Servicio diario - 12 de noviembre de 2016


 

El Papa: “Dios no excluye a nadie de su designio amoroso de salvación”
Posted by Rocío Lancho García on 12 November, 2016



(ZENIT- Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco ha celebrado este sábado la última audiencia jubilar del Año de la Misericordia. Miles de personas procedentes de todo el mundo le han recibido en la plaza de san Pedro, para escucharle y pedirle su bendición. Mientras que banderas de todo el mundo ondeaban, el Santo Padre saludaba a los fieles desde el papamóvil.
En la catequesis de hoy, el Pontífice ha meditado sobre la “misericordia y la inclusión”. Así, en el resumen de la catequesis que el Papa hace en español, ha indicado que en esta última audiencia jubilar consideramos un aspecto importante de la misericordia: “la inclusión, que refleja el actuar de Dios, que no excluye a nadie de su designio amoroso de salvación, sino llama a todos”. Esta es la invitación que hace Jesús en el Evangelio de Mateo que se ha escuchado al inicio de la audiencia, ha recordado el Papa, “vengan a mí todos los que están cansados y agobiados”.
De este modo, el Santo Padre ha asegurado que “nadie está excluido de esta llamada, porque la misión de Jesús es revelar a cada persona el amor del Padre”.
Por otro lado, el Pontífice ha precisado que por el sacramento del bautismo, “nos convertimos en hijos de Dios y en miembros del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia”. Por eso, como cristianos, ha asegurado, “estamos invitados a hacer nuestro este criterio de la misericordia, con el que tratamos de incluir en nuestra vida a todos, acogiéndolos y amándolos como los ama Dios”. Así –ha subrayado el Papa– evitamos encerrarnos en nosotros mismos y en nuestras propias seguridades.
Finalmente, el Santo Padre ha recordado que en Evangelio nos impulsa a reconocer en la historia de la humanidad “el designio de una gran obra de inclusión” que, respetando la libertad de cada uno, “llama a todos a formar una única familia de hermanos y hermanas, y a ser miembros de la Iglesia, cuerpo de Cristo”.
A continuación, el Papa ha saludado cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los provenientes de España y Latinoamérica. Así, ha pedido que el Señor Jesús, que a todos acoge con sus brazos abiertos en la cruz, “nos ayude a crecer como hermanos en su amor y a ser instrumentos de la misericordia y ternura del Padre”.
Para concluir, el Papa ha saludado a los voluntarios del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, procedentes de distintos países. Les ha dado las gracias “por el precioso servicio prestado para que los peregrinos pudieran vivir bien esta experiencia de fe”. Asimismo, les ha asegurado que a lo largo de estos meses, ha notado su “discreta presencia en la plaza con el logo del Jubileo”. El Papa ha reconocido sentirse “admirado por la dedicación, la paciencia y el entusiasmo” con el que han realizado este trabajo.
Finalmente ha dedicado, como siempre, una saludo particular a los jóvenes, los enfermos y los recién casados. De este modo, ha señalado que ayer se recordó la memoria de san Martín de Tours, patrón de los mendicantes, de quien este año se celebra el XVII centenario de su nacimiento. Por eso, ha pedido a los jóvenes, especialmente a los estudiantes Erasmus de Europa, que el ejemplo del santo les suscite “el deseo de cumplir los gestos de concreta solidaridad”. Mientras que ha deseado para los enfermos que la confianza en Cristo de san Martín les “apoye en las pruebas de la enfermedad”. Para los recién casados ha pedido que “la rectitud moral” les recuerde “la importancia de los valores en la educación de los hijos”.


Francisco asegura que cada persona merece todo esfuerzo para ser acogida, cuidada y curada
Posted by Redaccion on 12 November, 2016



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- Los cálculos más recientes de la Organización Mundial de la Salud indican que 400 millones de personas en todo el mundo sufren de las enfermedades definidas como “raras”. Más dramático aún es el escenario de las enfermedades “descuidadas”, porque afectan a más de mil millones de personas: en su mayoría son de naturaleza infecciosa y están difundidas en las poblaciones más pobres del mundo, con frecuencia en países en los que el acceso a los servicios sanitarios es insuficiente para cubrir las necesidades esenciales, sobre todo en África y en América Latina; en áreas de clima tropical, con una potabilidad insegura del agua y desprovistas de buenas condiciones higiénico-alimentarias, de vivienda y sociales.
El desafío, desde el punto de vista epidemiológico, científico, clínico-asistencial, higiénico-sanitario y económico es, pues, desmesurado, porque implica responsabilidades y compromisos a escala global: autoridades políticas y sanitarias internacionales y nacionales, agentes sanitarios, industria biomédica, asociaciones de ciudadanos/pacientes, voluntariado laico y religioso.
Así lo explica el papa Francisco, en su mensaje a los participantes de la XXXI Conferencia Internacional sobre el tema ”Por una cultura de la salud acogedora y solidaria al servicio de las personas afectadas por patologías raras y descuidadas”, promovida por el Pontificio Consejo para los Agentes Sanitarios, al finalizar su encuentro celebrado del 10 al 12 de noviembre en el Vaticano.
En el mensaje, enviado al secretario del dicasterio, monseñor Jean-Marie Mupendawatu, el Pontífice subraya que esta Conferencia se propone realizar un “examen sobre el estado de las cosas”, así como de la “identificación y relance de líneas” para intervenir en este particular escenario médico-sanitario, teniendo como valores esenciales el “respeto de la vida”, de la “dignidad” y de los “derechos de los enfermos”, junto con el compromiso acogedor y solidario, y realizando estrategias curativas llevadas adelante con un sincero amor hacia la persona concreta que sufre, también de una enfermedad “rara” o “descuidada”.
Además, el Papa habla de un “desafío desmesurado, pero no imposible”. Y señala que dada la complejidad de la materia resulta necesario “un acercamiento multidisciplinario y conjunto”. Un esfuerzo –indica– que involucra a todas las realidades humanas interesadas, institucionales y no, y entre ellas también a la Iglesia católica.
A este punto, el Santo Padre propone algunas consideraciones para contribuir a la reflexión. La primera es que, si la persona humana es el valor eminente, se deduce que cada persona, sobre todo aquella que sufre, merece sin indecisión todo “esfuerzo para ser acogida, cuidada y, en lo posible, curada”. Se requiere un “acercamiento integrado” y “atentas valoraciones del contexto” que tienen como finalidad “la planificación y la realización de las estrategias operativas”, así como “encontrar y administrar los ingentes recursos necesarios”.
Junto con el estudio científico y técnico, –asegura Francisco– resultan cruciales la determinación y el testimonio de quien se pone en juego en las periferias no sólo existenciales sino también asistenciales del mundo, como con frecuencia es el caso de las enfermedades “raras” y “descuidadas”.
Asimismo, el Pontífice recuerda que la Iglesia está desde siempre presente en este campo y “continuará en este comprometedor y exigente camino de cercanía y de acompañamiento” al hombre que sufre.
Por otro lado, recuerda que la relación entre estas enfermedades y el ambiente es determinante. Tal y como explica, muchas enfermedades raras tienen causas genéticas, para otras los factores ambientales tienen una fuerte importancia; pero también cuando las causas son genéticas, el ambiente contaminado actúa como multiplicador del daño. Y la carga mayor –advierte Francisco– pesa en las poblaciones más pobres.
La segunda consideración sobre la que llama la atención es que para la Iglesia sigue siendo prioritario mantenerse dinámicamente en un estado de “salida”, a fin de dar testimonio en lo concreto de la misericordia divina, haciéndose “hospital de campo” para las personas marginadas, que viven en cada periferia existencial, socio-económica, sanitaria, ambiental y geográfica del mundo.
Y la tercera y última consideración tiene que ver con el tema de la justicia. La consideración a escala social de este fenómeno sanitario — observa el Papa– reclama una clara instancia de justicia, en el sentido de “dar a cada uno lo suyo”. Es decir, “el mismo acceso a los cuidados eficaces para las mismas necesidades de salud”, independientemente de los factores referentes a los “contextos socio-económicos, geográficos y culturales”.
La razón de esto, aclara el Santo Padre, descansa sobre tres principios fundamentales de la doctrina social de la Iglesia. La sociabilidad, según el cual el bien de la persona se refleja en toda la comunidad. La subsidiaridad que, por un lado, sostiene, promueve y desarrolla socialmente la capacidad de cada persona de dar cumplimiento para sí y para las propias aspiraciones legítimas y buenas; por el otro, ayudará a la persona allí donde ella no logre por sí misma superar posibles obstáculos como es el caso, por ejemplo, de una enfermedad. Y el tercer principio es la solidaridad.
Sobre estas tres bases “se pueden identificar soluciones realistas, valientes, generosas y solidarias” para afrontar, aún más eficazmente, y resolver la emergencia sanitaria de las enfermedades “raras” y de aquellas “descuidadas”.


Texto del papa Francisco en la catequesis de la audiencia jubilar del sábado 12 de noviembre de 2016
Posted by Redaccion on 12 November, 2016



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco, en la audiencia jubilar de este sábado, ha recordado que la misión de Jesús es la de revelar a todas las personas el amor del Padre. Asimismo, ha explicado que hay un aspecto de la misericordia, la inclusión, que se manifiesta en el abrir los brazos para acoger sin excluir. Además, ha precisado que todos necesitamos ser perdonados por Dios. Y todos necesitamos encontrar hermanos y hermanas que nos ayuden a ir a Jesús, a abrirnos al don que nos ha hecho en la cruz.

Publicamos a continuación el texto completo de la catequesis
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En esta última audiencia jubilar del sábado, quisiera presentar un aspecto importante de la misericordia: la inclusión. Dios, de hecho, en su diseño de amor, no quiere excluir a nadie, sino que quiere incluir a todos. Por ejemplo, mediante el bautismo, nos hace sus hijos en Cristo, miembros de su cuerpo que es la Iglesia. Y nosotros, cristianos, estamos invitados a usar el mismo criterio: la misericordia es ese modo de actuar, ese estilo, con el que buscamos incluir en nuestra vida a los otros, evitando cerrarnos en nosotros mismos y en nuestras seguridades egoístas.
En el pasaje del Evangelio de Mateo que acabamos de escuchar, Jesús dirige una invitación realmente universal: “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, que yo les aliviaré” (11,28). Nadie está excluido a este llamamiento, porque la misión de Jesús es la de revelar a todas las personas el amor del Padre. A nosotros nos corresponde abrir el corazón, fiarnos de Jesús y acoger este mensaje de amor, que nos hace entrar en el misterio de la salvación.
Este aspecto de la misericordia, la inclusión, se manifiesta en el abrir los brazos para acoger sin excluir; sin clasificar a los otros en base a la condición social, a la lengua, a la raza, a la cultura, a la religión: delante de nosotros hay solamente una persona a la que amar como la ama a Dios.
El que encuentro en mi trabajo, en mi barrio, es una persona a la que amar como lo hace Dios. ‘Pero este es de ese país, de ese otro país, de esta religión, de esta otra…’ Es una persona que Dios ama y yo debo amarla. Esto es incluir, esto es la inclusión.
¡Cuántas personas cansadas y oprimidas encontramos también hoy! Por el camino, en las oficinas públicas, en los ambulatorio médicos… La mirada de Jesús se apoya en cada uno de esos rostros, también a través de nuestros ojos. ¿Y nuestro corazón cómo es? ¿Es misericordioso? ¿Y nuestro modo de pensar y de actuar, es inclusivo? El Evangelio nos llama a reconocer en la historia de la humanidad el diseño de una gran obra de inclusión, que, respetando plenamente la libertad de cada persona, de cada comunidad, de cada pueblo, llama a todos a formar una familia de hermanos y hermanas, en la justicia, en la solidaridad y en la paz, y a formar parte de la Iglesia, que es el cuerpo de Cristo.
¡Cómo son verdaderas las palabras de Jesús que invita a los que están cansados y agobiados a ir a Él para encontrar descanso! Sus brazos abiertos en la Cruz demuestran que nadie está excluido de su amor y de su misericordia. Nadie está excluido de su amor y de su misericordia. Ni siquiera el pecador más grande. Nadie. Todos somos incluidos en su amor y en su misericordia. La expresión más inmediata con la que nos sentimos acogidos e incluidos en Él es la del perdón. Todos necesitamos ser perdonados por Dios. Y todos necesitamos encontrar hermanos y hermanas que nos ayuden a ir a Jesús, a abrirnos al don que nos ha hecho en la Cruz. ¡No nos obstaculicemos! ¡Nadie excluido! Es más, con humildad y sencillez hagámonos instrumentos de la misericordia inclusiva del Padre. La santa madre Iglesia extiende en el mundo el gran abrazo del Cristo muerto y resucitado. También esta plaza, con su columnata, expresa este abrazo. Dejémonos implicar en este movimiento de inclusión de los otros, para ser testigos de la misericordia con la que Dios ha acogido y acoge a cada uno de nosotros.


Beata María Teresa de Jesús (María Scrilli) – 13 de noviembre
Posted by Isabel Orellana Vilches on 12 November, 2016



(ZENIT – Madrid).- En esta beata se cumple maravillosamente el dicho de san Juan de la Cruz: «Donde no hay amor, pon amor, y recibirás amor». Vino al mundo el 15 de mayo de 1825 en Montevarchi, Toscana, Italia, siendo objeto de decepción para sus padres desde el mismo instante en el que vio la luz. Las consecuencias de su desencanto al ver que en lugar de un varón tenían otra hija podían haber sido devastadoras para María, que creció desnuda de caricias y sin hallar eco maternal para su desdicha. Esa «espina que atravesaba su corazón», como ella misma relató en su Autobiografía, fue un compendio de dislates que estuvieron presentes ya en su bautismo y se mantuvieron vivos el resto de sus días. Aprendió a huir para no afrentar a su madre con su presencia, pero el perdón corría ya por sus venas y las delicadas atenciones que recibía su hermana no envenenaron su espíritu con sentimientos de animadversión, rivalidad, celos y envidia hacia ella. Sufría por la ausencia de amor, y éste lo halló en la Virgen María, a la que tomó como auténtica Madre.
Casi dos años tuvo que permanecer postrada por una extraña enfermedad, de la que sanó súbitamente en 1841 gracias a la intercesión de san Fiorenzo. Fue en esa época cuando se perfiló en el horizonte de su vida la consagración religiosa. Vivía sumida en profundas reflexiones: «Me comparaba a mí misma, entregada a Dios, con el oro en manos de un orfebre y con la cera en manos de quien la modela, dispuesta a tomar cualquier forma que le agradara a él». Movida por estos sentimientos, en 1846 ingresó en el monasterio de Santa María Magdalena de Pazzi, en Florencia, pero sólo permaneció en él dos meses convencida de que Dios le pedía atender al prójimo. Como siempre, todo lo que acontecía estaba en manos de Él. Y salió pertrechada con hondas determinaciones que habría de cumplir hasta el fin de sus días: «Pureza, pureza de intención. Buscar en todo complacer a Dios, hacer bien a los demás (esto también en Dios), y la abnegación de uno mismo. Todo basta para hacer un santo».
La sociedad en la que se movía daba la espalda a la religión, y estaba anegada de miserias y carencias que, como siempre sucede, son particularmente dolorosas e intensas para los menos pudientes. Ver a su alrededor tanta incultura y pobreza le movió a actuar. Y en 1849, después de convertirse en terciaria carmelita, en su propio domicilio creó un ambiente propicio para formar a las niñas que no tenían más morada que la calle. Las primeras privilegiadas fueron una docena de ascuas encendidas que alumbraban la esperanza de la futura fundadora, y tres idealistas y generosas profesoras que se unieron a su encomiable labor: Edvige Sacconi, Ersilia Betti y Teresa del Bigio. Las normas que estableció al principio eran comunicaciones verbales. Y así, en 1854, con toda sencillez nació integrado por ellas el Pío Instituto de Pobres Hermanitas del Corazón de María, que fue aprobado por el prelado de Fiesole. Entonces María llevaba ya dos años dirigiendo la Escuela Normal de Montevarchi. Las reglas que escribió para la Orden estaban impregnadas del carisma carmelita. Luego la obra cambiaría de nombre.
La devoción por la Eucaristía y por la Virgen caracterizaron a esta gran mujer, que sentía profundo anhelo de purificarse. Iba acompañado de un sentimiento purgante colmado de aflicción por los pecados del mundo y los alejados de la fe. Por ello no dudó en ofrecer sus sacrificios, reclamando la cruz inducida por ferviente oración. De hecho se la ha considerado una «mística de la Pasión».
La fundadora tuvo un encuentro tangencial con el papa Pío IX. Era el mes de agosto de 1857 cuando, en una visita a Florencia, el pontífice puso su mano sobre la cabeza de la beata, mientras ella permanecía arrodillada a sus pies. En su corazón tomó ese instante como signo de su aprobación. Poco antes había escrito en las reglas: «No estamos en esta tierra más que para cumplir la voluntad de Dios y llevar almas a él». Su lema fue un admirable «fiat» que cumplió en todo momento. En junio de 1859 las tropas del Piamonte arrasaron el convento y en noviembre fue suprimida la fundación. Las religiosas se dispersaron al ser secularizadas.
María no de desmoronó. Sabía que era obra de Dios y en 1878 nuevamente la puso en pie con el amparo del arzobispo de Florencia, monseñor Cecconi. Pero el futuro era oscuro como la noche. Se produjeron fallecimientos, abandonos y no florecía ni una sola vocación. Por si fuera poco, su brazo derecho, Clementina Mosca, se fue a un convento de dominicas. Pero el amor que profesaba la beata a Dios y a María no tenía medida, y abrazada a la cruz se ofreció como víctima propiciatoria por la fundación. Dios le tomó la palabra: enfermó de gravedad y voló al cielo el 14 de noviembre de 1889.
El Instituto quedó en manos de tres religiosas en condiciones hartamente difíciles: una anciana, otra casi paralítica y una novicia. Parecía el fin. Y entonces regresó Clementina, que tomó el nombre de María de Jesús, y fue considerada cofundadora de la Orden; con ella renació la obra como el ave Fénix, alumbrada desde el cielo por su mártir fundadora. En 1929 el Instituto fue reconocido de derecho diocesano por el cardenal Mastrangelo, y acogido en la Orden carmelita por el prior general, Elías Magennis, denominándose la obra Instituto de Nuestra Señora del Monte Carmelo. María fue beatificada el 8 de octubre de 2006 por el cardenal Saraiva, como Delegado de Benedicto XVI.