Servicio diario - 27 de noviembre de 2016


 

Francisco en el ángelus: ‘Rezo por Centroamérica azotada por un huracán’ – Texto completo
Posted by Redaccion on 27 November, 2016



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El santo padre Francisco rezó este domingo la oración del ángelus desde su estudio que da a la plaza de San Pedro, donde le aguardaban miles de peregrinos.
Explicó el Tiempo de Adviento que inicia hoy, así como la primera venida de Jesús en Belén, la actual venida en la Iglesia y cuando llegará al final de los tiempos. Señaló que esto nos abre perspectivas superiores incluso en nuestra vida cotidiana, y también una invitación a la sobriedad, a no ser dominados por las cosas de este mundo, de las realidades materiales, sino más bien a gobernarlas.
Después de rezar el ángelus señaló que reza por las poblaciones de Centroamérica golpeadas por un huracán, en particular por Costa Rica y Nicaragua, esta última que además sufrió un sismo. Saludó a los peregrinos allí presentes y entre ellos a los de la comunidad ecuatoriana en Roma y del movimiento Tra Noi.
Texto completo:
“Queridos hermanos y hermanas, buenos días. Hoy en la Iglesia inicia un nuevo año litúrgico, o sea un nuevo camino de fe del pueblo de Dios. Y como siempre iniciamos con el Adviento.
La página del evangelio (cfr Mt 24,37-44) nos introduce a uno de los temas más sugestivos del tiempo de Adviento: la visita del Señor a la humanidad. La primera visita se realizó con la Encarnación, el nacimiento de Jesús en la gruta de Belén; la segunda es en el presente: el Señor nos visita continuamente cada día, camina a nuestro lado y es una presencia de consolación; y para concluir estará la última visita, que profesamos cada vez que recitamos el Credo: “De nuevo vendrá en la gloria para juzgar a los vivos y a los muertos”. El Señor hoy nos habla de esta última visita suya, la que sucederá al final de los tiempos y nos dice dónde llegará nuestro camino.
La palabra de Dios subraya el contraste entre el desarrollarse normal de las cosas y la rutina cotidiana y la venida repentina del Señor. Dice Jesús: “Como en los días que precedieron el diluvio, comían, bebían, tomaban esposa y tomaban marido, hasta el día en el que Noe entró en el arca, y no se dieron cuenta de nada hasta que vino el diluvio y embistió a todos”. (vv. 38-39).
Siempre nos impresiona pensar a las horas que preceden a una gran calamidad: todos están tranquilos, hacen las cosas de siempre sin darse cuenta que su vida está por ser alterada.
El evangelio no quiere inculcarnos miedo, sino abrir nuestro horizonte a la dimensión ulterior, más grande, que de una parte relativiza las cosas de cada día y al mismo tiempo las vuelve preciosas, decisivas. La relación con el Dios que viene a visitarnos da a cada gesto, a cada cosa una luz diversa, un espesor, un valor simbólico.
De esta perspectiva viene también una invitación a la sobriedad, a no ser dominados por las cosas de este mundo, de las realidades materiales, sino más bien a gobernarlas.
Si por el contrario nos dejamos condicionar y dominar por ellas, no podemos percibir que hay algo mucho más importante: nuestro encuentro final con el Señor que viene por nosotros. En aquel momento, como dice el Evangelio, “dos hombres estarán en el campo: uno será llevado y el otro dejado” (v. 40). Es una invitación a la vigilancia, porque no sabiendo cuando Él vendrá, es necesario estar siempre listos para partir.
En este tiempo de Adviento estamos llamados a ensanchar los horizontes de nuestro corazón, a dejarnos sorprender por la vida que se presenta cada día con sus novedades. Para hacer esto es necesario aprender a no depender de nuestras seguridades, de nuestros esquemas consolidados, porque el Señor viene en la hora en la que no nos imaginamos. Viene para introducirnos en una dimensión más hermosa y más grande.
Nuestra Señora, Virgen del Adviento, nos ayude a no considerarnos propietarios de nuestra vida, a no hacer resistencia cuando el Señor viene para cambiarla, pero a estar listos para dejarnos visitar por Él, huésped esperado y grato, aunque desarticule nuestros planes”.
El Papa reza el ángelus y después dice:
“Queridos hermanos y hermanas,
quiero asegurar que rezo por las poblaciones de Centroamérica, especialmente las de Costa Rica y Nicaragua, golpeadas por un huracán y este último país también por un fuerte sismo. Y rezo también por las del norte de Italia, que están sufriendo debido a los aluviones.
Saludo a los peregrinos aquí presentes, que han venido de Italia y de diversos países: a las familias, los grupos parroquiales, las asociaciones. En particular saludo a los fieles que vienen de Egipto, Eslovaquia y al coro de Limburg (Alemania).
Saludo con afecto a la comunidad ecuatoriana de Roma, a las familias del Movimiento “Tra Noi”; a los grupos de Altamura, Rieti, San Casciano en Val di Pesa; a la UNITALSI de Capaccio y a los alumnos de Bagheria.
A todos les deseo un buen domingo y un buen camino de Adviento. ¡Que sea tiempo de esperanza! La esperanza verdadera fundada sobre la fidelidad de Dios y sobre nuestra responsabilidad. Y por favor no se olviden de rezar por mi. ¡Buon pranzo e arrivederci!


Repensar la economía de los institutos religiosos según el carisma al que están llamados
Posted by Redaccion on 27 November, 2016



(ZENIT – Roma).- Unos mil ecónomos y ecónomas generales se han reunido en Roma del 25 al 27 de noviembre, en el segundo Simposio Internacional sobre la economía de los institutos religiosos con el título “Con fidelidad al carisma, repensar la economía”.
El congreso organizado por la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica se realizó en el auditorio de la Universidad Pontificia Antonianum, y concluyó con la idea de que repensar la economía se puede.
Es necesario comprender qué pide el Señor hoy a los Institutos y con determinación, ponerlo en práctica. Lo ha dicho el Papa Francisco, en el mensaje enviado en ocasión de este Simposio. Las obras propias, de las que se ocupa el Simposio, no son sólo un medio para asegurar la sostenibilidad del propio Instituto, pero pertenecen a la fecundidad del carisma.
“Ser fiel nos compromete en una tarea asidua de discernimiento para que las obras, coherentes con el carisma, sigan siendo medios eficaces para que llegue a muchos la ternura de Dios” indicó.
En algunos casos –añadió el Papa– el discernimiento podrá sugerir que conviente mantener en vida una obra viva que produce pérdidas “pero devuelve la dignidad a personas víctimas del descarte, débiles y frágiles; a los recién nacidos, los pobres, los enfermos ancianos, los discapacitados graves”.
“Además, debemos educarnos a una austeridad responsable” aseguró el Pontífice porque “no es suficiente haber hecho la profesión religiosa de ser pobres. No basta atrincherse detrás de la afirmación de que no tengo nada porque soy religioso, si mi instituto me permite gestionar o disfrutar de todos los bienes que quiero, y de controlar las fundaciones civiles erigidos para sostener las propias obras, evitando así los controles de la Iglesia. La hipocresía de las personas consagradas que viven como ricos hiere a la conciencia de los fieles y daña a la Iglesia”.
Al comienzo del Simposio el Cardenal João Braz de Aviz, prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, (CIVCSVA) saludando a los participantes que vienen de todas partes del mundo, expresó la esperanza de que estos días de reflexión puedan conducir a una conversión del corazón que lleve a los consagrados y consagradas a ser profesionales y para poner en práctica los valores del Evangelio también en el campo de la economía. “A nosotros los consagrados y consagradas el Papa Francisco nos pide dos realidades en relación con la economía: la competencia profesional y los valores evangélicos”, dijo.
!El dinero debe servir y no gobernar! reiteró Mons. José Rodríguez Carballo, OFM, arzobispo secretario de la CIVCSVA: Los bienes de la Iglesia debe servir para mejorar y hacer un mejor uso de los recursos que la Providencia ha puesto a disposición, y para desarrollar más eficazmente su misión de servir a Cristo ya los pobres. “En esta coherencia, dijo Mons. Carballo, se juega la credibilidad del Evangelio que hemos prometido”, y reiteró la importancia de no separar la gestión económica de la lógica de la donación. El desarrollo económico debe ser auténticamente humano y darle espacio al principio de gratuidad como expresión de fraternidad.
Leer la carta de Francisco a los participantes del II simposio


Texto completo del mensaje del Papa Francisco al II Simposio internacional sobre la economía de los religiosos
Posted by Redaccion on 27 November, 2016



(ZENIT – Roma).- El Papa Francisco envió un mensaje a los mil ecónomos y ecónomas generales que participan en Roma, del 25 al 27 de noviembre en el segundo Simposio Internacional sobre la economía de los institutos religiosos organizado por la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica. El mismo se ha realizado en el auditorio de la Universidad Pontificia Antonianum y el título es “Con fidelidad al carisma, repensar la economía”.
“Queridos hermanos y hermanas
Les doy las gracias por vuestra disponibilidad para reunirse, reflexionar y rezar juntos sobre un tema tan vital para la vida consagrada como es la gestión económica de vuestra obras. Doy las gracias a la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica por la preparación de este segundo simposio y, dirigiéndome a ustedes, me dejo guiar por las palabras que forman el título de vuestra reunión: carisma, lealtad, repensar la economía.
Carisma
Los carismas en la Iglesia no son algo estático y rígido, no son “piezas de museo”. Son más bien ríos de agua viva (cfr Jn 7, 37-39)que corren por el terreno de la historia para regarla y hacer germinar las semillas del bien. A veces, a causa de una cierta nostalgia estéril, podemos sentir la tentación de la “arqueología carismático.” ¡No suceda que cedamos a esta tentación! El carisma es siempre una realidad viva y como tal está llamada a dar sus frutos, como nos enseña la parábola de las monedas de oro que el rey entrega a sus siervos (cf. Lc 19.11 a 26), para crecer en fidelidad creativa, como nos recuerda constantemente la Iglesia (cfr. Juan Pablo II, Exh. Apost. Vita consecrata, 37)
La vida consagrada, por su naturaleza, es signo y profecía del reino de Dios. Por lo tanto, esta doble característica no puede faltar en cualquiera de sus formas, siempre y cuando nosotros, los consagrados, permanezcamos vigilantes y atentos para escudriñar el horizonte de nuestras vidas y del momento actual. Esta actitud hace que los carismas, dados por el Señor a su Iglesia a través de nuestros fundadores y fundadoras, se mantengan vitales y puedan responder a las situaciones concretas de los lugares y los tiempos en los que estamos llamados a compartir y a dar testimonio de la belleza del seguimiento de Cristo.
Hablar de carisma significa hablar del don, de la gratuidad y de la gracia; significa moverse en un área de significado iluminada de la raíz charis . Sé que a muchos de los que trabajan en el campo económico éstas palabras les parecen irrelevantes, como si hubiera que relegarlas a la esfera privada y religiosa. En cambio, es de conocimiento común a estas alturas, incluso entre los economistas, que una sociedad sin charis no puede funcionar bien y termina deshumanizándose. La economía y su gestión nunca son ética y antropológicamente neutras. O se combinan para construir relaciones de justicia y solidaridad, o generan situaciones de exclusión y rechazo.
Como personas consagradas estamos llamados a convertirnos en profecía a partir de nuestra vida animada por la charis, por la lógica del don, de la gratuidad; estamos llamados a crear fraternidad comunión, solidaridad con los pobres y necesitados. Como recordaba el Papa Benedicto XVI, si queremos ser verdaderamente humanos, debemos “dar espacio al principio de gratuidad como expresión de fraternidad” (Enc. Caritas in veritate, 34)
Pero la lógica evangélica del don pide ser acompañada de una actitud interior de apertura a la realidad y a la escucha de Dios que nos habla en ella. Debemos preguntarnos si estamos dispuestos a “ensuciarnos las manos”, trabajando en la historia de hoy; si nuestros ojos pueden discernir los signos del Reino de Dios en los pliegues de eventos sin duda complejos y contradictorios, pero que Dios quiere bendecir y salvar; si realmente somos compañeros de viaje de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, sobre todo de tantos que yacen heridos a lo largo de nuestros caminos, porque con ellos compartimos expectativas, temores, esperanzas y también lo que hemos recibido, y que es de todos; si nos dejamos vencer por la lógica diabólica de la ganancia (el diablo a menudo entra por la billetera o por la tarjeta de crédito); si nos defendemos de lo que no entendemos huyendo de ello, o si por el contrario sabemos quedarnos allí gracias a la promesa del Señor, con su mirada benévola y sus entrañas de misericordia, convirtiéndonos en buenos samaritanos para los pobres y los excluidos.
Leer las preguntas para responder, escuchar el llanto para consolar , reconocer las injusticias para compartir también nuestra economía, discernir las inseguridades para ofrecer la paz, mirar al miedo para tranquilizar , son diferentes caras del tesoro multifacético que es la vida consagrada. Aceptando que no tenemos todas las respuestas y, a veces, permanecer en silencio, tal vez también nosotros inciertos, pero nunca, nunca sin esperanza.
Fidelidad
Ser fieles significa preguntarse lo que hoy, en esta situación, el Señor nos pide que seamos y hagamos. Ser fiel nos compromete en una tarea asidua de discernimiento para que las obras, coherentes con el carisma, sigan siendo medios eficaces para que llegue a muchos la ternura de Dios.
Las obras propias de las que se ocupa este simposio, no son sólo un medio para asegurar la sostenibilidad del propio instituto, sino que pertenecen a la fecundidad del carisma. Esto implica preguntarse si nuestras obras manifiestan o no el carisma que hemos profesado, si cumplen o no la misión que nos fue confiada por la Iglesia. El criterio principal de valoración de las obras no es su rentabilidad, sino si se corresponden con el carisma y la misión que el Instituto está llamado a realizar.
Ser fieles al carisma a menudo requiere un acto de valor: no se trata de vender todo o de ceder todas las obras, sino de discernir seriamente, manteniendo los ojos bien fijos en Cristo, los oídos atentos a su Palabra y a la voz de los pobres . De esta manera, nuestras obras pueden, al mismo tiempo, ser fructíferas para la trayectoria del instituto y expresar la predilección de Dios por los pobres.
Repensar la economía
Todo esto implica repensar la economía, a través de una lectura atenta de la Palabra de Dios y de la historia. Escuchar el susurro de Dios y el grito de los pobres, los pobres de todos los tiempos y los nuevos pobres; entender lo que el Señor pide hoy y, después de haberlo entendido, actuar, con esa confianza valiente en la providencia del Padre (cf. Mt 6,19ss) que tuvieron nuestros fundadores y fundadoras. En algunos casos, el discernimiento podrá sugerir que conviente mantener en vida una obra viva que produce pérdidas –teniendo cuidado de que no se generan por la incapacidad o la incompetencia– pero devuelve la dignidad a personas víctimas del descarte, débiles y frágiles; a los recién nacidos, los pobres, los enfermos ancianos, los discapacitados graves. Es cierto que hay problemas que se derivan de la avanzada edad de muchas personas consagradas y de la complejidad de la gestión de algunas obras, pero la disponibilidad a Dios nos hará encontrar soluciones.
Puede ser que el discernimiento sugiera que hay que replantearse una obra, que tal vez se ha vuelto demasiado grande y compleja, pero se pueden encontrar entonces formas de colaboración con otras instituciones o tal vez transformar la misma obra de forma que continue, aunque con otras modalidades, como obra de la Iglesia.
También por eso es importante la comunicación y la colaboración dentro de los institutos, con los demás institutos y con la Iglesia local. Dentro de los institutos, las diversas provincias no pueden concebirse de forma auto-referencial, como si cada una viviera para sí misma, ni tampoco los gobiernos generales pueden ignorar las diferentes peculiaridades.
La lógica del individualismo también puede afectar a nuestras comunidades. La tensión entre la realidad local y general que existe a nivel de inculturación del carisma, también existe en el ámbito económico , pero no debe dar miedo, hay que vivirla y enfrentarla. Es necesario aumentar la comunión entre los diferentes institutos ; y también conocer bien los instrumentos legislativos, judiciales y económicos que permiten hoy hacerse red, encontrar nuevas respuestas, aunar los esfuerzos, la profesionalidad y las capacidades de los institutos al servicio del Reino y de la humanidad. También es muy importante hablar con la Iglesia local, de modo que, siempre que sea posible, los bienes eclesiásticos sigan siendo bienes de la Iglesia.
Repensar la economía quiere expresar el discernimiento que, en este contexto, apunta a la dirección, los propósitos, el significado y las implicaciones sociales y eclesiales de las opciones económicas de los institutos de vida consagrada. Discernimiento que comienza a partir de la evaluación de las posibilidades económicas derivadas de los recursos financieros y personales; que hace uso del trabajo de especialistas para el uso de herramientas que permiten una gestión sensata y un control de la gestión sin improvisaciones ; que opera respetando las leyes y está al servicio de la ecología integral.
Un discernimiento que, por encima de todo, se define a contracorriente porque se sirve del dinero y no está al servicio del dinero por ningún motivo, incluso el más justo y santo. En este caso, sería el estiércol del diablo, como decían los Santos Padres.
Repensar la economía requiere de habilidades y capacidades específicas, pero es una dinámica que afecta la vida de todos y cada uno. No es una tarea que se pueda delegar a otro, sino que atañe a la plena responsabilidad de cada persona. También en este caso nos encontramos ante un desafío educativo, que no puede dejar de lado el consagrado.
Un desafío que, efectivamente, toca en primer lugar a los ecónomos y a los que están involucrados personalmente en las decisiones de la institución. A ellos se les pide tener la capacidad de ser prudentes como serpientes y sencillos como palomas (cf. Mt 10:16). Y la astucia cristiana permite distinguir entre un lobo y una oveja, por que hay muchos lobos disfrazados de ovejas, especialmente cuando hay dinero en juego.
No debe ser silenciado que los mismos institutos de vida consagrada no están exentos de algunos riesgos que se indican en la encíclica Laudato si’:” El principio de maximización de la ganancia, que tiende a aislarse de toda otra consideración, es una distorsión conceptual de la economía”.( n. 195).
¿Cuántos consagrados piensan todavía que las leyes de la economía son independientes de cualquier consideración ética? ¿Cuántas veces la evaluación de la transformación de una obra o la venta de un inmueble se ve solamente sobre la base de un análisis de coste-beneficio y valor de mercado? Dios nos libre del espíritu de funcionalismo y de caer en la trampa de la codicia.
Además, debemos educarnos a una austeridad responsable. No es suficiente haber hecho la profesión religiosa de ser pobres. No basta atrincherse detrás de la afirmación de que no tengo nada nada porque soy religioso, si mi instituto me permite gestionar o disfrutar de todos los bienes que quiero, y de controlar las fundaciones civiles erigidos para sostener las propias obras, evitando así los controles de la Iglesia. La hipocresía de las personas consagradas que viven como ricos hiere a la conciencia de los fieles y daña a la Iglesia.
Tenemos que empezar desde las pequeñas decisiones diarias. Todo el mundo está llamado a hacer su parte, a utilizar los bienes para tomar decisiones solidarias, a tener cuidado de la creación, a medirse con la pobreza de las familias que viven al lado. Se trata de adquirir un habitus, un estilo en el signo de la justicia y de la compartición, haciendo el esfuerzo – porque a menudo sería más cómodo lo contrario – de tomar decisiones de honestidad, sabiendo que es sencillamente lo que teníamos que hacer (cf. Lc 17,10).
Hermanos y hermanas, me vienen en mente dos textos bíblicos sobre los que me gustaría que reflexionaseis. Juan escribe en su primera carta: “Si alguno que posee bienes de la tierra ve a su hermano padecer necesidad y le cierra su corazón ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?Hijitos míos, no hablemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad “(3.17- 18). El otro texto es bien conocida. Me refiero a Mateo 25,31-46: “Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos, más pequeños a mí me lo hicistéis. […] Cuanto dejásteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo. ” En la fidelidad al carisma repensad vuestra economía.
Les doy las gracias. No se olviden de rezar por mí. Que el Señor les bendiga y la Virgen Santa les cuide.


Beato Luis Campos Gorriz – 28 de noviembre
Posted by Isabel Orellana Vilches on 27 November, 2016



(ZENIT – Madrid).- Muy arraigada tenía Luís su fe, y, por tanto, claridad en lo que ella conlleva, cuando afirmó: «Mi misión es realizar la unidad de los católicos. Antes de sembrar es necesario arar». Ignoraba que sería su sangre la que esparciría esa semilla que nunca muere porque la memoria de su martirio mantendría viva su voz prolongando sus afanes apostólicos. Si a cualquier persona le preguntaran qué haría si le dijeran que iba a morir en plazo fijo, seguramente le vendrían a la mente unas cuantas cosas, entre otras ponerse a bien con quien no lo estuviera, porque la reconciliación es sentimiento que suele acompañar a los postreros instantes. Los genuinos seguidores de Cristo responderían confirmando la bondad de su acontecer que ya discurría guiado por el afán de dar a Dios lo máximo en el día a día. Porque los santos están espiritualmente preparados de antemano, listos para presentarse ante el Padre cuando así lo dispone.
Ante este dramático trance, en 1936 integrantes de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, como tantos otros católicos de pro, compartían en checas de diversas ciudades españolas sus más altos ideales con el espíritu de las primeras comunidades de cristianos, aguardando juntos la palma del martirio. Mientras en el exterior de la prisión se respiraban aires de revancha, ellos apuraban los últimos días orando y compartiendo la fe, aunque fuera en penosas condiciones. Sabían que las súplicas que se elevan a Dios nunca caen en saco roto, y entre sus peticiones incluían la unidad y reconciliación de todos los católicos.
Uno de los insignes Propagandistas que ni siquiera tuvo tiempo de permanecer en una checa fue Luís, un valenciano nacido el 30 de junio de 1905, que había sido alumno de los jesuitas y cursado estudios de filosofía y derecho, materia en la que se había doctorado en la Universidad Central de Madrid. Una persona valiosa, comprometida, cercana al cardenal Ángel Herrera Oria, que tuvo en él un insigne discípulo. Luís le acompañó en muchos de sus viajes y acciones evangelizadoras. Era un apóstol incansable, ciertamente ejemplar en su vida, que había dejado huella entre los estudiantes católicos de Valencia. En esos precisos momentos era el secretario general de la Asociación Católica de Propagandistas y secretario del CEU (Centro de Estudios Universitarios).
Su esposa, Carmen Arteche Echezuría, con la que se había casado en 1933, apenas había podido compartir los sueños que forjarían en común, porque murió antes de estallar la Guerra Civil en 1936 en el transcurso de una enfermedad imprevista y fulminante; Dios le ahorró el sufrimiento de ver asesinado a su esposo. Hasta Torrente –la localidad valenciana en la que residía el padre de Luís, delicado de salud entonces, y junto al que se encontraba– llegaron los funestos aires de guerra. Él ejercía como abogado desde 1930 y en el primer momento pudo continuar su vida sin excesivos sobresaltos, completamente entregado a consolar y procurar aliento a los componentes de la Asociación, con celo y brío ejemplares, lleno de fe, sin ceder un ápice al desaliento. Buscando para su esposa e hija un remanso de paz en medio de tanta tragedia, en 1936 las había conducido a su tierra, y allí quedó la pequeña huérfana de madre, tutelada por su abuelo, sin saber que su querido padre estaba a punto de dejar este mundo tras haber apurado la palma del martirio.
Luís era un hombre lleno de fortaleza que brillaba con singular fulgor en medio de la adversidad. Es memorable la carta que en abril de 1936 dirigió a su hermano relatando la enfermedad y posterior deceso de su esposa; un testimonio emocionante de amor y ternura, que rezuma esperanza y gozo espiritual. En ella se aprecia su urgencia apostólica y su preocupación por asistir a todos, especialmente a los más frágiles en esa situación de gravísima convulsión política que se vivía. Oraba y sufría viendo el despropósito de tanto odio, como siempre estéril y sinsentido, y lo combatió aferrado a la oración. De tantas súplicas a María, horas santas, Ejercicios, velas nocturnas, generosa acogida en su propio hogar de los perseguidos, etc., brotarían frutos abundantes para la mayor gloria de Cristo y de su Iglesia, a los que tanto amó.
Como ha sucedido siempre en estos casos de martirio, la condena se produjo el 28 de noviembre en un seudo-juicio sumarísimo, a cargo de un grupo de milicianos armados. Una vez confirmaron lo que ya sabían de antemano: que Luís era fidelísimo a Cristo y a la Iglesia, y que no había escatimado esfuerzos en hacer todo el bien posible, una de cuyas acciones había sido la organización del Congreso Católico de Madrid, no precisaban saber más. Sin dilación alguna, ese mismo día le condujeron al Picadero de Paterna. Valiente, heroico en su caridad como todos los mártires, dedicó los últimos instantes a uno de los verdugos que, ante el nuevo gesto de violencia que iba a protagonizar, temblaba de tal forma que era incapaz de liar un cigarrillo. Luís, que era un hombre de una vez, repartió entre el grupo de milicianos los que tenía, rogó que le dejaran abrazarles y pidió expresamente que no le dispararan por la espalda. ¡Qué gestos tan elegantes, tan gallardos y conmovedores! Pero no los supieron ver los que se disponían a segar su vida, cercenándola a sus 31 años.
Lo fusilaron mientras mantenía los brazos en cruz y portaba un rosario entre sus manos, perdonando de corazón a los autores de su muerte, como todos los que sucumbieron de este modo por causa de su fe, signo inequívoco de su autenticidad. Juan Pablo II lo beatificó el 11 de marzo de 2001 junto a 233 mártires de la Guerra Civil española. Un enjambre de virtud atravesando España, sembrada en sus cuatro puntos cardinales con la sangre de numerosos seguidores de Cristo: religiosos, sacerdotes, laicos, y componentes de diversas realidades eclesiales.