Servicio diario - 06 de noviembre de 2016


 

El Papa a los presos: el Jubileo sea una esperanza, el futuro está aún sin escribir
Posted by Sergio Mora on 6 November, 2016



(ZENIT – Roma).- En la basílica de San Pedro iluminada ‘a giorno‘ el papa Francisco presidió el Jubileo de los reclusos acompañados por sus familias, por el personal penitenciario, los capellanes de las cárceles y las asociaciones que ofrecen asistencia dentro y fuera de las prisiones.
La ceremonia vio expuesto en el lado derecho un crucifijo del siglo XIV, el más antiguo de la Basílica de San Pedro y recientemente restaurado, como un signo de esperanza y un mensaje de misericordia. Y una imagen de María de la Merced en el lado izquierdo representada como una Madre que tiene en sus brazos a Jesús con una cadena rota.
El jubileo de los reclusos inició ayer sábado con una adoración eucarística y el sacramento de la reconciliación en tres iglesias de Roma, y la peregrinación a la Puerta santa. Se inserta dentro del Año jubilar de la misericordia y participan unos mil presos de varios países entre los cuales 25 reclusos españoles.
Antes de la llegada del Santo Padre se realizó un momento de animación, con testimonios e intermedios musicales, seguido por el rezo del santo rosario.
El papa Francisco que vestía paramentos color verde y el palio de obispo de Roma, celebró la misa en italiano. La eucaristía que duró poco más de una hora, bastante rápida respecto a otras ceremonias, inició con el Kyrie entonado por el Coro de la Capilla Sixtina que acompañó la liturgia con los cantos polifónicos en latín.
“El mensaje que la Palabra de Dios quiere comunicarnos hoy es ciertamente de esperanza” aseguró Francisco. E invitó a fortalecerlas “para que puedan dar fruto (…) no obstante el mal que hemos cometido”. Porque “no existe lugar en nuestro corazón que no pueda ser alcanzado por el amor de Dios”.
“Ciertamente –aseguró el Papa– la falta de respeto por la ley conlleva la condena y la privación de libertad es la forma más dura de descontar una pena” pero “la esperanza no puede perderse” porque “una cosa es lo que merecemos por el mal que hicimos y otra cosa distinta es el ‘respiro’ de la esperanza, que no puede ser sofocado por nada ni nadie”.
El Santo Padre denunció también que existe una “ cierta hipocresía” que lleva a ver que el único camino para quien cometió un delito es la cárcel y sin pensar en la posibilidad de ayudar a cambiar de vida.
“Y si bien ante Dios nadie puede considerarse justo”, añadió Francisco, “nadie puede vivir sin la certeza de encontrar el perdón”, como lo hizo el ladrón arrepentido, “crucificado junto a Jesús que lo ha acompañado en el paraíso”.
Y recordó que cuando él entra en una cárcel se pregunta: ¿Por qué ellos y no yo?. “Ninguno de ustedes por tanto –exhortó el Pontífice– se encierre en el pasado. La historia pasada, aunque lo quisiéramos, no puede ser escrita de nuevo. Pero la historia que inicia hoy y que mira al futuro está todavía sin escribir, con la gracia de Dios y con vuestra responsabilidad personal”.
“Queridos reclusos, es el día de vuestro Jubileo. Que hoy, ante el Señor, vuestra esperanza se encienda” dijo.
Y concluyó su homilía indicando la imagen de María puesta al lado del altar: “Que ella dirija –concluyó Francisco– a cada uno de ustedes su mirada materna, haga surgir de vuestro corazón la fuerza de la esperanza para vivir una vida nueva y digna en plena libertad y en el servicio del prójimo”.
Leer el texto completo de la homilía


Francisco: Los mártires de Albania aceptaron la muerte por fidelidad a Cristo
Posted by Redaccion on 6 November, 2016



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El santo padre Francisco después de rezar el ángelus desde la ventana de su estudio que da a la plaza de San Pedro, recordó este domingo que “ayer en Scutari, Albania, fueron proclamados beatos 38 mártires”.
Y precisó que entre ellos había “dos obispos, numerosos sacerdotes y religiosos, un seminarista y algunos laicos, víctimas de la durísima persecución del régimen ateo que dominó por muchos años aquel país durante el siglo pasado”.
El Papa recordó que todos ellos “prefirieron sufrir la cárcel, las torturas y también la muerte, con tal de permanecer fieles a Cristo y a su Iglesia”. E invitó a que “su ejemplo nos ayude a encontrar en el Señor la fuerza que sostiene en los momentos de dificultad y que inspira actitudes de bondad, perdón y paz”.
El acto se desarrolló en la catedral Shën Shtjefni, en la norteña ciudad de Shkodra, lugar de origen de la mayoría de los 38 beatificados. Participaron en la ceremonia cinco cardenales; el presidente albanés, Bujar Nishani; el presidente del parlamento, Ilir Meta; líderes de otras religiones y unas 10 mil personas.
Entre ellos se encontraba Ernest Troshani, que pasó 28 años encarcelado por el régimen comunista y que el papa Francisco nombró cardenal el pasado 9 de octubre.
El Pontífice en su visita apostólica de 2014 a Albania conoció de cerca la historia de este pueblo. Escuchó el testimonio de dos supervivientes y en el encuentro con los religiosos y seminaristas en Tirana, les dijo:
“En el camino del aeropuerto a la plaza, todas esas fotografías de los mártires… se nota que este pueblo guarda aún memoria de sus mártires, que tanto sufrieron. Un pueblo de mártires… Y hoy al principio de esta celebración, he tocado a dos”.
Lo que les puedo decir es lo que ellos han dicho con su vida… Contaban las cosas con una sencillez… pero con mucho dolor. Y nosotros les podemos preguntar: “¿Cómo han conseguido sobrevivir a tanta tribulación?”. “Han sufrido demasiado. Han sufrido físicamente, psíquicamente y también esa angustia de la incertidumbre: si los iban a fusilar o no, y así vivían, con esa angustia. Y el Señor los consolaba”.
El proceso diocesano de los mártires comenzó en noviembre de 2002 y terminó en diciembre de 2010, y el pasado mes de abril el papa Francisco firmó el decreto para proclamar beatos a los 38 mártires.


El Papa pide clemencia hacia los presos en el Año de la Misericordia
Posted by Sergio Mora on 6 November, 2016



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El santo padre Francisco pidió hoy en el Vaticano, después de la oración del ángelus realizada desde la ventana su estudio, clemencia para los reclusos considerados idóneos, mejores condiciones de vida en las cárceles y respeto de la dignidad humana, en este año del Jubileo de la Misericordia.
Ante los miles de fieles allí reunidos, señaló que “en ocasión del actual jubileo de los reclusos quiero dirigir un llamado para que sean mejoradas las condiciones de vida en las cárceles”. Solicitó que este llamado es “para que sea plenamente respetada la dignidad humana de los detenidos”.
El Papa señaló además “la importancia de reflexionar sobre la necesidad de una justicia penal que no sea exclusivamente punitiva, sino abierta a la esperanza y a la perspectiva de reinsertar al reo en la sociedad”.
“De manera especial pongo a la consideración de las autoridades civiles competentes –añadió el Santo Padre– la posibilidad de cumplir en este Año Santo de la Misericordia, un acto de clemencia hacia aquellos presos que se considerarán idóneos a beneficiarse de la medida”.
Este sábado y domingo se realizó en Roma el Jubileo de los Reclusos, al que participaron unos mil presos de varios países y sus familias, los capellanes, voluntarios y funcionarios de los penitenciarios, en total unas cuatro mil personas.
Entre ellos antiguos detenidos que ya han cumplido su condena y personas que están cumpliendo cadena perpetua.
El mismo se sitúa en el Jubileo de la Misericordia, e inició ayer en tres iglesias de Roma con una adoración al Santísimo sacramento, la confesión y la peregrinación a la Puerta Santa. Hoy la ceremonia conclusiva fue en la basílica de San Pedro con algunos testimonios de conversión y la misa y homilía del papa Francisco.


Francisco saluda la entrada en vigor del Tratado de París sobre el clima
Posted by Sergio Mora on 6 November, 2016



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco después de rezar la oración del ángelus este domingo ante los miles de fieles reunidos en la plaza de San Pedro, recordó que “dos días atrás entró en vigor el Acuerdo de París sobre el clima del planeta”, y consideró que “este importante paso adelante demuestra que la humanidad tiene la capacidad de colaborar para proteger lo que ha sido creado”. Por ello debe “poner la economía al servicio de las personas y construir la paz y la justicia”.
El Santo Padre añadió que mañana en Marrakech, en Marruecos inicia “una nueva sesión de la Conferencia sobre el clima, finalizada además para la actuación de tal acuerdo”.
“Deseo que todo este proceso –concluyó el Papa– pueda ser guiado por la conciencia de nuestra responsabilidad en la custodia de la casa común”.
El Acuerdo de París es el primer tratado universal de lucha contra el cambio climático, el cual ha entrado en vigor solamente once meses después de su aprobación en diciembre de 2015 por 195 países y la UE.
Los países que han ratificado hasta ahora el Acuerdo de París son 93, de los cuales 11 de la UE. Ellos suman casi el 66 por ciento de las emisiones globales del efecto invernadero.
Las mayores tasas de polución corresponden a China (20,09 por ciento), Estados Unidos (17,89 por ciento), India (4,10 por ciento), Alemania (2,56 por ciento), Brasil (2,48 por ciento), México (1,70 por ciento), Indonesia (1,49 por ciento), Sudáfrica (1,46 por ciento) y Ucrania (1,04por ciento).
El tratado de París fija un límite a las emisiones de gases contaminantes, en particular al dióxido de carbono (CO2); y establece una financiación a los países menos desarrollados para que puedan adaptarse. Serán destinados 100.000 millones de dólares anuales desde 2020 hasta 2025, cuando los países desarrollados establecerán un nuevo sistema de financiación.
El acuerdo quiere lograr que la temperatura media del planeta en 2100 no supere los 2ºC con respecto a los niveles preindustriales; pero señala un ideal de incremento medio menor a 1,5 ºC. Entretanto con la tendencia actual el incremento de la temperatura media para 2100 estaría entre 2,7ºC y 3,5ºC.
Texto completo del ángelus


Texto completo del papa Francisco en el ángelus del 6 de noviembre de 2016
Posted by Redaccion on 6 November, 2016



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El santo padre Francisco rezó este domingo desde su estudio que da a la plaza de San Pedro la oración del ángelus. Allí a los miles de fieles le esperaban les dirigió las siguientes palabras.
“Queridos hermanos y hermanas, buenos días. A pocos días después de la solemnidad de Todos los Santos y de la Conmemoración de los fieles difuntos, la liturgia de este domingo nos invita nuevamente a reflexionar sobre el misterio de la resurrección de los muertos.
El Evangelio presenta a Jesús que se enfrenta con algunos saduceos, los cuales no creían en la resurrección y concebían la relación con Dios solamente en la dimensión de la vida terrena.
Y por lo tanto para poner en ridículo la resurrección y en dificultad a Jesús le proponen un caso paradójico y absurdo: el de una mujer que tuvo siete maridos, todos hermanos entre ellos y los cuales murieron uno después del otro. Entonces la pregunta maliciosa dirigida a Jesús es: ¿aquella mujer en la resurrección de quién será esposa?
Jesús no cae en la trampa y reitera la verdad de la resurrección explicando que la existencia después de la muerte será diversa de aquella en la tierra. Él hace entender a sus interlocutores que no es posible aplicar las categorías de este memundo a las realidades que van más allá y son más grandes de lo que vimos en esta vida. Dice de hecho: “Los hijos de este mundo toman mujer y toman marido pero aquellos que son juzgados dignos de la viga futura y la resurrección de los muertos, no toman ni mujer ni marido”.
Con estas palabras Jesús quiere explicar que aquí en este mundo vivimos realidades provisorias que terminan. En cambio en el más allá, después de la resurrección, no tendremos más la muerte como holizonte y viviremos todo, también las relaciones humanas, en la dimensión de Dios, de manera transfigurada.
También el matrimonio signo e instrumento del amor de Dios en este mundo resplandecerá transformado en plena luz en la comunión gloriosa de los santos en el paraíso.
Los “hijos del cielo y de la resurrección” no son unos poco privilegiados, sino todos los hombres y todas las mujeres. Porque la salvación traída por Jesús es para cada uno de nosotros. Y la vida de los resucitados será similar a aquella de los ángeles, o sea toda sumergida en la luz de Dios, toda dedicada a su alabanza, en una eternidad llena de alegría y de paz.
Pero atención, la resurrección no es el hecho de resurgir después de la muerte, sino un nuevo tipo de vida que ya podemos experimentar hoy; es la victoria sobre la nada que ya podemos pregustar.
La resurrección es el fundamento de la fe cristiana. Si no existiera la referencia al paraíso y a la vida eterna, el cristianismo se reduciría a una ética, a una filosofía de vida. En cambio el mensaje de la fe cristiana viene desde el cielo, es revelado por Dios y va más allá de este mundo.
Creer en la resurrección es escencial para que cada acto de nuestro amor cristiano no sea efímero y finalizado a sí mismo, sino que se vuelva una semilla destinada a brotar en el jardín y a producir frutos de vida eterna.
La Virgen María, reina del cielo y de la tierra nos confirme en la esperanza de la resurrección y nos ayude a hacer fructificar las obras buenas y las palabras de su Hijo, sembradas en nuestros corazones”.
El Papa reza la oración del ángelus y después dice:
“Queridos hermanos y hermanas, en ocasión del actual Jubileo de los Reclusos quiero dirigir un llamado para que sean mejoradas las condiciones de vida en las cárceles en todo el mundo, para que sea plenamente respetada la dignidad humana de los detenidos. Además deseo reiterar la importancia de reflexionar sobre la necesidad de una justicia penal que no sea exclusivamente punitiva, sino abierta a la esperanza y a la perspectiva de reinsertar al reo en la sociedad.
De manera especial pongo a la consideración de las autoridades civiles competentes la posibilidad de cumplir en este Año Santo de la Misericordia, un acto de clemencia hacia aquellos presos que se considerarán idóneos a beneficiarse de la medida.
Hace dos días atrás entró en vigor el Acuerdo de París sobre el clima del planeta. Este importante paso adelante demuestra que la humanidad tiene la capacidad para colaborar en proteger lo que ha sido creado y poner la economía al servicio de las personas y construir la paz y la justicia.
Mañana, además, en Marrakech, en Marruecos inicia una nueva sesión de la Conferencia sobre el clima, finalizada además para la actuación de tal acuerdo. Deseo que todo este proceso pueda ser guiado por la conciencia de nuestra responsabilidad en la custodia de la casa común.
Ayer en Scutari, Albania, fueron proclamados beatos 38 mártires: dos obispos, numerosos sacerdotes y religiosos, un seminarista y algunos laicos, víctimas de la durísima persecución del régimen ateo que dominó por muchos años aquel país durante el siglo pasado.
Ellos prefirieron sufrir la cárcel, las torturas y también la muerte, con tal de permanecer fieles a Cristo y a su Iglesia. Su ejemplo nos ayude a encontrar en el Señor la fuerza que sostiene en los momentos de dificultad y que inspira actitudes de bondad, perdón y paz.
Saludo a los peregrinos que han venido desde diversos países: las familias, los grupos parroquiales, las asociaciones. En particular saludo a los fieles de Sidney y de San Sebastián de los Reyes, al Centro académico romano Fundación y a la Comunidad católica venezolana en Italia; así como la los grupos de Adria-Rovigo, Mendrisio, Roccadaspide, Nova Siri, Pomigliano D’Arco y Picerno. A todos les deseo un buen domingo y por favor no se olviden de rezar por mi”.
Y concluyó “¡Buon pranzo e arrivederci!”.


Texto completo de la homilía del papa Francisco en el jubileo de los reclusos
Posted by Redaccion on 6 November, 2016



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco presidió este domingo la santa misa en la basílica de San Pedro en el día del Jubileo de los reclusos, quienes estaban acompañados por sus familias, capellanes, voluntarios y funcionarios. El Santo Padre señaló que el mensaje de este jubileo es de esperanza y que la historia que inicia hoy mira al futuro y está todavía sin escribir, porque con la gracia de Dios y aprendiendo de los errores del pasado, se puede abrir un nuevo capítulo de la vida.
Texto completo de las palabras del Papa:
El mensaje que la Palabra de Dios quiere comunicarnos hoy es ciertamente de esperanza.
Uno de los siete hermanos condenados a muerte por el rey Antíoco Epífanes dice: «Dios mismo nos resucitará» (2M 7,14). Estas palabras manifiestan la fe de aquellos mártires que, no obstante los sufrimientos y las torturas, tienen la fuerza para mirar más allá. Una fe que, mientras reconoce en Dios la fuente de la esperanza, muestra el deseo de alcanzar una vida nueva.
Del mismo modo, en el Evangelio, hemos escuchado cómo Jesús con una respuesta simple pero perfecta elimina toda la casuística banal que los saduceos le habían presentado. Su expresión: «No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos» (Lc 20,38), revela el verdadero rostro del Padre, que desea sólo la vida de todos sus hijos. La esperanza de renacer a una vida nueva, por tanto, es lo que estamos llamados a asumir para ser fieles a la enseñanza de Jesús.
La esperanza es don de Dios. Está ubicada en lo más profundo del corazón de cada persona para que pueda iluminar con su luz el presente, muchas veces turbado y ofuscado por tantas situaciones que conllevan tristeza y dolor. Tenemos necesidad de fortalecer cada vez más las raíces de nuestra esperanza, para que puedan dar fruto. En primer lugar, la certeza de la presencia y de la compasión de Dios, no obstante el mal que hemos cometido. No existe lugar en nuestro corazón que no pueda ser alcanzado por el amor de Dios. Donde hay una persona que se ha equivocado, allí se hace presente con más fuerza la misericordia del Padre, para suscitar arrepentimiento, perdón, reconciliación.
Hoy celebramos el Jubileo de la Misericordia para vosotros y con vosotros, hermanos y hermanas reclusos. Y es con esta expresión de amor de Dios, la misericordia, que sentimos la necesidad de confrontarnos. Ciertamente, la falta de respeto por la ley conlleva la condena, y la privación de libertad es la forma más dura de descontar una pena, porque toca la persona en su núcleo más íntimo. Y todavía así, la esperanza no puede perderse. Una cosa es lo que merecemos por el mal que hicimos, y otra cosa distinta es el «respiro» de la esperanza, que no puede sofocarlo nada ni nadie. Nuestro corazón siempre espera el bien; se lo debemos a la misericordia con la que Dios nos sale al encuentro sin abandonarnos jamás (cf. san Agustín, Sermo 254,1).
En la carta a los Romanos, el apóstol Pablo habla de Dios como del «Dios de la esperanza» (Rm 15,13). Es como si nos quisiera decir que también Dios espera; y por paradójico que pueda parecer, es así: Dios espera. Su misericordia no lo deja tranquilo. Es como el Padre de la parábola, que espera siempre el regreso del hijo que se ha equivocado (cf. Lc 15,11-32). No existe tregua ni reposo para Dios hasta que no ha encontrado la oveja descarriada (cf. Lc 15,5).
Por tanto, si Dios espera, entonces la esperanza no se le puede quitar a nadie, porque es la fuerza para seguir adelante; la tensión hacia el futuro para transformar la vida; el estímulo para el mañana, de modo que el amor con el que, a pesar de todo, nos ama, pueda ser un nuevo camino… En definitiva, la esperanza es la prueba interior de la fuerza de la misericordia de Dios, que nos pide mirar hacia adelante y vencer la atracción hacia el mal y el pecado con la fe y la confianza en él.
Queridos reclusos, es el día de vuestro Jubileo. Que hoy, ante el Señor, vuestra esperanza se encienda. El Jubileo, por su misma naturaleza, lleva consigo el anuncio de la liberación (cf. Lv 25,39-46). No depende de mí poderla conceder, pero suscitar el deseo de la verdadera libertad en cada uno de vosotros es una tarea a la que la Iglesia no puede renunciar.
A veces, una cierta hipocresía lleva a ver sólo en vosotros personas que se han equivocado, para las que el único camino es la cárcel. Cada vez que entro una cárcel me pregunto ‘por que ellos y no yo’, todos tenemos al posibilidad de equivocarnos, todos de una u otra manera nos hemos equivocados.
Y esa hipocresía hace que no se piense piense en la posibilidad de cambiar de vida, hay poca confianza en la rehabilitación. Pero de este modo se olvida que todos somos pecadores y, muchas veces, somos prisioneros sin darnos cuenta.
Cuando se permanece encerrados en los propios prejuicios, o se es esclavo de los ídolos de un falso bienestar, cuando uno se mueve dentro de esquemas ideológicos o absolutiza leyes de mercado que aplastan a las personas, en realidad no se hace otra cosa que estar entre las estrechas paredes de la celda del individualismo y de la autosuficiencia, privados de la verdad que genera la libertad. Y señalar con el dedo a quien se ha equivocado no puede ser una excusa para esconder las propias contradicciones.
Sabemos que ante Dios nadie puede considerarse justo (cf. Rm 2,1-11). Pero nadie puede vivir sin la certeza de encontrar el perdón. El ladrón arrepentido, crucificado junto a Jesús, lo ha acompañado en el paraíso (cf. Lc 23,43). Ninguno de vosotros, por tanto, se encierre en el pasado. La historia pasada, aunque lo quisiéramos, no puede ser escrita de nuevo.
Pero la historia que inicia hoy, y que mira al futuro, está todavía sin escribir, con la gracia de Dios y con vuestra responsabilidad personal. Aprendiendo de los errores del pasado, se puede abrir un nuevo capítulo de la vida. No caigamos en la tentación de pensar que no podemos ser perdonados. Ante cualquier cosa, pequeña o grande, que nos reproche el corazón, sólo debemos poner nuestra confianza en su misericordia, pues «Dios es mayor que nuestro corazón» (1Jn 3,20).
La fe, incluso si es pequeña como un grano de mostaza, es capaz de mover montañas (cf. Mt 17,20). Cuantas veces la fuerza de la fe ha permitido pronunciar la palabra perdón en condiciones humanamente imposibles. Personas que han padecido violencias y abusos en sí mismas o en sus seres queridos o en sus bienes. Sólo la fuerza de Dios, la misericordia, puede curar ciertas heridas. Y donde se responde a la violencia con el perdón, allí también el amor que derrota toda forma de mal puede conquistar el corazón de quien se ha equivocado. Y así, entre las víctimas y entre los culpables, Dios suscita auténticos testimonios y obreros de la misericordia.
Hoy veneramos a la Virgen María en esta imagen que la representa como una Madre que tiene en sus brazos a Jesús con una cadena rota, las cadenas de la esclavitud y de la prisión. Que ella dirija a cada uno de vosotros su mirada materna, haga surgir de vuestro corazón la fuerza de la esperanza para vivir una vida nueva y digna en plena libertad y en el servicio del prójimo.


San Vicente Grossi – 7 de noviembre
Posted by Isabel Orellana Vilches on 6 November, 2016



(ZENIT – Madrid).- El Martirologio cuenta con excelsos modelos de santidad encarnados en modestos y humildes sacerdotes rurales que han alumbrado la fe de incontables personas con una vida sencilla, silenciosa y entregada que a veces ha velado a los ojos ajenos el martirio cotidiano en el que transcurría, como le sucedió al santo Cura de Ars y tantos otros que ya hemos visto desfilar por este santoral de ZENIT.
Vicente Grossi es uno de esos presbíteros que han dado gloria a Dios y a la Iglesia con un ejemplar celo apostólico y encomiable creatividad. Nació el 9 de marzo de 1845 en la localidad italiana de Pizzighettone, perteneciente a Cremona, región de Lombardía. Fue uno de los siete hijos, el penúltimo, del humilde hogar formado por Baldassarre Grossi y Maddalena Cappellini. Nuevamente fue una figura femenina, la de su madre, como le ha sucedido a otros santos y beatos, quien tuvo un peso capital en su vida. Ella se ocupó de inculcarle el amor a la oración educándole en la fe cristiana, aunque su padre, trabajador y honesto, también fue para él modelo de integridad en la vida. Supo aprovechar el tiempo del que disponía para entregarlo a los demás. El ambiente en el que creció le serviría después en su misión.
Era muy joven cuando se sintió llamado al sacerdocio, pero su progenitor juzgó oportuno que difiriese su ingreso en el seminario. En cierto modo, y aunque también pesaban necesidades familiares que requerían su presencia, aquél quiso constatar que no se trataba de una simple idea que bullía en la mente de su hijo, sino que estaba anclada en lo más íntimo de su ser. Así era. El 4 de noviembre de 1864, a sus 19 años, Vicente se convirtió en seminarista en Cremona, y fue ordenado sacerdote en la catedral de la ciudad el 22 de mayo de 1869. Inicialmente fue vicario en distintas parroquias hasta que en 1873 se le encomendó la de Regona. Diez años más tarde el prelado Bonomelli puso bajo su responsabilidad la de Vicobellignano; llegó a ella culminando 1882, y allí permaneció treinta y cuatro años hasta apurar su vida, vida que había sido en realidad de Cristo.
Era una parroquia complicada, bastión del protestantismo; el obispo se lo advirtió y la puso bajo su amparo con la certeza de que haría de ella una fuente de bendiciones. Sabía que si en todas era precisa la presencia de sacerdotes generosos y prudentes, pastores llenos de celo apostólico y de caridad, tenía en el beato una imagen certera de una persona que encarnaba estas virtudes. Por eso le distinguió con su confianza diciéndole que en un margen de diez años esperaba que hubiese dado un vuelco a la parroquia, contribuyendo a la desaparición del error. Monseñor Bonomelli no se equivocó. Él padre Grossi se ocupaba de los feligreses que amaba entrañablemente. Y ellos también le hacían objeto de su atención; veían en su párroco a un hombre bueno, fiel al Santo Padre, abnegado, austero, obediente a su obispo, con la sabiduría de Dios en sus labios forjada en su oración, y un sentido del humor que ponía de manifiesto su gozo espiritual, con una entrega hacia cada uno de los fieles ciertamente ejemplar. El eje que vertebraba su vida era la santa misa; de ella extraía la fortaleza y nutría su celo apostólico. A sus parroquianos le alentó un día, diciéndoles: «cuando nuestro corazón está lleno de amor por Dios, no persigue otros amores, ¿entendido? Por tanto, ¡a trabajar!».
Era sencillo en su forma de vida. Baste decir que su equipaje, sumamente ligero, podía componerse de un modesto bolso de viaje que contenía su breviario, y un reloj. Tanto los sermones como la propia misa eran fruto de su oración y de una intensa preparación, y eso los fieles lo percibían. Hizo todo lo que estuvo en sus manos para llevarlos al regazo del Padre; los soñó y los oró en Él y desde Él. Por eso, y porque sabía por propia experiencia lo que significaba la pobreza y la carencia, no solo de los bienes materiales sino también de los espirituales, se dejó guiar por la inspiración, y tomó como punto de despegue para su misión la atención a los jóvenes. Eran el futuro; siempre lo son, y el padre Grossi lo tenía presente.
En su corazón apostólico también los niños, junto a los jóvenes, ocupaban un lugar preponderante. Vio con claridad evangélica la importancia de contar con un núcleo de formadores en cada parroquia. Fue el germen de su fundación: el Instituto de las Hijas del Oratorio, que inició en 1885 con la ayuda de Ledovina María Scaglioni y el objetivo de proporcionar orientación moral y religiosa a las niñas que frecuentaban el templo. Las religiosas se dedicaron a colaborar en la pastoral de otras parroquias impartiendo catequesis, apoyadas por una red de jardines de infancia, centros asistenciales y escuelas primarias que poco a poco fueron surgiendo. Las reglas que el fundador escribió de rodillas ante el sagrario estaban inspiradas en la espiritualidad de san Felipe Neri, el santo de la alegría espiritual. Y ese espíritu dotó a la fundación, que tenía cincelado en su ideario: la humildad, la caridad y el gozo en el servicio, así como el sacrificio, a imitación de Cristo.
Este gran sacerdote que tan delicadamente tuteló la vida espiritual, consolando y asistiendo material y humanamente a sus feligreses, poco antes de morir indicó a la maestra de novicias: «Procuren no quejarse nunca; buscando, por el contrario, alegrarse cuando las cosas vayan en contra de sus deseos». El 7 de noviembre de 1917 entregó su alma a Dios a causa de una peritonitis fulminante, diciendo: «El camino está abierto; hay que recorrerlo». Fue beatificado por Pablo VI el 1 de noviembre de 1975. El pontífice destacó en ese acto «la solidez de sus generosas virtudes, ocultas en el silencio, purificadas por el sacrificio y la mortificación, refinadas por la obediencia» afirmando que había dejado «un profundo surco en la Iglesia». El 18 de octubre de 2015 el papa Francisco lo canonizó.