recién nombrados. Ahí les dijo, por ejemplo, que “el mundo está cansado de seductores mentirosos. Y me permito decir: de sacerdotes a la moda o de Obispos a la moda. La gente se da cuenta – el pueblo de Dios tiene la percepción de Dios – la gente se da cuenta y se aleja cuando reconoce a los narcisistas, los manipuladores, los defensores de sus propias causas, los promotores de banales cruzadas”.

Y añadió esta genial descripción de algunas intervenciones episcopales a las que estamos demasiado acostumbrados: “Dios no se rinde jamás. Somos nosotros que nos hemos acostumbrado a rendirnos, muchas veces nos acomodamos y preferimos dejarnos convencer que verdaderamente han podido eliminarlo e inventamos discursos amargos para justificar la ociosidad que nos encierra en el sonido inmóvil de los vanos lamentos. Las quejas de un Obispo son feas”.

Al día siguiente, el Papa Francisco reunió a los Nuncios. Un acto de paternidad y en cierta media de justicia para con el trabajo de los legados pontificios.

Y ahí la palabra del Papa tampoco fue una adorno: Que “la sede de la Nunciatura Apostólica –les dijo-  sea verdaderamente la ‘Casa del Papa’, no sólo en su tradicional fiesta anual, sino como lugar permanente, donde toda la realidad eclesial pueda encontrar sostén y consejo, y las autoridades públicas un punto de referencia, no  sólo por su función diplomática sino por el carácter propio y único de la diplomacia pontificia. Vigilen para que sus nunciaturas no se vuelvan nunca refugio de ‘los amigos y amigos de amigos’. Huyan de los chismosos y de los arribistas”.

Pero no se paró en ciernes. Añadió: “No se acomoden a líneas políticas o batallas ideológicas, porque la permanencia de la Iglesia no se apoya en el consentimiento de los salones o de las plazas, sino sobre la fidelidad a su Señor, que por el contrario zorros y pájaros no tienen cuevas ni nidos dónde reclinar su cabeza”.

Y, por último, un consejo: “Vayan: abran puertas; construyan puentes; tejan lazos; estrechen amistades; promuevan unidad. Sean hombres de oración: jamás la descuiden, sobre todo la adoración silenciosa, verdadera fuente de toda vuestra obra. El miedo vive siempre en la oscuridad del pasado y es pasajero”.

Creo que voy a volver a visitar determinados sitios.

 

José Francisco Serrano Oceja