SANTA SEDE

El Papa pide el compromiso de los cristianos a acoger a quien huye de la guerra


 

En la tradicional Audiencia General en el último miércoles 26 de octubre, luego de reflexionar sobre el Evangelio de Mateo, Capítulo 2, versículos 13-15 que narra la huída del Señor a Egipto, el Santo Padre Francisco siguió meditando sobre las obras de misericordia. En esta ocasión, centró su catequesis en otras dos de las obras de misericordia corporales: dar posada al peregrino y vestir al desnudo.

Después de saludar a los fieles y peregrinos presentes en la plaza de San Pedro y de anunciar la reflexión del día, Francisco recordó que el Señor nos ha entregado las obras de Misericordia “para mantener siempre viva y dinámica nuestra fe”, y que ellas evidencian que nosotros, los cristianos, no estamos cansados ni perezosos en la espera del encuentro final con el Señor, sino que cada día vamos a su encuentro, “reconociendo en su rostro el de tantas personas que piden ayuda”. “La historia de la humanidad es una historia de migraciones” dijo, y “el compromiso de los cristianos es urgente hoy como en el pasado”.

 

A continuación, la síntesis de la catequesis que el Papa pronunció en nuestro idioma

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy reflexionamos sobre una obra de misericordia corporal, acoger al peregrino, al extranjero. La historia de la humanidad es una historia de migraciones, no existe un pueblo que no haya conocido este fenómeno. Tampoco la historia de la salvación es ajena a esta situación. Abrahán, Moisés, incluso Jesús ha dejado su tierra y se ha puesto en camino.

Estas situaciones a veces se han visto unidas a graves crisis sociales, que a lo largo de los siglos se han afrontado con dos aptitudes: la de cerrarse al que viene o la de acogerlo. Puede que levantar muros haga más ruido que la callada acción de quienes ayudan y asisten a los emigrantes y refugiados, pero cerrarse no es la solución, sólo favorece los tráficos criminales. La única respuesta es la de la solidaridad.

El compromiso de los cristianos es urgente. Todos tenemos el deber de acoger al hermano que huye de la guerra, el hambre o la violencia y estamos llamados a salir al encuentro del que sufre para llevarle el abrazo y la misericordia de Dios.

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Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Pidamos al Señor la gracia de abrirnos al hermano, acogerlo, para poder restituirle la dignidad que, en muchos casos, ha perdido por los abusos, el egoísmo, la criminalidad, así nuestra vida será fecunda y nuestras sociedades recuperarán la paz. Dios los bendiga.

(Griselda Mutual – Radio Vaticano)

 

Texto completo de la catequesis del Papa Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Proseguimos con la reflexión sobre las Obras de misericordia corporales, que el Señor Jesús nos ha transmitido para mantener siempre viva y dinámica nuestra fe. Estas obras, de hecho, muestran que los cristianos no están cansados e inactivos en la espera del encuentro final con el Señor, sino que cada día van a su encuentro, reconociendo su rostro en aquel de tantas personas que piden ayuda. Hoy nos detenemos en estas palabras de Jesús: «Estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron» (Mt 25,35-36). En nuestro tiempo es todavía actual la obra que se refiere a los forasteros. La crisis económica, los conflictos armados y los cambios climáticos llevan a tantas personas a emigrar. Sin embargo, las migraciones no son un fenómeno nuevo, sino que pertenecen a la historia de la humanidad. Es falta de memoria histórica pensar que estas sean algo proprio de nuestro tiempo.

La Biblia nos ofrece muchos ejemplos concretos de migración. Basta pensar en Abrahán. La llamada de Dios lo llevó a dejar su país para ir a otro: «Deja tu tierra natal y la casa de tu padre, y ve al país que yo te mostraré» (Gen 12,1). Y así también fue para el pueblo de Israel, que de Egipto, donde era esclavo, caminó marchando por cuarenta años en el desierto hasta cuando llegó a la tierra prometida por Dios. La misma Sagrada Familia – María, José y el pequeño Jesús – fue obligada a emigrar para huir de las amenazas de Herodes: «José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto. Allí permaneció hasta la muerte de Herodes» (Mt 2,14-15). La historia de la humanidad es una historia de migraciones: en cada latitud, no existe un pueblo que no haya conocido el fenómeno migratorio.

En el curso de los siglos hemos asistido a propósito a grandes expresiones de solidaridad, a pesar que no han faltado tensiones sociales. Hoy, el contexto de la crisis económica favorece lamentablemente el surgir de actitudes de cerrazón y de no acogida. En algunas partes del mundo surgen muros y barreras. A veces parece que la obra silenciosa de muchos hombres y mujeres que, de diversos modos, se ofrecen para ayudar y asistir a los prófugos y a los migrantes sea opacada por el murmullo de otros que dan voz a un instintivo egoísmo. Pero la cerrazón no es la solución, al contrario, termina por favorecer los tráficos criminales. La única vía de solución es aquella de la solidaridad. Solidaridad … solidaridad con los migrantes, solidaridad con los forasteros…

El compromiso de los cristianos en este campo es urgente hoy como en el pasado. Para mirar sólo al siglo pasado, recordemos la estupenda figura de Santa Francisca Cabrini, que dedicó su vida junto a la de sus compañeras a los migrantes hacia los Estados Unidos de América. También hoy tenemos necesidad de estos testimonios para que la misericordia pueda alcanzar a tantos que se encuentran en necesidad. Es un compromiso que involucra a todos, ninguno excluido. Las diócesis, las parroquias, los institutos de vida consagrada, las asociaciones y movimientos, como también cada cristiano, todos estamos llamados a acoger a los hermanos y a las hermanas que huyen de la guerra, del hambre, de la violencia y de condiciones de vida deshumanos. Todos juntos somos una gran fuerza de ayuda para cuantos han perdido la patria, la familia, el trabajo y la dignidad. Hace algunos días, ha sucedido una pequeña historia, de ciudad. Había un refugiado que buscaba una calle y una señora se le acercó y le dijo: “¿Usted busca algo?”. Estaba sin zapatos, este refugiado. Y él dijo: “Yo quisiera ir a San Pedro para pasar por la Puerta Santa”. Y la señora pensó: “Pero, no tiene zapatos, ¿cómo iremos caminando?”. Y llamó un taxi. Para este migrante, aquel refugiado olía mal y el conductor del taxi casi no quería que subiera, pero al final lo dejó subir al taxi. Y la señora, junto a él. Y la señora le preguntó un poco de su historia de refugiado y de migrante, en el recorrido del viaje, los diez minutos para llegar hasta aquí. Este hombre narró su historia de dolor, de guerra, de hambre y porque había huido de su Patria para migrar aquí.

Cuando llegaron, la señora abrió la cartera para pagar al taxista y el taxista, el hombre, el conductor que al inicio no quería que este migrante subiera porque olía mal, le dijo a la señora: “No, señora, soy yo quien debo pagar a usted porque usted me ha hecho escuchar una historia que me ha cambiado el corazón”. Esta señora sabía que cosa era el dolo de un migrante, porque tenía sangre armenia y sabía el sufrimiento de su pueblo. Cuando nosotros hacemos una cosa de este tipo, al inicio nos negamos porque nos da un poco de incomodidad, “pero, huele mal…”. Pero al final, la historia nos perfuma el alma y nos hace cambiar. Piensen en esta historia y pensemos que cosa podemos hacer por los refugiados.

Y la otra cosa es vestir a quien está desnudo: ¿no quiere decir otra cosa que restituir la dignidad a quien lo ha perdido? Ciertamente dando de vestir a quien no tiene; pero pensemos también en las mujeres víctimas de la trata arrojadas a las calles, o a los demás, modos de usas el cuerpo humano como mercancía, incluso de los menores. Y así también no tener un trabajo, una casa, un salario justo es una forma de desnudez, o ser discriminado por la raza o per la fe, son todas formas de “desnudez”, ante las cuales como cristianos estamos llamados a estar atentos, vigilantes y listos a actuar.

Queridos hermanos y hermanas, no caigamos en la trampa de encerrarnos en nosotros mismos, indiferentes a las necesidades de los hermanos y preocupados sólo de nuestros intereses. Es justamente en la medida en la cual nos abrimos a los demás que la vida se hace fecunda, la sociedad consigue la paz y las personas recuperan su plena dignidad. Y no se olviden de aquella señora, no se olviden de aquel migrante que olía mal y no se olviden del taxista al cual el migrante había cambiado el alma. Gracias.

(Traducción del italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano)