Servicio diario - 03 de noviembre de 2016


 

El Papa pide favorecer “el encuentro pacífico entre los creyentes” y una “libertad religiosa real”
Posted by Rocío Lancho García on 3 November, 2016



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El misterio de la misericordia no se debe celebrar solo con palabras, sino sobre todo con las obras, con un estilo de vida realmente misericordioso, hecho de amor desinteresado, servicio fraterno y compartir sincero. Así lo ha explicado el papa Francisco en un encuentro con representantes de diferentes religiones, unos 200, comprometidos en el campo de las obras de caridad y misericordia. El encuentro, celebrado esta mañana en el Vaticano, se ha tenido en el contexto del Año Jubilar.
El hombre –ha asegurado el Papa– tiene sed de misericordia y no hay tecnología que pueda calmar esta sed: busca una afecto que vaya más allá de los consuelos del momento, un puerto seguro donde pueda atracar su navegar inquieto, un abrazo infinito que perdona y reconcilia. Además, el Santo Padre ha pedido que no suceda más que las religiones, por el comportamiento de algunos de sus seguidores, transmitan un mensaje desentonado, discordante con el de la misericordia.
Tal y como ha observado Francisco, lamentablemente “no pasa un día que no se escuche hablar de violencias, conflictos, secuestros, ataques terroristas, víctimas y destrucción”. Y es terrible –ha indicado– que para justificar tales barbaries se evoque a veces el nombre de una religión y del mismo Dios. Por eso ha pedido que se condenen claramente estas actitudes inicuas, que profanan el nombre de Dios y contaminan la búsqueda religiosa del hombre. En esta misma línea, Francisco ha pedido favorecer “el encuentro pacífico entre los creyentes y una libertad religiosa real”.
En esto “nuestra responsabilidad frente a Dios, a la humanidad y al futuro” es grande y requiere “todo esfuerzo, sin ninguna pretensión”. Así, el Pontífice ha pedido que las religiones sean “vientres de vida” que lleven la tierna misericordiosa de Dios a la humanidad herida y necesitada, sean “puertas de esperanza” que ayuden a atravesar los muros alzados por el orgullo y el miedo.
La misericordia es la clave para acceder al misterio mismo del hombre, también hoy tan necesitado de perdón y de paz, ha recordado el Papa en su discurso. Y este estilo de vida misericordioso, ha añadido, es el estilo al que están llamadas las religiones para ser, particularmente en este nuestro tiempo, mensajeros de paz y artífices de comunión. Para proclamar “que hoy es tiempo de fraternidad”.
El tema de la misericordia –ha señalado el Pontífice– es familiar a muchas tradiciones religiosas y culturales , donde la compasión y la no violencia son esenciales e indican el camino de la vida.
Arrodillarse con compasiva ternura hacia la humanidad débil y necesitada pertenece un “estado de ánimo realmente religioso” que rechaza la tentación de prevaricar por la fuerza, negándose a mercantilizar la vida humana y ve en los demás hermanos, nunca números”.
Asimismo, ha precisado que hacerse cercano a los que viven situaciones que requieren un mayor cuidado, como la enfermedad, la discapacidad, la pobreza, la injusticia, las consecuencias de los conflictos y de las migraciones, “es una llamada que viene del corazón de cada tradición auténticamente religiosa”.
Por otro lado, ha explicado que es el drama del mal, de los abismos oscuros en los que “nuestra libertad puede sumergirse”, tentada por el mal, que siempre está al acecho en silencio para golpearnos y hacer que nos hundamos. Pero es precisamente aquí, frente al enigma del mal, que nos interroga toda experiencia religiosa, reside el aspecto más sorprendente del amor misericordioso. “No deja al hombre a merced del mal o de sí mismo; no se olvida, sino que se acuerda, y se inclina hacia toda miseria a revivir”, ha observado. Del mismo modo que hace una madre, que frente al peor mal cometido por su hijo, también reconoce, más allá del pecado, “el rostro que ha llevado en su seno”, ha indicado el Papa.
De este modo, ha asegurado que en un mundo agitado y con poca memoria, que va corriendo dejando muchos atrás y sin darse cuenta de quedar sin aliento y sin meta, necesitamos, como si fuera oxígeno, “este amor gratuito que renueva la vida”.
Además, el Santo Padre ha explicado que el perdón es ciertamente el don más grande que podemos hacer a los otros, porque es lo que cuesta más, pero al mismo tiempo lo que nos hace más parecidos a Dios.
La misericordia –ha pedido– se extienda también al mundo que nos rodea, a nuestra casa común, que estamos llamados a cuidar y preservar del consumo desenfrenado y voraz. Es necesario “nuestro compromiso” para educar en la sobriedad y el respeto, en una forma de vivir más sencilla y ordenada, donde se utilizan los recursos de la creación con sabiduría y moderación, pensando en toda la humanidad y las generaciones futuras, no solo en los interesados del propio grupo y en las ventajas del propio tiempo.


El Papa llama al obispo de Nursia tras el terremoto
Posted by Redaccion on 3 November, 2016



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco ha querido expresar su cercanía, una vez más, a la población afectada por el nuevo terremoto sufrido el pasado domingo en el centro de Italia. Por ello, este miércoles por la tarde llamó a monseñor Renato Boccardo, arzobispo de Spoleto-Nursia. “Llevo mi cercanía, mi oración, mi bendición a toda la gente de Nursia y de Valnerina. Estoy triste por el patrimonio de fe que se ha perdido”, indicó el Santo Padre.
El día 30 de octubre un fuerte terremoto golpeó nuevamente el centro de Italia. Aunque en esta ocasión no hubo fallecidos como sí sucedió en el terremoto del 24 de agosto, sí causó daño materiales. En concreto, cayeron todas las iglesias de Nuria, incluida la basílica de San Benito
El Papa reconoció haber seguido la tragedia desde su viaje en Suecia, y “desde allí recé por vosotros”, añadió. Así lo ha indicado el propio obispo, que durante la conversación telefónica informó al Pontífice de cuántas personas han sido probadas y están preocupadas por el futuro. “Es necesario animar a la gente, que tiene que ser apoyada para que mire con optimismo al mañana”, respondió el Santo Padre.
Finalmente, exhortó a estar cerca de la gente y pidió que no pierdan la esperanza para continuar viviendo en su tierra.



El Año de la Misericordia cerrará con el Jubileo de los ‘excluidos’
Posted by Redaccion on 3 November, 2016



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El Año Jubilar de la Misericordia concluirá el 20 de noviembre, festividad de Cristo Rey, y se cerrará la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro. Mientras que el domingo anterior, el 13 de noviembre, se cerrarán todas las Puertas Santas abiertas en todo el mundo durante este Año Santo.
El último jubileo que se vivirá en Roma, el fin de semana del 11 al 13 de noviembre, será el de las “personas socialmente excluidas”. Lo ha indicado monseñor Rino Fisichella, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, en una rueda de prensa celebrada esta mañana para informar sobre los últimos encuentro jubilares en Roma.
Es así como, en el cierre del Año Jubilar, los protagonistas serán las personas que, por distintos motivos, desde la precariedad económica a varios tipos de patologías, de la soledad a la carencia de lazo familiares, tienen dificultades a “insertarse en el tejido social” y terminan a menudo permaneciendo “a los márgenes de la sociedad” sin una casa o sitio para vivir.
Tal y como ha informado el presidente del dicasterio vaticano, serán cerca de 6 mil personas procedentes de varios países: España, Francia, Alemania, Portugal, Inglaterra, Polonia, Holanda, Italia, Hungría, Eslovaquia, Croacia y Suiza.
En el programa está previsto que el viernes por la mañana los participantes del jubileo se reúnan con el papa Francisco en el Aula Pablo VI, donde escuchará sus testimonios. Además, en algunas iglesias de Roma, también habrá testimonios el sábado por la mañana. La iglesia de San Andrea della Valle acogerá los testimonios es español.
Mientras que el sábado por la tarde se celebrará una vigilia de la Misericordia en la Basílica de San Pablo Extramuros. Finalmente, el domingo por la mañana se celebrará la misa con el Santo Padre en la Basílica de San Pedro.
Monseñor Fisichella ha reconocido que el cierre de la Puerta de la Misericordia, “no agota el compromiso de la Iglesia, sino que a la luz del Jubileo vivido refuerza el testimonio”.


Presos de todo el mundo celebran su Jubileo en Roma
Posted by Rocío Lancho García on 3 November, 2016



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El Año Jubilar se está acercando a su conclusión y entre los últimos eventos organizados tendrá lugar el Jubileo de los presos y el Jubileo de las personas socialmente marginadas. Por ello, monseñor Rino Fisichella, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, en una rueda de prensa celebrada esta mañana, ha informado de los últimos eventos del Jubileo de la Misericordia.
Este fin de de semana, 5 y 6 de noviembre, se celebrará el Jubileo de los presos. Por primera vez –ha explicado monseñor Fisichella– será posible para un gran número de detenidos procedentes de distintas partes de Italia y de otros países, estar presentes en la basílica de San Pedro para vivir el propio Jubileo con el papa Francisco.
Un colectivo, que como hemos podido ver en estos primero años de pontificado, que está presente en el corazón del Santo Padre. En sus viajes, cuando ha sido posible, Francisco ha visitado cárceles para llevar una palabra de aliento y consuelo. De vez en cuando, tal y como él mismo ha revelado, llama por teléfono a cárceles de Argentina. Incluso, ha informado hoy monseñor Fisichella, el Papa en los últimos meses ha estado en contacto con condenados a muerte.
En cuanto a la organización de este gran evento, monseñor Fisichella ha explicado además que en los meses pasados han escrito a las Conferencias Episcopales del mundo, invitando a los obispos a vivir este domingo visitando las cárceles y celebrando el Jubileo con los detenidos. “Han sido muchas las respuestas positivas que han llegado y podemos realmente pensar que la celebración tendrá un eco mundial en su realización”, ha explicado.
Asimismo ha indicado que se han inscrito 4 mil personas, de las que más de mil serán detenidos, procedentes de 12 países del mundo: México, España, Inglaterra, Italia, Letonia, Madagascar, Malasia, Holanda, Estados Unidos, Sudáfrica, Suecia y Portugal. También asistirán miembros de la policía penitenciaria, funcionarios penitenciarios, capellanes y asociaciones que ofrecen asistencia dentro y fuera de las cárceles. El grupo más numeroso procede de Italia. Mientras que desde España llegarán 25 presos.
Entre los asistentes estarán representados menores, personas bajo arresto domiciliario, detenidos con distintos tipo de condenas… “una presencia verdadera que marca un compromiso real, para ofrecer un futuro y una esperanza más allá de la condena y la duración de la pena”.
En el programa de este fin de semana está previsto para el sábado la posibilidad de confesarse en las Iglesias jubilares, y realizar la peregrinación hacia la Puerta Santa en San Pedro. Mientras que el domingo se celebrará la misa con el Santo Padre en la Basílica de San Pedro. Antes de la eucaristía, se escucharán varios testimonios: un detenido convertido en la cárcel junto con la víctima con la que se ha reconciliado, el hermano de una persona asesinada, un menor condenado y un agente de la policía penitenciaria.
Testimonios que ayudarán a entender que la misericordia no es una “palabra teórica”, sino “una acción genuina cotidiana que representa a menudo un verdadero desafío existencial”.
Existen algunas particularidades que ayudan a dar mayor significado al desarrollo de esta jornada. Por ejemplo, el servicio litúrgico será realizado por los detenidos y las hostias utilizadas para la misa han sido producidas por algunos presos de una cárcel de Milán.


Los Movimientos Populares se reúnen en el Vaticano
Posted by Redaccion on 3 November, 2016



(ZENIT – Ciudad del Vaticano)- El cardenal Peter Turkson ha sido el encarado de inaugurar la primera de las cinco jornadas del tercer encuentro mundial de los Movimientos Populares, que se celebra esta semana en el Vaticano. El sentido de este encuentro, ha señalado el purpurado, no es solo “denunciar la dictadura del dinero y la injusticia social” sino “dar a los pobres, a los movimientos de base, la posibilidad de conocerse y dialogar para convertirse ellos mismos en protagonistas de ese cambio que todos esperamos”.
El tercer encuentro de los Movimientos Populares –informa Radio Vaticana– está afrontando con un diálogo vivo temas como la relación entre el pueblo y la democracia, el territorio y la naturaleza, el sufrimiento de los migrantes y de los refugiados. A las tres palabras que centran el encuentro –Tierra, Techo y Trabajo– responden los compromiso de la Iglesia, tal y como ha explicado el cardenal.
“Vosotros habláis de ‘Tierra, Techo, Trabajo’, nosotros hablamos de tres cosas que pueden facilitar estos objetivos: conciencia, compromiso a realizar y desmantelamiento de las estructuras que oprimen y que crean estas situaciones de pobreza”, ha indicado.
De este modo, testimonios venidos de los cinco continentes han contado el “estado de salud” de sus democracias, democracias a menudo solo de fachada, y han hablado de derechos de los trabajadores, condición de la mujeres, de la marginalidad en la agenda política, de los temas relacionados con los más frágiles.
En representación de Europa ha intervenido don Luigi Ciotti, del Grupo Abele y de Libera. Los pobres –ha señalado– siempre necesitan ayuda, pero primero necesitan dignidad: no basta acoger, es necesario reconocer. Asimismo ha precisado que “la libertad y la dignidad no son conceptos abstractos, sino valores fundamentales de la justicia social”. Por eso ha clasificado como “diferencia instrumental e hipócrita” hablar de “refugiados de guerra” y “migrantes económicos”.
Los participantes del encuentro, se reunirá el sábado con el papa Francisco.


Comentario a la liturgia dominical
Posted by Antonio Rivero on 3 November, 2016



(ZENIT – México).- Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, director espiritual y profesor de Humanidades Clásicas en el Centro de Noviciado y Humanidades y Ciencias de la Legión de Cristo en Monterrey (México).

Idea principal: Creo con fe firme en el dogma de la resurrección de la carne.
Síntesis del mensaje: Dentro de dos domingos –domingo 34 del tiempo ordinario- termina el año de la misericordia. En este domingo el Señor nos invita a meditar con fe y serenidad en las verdades eternas que viviremos después de nuestra muerte. ¿Qué habrá después de esta vida? La muerte, el juicio, el veredicto de Dios: o el premio –después de una purificación en el purgatorio– o el castigo, que Dios nunca quiso, pero que nosotros nos ganamos con nuestra rebeldía y desamor, y finalmente la resurrección de nuestro cuerpo en la vida eterna. Todo el mes de noviembre está impregnado por estas verdades, sobre todo con la celebración de la fiesta de todos los Santos y la de los fieles Difuntos. El Catecismo de la Iglesia católica en el número 988 dice así: “el Credo cristiano —profesión de nuestra fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y en su acción creadora, salvadora y santificadora— culmina en la proclamación de la resurrección de los muertos al fin de los tiempos, y en la vida eterna”. Y en el número 990 declara: “La “resurrección de la carne” significa que, después de la muerte, no habrá solamente vida del alma inmortal, sino que también nuestros “cuerpos mortales” (Rm 8, 11) volverán a tener vida”.

Puntos de la idea principal:
En primer lugar, la primera lectura nos muestra que algunos mártires, en medio de una persecución contra los judíos, tuvieron una gran fe en la resurrección. Los judíos de los siglos precedentes no habían descubierto todavía la fe en la resurrección. Su creencia era similar a la de muchos pueblos –los griegos, por ejemplo- que pensaban que los hombres, tras la muerte, continuaban teniendo una existencia en los infiernos (que los judíos llamaban sheol), pero una existencia miserable, una existencia espectral, indigna de la naturaleza humana, y todavía menos de Dios. La muerte se les presentaba como una ruptura irreparable. Pero algunos recibieron la inspiración de Dios de una esperanza más allá de la muerte: “No me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción” (Salmo 15, 10). Esperanza de que Dios les llevará consigo. Estos judíos estaban convencidos de que, para tener una vida plena junto a Dios, también debía resucitar su cuerpo. Preguntemos, si no, a la madre de los siete hijos (1ª lectura), a quien el rey Antíoco exigía –para que abandonaran su religión- comer carne de cerdo, prohibida por la ley de Moisés, por ser animal impuro. Para conservar la pureza ritual había que abstenerse absolutamente de comer de cerdo. Estos jóvenes resistieron y fueron fieles a la ley. Lo que les mantenía en su lucha contra el perseguidor era la fe en la resurrección. Tenían confianza de que Dios les recompensaría con una resurrección gloriosa. Dios no puede abandonar a sus fieles.
En segundo lugar, ahora es Jesús en el evangelio de hoy quien profesó esta certeza de la resurrección; más aún, anunció su propia resurrección. Ante la pregunta ridícula de los saduceos sobre la mujer que se casó siete veces -¿de quién será mujer, de los siete esposos que tuvo?-, da una respuesta luminosa y decisiva al misterio de la resurrección. Les hace ver que tienen una idea equivocada de la resurrección. No es el retorno a la vida terrena, sino una resurrección que inaugura una vida completamente nueva de relación con Dios, llena de alegría y gozo, sin mezcla de tristeza ni fatiga, que sólo se dan aquí en la tierra. En esta nueva vida con Dios ya no hay necesidad de casarse ni de relaciones íntimas. Hay amor, pero no vida sexual, que en la tierra era consuelo, placer y bendición entre esposo y esposa para reforzar el amor entre los esposos y procrear. La vida allá no es continuación de la de aquí, llena de placeres sensibles y carnales, aunque legítimos y buenos, dentro de un matrimonio santo. No se necesita procrear, porque allá habrá sólo vida, no muerte. Allá seremos como ángeles, dice Jesús, con existencia espiritual, aunque con su cuerpo resucitado. Lo que esperamos no es una vida terrena, aunque mejorada, sino una vida celestial en plenitud, al lado de Dios y sus santos.
Finalmente, creer en la resurrección de los muertos ha sido desde sus comienzos un elemento esencial de la fe cristiana. “La resurrección de los muertos es esperanza de los cristianos; somos cristianos por creer en ella” (Tertuliano, De resurrectione mortuorum 1, 1). Busquemos ya aquí en la tierra los valores celestiales: amor, alegría, paz y unión con Dios y con todos los hermanos, sin odios ni egoísmos. Es una felicidad más profunda y completa, que aquí en la tierra era un sorbo, un aperitivo, mezclado a veces con la hiel y el vinagre. La 2ª lectura nos ayuda a prepararnos para esa resurrección: con confianza en Dios y esperanza inquebrantable, aún en medio de luchas y tribulaciones, pues el amor de Dios prevalecerá al final. Cristo nos ha prometido esta resurrección.
Para reflexionar: Cuando la Iglesia dice por última vez las palabras de perdón de la absolución de Cristo sobre el cristiano moribundo, lo sella por última vez con una unción fortificante y le da a Cristo en el viático como alimento para el viaje. Le habla entonces con una dulce seguridad: «Alma cristiana, al salir de este mundo, marcha en el nombre de Dios Padre Todopoderoso, que te creó, en el nombre de Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que murió por ti, en el nombre del Espíritu Santo, que sobre ti descendió. Entra en el lugar de la paz y que tu morada esté junto a Dios en Sión, la ciudad santa, con Santa María Virgen, Madre de Dios, con san José y todos los ángeles y santos […] Te entrego a Dios, y, como criatura suya, te pongo en sus manos, pues es tu Hacedor, que te formó del polvo de la tierra. Y al dejar esta vida, salgan a tu encuentro la Virgen María y todos los ángeles y santos […] Que puedas contemplar cara a cara a tu Redentor» (Rito de la Unción de Enfermos y de su cuidado pastoral, Orden de recomendación de moribundos, 146-147).
Para rezar: agradezcamos la gracia de la vida eterna con las palabras de uno de los grandes doctores de la Iglesia, San Agustín:

“Entonces seremos libres y veremos,
veremos y amaremos,
amaremos y alabaremos.
He aquí lo que sucederá al fin sin fin”.

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: arivero@legionaries.org.



San Carlos Borromeo – 4 de noviembre
Posted by Isabel Orellana Vilches on 3 November, 2016



(ZENIT – Madrid).- Entre otros santos, este ilustre cardenal fue contemporáneo de Felipe Neri, Ignacio de Loyola, y Francisco de Borja. Se convertiría en una de las figuras representativas de la Contrarreforma. California honra su memoria con una misión que lleva su nombre gracias al gran apóstol franciscano y santo mallorquín, fray Junípero Serra, que lo eligió para nominar su segunda fundación en 1770. Los restos mortales de este heroico misionero, que fue beatificado por Juan Pablo II el 25 de septiembre de 1988, se custodian en el Duomo de Milán.
Carlos nació el 2 de octubre de 1538 en la fortaleza de Arona, propiedad de sus padres, los nobles Gilberto Borromeo y Margarita de Médicis, hermana del papa Pío IV. Era el tercero de seis vástagos, aunque la familia vivió la tragedia de la desaparición del primogénito que se cayó de un caballo. Precisamente este suceso fue interpretado por el santo como una señal del cielo que le invitaba a centrarse en la búsqueda del bien, para no ser sorprendido por la postrera llamada de Dios sin estar preparado. Fue un niño devoto, prematuro en su vocación, muy responsable, como lo fue en la asunción de las altas misiones que le serían confiadas. Con solo 12 años recibió la tonsura. Luego cursó estudios en Milán y en la universidad de Pavía, formación que completó provechosamente, a pesar de que no era excesivamente brillante, y además tenía una seria dificultad para expresarse. Su conducta intachable, en la que se advertía su gran madurez, le convirtió en modelo para otros estudiantes.
Ya había muerto su hermano mayor, cuando determinó ser ordenado sacerdote después de renunciar a sus derechos sucesorios y a los bienes que llevaba anejos. También se alejó de una vida, que sin ser disipada, era bastante despreocupada, por así decir. El lujo, la música, y el ajedrez formaban parte de su acontecer. Se doctoró a los 22 años. Unos meses antes, en enero de 1560, su tío Giovanni, elegido pontífice Pío IV tras la muerte de Pablo IV, lo designó cardenal diácono. Con posterioridad le encomendó la sede de Milán, a la que ascendió como arzobispo a la edad de 25 años, y en la que permaneció hasta el fin de sus días. Evidentemente, su carrera estaba siendo meteórica. Por si fuera poco, el pontífice añadió nuevas misiones como legado de Bolonia, de la Romagna, de la Marca de Ancona, del protectorado de Portugal, de los Países Bajos, de los cantones de Suiza y otras. Fueron tantas y de tal envergadura las responsabilidades que recayeron sobre él que no pueden sintetizarse en este espacio. Asumió todas con dignidad, y lo más sorprendente: aún sacaba tiempo para ocuparse de asuntos familiares, hacer ejercicio y escuchar música.
Como Pío IV lo retuvo junto a él, inicialmente no pudo afrontar in situ los graves desórdenes que había en Milán. Un día el arzobispo de Braga, Bartolomé de Martyribus, acudió a Roma, y Carlos le confesó: «Ya veis la posición que ocupo. Ya sabéis lo que significa ser sobrino, y sobrino predilecto de un papa, y no ignoráis lo que es vivir en la corte romana. Los peligros son inmensos. ¿Qué puedo hacer yo, joven inexperto? Mi mayor penitencia es el fervor que Dios me ha dado y, con frecuencia, pienso en retirarme a un monasterio a vivir como si solo Dios y yo existiésemos». El consejo que le dio el noble prelado luso fue que se mantuviese fiel a su misión. Pero más tarde, Carlos supo que el motivo del viaje de este obispo había sido renunciar a la suya, y naturalmente le pidió una explicación, que aquél le proporcionó con sumo tacto y delicadeza.
Gracias a su fe, tesón y energía logró que salieran adelante proyectos de gran calado en circunstancias adversas y sumamente difíciles. Fue un hombre de oración, caritativo, exigente y severo consigo mismo, piadoso y misericordioso con los demás, muy generoso con los pobres a los que constantemente daba limosna; un gran diplomático y defensor de la fe, así como restaurador del clero. Convocó sínodos, erigió seminarios y casas de formación para los sacerdotes, construyó hospitales y hospicios donando sus bienes, visitó en distintas ocasiones la diócesis, alentó en la vivencia de las verdades de la fe a todos, etc. Fue un ejemplar pastor entregado a su grey que luchó contra la opresión de los poderosos, e hizo frente también a las herejías, además de cercenar las costumbres licenciosas. «Las almas se conquistan con las rodillas», solía decir, sabiendo el valor incomparable que tiene la oración, siempre bendecida por Dios.
Pío IV murió en 1565 y Carlos pudo regresar a Milán. Desempeñó un papel decisivo en el Concilio de Trento y no tuvo reparos en sujetar a los religiosos y al clero con una severa disciplina. Por este motivo, los violentos se cebaran en él al punto de atentar contra su vida, como hizo Farina en su fallido intento el 26 de octubre de 1569, después de haberla tasado en veinte monedas de oro. Durante la epidemia de peste su objetivo principal fue atender a los enfermos acogidos en su propia casa; palió las carencias que tenían para poder vestirse utilizando los cortinajes del palacio episcopal. En 1572 participó en el cónclave que eligió a Gregorio XIII. Ese mismo año se convirtió en miembro de la Penitenciaría Apostólica.
Cuando en Milán se desató la epidemia de peste en 1576, socorrió a los damnificados, consoló a los afligidos enfermos en los lazaretos y ayudó a dar sepultura a los fallecidos. En 1578 fundó los Oblatos de San Ambrosio, congregación de sacerdotes seculares, las «escuelas dominicanas», una academia en el Vaticano, fundó el Colegio helvético para ayudar a los católicos suizos, y encomendó a Palestrina la composición de la Missa Papae Maecelli, entre otras acciones. Maestro y confesor de san Luís Gonzaga, le dio la primera comunión en julio de 1580. Sus conferencias y reflexiones se hallan compendiadas en la obra Noctes Vaticanae. Murió el 3 de noviembre de 1584. Pablo V lo beatificó el 12 de mayo de 1602, y también lo canonizó el 1 de noviembre de 1610.