Servicio diario - 25 de septiembre de 2016


 

El Papa: “La mundanidad es un ‘agujero negro’ que devora todo en el propio yo”
Posted by Sergio Mora on 25 September, 2016



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).-Hoy el jubileo de la Misericordia ha vivido una de sus jornadas más bonita, con el Jubileo de los catequistas, que en Italia son unos 130 mil.
El Papa vistiendo paramentos verdes y el palio, presidió en la plaza de San Pedro con la solemnidad característica de estas ceremonias, la santa misa del XXVI domingo del Tiempo ordinario, ante unos 30 mil catequistas allí reunidos.
El coro de la Capilla Sixtina acompañó la liturgia con los cantos polifónicos en latín, las voces blancas de los niños, acompañado por un segundo coro.
En la jornada soleada del inicio del otoño en Italia, con un cielo azul muy intenso, el Santo Padre les pidió a los catequista que “no dejemos de poner por encima de todo el anuncio principal de la fe: el Señor ha resucitado. No hay un contenido más importante”, porque “Si se le aísla, pierde sentido y fuerza”.
Llevar en mensaje de que “Jesús te ama de verdad, tal y como eres. Déjale entrar: a pesar de las decepciones y heridas de la vida, dale la posibilidad de amarte. No te defraudará”
Así adviritió que “al Dios-Amor se le anuncia amando: no a fuerza de convencer, nunca imponiendo la verdad, ni mucho menos aferrándose con rigidez a alguna obligación religiosa o moral. A Dios se le anuncia encontrando a las personas, teniendo en cuenta su historia y su camino”.
Porque “al Dios de la esperanza se le anuncia viviendo hoy el Evangelio de la caridad, sin miedo a dar testimonio de él incluso con nuevas formas de anuncio”.
Y tomando inspiración en la parábola del hombre rico que no se fija en Lázaro, un pobre que ‘estaba echado a su puerta’, precisa que “el rico, en verdad, no hace daño a nadie, no se dice que sea malo. Sin embargo, tiene una enfermedad peor que la de Lázaro, que estaba ‘cubierto de llagas’: este rico sufre una fuerte ceguera, porque no es capaz de ver más allá de su mundo, hecho de banquetes y ricos vestidos. No ve más allá de la puerta de su casa, donde yace Lázaro, porque no le importa lo que sucede fuera”.
“En su corazón -explica Francisco- ha entrado la mundanidad que adormece el alma. La mundanidad es como un ‘agujero negro’ que engulle el bien, que apaga el amor, porque lo devora todo en el propio yo. Entonces se ve sólo la apariencia y no se fija en los demás, porque se vuelve indiferente a todo”.
El Santo Padre ha concluido su homilía exhortando: “El Señor nos lo pide hoy: ante los muchos Lázaros que vemos, estamos llamados a inquietarnos, a buscar caminos para encontrar y ayudar, sin delegar siempre en otros o decir: ‘Te ayudaré mañana’. El tiempo para ayudar es tiempo regalado a Jesús, es amor que permanece: es nuestro tesoro en el cielo, que nos ganamos aquí en la tierra”.
Antes de Ite missa est el Pontífice rezó la oración del ángelus e impartió la bendición apostólica.

Leer el texto completo de la homilía


El Papa señala su apoyo a la campaña pro-vida de los obispos mexicanos
Posted by Redaccion on 25 September, 2016



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El santo padre Francisco ha apoyado la iniciativa de la Iglesia en México a favor de la familia, en sus palabras pronunciadas este domingo antes de la oración del ángelus: “Me asocio con mucho gusto a los obispos de México, quienes apoyan el empeño de la Iglesia y de sociedad civil a favor de la familia y de la vida” dijo; y precisó que dichos valores “en este tiempo necesitan de una especial atención pastoral y cultural en todo el mundo”.
El los últimos días se han realizado en el país azteca manifestaciones en unas 110 ciudades a favor de la vida y de la familia, congregando a cientos de miles de personas, católicos, cristianos, creyentes de otras religiones y no creyentes.
Además indicó Francisco, que reza “por el querido pueblo mexicano, para que cese la violencia que en estos días ha golpeado también a algunos sacerdotes”. De hecho el lunes pasado fueron encontrado los cuerpos sin vida de los padres Alejo Nabor y José Suárez, párroco y vicario respectivamente quienes fueron asesinados.
Pertenecían a la parroquia de Nuesta Señora de Fátima en la localidad de Poza Rica de Hidalgo. Además el lunes, se perdió contacto con otro sacerdote, el padre José López, por quien el cardenal Suarez Inda pidió sea liberado y respetado en su integridad.
La situación de violencia en México no mejora, al punto que en la jornada conclusiva del Encuentro interreligioso de Oración por la Paz, que se celebró este miércoles en Asís, entre las velas encendidas por los países que sufren violencia, se encendieron una por México y otra por Venezuela.
El Papa recordó que en otra parte del mundo, en Alemania, ayer fue declarado beato el sacerdote Engelmar Unzeitig, de la Congregación de los Misioneros de Mariannhill, asesinado por odio a la fe en el campo de concentracion nazi, de Dachau. Subrayó que este sacerdote “contrapuso el amor al odio, a la crueldad la mansedumbre” y deseó que “su ejemplo nos ayude a ser testimonios de caridad y de esperanza, también en medio de las tribulaciones”.
Para finalizar el Pontífice recordó que hoy se celebra la Jornada mundial del sordo. “Deseo saludar a todas las personas sordas, aquí presentes o representadas, y animarles a que den su contribución para que la Iglesia y la sociedad sean cada vez más capaces de acoger a todos”.
Y al concluir sus palabras reiteró el saludo “a los queridos catequistas”. Y añadió: “Gracias por vuestro empeño en la Iglesia al servicio de la evangelización y en la transmisión de la fe. La Virgen les ayude a perseverar en el camino de la fe y a dar testimonio con la vida de los que transmiten en la catequesis”.


Texto de la homilía del papa Francisco en el Jubileo de los catequistas. Advierte de la enfermedad de la indiferencia
Posted by Redaccion on 25 September, 2016



(Ciudad del Vaticano).- En el Jubileo de los catequistas, que se celebra hoy como parte del del Jubileo de la Misericordia, el papa Francisco les indicó que no sirve aparentar o hacer lindas prédicias, sino que es necesario dar testimonio de Jesús. Y tomó inspiración del evangelio del día para explicar la parábola del pobre Lázaro y el rico sin nombre. Que el problema reside no en tener riquezas sino en ignorar, en ser indiferentes ante quienes están en dificultad.
A continuación el texto de la homilía:
El Apóstol Pablo, en la segunda lectura, dirige a Timoteo, y también a nosotros, algunas recomendaciones muy importantes para él. Entre otras, pide que se guarde «el mandamiento sin mancha ni reproche» (1 Tm 6,14). Habla sencillamente de un mandamiento. Parece que quiere que fijemos nuestros ojos fijos en lo que es esencial para la fe. San Pablo, en efecto, no recomienda una gran cantidad de puntos y aspectos, sino que subraya el centro de la fe.
Este centro, alrededor del cual gira todo, este corazón que late y da vida a todo es el anuncio pascual, el primer anuncio: el Señor Jesús ha resucitado, el Señor Jesús te ama, ha dado su vida por ti; resucitado y vivo, está a tu lado y te espera todos los días. Nunca debemos olvidarlo.
En este Jubileo de los catequistas, se nos pide que no dejemos de poner por encima de todo el anuncio principal de la fe: el Señor ha resucitado. No hay un contenido más importante, nada es más sólido y actual. Cada aspecto de la fe es hermoso si permanece unido a este centro, si está permeado por el anuncio pascual. Si se le aísla, pierde sentido y fuerza.
Estamos llamados a vivir y a anunciar la novedad del amor del Señor: «Jesús te ama de verdad, tal y como eres. Déjale entrar: a pesar de las decepciones y heridas de la vida, dale la posibilidad de amarte. No te defraudará». El mandamiento del que habla san Pablo nos lleva a pensar también en el mandamiento nuevo de Jesús: «Que os améis unos a otros como yo os he amado» (Jn 15,12).
A Dios-Amor se le anuncia amando: no a fuerza de convencer, nunca imponiendo la verdad, ni mucho menos aferrándose con rigidez a alguna obligación religiosa o moral. A Dios se le anuncia encontrando a las personas, teniendo en cuenta su historia y su camino. El Señor no es una idea, sino una persona viva: su mensaje llega a través del testimonio sencillo y veraz, con la escucha y la acogida, con la alegría que se difunde. No se anuncia bien a Jesús cuando se está triste; tampoco se transmite la belleza de Dios haciendo sólo bonitos sermones.
Al Dios de la esperanza se le anuncia viviendo hoy el Evangelio de la caridad, sin miedo a dar testimonio de él incluso con nuevas formas de anuncio. El Evangelio de este domingo nos ayuda a entender qué significa amar, sobre todo a evitar algunos peligros. En la parábola se habla de un hombre rico que no se fija en Lázaro, un pobre que «estaba echado a su puerta» (Lc 16,20).
El rico, en verdad, no hace daño a nadie, no se dice que sea malo. Sin embargo, tiene una enfermedad peor que la de Lázaro, que estaba «cubierto de llagas» (ibíd.): este rico sufre una fuerte ceguera, porque no es capaz de ver más allá de su mundo, hecho de banquetes y ricos vestidos. No ve más allá de la puerta de su casa, donde yace Lázaro, porque no le importa lo que sucede fuera.
No ve con los ojos porque no siente con el corazón. En su corazón ha entrado la mundanidad que adormece el alma. La mundanidad es como un «agujero negro» que engulle el bien, que apaga el amor, porque lo devora todo en el propio yo. Entonces se ve sólo la apariencia y no se fija en los demás, porque se vuelve indiferente a todo.
Quien sufre esta grave ceguera adopta con frecuencia un comportamiento «estrábico»: mira con deferencia a las personas famosas, de alto nivel, admiradas por el mundo, y aparta la vista de tantos Lázaros de ahora, de los pobres y los que sufren, que son los predilectos del Señor.
Pero el Señor mira a los que el mundo abandona y descarta. Lázaro es el único personaje de las parábolas de Jesús al que se le llama por su nombre. Su nombre significa «Dios ayuda». Dios no lo olvida, lo acogerá en el banquete de su Reino, junto con Abraham, en una profunda comunión de afectos.
El hombre rico, en cambio, no tiene siquiera un nombre en la parábola; su vida cae en el olvido, porque el que vive para sí no construye la historia. La insensibilidad de hoy abre abismos infranqueables para siempre. En la parábola vemos otro aspecto, un contraste.
La vida de este hombre sin nombre se describe como opulenta y presuntuosa: es una continua reivindicación de necesidades y derechos. Incluso después de la muerte insiste para que lo ayuden y pretende su interés.
La pobreza de Lázaro, sin embargo, se manifiesta con gran dignidad: de su boca no salen lamentos, protestas o palabras despectivas. Es una valiosa lección: como servidores de la palabra de Jesús, estamos llamados a no hacer alarde de apariencia y a no buscar la gloria; ni tampoco podemos estar tristes y disgustados.
No somos profetas de desgracias que se complacen en denunciar peligros o extravíos; no somos personas que se atrincheran en su ambiente, lanzando juicios amargos contra la sociedad, la Iglesia, contra todo y todos, contaminando el mundo de negatividad.
El escepticismo quejoso no es propio de quien tiene familiaridad con la Palabra de Dios. El que proclama la esperanza de Jesús es portador de alegría y sabe ver más lejos, porque sabe mirar más allá del mal y de los problemas. Al mismo tiempo, ve bien de cerca, pues está atento al prójimo y a sus necesidades.
El Señor nos lo pide hoy: ante los muchos Lázaros que vemos, estamos llamados a inquietarnos, a buscar caminos para encontrar y ayudar, sin delegar siempre en otros o decir: «Te ayudaré mañana». El tiempo para ayudar es tiempo regalado a Jesús, es amor que permanece: es nuestro tesoro en el cielo, que nos ganamos aquí en la tierra.
En conclusión, que el Señor nos conceda la gracia de vernos renovados cada día por la alegría del primer anuncio: Jesús nos ama personalmente. Que nos dé la fuerza para vivir y anunciar el mandamiento del amor, superando la ceguera de la apariencia y las tristezas del mundo. Que nos vuelva sensibles a los pobres, que no son un apéndice del Evangelio, sino una página central, siempre abierta ante nosotros.


Beato Pablo VI – 26 de septiembre
Posted by Isabel Orellana Vilches on 25 September, 2016



(ZENIT – Madrid).- Hoy se celebra a san Cosme y san Damián, y también, entre otros, a Pablo VI. Giovanni B. Montini nació en Concesio, cercana a Brescia, Italia, el 26 de septiembre de 1897. Su padre Giorgio, de gran influjo en su vida, era abogado y periodista, y estaba implicado en la política. Su madre, Giuditta, comprometida en acciones sociales, pertenecía a la Acción católica. El beato fue un niño de frágil salud, sensible, tímido y juguetón, el mediano de tres varones que crecieron rodeados de cariño y de grandes valores espirituales. Muy pequeño escribió: «Mamá, seré siempre bueno, valiente y obediente; rezo a Dios por ti y quiero ser tu consuelo». Su familia fue un gran pilar para él.
Ingresó en el Seminario de Brescia a los 19 años, pero su delicada salud le obligó a estudiar como alumno externo. Fue ordenado en 1920 y partió a Roma para proseguir formándose. Tenía dotes diplomáticas y dos años más tarde se integró en la Secretaría de Estado. En 1923 lo nombraron secretario del nuncio de Varsovia, misión que su escasa salud le impidió culminar, y al regresar a Roma nuevamente volvió a la Secretaría de Estado, una responsabilidad que no deseaba para sí. En 1931 se ocupó de la cátedra de Historia Diplomática en la Academia Diplomática y fue asistente del futuro papa Pío XII, quien sucesivamente lo nombró director de asuntos eclesiásticos internos, Pro-secretario de Estado y arzobispo de Milán. En 1958 Juan XXIII lo ascendió al cardenalato y le eligió como asistente.
En estos años había configurado una recia personalidad, muy alejada de la tristeza e incertidumbre que a veces se le achacó. A su excelente formación filosófico-teológica se unía su interés por la poesía y las artes plásticas, la literatura, novela, ensayo, teatro…; era un gran lector y buen conocedor del pensamiento francés. Admiraba a Vito Fornari y a J. Herni Newman. Sus preferidos eran Pascal y Bernanos. Había difundido la cultura cristiana a través de publicaciones diversas, como la revista Studium, y había sido traductor de algunas obras. Estuvo directamente implicado en situaciones dramáticas; convivió con refugiados y presos de guerra a quienes ayudó: «Yo he sentido el doloroso problema de los refugiados; yo he sufrido la angustia de tantos seres desarraigados... ». Personas cercanas a él perdieron la vida combatiendo en el frente: «La guerra hace del mundo un sepulcro destapado». Conocía los problemas de los obreros y estaba al tanto de las sombras que internamente poblaban la Iglesia. Había experimentado instantes de soledad: «Atravieso días de tensión, en los que temo no saber conservar la calma ni responder a las crecientes llamadas de tantas, menudas, exigentes ocupaciones. Con frecuencia esto me pone triste y no siempre soy cortés… Mucho que hacer y pocos colaboradores», confió humildemente a sus padres en 1942.
Como Pastor de Milán había luchado por revitalizar el espíritu religioso y salido en busca de los alejados de la fe. Añadía la experiencia acumulada en los distintos viajes que había efectuado sumándose a la visión que le proporcionaba el Concilio Vaticano II. Así, cuando a sus 66 años el 21 de junio de 1963 fue elegido pontífice, pudo trazar un programa de acción en el que estaban presentes la paz y solidaridad sociales, la unidad de los cristianos y el diálogo con los no creyentes. En la Ecclesiam suam dejó claro por donde quería llevar la barca. Un itinerario con tres frentes: espiritual, moral y apostólico. Presente en ellos la conciencia, la renovación y el diálogo, los grandes capítulos de la encíclica.
A la muerte de Juan XXIII manifestó: «No miremos hacia atrás, no le miremos a él, sino al horizonte que él ha abierto delante del camino de la Iglesia y de la historia…». Y con esta visión el flamante pontífice asumía la grave responsabilidad que recaía sobre él, rubricando en la intimidad ese instante de su elección hecho un mar de lágrimas. De inmediato tomó las riendas del Concilio y llevó a buen puerto la herencia que el «papa bueno» le dejó. Su gobierno pontifical no fue fácil. Lo intuyó al ser elegido: «la predicción de Cristo hacia Pedro (‘Otro te ceñirá’) era un presagio de martirio, de dolor y de sangre…». En 1972 manifestó: «Tengo la sensación de que por cualquier grieta ha entrado el humo de Satanás en el templo de Dios. Ahí está la duda, la problemática, la inquietud, la insatisfacción, la confrontación».
Debió contrarrestar fuertes respuestas de grupos tradicionalistas contrarios a las directrices emanadas del Concilio. Hubo disensiones, críticas feroces, sobre todo tras la publicación del Credo del Pueblo de Dios y de la Humanae vitae. En un momento dado se barajó su dimisión, pero se mantuvo firme. Defendió la verdad incansablemente y, entre otras acciones, renovó y modernizó la Iglesia, logró que los fieles colaborasen más activamente en la vida de la misma, contribuyó a la reestructuración de las instituciones vaticanas, prosiguió impulsando el diálogo ecuménico, visitó todos los continentes, y legó al mundo grandes encíclicas, como la Populorum progressio y la Evangelii Nuntiandi o la citada Humanae vitae. En 1975 publicó la exhortación apostólica Gaudete in Domino, señal de que la alegría anidaba en su corazón.
En abril de 1978 sufrió visiblemente por el secuestro y asesinato de su amigo, el político Aldo Moro. Su salud no era buena, y puede que este hecho contribuyera a minarla. Meditaba: «¿Quién soy? ¿Qué queda de mí? ¿ dónde voy?… Creo, Señor. Se acerca la hora… He amado a la Iglesia… Pero desearía que la Iglesia lo supiera, y que yo tuviese, a fuerza de decirlo, como una confidencia del corazón…». Y su corazón se detuvo el 6 de agosto de 1978, festividad de la Transfiguración. Juan Pablo II alabó «su prudencia y valentía, así como su constancia y paciencia en el difícil período posconciliar de su pontificado»; dijo que supo «conservar una tranquilidad y un equilibrio providencial incluso en los momentos más críticos…». El papa Francisco lo beatificó el 19 de octubre de 2014.