Servicio diario - 20 de noviembre de 2016


 

El Papa cierra la Puerta santa e invita a continuar el camino juntos
Posted by Sergio Mora on 20 November, 2016



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- La última jornada del Jubileo de la Misericordia inició hoy con un ‘tweet’ del papa Francisco: “Cerramos hoy la Puerta santa dando gracias a Dios por habernos concedido este tiempo extraordinario de gracia”.
Poco después y antes de la misa conclusiva del Año jubilar, en el hall de la basílica de San Pedro mientras se entonaba el himno del Jubileo ‘Misericordia sicut Pater‘, el Santo Padre visiblemente emocionado cerró la Puerta santa.
El Pontífice allí rezó: “Agradecidos por los dones de gracia recibidos y animados a dar testimonio en las palabras y con las obras, la ternura de tu amor misericordioso, cerramos la Puerta santa”.
A continuación el Santo Padre junto a los cardenales y obispos que le acompañaban, entre los cuales los 17 nuevos purpurados, presidió la santa misa en la plaza de San Pedro, en una solemne eucaristía que inició con el Gloria de Angelis, cantado por el coro de la Capilla Sixtina.
Las lecturas fueron en inglés y francés y el evangelio proclamado de san Lucas en italiano, idioma en el que el Pontífice celebró la misa en esta festividad de Cristo Rey. El Papa vestía paramentos color crema con algunos detalles en verde y dorado y llevaba el Palio.
En su homilía el Francisco recordó que “muchos peregrinos han cruzado la Puerta santa y lejos del ruido de las noticias han gustado la gran bondad del Señor” e invitó: “Continuemos nuestro camino juntos” sabiendo que “nos acompaña la Virgen María, también ella junto a la cruz”, que “desea acogernos bajo su manto”, conociendo que “ todas nuestras súplicas, dirigidas a sus ojos misericordiosos, que no quedarán sin respuesta”.
El Santo Padre señaló la paradoja de que en este día de la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, “Él se presenta sin poder y sin gloria: está en la cruz, donde parece más un vencido que un vencedor”.
“Porque la grandeza de su reino –subrayó– no es el poder según el mundo, sino el amor de Dios, un amor capaz de alcanzar y restaurar todas las cosas”. Por ello “vivió nuestra miseria humana, probó nuestra condición más ínfima: la injusticia, la traición, el abandono; experimentó la muerte, el sepulcro, los infiernos”.
“Pero sería poco creer –asevera el Pontífice– que Jesús es Rey del universo y centro de la historia, sin que se convierta en el Señor de nuestra vida”.
“Porque, aunque se cierra la Puerta santa, permanece siempre abierta de par en par para nosotros la verdadera puerta de la misericordia, que es el Corazón de Cristo. Del costado traspasado del Resucitado brota hasta el fin de los tiempos la misericordia, la consolación y la esperanza”.
(Leer el texto completo de la homilía)


El Santo Padre firma la carta apostólica ‘Misericordia e Misera’
Posted by Redaccion on 20 November, 2016



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- La carta apostólica Misericordia et Misera ha sido firmada por el papa Francisco con motivo del cierre de Año Jubilar.
Es un documento con el cual el Santo Padre indica a la Iglesia católica los frutos del Año Santo extraordinario de la Misericordia y el camino de la evangelización que es necesario recorrer en los próximos años.
El Papa firmó el documento delante del altar donde presidió la misa con motivo del cierre del Jubileo de la Misericordia, en la explanada de la basílica de San Pedro y a continuación entregó las primeras copias del documento cuyo contenido mañana lunes a medio día será dado a conocer.
El documento ha sido entregado al cardenal Luis Antonio Tagle, arzobispo de Manila; a Mons. Leo William Cushley, arzobispo de Saint Andrews y Edimburgo; a dos sacerdotes Misioneros de la Misericordia, provenientes de la República Democrática del Congo y de Brasil; a un diácono permanente de la diócesis de Roma junto a su familia; a dos monjas que vinieron desde México y Corea del Sur; a una familia compuesta por papás, hijos y abuelos originarios de Estados Unidos de Norte América; a una pareja de jóvenes novios; a dos mamás catequistas de una parroquia de Roma; a una persona con discapacidad y a una persona enferma.


Francisco en el ángelus agradece a quienes hicieron posible el Jubileo de la Misericordia
Posted by Redaccion on 20 November, 2016



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El santo padre Francisco rezó la oración del ángelus al concluir la misa de este domingo en la explanada de la basílica de San Pedro, con motivo del cierre del Año santo de la misericordia, ante los miles de fieles allí reunidos.
A continuación las palabras del Papa:
“Queridos hermanos y hermanas. Al concluir esta celebración elevamos a Dios alabanza y agradecimiento por el don que el Año santo de la misericordia significó para la Iglesia y para tantas personas de buena voluntad.
Saludo con deferencia al presidente de la República Italiana y a las delegaciones oficiales presentes. Expreso vivo reconocimiento a los responsables del gobierno italiano y a las instituciones por la colaboración y el empeño que han puesto.
Un gracias caluroso va a las fuerzas del orden, a los operadores de los servicios de recibimiento, de información, de sanidad y a los voluntarios de diversas edades y proveniencias.
Agradezco de manera particular al Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización y a quienes han cooperado en sus diversas articulaciones.
Dirijo un grato recuerdo a quienes han contribuido espiritualmente a que el Jubileo haya salido bien: pienso a tantas personas ancianas y enfermas que han rezado incesantemente, ofreciendo también sus sufrimientos por el Jubileo. De manera especial quiero agradecer a las monjas de clausura, en la vigilia de la Jornada Pro Orantibus que se celebra mañana. Invito a todos a recordarse de manera particular a estas nuestras hermanas que se dedican totalmente a la oración y tienen necesidad de solidaridad espiritual y material.
Ayer en Avignon, Francia, ha sido proclamado beato el padre Maria-Eugene de l’Enfant Jésus, de la orden de los carmelitas descalzos, fundador del instituto secular “Nuestra Señora de la Vida”, hombre de Dios atento a las necesidades espirituales y materiales del prójimo. Su ejemplo y su intercesión nos apoye en nuestro camino de fe.
Deseo saludar cordialmente a todos los presentes, que han venido desde varios países para la clausura de la Puerta santa de la basílica de San Pedro. La Virgen María nos ayude a conservar en el corazón y a hacer fructificar los dones espirituales del Jubileo de la Misericordia.


Texto completo de la homilía del papa Francisco en la misa de clausura del Jubileo de la Misericordia
Posted by Redaccion on 20 November, 2016



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco cerró este domingo 20 de noviembre la Puerta santa del Año jubilar de la Misericordia. A continuación celebró la santa misa y pronunció la homilía que reproducimos a continuación, en la cual señala la paradoja de que en este día de la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, “Él se presenta sin poder y sin gloria: está en la cruz, donde parece más un vencido que un vencedor” sufriendo nuestra condición más ínfima. Y asegura que no es posible creer que Jesús es Rey del universo y centro de la historia, sin que se convierta en el Señor de nuestra vida. Recordó también que “muchos peregrinos han cruzado la Puerta santa y lejos del ruido de las noticias han gustado la gran bondad del Señor” e invitó: “Continuemos nuestro camino juntos” sabiendo que “nos acompaña la Virgen María, también ella junto a la cruz”, que “desea acogernos bajo su manto”, conociendo que “ todas nuestras súplicas, dirigidas a sus ojos misericordiosos, que no quedarán sin respuesta”.
Texto completo
La solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo corona el año litúrgico y este Año santo de la misericordia. El Evangelio presenta la realeza de Jesús al culmen de su obra de salvación, y lo hace de una manera sorprendente. «El Mesías de Dios, el Elegido, el Rey» (Lc 23,35.37) se presenta sin poder y sin gloria: está en la cruz, donde parece más un vencido que un vencedor. Su realeza es paradójica: su trono es la cruz; su corona es de espinas; no tiene cetro, pero le ponen una caña en la mano; no viste suntuosamente, pero es privado de la túnica; no tiene anillos deslumbrantes en los dedos, sino sus manos están traspasadas por los clavos; no posee un tesoro, pero es vendido por treinta monedas.
Verdaderamente el reino de Jesús no es de este mundo (cf. Jn 18,36); pero justamente es aquí —nos dice el Apóstol Pablo en la segunda lectura—, donde encontramos la redención y el perdón (cf. Col 1,13-14). Porque la grandeza de su reino no es el poder según el mundo, sino el amor de Dios, un amor capaz de alcanzar y restaurar todas las cosas. Por este amor, Cristo se abajó hasta nosotros, vivió nuestra miseria humana, probó nuestra condición más ínfima: la injusticia, la traición, el abandono; experimentó la muerte, el sepulcro, los infiernos. De esta forma nuestro Rey fue incluso hasta los confines del Universo para abrazar y salvar a todo viviente. No nos ha condenado, ni siquiera conquistado, nunca ha violado nuestra libertad, sino que se ha abierto paso por medio del amor humilde que todo excusa, todo espera, todo soporta (cf. 1 Co 13,7). Sólo este amor ha vencido y sigue venciendo a nuestros grandes adversarios: el pecado, la muerte y el miedo.
Hoy queridos hermanos y hermanas, proclamamos está singular victoria, con la que Jesús se ha hecho el Rey de los siglos, el Señor de la historia: con la sola omnipotencia del amor, que es la naturaleza de Dios, su misma vida, y que no pasará nunca (cf. 1 Co 13,8). Compartimos con alegría la belleza de tener a Jesús como nuestro rey; su señorío de amor transforma el pecado en gracia, la muerte en resurrección, el miedo en confianza.
Pero sería poco creer que Jesús es Rey del universo y centro de la historia, sin que se convierta en el Señor de nuestra vida: todo es vano si no lo acogemos personalmente y si no lo acogemos incluso en su modo de reinar. En esto nos ayudan los personajes que el Evangelio de hoy presenta. Además de Jesús, aparecen tres figuras: el pueblo que mira, el grupo que se encuentra cerca de la cruz y un malhechor crucificado junto a Jesús.
En primer lugar, el pueblo: el Evangelio dice que «estaba mirando» (Lc 23,35): ninguno dice una palabra, ninguno se acerca. El pueblo esta lejos, observando qué sucede. Es el mismo pueblo que por sus propias necesidades se agolpaba entorno a Jesús, y ahora mantiene su distancia. Frente a las circunstancias de la vida o ante nuestras expectativas no cumplidas, también podemos tener la tentación de tomar distancia de la realeza de Jesús, de no aceptar totalmente el escándalo de su amor humilde, que inquieta nuestro «yo», que incomoda. Se prefiere permanecer en la ventana, estar a distancia, más bien que acercarse y hacerse próximo. Pero el pueblo santo, que tiene a Jesús como Rey, está llamado a seguir su camino de amor concreto; a preguntarse cada uno todos los días: «¿Qué me pide el amor? ¿A dónde me conduce? ¿Qué respuesta doy a Jesús con mi vida?».
Hay un segundo grupo, que incluye diversos personajes: los jefes del pueblo, los soldados y un malhechor. Todos ellos se burlaban de Jesús. Le dirigen la misma provocación: «Sálvate a ti mismo» (cf. Lc 23,35.37.39). Es una tentación peor que la del pueblo. Aquí tientan a Jesús, como lo hizo el diablo al comienzo del Evangelio (cf. Lc 4,1-13), para que renuncie a reinar a la manera de Dios, pero que lo haga según la lógica del mundo: baje de la cruz y derrote a los enemigos. Si es Dios, que demuestre poder y superioridad. Esta tentación es un ataque directo al amor: «Sálvate a ti mismo» (vv. 37. 39); no a los otros, sino a ti mismo. Prevalga el yo con su fuerza, con su gloria, con su éxito. Es la tentación más terrible, la primera y la última del Evangelio. Pero ante este ataque al propio modo de ser, Jesús no habla, no reacciona. No se defiende, no trata de convencer, no hace una apología de su realeza. Más bien sigue amando, perdona, vive el momento de la prueba según la voluntad del Padre, consciente de que el amor dará su fruto.
Para acoger la realeza de Jesús, estamos llamados a luchar contra esta tentación, a fijar la mirada en el Crucificado, para ser cada vez más fieles. Cuántas veces en cambio, incluso entre nosotros, se buscan las seguridades gratificantes que ofrece el mundo. Cuántas veces hemos sido tentados a bajar de la cruz. La fuerza de atracción del poder y del éxito se presenta como un camino fácil y rápido para difundir el Evangelio, olvidando rápidamente el reino de Dios como obra. Este Año de la misericordia nos ha invitado a redescubrir el centro, a volver a lo esencial. Este tiempo de misericordia nos llama a mirar al verdadero rostro de nuestro Rey, el que resplandece en la Pascua, y a redescubrir el rostro joven y hermoso de la Iglesia, que resplandece cuando es acogedora, libre, fiel, pobre en los medios y rica en el amor, misionera. La misericordia, al llevarnos al corazón del Evangelio, nos exhorta también a que renunciemos a los hábitos y costumbres que pueden obstaculizar el servicio al reino de Dios; a que nos dirijamos sólo a la perenne y humilde realeza de Jesús, no adecuándonos a las realezas precarias y poderes cambiantes de cada época.
En el Evangelio aparece otro personaje, más cercano a Jesús, el malhechor que le ruega diciendo: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino» (v. 42). Esta persona, mirando simplemente a Jesús, creyó en su reino. Y no se encerró en sí mismo, sino que con sus errores, sus pecados y sus dificultades se dirigió a Jesús. Pidió ser recordado y experimentó la misericordia de Dios: «hoy estarás conmigo en el paraíso» (v. 43). Dios, a penas le damos la oportunidad, se acuerda de nosotros. Él está dispuesto a borrar por completo y para siempre el pecado, porque su memoria, no como la nuestra, olvida el mal realizado y no lleva cuenta de las ofensas sufridas. Dios no tiene memoria del pecado, sino de nosotros, de cada uno de nosotros, sus hijos amados. Y cree que es siempre posible volver a comenzar, levantarse de nuevo.
Pidamos también nosotros el don de esta memoria abierta y viva. Pidamos la gracia de no cerrar nunca la puerta de la reconciliación y del perdón, sino de saber ir más allá del mal y de las divergencias, abriendo cualquier posible vía de esperanza. Como Dios cree en nosotros, infinitamente más allá de nuestros méritos, también nosotros estamos llamados a infundir esperanza y a dar oportunidad a los demás. Porque, aunque se cierra la Puerta santa, permanece siempre abierta de par en par para nosotros la verdadera puerta de la misericordia, que es el Corazón de Cristo. Del costado traspasado del Resucitado brota hasta el fin de los tiempos la misericordia, la consolación y la esperanza.
Muchos peregrinos han cruzado la Puerta santa y lejos del ruido de las noticias has gustado la gran bondad del Señor. Damos gracias por esto y recordamos que hemos sido investidos de misericordia para revestirnos de sentimientos de misericordia, para ser también instrumentos de misericordia. Continuemos nuestro camino juntos. Nos acompaña la Virgen María, también ella estaba junto a la cruz, allí ella nos ha dado a luz como tierna Madre de la Iglesia que desea acoger a todos bajo su manto. Ella, junto a la cruz, vio al buen ladrón recibir el perdón y acogió al discípulo de Jesús como hijo suyo. Es la Madre de misericordia, a la que encomendamos: todas nuestras situaciones, todas nuestras súplicas, dirigidas a sus ojos misericordiosos, que no quedarán sin respuesta.


Los inmigrantes ecuatorianos en España festejan en Torreciudad a la Virgen del Quinche
Posted by Redaccion on 20 November, 2016




(ZENIT – Roma).- Unos tres mil peregrinos procedentes de Cataluña, Aragón, Madrid, Navarra, La Rioja y Valencia han celebrado este sábado en Torreciudad la 12ª edición de la Fiesta de la Virgen del Quinche, Patrona de Quito.
Lo informó la oficina de prensa delSantuario, precisando que el evento se ha realizado en el sábado más cercano a su festividad que es el 21 de noviembre. Familias de inmigrantes ecuatorianos acuden cada año desde el 2004 a participar en esta fiesta popular que acoge el santuario.
Tradiciones religiosas y culturales muy arraigadas en torno a esta advocación mariana se reviven con gran devoción, como la conocida “caminata” que en la capital ecuatoriana lleva durante toda la noche a los peregrinos a pie hasta el santuario del Quinche.
El encuentro ha dado comienzo por la mañana con una particular “caminata” realizada por los participantes desde el Crucero, un kilómetro antes de llegar a Torreciudad. La procesión acompañaba a la imagen de la Virgen que ha sido llevada en andas con pétalos de flores arrojados a su paso y diversos cantos marianos entonados por los fieles.
Al entrar a la explanada un bandeo de campanas ha anunciado la llegada de la procesión, que entre vítores y alabanzas a Nuestra Señora se ha dirigido hasta la iglesia. Allí la talla de la Virgen se ha colocado en el centro del templo mientras el órgano tocaba su himno.
El rector de Torreciudad, Pedro Díez-Antoñanzas, les ha dado la bienvenida con estas palabras: “Habéis venido a ver a vuestra Madre para pedirle tantas cosas, y Ella espera que se las pidamos. Especialmente aquellas que nos resultan muy difíciles y que nos damos cuenta que deben cambiar en nuestro corazón: el no perdonar, el mal genio, el egoísmo, la pereza…”.
Varios sacerdotes han recorrido después los aparcamientos para seguir una costumbre muy querida por el pueblo ecuatoriano: la bendición individual de vehículos y diversas imágenes mediante una oración y el uso de agua bendita. Un grupo de voluntarios ha atendido las visitas guiadas al retablo, la capilla del Santísimo, la galería mariana y el servicio de guardería, mientras que otros fieles han aprovechado para confesarse.
A las doce se ha celebrado la Eucaristía oficiada por el rector, con el acompañamiento musical litúrgico a cargo de la organista titular del santuario, Maite Aranzabal. Al terminar, la imagen se ha trasladado al exterior del templo y se ha cantado el himno nacional de Ecuador. La jornada ha terminado con una selección de danzas tradicionales ecuatorianas, interpretadas por los grupos “Nuevo Amanecer”, “Euroamérica” y “Sumac Sisana”, de Lleida, y los “Negritos Sabrosos” e “Ilusión ecuatoriana” de Zaragoza.


Los nuevos cardenales reciben el cariño de los fieles
Posted by Rocío Lancho García on 20 November, 2016



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- La Iglesia católica cuenta desde esta mañana con 17 nuevos cardenales, procedentes de distintos rincones del mundo. De esta forma, se han unido hoy colegio cardenalicio cardenales de México, Venezuela, España, Italia, República Centroafricana, Brasil, Estados Unidos, Bélgica, Islas Mauricio, Papúa Nueva Guinea, Malasia, Lesotho y Albania. Y todos, menos el procedente de Lesotho que no ha acudido a Roma por razones de edad, han recibido el abrazo y calor de sus fieles en la tradicional visita de cortesía que ha tenido lugar por la tarde en el Aula Pablo VI.
La emoción se sentía en la gran multitud de personas, muchos residentes en Roma y muchos otros que han viajado hasta la ciudad eterna acompañando a sus cardenales. No importaba esperar largas filas, ya que “el rebaño” quería abrazar a su “pastor”.
El arzobispo de Madrid, el cardenal Carlos Osoro, ha contado a los medios que el Papa le ha alentado a “seguir adelante” y “que dé mi vida para la Iglesia”. Mientras que del encuentro con Benedicto XVI lo ha definido como “entrañable” y de él dice que es “un hombre de Dios”. Del mismo modo reconoce que ha sido “entrañable” ver a los dos Papas juntos.
También el cardenal Baltazar Enrique Porras Cardozo, arzobispo de Mérida, Venezuela, ha comentado con la prensa sus impresiones sobre lo vivido en la jornada. “Desde que llegué tuve oportunidad de conversar con el Santo Padre sobre todo su interés por la Iglesia universal, por la paz en el mundo y también sobre la situación de Venezuela”, ha explicado. Asimismo, recuerda cómo el Papa les habló de la misericordia, y “en la clausura del Año Jubilar seguro insiste nuevamente” en “la necesidad de perdón, de darlo y recibirlo, para que podamos tener un mundo más fraterno, un mundo en paz y un mundo en el que solo hablando, solo dialogando, solo entendiéndose la gente entre sí, pensando en las necesidades de las personas y no otro tipo de intereses, es cómo podemos ofrecer también desde la Iglesia y la fe esa esperanza que se difumina tanto en medio de los problemas que existen en el mundo”. Respecto al encuentro con el papa emérito, ha asegurado que fue “muy cordial y sincero”. Además reconoce que fue un “gesto muy bello” por parte de Benedicto XVI. Todos pudieron saludarlo, cuenta, a la vez que explica que aunque tiene ciertas dificultades de tipo motrices, la cabeza la tiene “muy buena”. El ejemplo del papa Benedicto XVI y los gestos de cercanía y amistad de Francisco hacia él –ha subrayado– son un ejemplo para todos. Finalmente, el nuevo cardenal cuenta que Benedicto XVI le dijo que “está rezando mucho por Venezuela”.
Y para acompañar a los nuevos purpurados, también han acudido muchos cardenales que llevan ya tiempo cumpliendo esta misión. Así, el cardenal O’Malley, arzobispo de Boston, ha recordado que el Papa “siempre nos habla de ir a las periferias” y eso es lo que ha hecho, por ejemplo, haciendo cardenal a un obispo de Papúa Nueva Guinea, un sitio del que “mucha gente no sabe de su existencia”. Por eso, precisa, “tener un cardenal allí es un indicio de la visión del Santo Padre sobre la universalidad y la catolicidad por la Iglesia”.
Respecto al Año Jubilar que concluye este domingo, el arzobispo de Boston también asegura que “es el Año Santo más exitoso que he experimentado”. Ha tocado las vidas de todo el mundo –ha asegurado–, miles de personas han vuelto a los sacramentos y han aprendido a practicar la misericordia, perdonarse mutuamente”. Realmente, ha afirmado, ha sido un exitazo espiritual.
Otro cardenal que se ha acercado hasta el Aula Pablo VI es el cardenal Juan Luis Cipriani, arzobispo de Lima. “Es una gran alegría siempre encontrarnos tan unidos nosotros con la cabeza, con el Papa”, ha señalado conversando con la prensa. Respecto al Año Jubilar insiste en que ha sido una “decisión profética” del Papa y así es que “Dios se lo ha inspirado”. Es “el comienzo más que el final”, porque ahora “dará muchos frutos”. Caminaremos –ha concluido– en ese ámbito de la misericordia en un mundo que está frío y enfrentado.


Beata María de Jesús, el Buen Pastor (Franciszka Siedliska) – 21 de noviembre
Posted by Isabel Orellana Vilches on 20 November, 2016



(ZENIT – Madrid).- Hoy, festividad de la Presentación de la Virgen María, la Iglesia también celebra la vida de Franciszka Anna Józef. Nació el 12 de noviembre de 1842 en el castillo polaco de Roszkowa Wola, lugar cercano a Varsovia. Era la primogénita del matrimonio de terratenientes compuesto por Adolf Siedliska y Cecilia Mariana Morawska. Los Siedliska tenían lazos de parentesco con aristócratas polacos que se hallaban en la zona rusa. El abuelo materno de la beata era ministro de finanzas.
El ambiente que rodeó su infancia, tal como le ocurrió a la mayoría de sus contemporáneos, cedía al influjo de las ideologías políticas del momento. El aire que se respiraba en su hogar estaba teñido por un cierto liberalismo en el que la fe ocupaba un papel muy secundario. Ella y su hermano Adam simplemente recibieron la educación que correspondía a su alcurnia. Sin embargo, Franciszka no era ajena al hecho religioso. Su institutriz le había familiarizado con la oración, y de alguna forma fue su guía hasta que se produjo su muerte. Con esta sensibilidad espiritual en carne viva, cuando tenía 9 años al ver a su madre gravemente enferma no dudó en solicitar insistentemente la gracia de su curación a la Virgen de Czestochowa. Y poco tiempo después, en 1854, tuvo la fortuna de tomar contacto con el padre Leander Lendzian, un capuchino lituano que residía en Varsovia, ciudad en la que Cecilia se encontraba en periodo de restablecimiento, residiendo en casa de sus padres.
Este religioso, que tuvo gran influencia en la vida de Franciszka (fue su director espiritual hasta 1879), la preparó para recibir los sacramentos de la comunión y la confirmación, momento en que decidió consagrarse. La noticia cayó como un jarro de agua fría en el hogar de los Siedliska; sus padres tenían planes diametralmente opuestos a los suyos. En particular, su progenitor no le daba otra alternativa que la de contraer matrimonio con una persona de similar posición. Aparentemente la joven se plegaba a su voluntad; les acompañó en un largo viaje por Europa en el transcurso del cual se perfilaron claramente los puntos de vista de uno y de otra. Adolf, su padre, insistió hasta la saciedad en la tesis del ventajoso matrimonio, y ella, que había heredado su fuerte carácter, replicó mostrando su férrea decisión de seguir a Cristo.
Tanta carga de tensión emocional terminó por afectarle a su madre y a ella. En su caso se temió que hubiera podido contraer la tuberculosis. Mientras visitaban médicos afamados y recibía tratamientos en balnearios de Alemania, Austria, Francia y Suiza, hubo una insurrección que obligó a su padre a dejar Polonia. Fue el momento de la conversión de la beata. Su hermano Adam falleció en 1860, parece que a consecuencia de un accidente. Cuatro años más tarde, hallándose en Cannes a la espera de que su padre la autorizara a ingresar en la vida religiosa, Franciszka privadamente consagró a Cristo su castidad. Cuando pudieron regresar a su domicilio se comprometió como terciaria franciscana. Adolf murió en 1870 y ella tenía vía libre para materializar su consagración, alentada por Lendzian. Nuevo veto, en este caso debido a su precaria salud, le impidió dar el paso que anhelaba. En abril de 1873 por sugerencia de este capuchino, que veía clara la voluntad de Dios sobre ella, inició la fundación de la Congregación de las Hermanas de la Sagrada Familia.
Fue secundada por su madre y dos terciarias franciscanas de avanzada edad. Iniciaron una labor catequética teniendo como centro de su consagración la adoración de Jesús Sacramentado. En otoño, una vez que vio frustrados los intentos de poner en marcha la obra en Polonia y en Lourdes, contando con la ayuda del padre Piotr Semenenko, superior general de los resurreccionistas, viajó a Roma y recibió la bendición de Pío IX, quien les dio vía libre para que pudieran establecerse allí. La fundación vio la luz en 1875. El padre Semenenko contribuyó también con su experiencia a la redacción de los estatutos. Ambos asistían a los emigrantes. El lema de Franciszka fue el fiat: «hágase tu voluntad». La primera comunidad tenía como modelo a la Sagrada Familia, con un claro compromiso eclesial de unión con el Santo Padre y la determinación a vivir la caridad que debía plasmarse en la acción apostólica. El padre Semenenko las asistía espiritualmente.
En 1881 Franciszka fundó en Cracovia, y tres años más tarde profesó tomando el nombre de María de Jesús, el Buen Pastor. Las religiosas se dedicaban a enseñar el catecismo, preparando a los niños para recibir los sacramentos. Progresivamente fueron abriendo otros campos: la dirección de residencias e internados, el trabajo en escuelas, en el ámbito sanitario, ayuda a los emigrantes e incluso la acogida y crianza de niños de diversas nacionalidades, entre otras acciones. En 1885 se fundó Chicago respondiendo a la petición de prelados y sacerdotes para que asistieran a compatriotas polacos. Cuando Franciszka murió el 21 de noviembre de 1902 a causa de una peritonitis, dejaba 28 casas extendidas por distintos países, entre ellos, además de los Estados Unidos, las ciudades de París y Londres. Fue beatificada por Juan Pablo II el 23 de abril de 1989. En 1996 fue proclamada patrona de la misión católica polaca en Inglaterra y Gales.


Beata María Fortunata Viti – 20 de noviembre
Posted by Isabel Orellana Vilches on 19 November, 2016



(ZENIT – Madrid).- Que la santidad no precisa ostentación alguna, ni tiene por qué venir acompañada de gestas relevantes lo prueba la vida de muchos insignes seguidores de Cristo. Para el que aspira a alcanzar la mejor morada en el cielo, pasar por este valle de lágrimas envuelto en el anonimato, oculto en Dios, es contar con uno de los grandes regalos del que ya puede disfrutar en la tierra. A fin de cuentas, vivirá eternamente prendido del amor de Dios con absoluta exclusividad entre la pléyade de bienaventurados que le aguardan. Llegamos al mundo sin atavíos de ningún tipo y esa misma desnudez que nos acompañará en la muerte, solo la habrá podido cubrir, en el máximo sentido de la expresión, la misericordia divina.
El mérito incuestionable de esta beata italiana radica en haber sabido cumplir día a día su misión, con plena fidelidad, en las humildes tareas que le encomendaron, en el silencio del claustro, sin otra aspiración que la de ser santa, único tesoro por el que se entregó en su vida consagrada. Harta proeza, sin duda alguna. Hay un halo de innegable grandeza en haber logrado realizar las dignas labores de hilar, lavar, coser y remendar, que son tan rutinarias, con el gozo y sencillez con que ella lo hizo durante setenta años. Es decir, que sobrenaturalizó lo ordinario, como han hecho otros santos y santas.
Nació en la localidad italiana de Veroli, región del Lazio, el 10 de febrero de 1827. Su hogar estaba regido por un padre que no era precisamente un dechado de virtudes. La ludopatía y el alcohol hundieron el negocio de Luigi Viti, un próspero comerciante, y arruinó la vida de su esposa Anna Bono y de sus nueve hijos. Anna Felicia fue la tercera de los hermanos. A los 14 años perdió a su madre –su corazón no había resistido tanta desdicha y claudicó cuando tenía 36 años de edad– y ella debió sustituirla en el cuidado de la numerosa prole. La situación era de grave carencia en todos los ámbitos, una difícil coyuntura creada por los vicios de su padre. Para contrarrestar tanta miseria y el hambre que padecían, ya que su progenitor continuaba atrapado en sus adicciones, Anna Felicia trabajó como empleada doméstica al servicio de una familia de Monte San Giovanni Campano. En ese momento su trabajo era prácticamente la única vía de ingresos que entraba en el hogar. Y este fue el escenario de su vida hasta los 24 años.
Se le presentó la ocasión de desposarse con un ciudadano de Alatri, que la cortejó y que le ofreció un futuro esperanzador ya que poseía cuantiosos bienes, pero la generosa joven soñaba con la vida religiosa y lo rechazó. Tantos sufrimientos habían acrisolado su amor a Cristo y con Él había sido capaz de rogar diariamente la bendición de su padre, a quien besaba respetuosamente las manos sin censurar en su corazón a ese despojo humano, en el que se había convertido, apresado por las flaquezas, y dominado por su mal carácter.
El 21 de marzo de 1851, a la edad de 24 años, cuando vio que sus hermanos estaban bien encaminados, Anna Felicia ingresó con las benedictinas en el monasterio de Santa María, de Veroli. Al profesar tomó el nombre de María Fortunata. Las penosas circunstancias que marcaron el periodo anterior de su vida le impidieron formarse adecuadamente. De modo que al ingresar en el convento era una completa iletrada. No pudiendo ocuparse de tareas litúrgicas en el coro, fue destinada a realizar labores domésticas que llevaba a cabo con el firme anhelo de conquistar la santidad. Fue la resolución que le condujo al convento y así lo expresó al llegar: «quiero hacerme santa». Era una mujer de palabra, porque es fácil comprometerse verbalmente, pero hay que demostrar la autenticidad de lo expresado cada segundo del día. Lo dice el refrán: «del dicho al hecho hay gran trecho». Ella no olvidó nunca el objetivo que se había trazado.
Viviendo heroicamente el «ora et labora» benedictino, iniciaba la jornada en las primeras horas de la madrugada para realizar cada día y con el mismo marco, sin abandonar jamás la clausura, las rutinarias tareas que tenía encomendadas. En su entorno ignoraban la aridez que padecía esta humilde religiosa, obediente, amable, servicial, sencilla y caritativa. Con una intensa vida de oración y silencio, María Fortunata se postraba ante el Santísimo Sacramento, al que tenía gran devoción, dando ejemplo de fidelidad y entrega. Fue agraciada con los dones de milagros y de profecía. Dejaba traslucir la ternura de Dios que se derrama sobre sus dilectos hijos, alumbrando ese camino que recorren los que han encarnado en su vida las bienaventuranzas: desprendimiento, limpieza de corazón, inocencia, mansedumbre, etc.
Dios no quiso que quien había pasado más de setenta años en el anonimato, yaciera oculta en la sepultura común de la clausura en la que fue enterrada, sin ningún honor y con cierta precipitación, al advertir su muerte acaecida el 20 de noviembre de 1922 cuando contaba con 95 años. Había llegado a tan avanzada edad aquejada por el reumatismo, y apresada en su lecho con ceguera, sordera y parálisis. Como los milagros comenzaron a producirse ante la tumba, trece años más tarde sus restos tuvieron que ser extraídos y enterrados en la iglesia, a demanda del clamor popular. El 8 de octubre de 1967 fue beatificada por Pablo VI quien ensalzó su edificante vida de perfección.