Servicio diario - 22 de octubre de 2016


 

Francisco: ‘El diálogo significa escuchar, no ladrarle al otro’
Posted by Sergio Mora on 22 October, 2016



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco ha tenido hoy la penpenúltima audiencia mensual de los sábados con motivo del Jubileo de la Misericordia, Año santo que concluye el próximo 20 de noviembre.
El Santo Padre entró en la plaza de San Pedro en el jeep abierto que recorrió los corredores en donde casi cien mil personas le saludaban agitando pañuelos y demostrando su cariño. Francisco saludó a los presentes a medida que su vehículo avanzaba y bendijo en particular a varios niños.
El Santo Padre en la catequesis habló sobre el diálogo e invitó a “escuchar, explicar, con mansedumbre, no ladrar al otro, no gritar, sino tener un corazón abierto”.
En sus palabras en español el Pontífice recordó el Evangelio apenas leído, que narra el diálogo de la mujer Samaritana, con Jesús, quien entra progresivamente en su vida y le da la posibilidad de expresarse, de manera que “el diálogo entre ellos se revela como un acto fundamental para encontrar la misericordia divina”.
“El diálogo permite conocer, entender y acoger las exigencias de cada persona; es expresión de caridad para buscar el bien común; nos coloca delante del otro viéndolo como un don de Dios, que nos interpela y ayuda a humanizar nuestras relaciones y a superar los desacuerdos; nos da la ocasión para escucharnos recíprocamente y resolver los inconvenientes que se presentan” dijo.
“La Iglesia necesita –prosiguió Francisco– del diálogo para comprender las necesidades y anhelos que están en el corazón de los hombres y las mujeres de cada tiempo, y poder salir a su encuentro con una palabra de esperanza”. Porque “en este diálogo constante, la Iglesia descubre la verdad profunda de su misión en medio del mundo y contribuye a la construcción de la paz”.
Al concluir sus saludos se dirigió a los peregrinos de lengua española, en particular a los venidos de España y Latinoamérica. “Les invito a ser por medio del diálogo –les dijo el Papa– instrumentos que creen una red de respeto y fraternidad para derribar los muros de la división y de la incomprensión, y así crear puentes de comunicación para ser signos de la misericordia de Dios”.
En el día de la memoria litúrgica de san Juan Pablo II, se encontraban en las plazas varias delegaciones venidas desde Polonia y también las bandas y coros que participaron al ‘Jubileo de los coros’, además de fanfarrias de ciudades medioevales de Italia.
(Leer el texto de la audiencia)


Texto del papa Francisco en la catequesis de la audiencia jubilar del sábado 22 de octubre de 2016
Posted by Redaccion on 22 October, 2016



(ZENIT – Roma).- El papa Francisco tuvo este sábado por la mañana en la Plaza de San Pedro la Audiencia Jubilar, en la que se reunió con unos cien mil peregrinos y de fieles procedentes de Italia y de todo el mundo con ocasión del Año de la Misericordia. En sus palabras el Papa ha centrado su meditación en el tema “Misericordia y Diálogo”.
Catequesis del Santo Padre
“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! El fragmento del Evangelio de Juan que hemos escuchado narra el encuentro de Jesús con una mujer samaritana. Lo que conmueve de este encuentro es el diálogo tan cerrado entre la mujer y Jesús. Esto hoy nos permite subrayar un aspecto muy importante de la misericordia, que es precisamente el diálogo.
El diálogo permite a las personas conocerse y comprender las exigencias los unos de los otros. Sobre todo, es una señal de gran respeto, porque pone a las personas en actitud de escucha y en condiciones de acoger los mejores aspectos del interlocutor. En segundo lugar, el diálogo es expresión de caridad porque –aun sin ignorar las diferencias- puede ayudar a buscar y compartir el bien común. Por otra parte, el diálogo nos invita a ponernos delante del otro viéndolo como un don de Dios, que nos interpela y nos pide ser reconocido.
Muchas veces no nos encontramos a los hermanos, incluso viviendo al lado, sobre todo cuando hacemos prevalecer nuestra posición sobre la del otro. No dialogamos cuando no escuchamos lo suficiente o tenemos a interrumpir al otro para demostrar que tenemos razón. Pero cuántas veces, cuántas veces estamos escuchando a una persona, la paramos y decimos: “¡No!¡No!¡No es así!” y no dejamos que termine de explicar lo que quiere decir. Y esto impide el diálogo: esto es agresión. El verdadero diálogo, en cambio, necesita momentos de silencio, en los que acoger el don extraordinario de la presencia de Dios en el hermano.
Queridos hermanos y hermanas, dialogar ayuda a las personas a humanizar las relaciones y a superar las incomprensiones. Hay mucha necesidad de diálogo en nuestras familias, ¡y cómo se resolverían más fácilmente las cuestiones si se aprendiera a escucharse mutuamente! Es así en la relación entre marido y mujer, y entre padres e hijos. Cuánta ayuda puede venir también del diálogo entre los enseñantes y sus alumnos; o entre dirigentes y trabajadores, para descubrir las exigencias mejores del trabajo.
De diálogo vive también la Iglesia con los hombres y las mujeres de cada época, para comprender las necesidades que están en el corazón de cada persona y para contribuir a la realización del bien común. Pensemos en el gran don de la creación y en la responsabilidad que todos tenemos de salvaguardar nuestra casa común: el diálogo sobre un tema tan central es una exigencia ineludible. Pensemos en el diálogo entre las religiones, para descubrir la verdad profunda de su misión en medio de los hombres, y para contribuir a la construcción de la paz y de una red de respeto y de fraternidad.
Para concluir, todas las formas de diálogo son expresión de la gran exigencia de amor de Dios, que va al encuentro de todos y en cada uno pone una semilla de su bondad, para que pueda colaborar con su obra creadora.
El diálogo abate los muros de las divisiones y de las incomprensiones; crea puentes de comunicación y no consiente que uno se aísle, encerrándose en el propio pequeño mundo. No lo olvidéis: dialogar es escuchar lo que me dice el otro y decir con mansedumbre lo que pienso yo. Si las cosas son así, la familia, el barrio, el puesto de trabajo, serán mejores. Pero si yo no dejo que el otro diga todo lo que tiene en el corazón y comienzo a gritar –hoy en día se grita mucho– no irá a buen fin esta relación entre nosotros; no irá a buen fin la relación entre marido y mujer, entre padres e hijos. Escuchar, explicar, con mansedumbre, no ladrar al otro, no gritar, sino tener un corazón abierto.
Jesús conocía bien lo que había en el corazón de la samaritana, una grande pecadora; y a pesar de eso no le negó que se pudiera expresar, la dejó hablar hasta el final, y entró poco a poco en el misterio de su vida. Esta enseñanza vale también para nosotros. A través del diálogo podemos hacer crecer las señales de la misericordia de Dios y convertirlas en instrumento de acogida y de respeto”.
Después de haber resumido su catequesis en distintas lenguas, el Papa ha saludado a los grupos de fieles presentes.
La Audiencia Jubilar ha concluido con el canto del Pater Noster y la Bendición Apostólica.


Francisco recuerda a san Juan Pablo II, un Papa de profunda espiritualidad
Posted by Sergio Mora on 22 October, 2016



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El santo padre Francisco ha recordado en la audiencia jubilar de este sábado a san Juan Pablo II: “Exactamente hace 38 años atrás, casi a esta hora, en esta plaza resonaban las palabras dirigidas a los hombres de todo el mundo: “No tengan miedo (…) abran de par en par las puertas a Cristo”.
“Estas palabras las ha pronunciado Juan Pablo II al inicio de su pontificado. Un Papa de profunda espiritualidad plasmada por una milenaria herencia de la historia y de la cultura polaca transmitida en el espíritu de fe, de generación en generación”, dijo Francisco.
“Esta herencia –prosiguió el Pontífice latinoamericano– era para él fuente de esperanza, de potencia y de coraje, con el cual exhortaba al mundo a abrir ampliamente las puertas a Cristo”.
Añadió que esta invitación hecha por el papa Wojtyla “se ha transformado en un incesante proclamación del Evangelio de la misericordia para el mundo y en favor del hombre, cuya continuación es este Año Jubilar”.
“Hoy quiero desearles –añadió Francisco– que el Señor les dé la gracia de la perseverancia en esta fe, esta esperanza y este amor recibida de vuestros abuelos y que conservan con cuidado”.
Y dirigiéndose especialmente a los peregrincos polacos allí presentes añadió: “En vuestras mentes y en vuestros corazones resuene siempre el llamado de vuestro querido compatriota para que les despierte la fantasía para hacer misericordia, para que puedan dar testimonio del amor de Dios a todos aquello que tienen necesidad”.
Saludó también a los obispos de Polonia que vinieron para “visitar la tumba de los apóstoles” y que junto a los peregrinos vinieron a Roma “para agradecer a Dios por el bautismo que vuestro pueblo ha recibido hace 1050 años atrás” pero también “por todo el bien que nació en los corazones de tantos jóvenes del mundo durante el inolvidable encuentro en Cracovia”.
Francisco agradeció también a Dios por haber podido conocer la patria de san Juan Pablo II, en donde pudo visitar el Santuario de Jasna Gora y el de la Divina Misericordia.
Recordó también la visita que hizo a los campos de concentración de Auschwitz-Birkenau, que visitó en silencio y que, añadió, “en este silencio el mensaje de la misericordia asume una inaudita importancia”.


El Papa Francisco no visitará Brasil en el 2017
Posted by Redaccion on 22 October, 2016



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco confirmó que en el 2017 no realizará su viaje apostólico a Brasil. Se esperaba que para el 12 de octubre del próximo año, en coincidencia con la conmemoración por los 300 años de haber encontrado la imagen de Nuestra Señora de Aparecida, el Santo Padre visitara el santuario mariano de la patrona del país.
Lo dijo el Pontífice a la dirigencia de la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil, (CNBB), quien fue recibida el jueves pasado en el Vaticano, señaló Mons. Murilo Krieger, de acuerdo a cuanto informa la web de los obispos brasileños.
El arzobispo de Salvador y vicepresidente de la CNBB, Dom Murilo Krieger indicó que el Santo Padre “el próximo año no puede ir a Aparecida, ya que tendría que ir también a Argentina, Chile, Uruguay y no existen las condiciones”.
Por su parte el obispo auxiliar de Brasilia (DF) y secretario general de la CNBB, Dom Leonardo Ulrich Steiner, mostró esperanza de recibir pronto a Francisco. “Esperamos que en el futuro nos visitará de nuevo. Esto sin duda sucede, porque siempre hay una conjunción de elementos de tiempo y también la necesidad de que Presenta el Santo Padre en otras partes del mundo”, dijo.
En una entrevista con la emisora de radio brasileña Cancao Nova, el arzobispo de Brasilia y presidente de la CNBB, Don Sergio da Rocha, nombrado cardenal por el papa Francisco, dijo que agradeció la confianza del Santo Padre de nombrarlo cardenal.
Don Sergio da Rocha regresará a Roma el próximo 19 de noviembre cuando será elevado a cardenal en el consistorio convocado por el Santo Padre, junto a otros 16 obispos. El día después, los nuevos purpurados celebrarán con el Papa en la clausura del Jubileo extraordinario de la Misericordia.


San Juan de Capistrano – 23 de octubre
Posted by Isabel Orellana Vilches on 22 October, 2016



(ZENIT – Roma).- Juan es otro de esos grandes hombres que pusieron sus talentos al servicio de Cristo y su Iglesia, logrando con la oración y heroica entrega que germinase el Evangelio por doquier. Obtuvo la gloria del cielo y la inmortalidad en el mundo, ésta sin perseguirla. Llevó la bandera de la fe por toda Europa mientras la recorría incansablemente de punta a punta; fue el escenario de su vida y quehacer apostólico. Nunca salió de estos confines y, sin embargo, desde hace siglos California honra su memoria gracias a la humilde misión que su excelso hermano fray Junípero Serra estableció allí en 1776, la más conocida de las que implantó; por algo se le ha denominado «joya de las misiones». Justamente en esa fundación tiene su origen la ciudad que lleva el nombre de este santo. Después de una catástrofe natural y de diversos vaivenes que la dejaron malparada, comenzó a recobrar su esplendor a finales del s. XIX.
Nació Juan el 24 de octubre de 1386 en Capistrano, L’Áquila, Italia. Cursó derecho en Perugia y allí alcanzó tal prestigio como jurista que Ladislao di Durazzo, rey de Nápoles, lo nombró gobernador de la ciudad. En 1416 intervino como pacificador entre las facciones de Perugia y Malatesta, que se hallaban enfrentadas, y fue hecho prisionero. En la cárcel sufrió una radical transformación. Reflexionó sobre la vida que había llevado, y en un sueño san Francisco lo invitó a unirse con sus discípulos. Eso hizo Juan al ser liberado, después de salir victorioso de interna lucha. Aplacadas las voces contradictorias que brotaban dentro de sí, el único impedimento que podría haber tenido era un matrimonio anterior que, por graves razones de peso, cuando ingresó en la cárcel ya se había anulado.
Se hizo franciscano en Perugia en octubre de 1416, a la edad de 30 años. Primeramente fue destinado a misiones humildes. En ese momento la necesidad de regresar a la observancia primitiva gravitaba sobre la comunidad, instada por san Bernardino de Siena. Ambos entablaron entrañable amistad. Bernardino le enseñó teología y Juan le correspondió estando a su lado; le defendió frente a las acusaciones de herejía. Además compartieron similares bríos que les llevaron a preservar la fe frente a los infieles. Aún no había sido ordenado, y Juan comenzó a destacar en la predicación. A los 33 años recibió ese sacramento. Entonces el papa le nombró inquisidor de los fraticelos, y emprendió una misión itinerante por distintos estados europeos. Combatió las herejías de los husitas, participó en la dieta de Frankfurt y fue artífice de la unidad entre los armenios y Roma. De forma reiterada le designaron vicario general de la observancia, fue nuncio apostólico en Austria, etc.
Hacía poco que era sacerdote cuando dijo: «Aunque no tengo la última responsabilidad, estoy decidido a invertir todas mis fuerzas, hasta el último momento de mi vida, en defensa del rebaño de Cristo». Lo demostró. Era un hombre de oración, gran penitente. Su rostro era, en sí mismo, un tratado de vida ascética. Dormía dos horas y, a veces, una sola; austero en sus alimentos, templado y prudente en sus juicios, todo caridad y dulzura, entregado por completo a su prójimo. Las huellas del rigor que se impuso iluminaban sus ojos; eran una candela viva de amor a Cristo. La gente le seguía y le escuchaba enfervorizada, viendo en su llamada a la conversión una invitación del cielo. En Brescia predicó ante 126.000 personas. Su fama a la hora de sanar a los enfermos le precedía, y muchos intentaban tomar como reliquia trozos de su túnica. Sabiendo el valor de la formación, instó a sus hermanos al estudio: «Ninguno es mensajero de Dios si no anuncia la verdad; y no puede anunciar la verdad quién no la conoce; y no puede conocerla si no la aprendió […]. Deben encontrar el tiempo para dedicarse a las letras y a las ciencias… para no tentar a Dios con vanas presunciones…».
Los pontífices contaron con él valorando sus excelentes dotes para la diplomacia, su prudencia y fidelidad a la Sede de Pedro. Tanto Martín V, como Eugenio IV, Nicolás V y Calixto III le encomendaron diversas causas delicadas que solventó admirablemente. Declinó ser obispo en tres ocasiones; prefería mantener la misión de predicador. En 1430 se implicó en un asunto que incumbía directamente a su Orden: la unidad. Para lograrla propuso las constituciones martinianas (en honor de Martín V), pensando que con ellas podría mediar entre las dos tendencias polarizadas que surgieron entre los franciscanos: el laxismo y el rigorismo. No tuvo éxito en su empeño. Sufrió críticas e incomprensiones internas, que se unieron a otras externas.
Fue un ardoroso defensor de la fe en lugares de batalla. Animaba a las tropas a luchar bravamente por Cristo: «Sea avanzando que retrocediendo, golpeando o siendo golpeados, invoquen el nombre de Jesús. Solo en Él está la salvación y la victoria». La última en la que participó fue en 1456, en Belgrado, obteniendo la victoria con su fe; tenía entonces 70 años. Tres meses más tarde, el 23 de octubre de ese año, murió en Vilak a causa de la peste. En aras de su proverbial obediencia al pontífice hubiese ido donde fuera. Así se lo había confesado a san Bernardino: «Soy un viejo, débil, enfermizo… No puedo más… Pero si el papa lo dispusiera de otra forma, lo acepto, aunque deba arrastrarme medio muerto, o bien debiera atravesar barreras de espinas, fuego y agua». Pero Dios había previsto que entregase su sangre después de haber participado heroicamente en esta guerra contra el turco.
El legado que dejaba a sus hermanos, a la Iglesia y a la posteridad era, como el de todos los santos, un compendio de virtudes heroicas desplegadas sin descanso por amor a Cristo. Tan aclamado en Europa que se le ha considerado «stella Bohemorum», «lux Germanie», «clara fax Hungarie», «decus Polonorum», también «padre devoto» y «varón santo». Inocencio X lo beatificó el 19 de diciembre de 1650. Alejandro VIII lo canonizó el 16 de octubre de 1690.