Tribunas

Sí, Rahola, hay esperanza

Ernesto Juliá

“Las misiones católicas son una ingente fuerza de vida, un inmenso ejército de soldados de la paz, que nos dan esperanza a la humanidad, cada vez que parece perdida”.

Pilar Rahola ha dado un Pregón del Domund digno de mención.  El Domund ha tenido lugar este pasado domingo, y no sé con qué generosidad han reaccionado los fieles que han leído u oído el Pregón.  Las palabras están ahí, y esa alabanza a la labor de los misionarios en cualquier parte del mundo, son dignas de mención.

“No soy creyente, aunque algún buen amigo me dice que soy la no creyente más creyente que conoce", admite la autora. Esta “increencia”, no le impide, y son sus palabras: “ver a Dios en cada acto solidario, en cada gesto de entrega y estima al prójimo que realizan tantos creyentes, precisamente porque creen”.

Es muy consciente de que la actuación de estos hombres y mujeres supone mucho sacrificio, entrega a las necesidades de los demás, y un deseo de, con su ejemplo, sus palabras y sus hechos, transmitir la Fe en Dios, en Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre.

“¿Por qué me pregunto –y es una pregunta retórica-, hacer propaganda ideológica es correcto, y evangelizar no lo es? Es decir, ¿por qué ir a ayudar al prójimo es correcto cuando se hace en nombre de un ideal terrenal, y no lo es cuando se en nombre de un ideal espiritual?”.

Como cualquiera de nosotros, Pilar Rahola es consciente de los tiempos que nos han tocado vivir, que ella señala como “tiempos convulsos, que nos han dejado dañados en las creencias, huérfanos de ideologías y perdidos en laberintos de dudas y miedos”.

Y con una mirada libre de cualquier prejuicio, descubre en estos hombres y mujeres que dan su vida sirviendo a los más necesitados y anunciando a Dios “fuente de bondad y de paz”; los descubre y les reconoce el gran mérito de ser testimonio de “esperanza”.

Pocas personas se hubieran atrevido a decir palabras semejantes a éstas:

“Si la humanidad se redujera a una isla con un centenar de personas, sin ningún libro, ni ninguna escuela, ni ningún conocimiento, pero se hubiera salvado el texto de los Diez Mandamientos, podríamos volver a levantar la civilización moderna”.

Esa referencia directa a los Diez Mandamientos, en los que reconoce que “Todo está allí: amarás al prójimo como a ti mismo, no robarás, no matarás, no hablarás en falso…; ¡la salida de la jungla, el ideal de la convivencia!”,  Pilar descubre en el corazón de los misioneros, mujeres y hombre, el mensaje cristiano, que “especialmente en un tiempo de falta de valores sólidos y transcendentes, es una poderosa herramienta, transgresora y revolucionaria; la revolución del que no quiere matar a nadie, sino salvar a todos”.

Ya terminando, Pilar dice que “esta llamada  -la de los misioneros- nos interpela a todos: a los creyentes, a los agnóstico, a los ateos, a los que siente y a los que dudan,, a los que creen y a los que niegan, o no saben, o querrían y no pueden”.

Los misioneros son muy conscientes de que la “esperanza” que transmiten; que la “llamada” de la que se hacen eco, no es suya. Ellos conocen muy bien  lo que en sus momentos advirtió Juan Pablo II, que la pastoral de la Iglesia no consiste en el compromiso entre la doctrina de la Iglesia y la compleja realidad cotidiana, sino en conducir a las personas a Cristo (Veritatis Splendor, 56).

Sufriendo persecución donde les rechazan; curando enfermos abandonados; salvando niños y acompañando ancianos, levantando iglesias y dejando Sagrarios  para que Cristo Eucaristía permanezca en todos los rincones de la tierra, los misioneros ayudan a levantar la Esperanza en este mundo, porque manifiestan que Dios es Amor,  que la Vida Eterna está ya entre nosotros, y con su comportamiento dicen claramente que “entienden a Dios como una inspiración de amor y de entrega,  un faro de luz, ciertamente, en la tiniebla”.

Sí, Pilar, hay Esperanza.

 

Ernesto Juliá Díaz

ernesto.julia@gmail.com