Servicio diario - 07 de diciembre de 2016


 

El Papa inicia una serie de catequesis sobre la esperanza
Posted by Rocío Lancho García on 7 December, 2016



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco, en la audiencia general de este miércoles ha iniciado una nueva serie de catequesis sobre la esperanza cristiana. Miles de fieles, venidos de todas las partes del mundo han recibido al Santo Padre en el Aula Pablo VI, con alegría y emoción. Banderas y pancartas ondeaban a la llegada del Papa, y los peregrinos se acercaban a ambos lados del pasillo para poder dar la mano y decirle algunas breves palabras.
En el resumen hecho en español de la catequesis, el Pontífice ha indicado que en esta primera reflexión, “el profeta Isaías nos invita a llevar el consuelo de Dios a nuestros hermanos”. Isaías –ha observado el Papa– habla a un pueblo en el exilio y le presenta la posibilidad de regresar a su hogar, que en definitiva es volver a Dios. Para ello “hay que eliminar los obstáculos que nos detienen, preparar un camino llano y ancho, un camino de liberación y esperanza que se extiende por el desierto”, ha subrayado el Papa.
De este modo, ha añadido que san Juan Bautista, retomando las palabras de Isaías, “nos llama a la conversión”, para que “abramos un camino de esperanza en nuestros corazones”.
En esta misma línea, Francisco ha señalado que el cristiano necesita hacerse pequeño para este mundo, “como lo fueron los personajes del Evangelio de la infancia”: María y José, Zacarías e Isabel o los pastores. Eran insignificantes para los grandes y poderosos de entonces –ha aseverado– pero sus vidas estaban llenas de esperanza, abiertas a la consolación de Dios.
A continuación, el Papa ha dirigido un saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Pidamos al Señor –ha exhortado– la gracia de trasformar el desierto de nuestra vida, de nuestro sufrimiento y de nuestra soledad, en un camino llano que nos lleve al encuentro con el Señor y con los hermanos.
Después de los saludos en las distintas lenguas, el Pontífice ha dedicado unas palabras a los jóvenes, los enfermos y los recién casados. Así, ha señalado que el tiempo litúrgico del adviento es una ocasión de particular gracia para reflexionar sobre nuestro camino al encuentro del Señor. Del mismo modo, ha pedido que la Virgen María, de quien mañana celebramos su Inmaculada Concepción, sea “el modelo para la preparación interior a la Navidad” para que “el corazón de cada uno se convierta en cuna que acoge al Hijo de Dios, rostro de la misericordia del Padre, con la escucha de su palabra, las obras de caridad fraterna y la oración”.
Al concluir la audiencia general, el Santo Padre ha recordado que en los próximos días se celebran dos jornadas importantes de las Naciones Unidas. El día 9 de diciembre es la jornada contra la corrupción y el 10 de diciembre la de los derechos humanos. Son dos realidades –ha explicado el Papa– estrechamente unidas. La corrupción es el “aspecto negativo que debemos combatir”, comenzado por la conciencia personal y vigilando los ámbitos de la vida civil, especialmente sobre los que están más en riesgo. Los derechos humanos, ha precisado el Papa, son el aspecto positivo, para promover siempre con decisión renovada, para que nadie sea excluido del efectivo reconocimiento de los derechos fundamentales de la persona humana. “El Señor nos sostenga en este doble compromiso”, ha concluido.


Francisco asegura que “ninguna religión puede fomentar la guerra”
Posted by Rocío Lancho García on 7 December, 2016



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco ha concedido una entrevista al semanario católico belga “Tertio”, con motivo de la clausura del Jubileo extraordinario de la Misericordia. En esta ocasión, el Santo Padre reflexiona además sobre temas variados como la secularización de la sociedad, el terrorismo, la Iglesia sinodal, los sacerdotes o los medios de comunicación.
En primer lugar, el Santo Padre responde a cómo afrontar la secularización y una sociedad que quiere separar la religión de la vida pública. Una postura “anticuada” dice el Papa. La herencia “que nos dejó la Ilustración” donde todo hecho religioso es una subcultura. Es la diferencia entre laicismo y laicidad. Por eso explica el Papa que “hay una sana laicidad, por ejemplo, la laicidad del estado”. En general, el estado laico es bueno. Es mejor –advierte– que un estado confesional, porque los estados confesionales terminan mal. Pero “una cosa es laicidad y otra cosa es laicismo”. Y el laicismo “cierra las puertas a la trascendencia: a la doble trascendencia, tanto la trascendencia hacia los demás como, sobre todo, la trascendencia hacia Dios”.
Respecto al terrorismo y los que comentan que la raíz de las guerras actuales está en la diferencia entre religiones, el Pontífice asegura que “ninguna religión como tal puede fomentar la guerra” porque está en ese caso proclamando “un dios de destrucción, un dios de odio”. No se puede hacer la guerra en nombre de Dios o en nombre de una postura religiosa, subraya Francisco.
También dedica una parte de la entrevista al Año de la Misericordia, que no fue “una ocurrencia humana” sino que “viene de arriba”, explica. Asimismo recuerda el hecho de que el Jubileo no fuera solo en Roma, sino en todo el mundo, en todas las diócesis, “la gente se movilizó mucho”. Se movilizó mucho “y se sintió llamada a reconciliarse con Dios, a reencontrar al Señor, a sentir la caricia del Padre”.
En otro momento, Francisco habla de la “Iglesia sinodal”. La Iglesia –explica Francisco– nace de las comunidades, nace de la base, de la comunidad, nace del bautismo, y se organiza en torno a un obispo que la convoca, le da fuerza. El obispo que es sucesor de los apóstoles. Esta es la Iglesia. Pero en todo el mundo “hay muchos obispos, muchas Iglesias organizadas, y está Pedro”. Entonces, “o hay una Iglesia piramidal, donde lo que dice Pedro se hace, o hay una Iglesia sinodal, donde Pedro es Pedro, pero acompaña a la Iglesia y la hace crecer, la escucha; más aún, él aprende de eso, y va como armonizando, discerniendo lo que viene de las iglesias, y lo devuelve”. La experiencia más rica de esto, observa el Papa en la entrevista, fueron los dos últimos sínodos. Cada uno, señala Francisco, dijo lo que pensaba sin miedo a sentirse juzgado. “Y todos estaban en actitud de escuchar, sin condenar”, precisa.
En particular, deja un mensaje para los jóvenes de Bélgica: “no tengan miedo”, “no tengan vergüenza de la fe”, “no tengan vergüenza de buscar caminos nuevos”. Y les da dos consejos: “buscar horizontes” y “no te jubiles a los 20 años”.
Finalmente, el Papa responde a una pregunta sobre los medios de comunicación. Hoy en día –señala– en sus manos está la posibilidad y la capacidad de formar opinión. “Pueden formar una buena o mala opinión. Los medios de comunicación son constructores de una sociedad. Por sí mismos, son para construir”, explica el Santo Padre. Aunque, también advierte de las tentaciones que pueden tener los medios de comunicación, “calumnia”, “difamación”, “desinformación”. Además, el Papa pide no caer en la enfermedad de la “coprofilia”: que es buscar siempre comunicar el escándalo, comunicar las cosas feas, aunque sean verdad.
Y para concluir, el Pontífice dedica unas palabras a los sacerdotes. Primero: “acuérdate que tienes madre que te quiere. No dejes de amar a tu madre la Virgen”. Segundo: “déjate mirar por Jesús”. Tercero: “busca la carne sufriente de Jesús en los hermanos”.


Texto completo de la catequesis del papa Francisco en la audiencia del miércoles 7 de diciembre de 2016
Posted by Redaccion on 7 December, 2016



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco, en la catequesis de la audiencia general de este miércoles, ha reflexionado sobre la esperanza cristiana. De este modo, ha indicado que Dios Padre consuela “suscitando consoladores”, a los que pide “animar al pueblo, a sus hijos”, anunciando que ha terminado la tribulación, ha terminado el dolor, y el pecado ha sido perdonado. Es esto lo que sana el corazón afligido y asustado. Por eso el profeta pide “preparar el camino al Señor, abriéndose a sus dones de salvación”.
Publicamos a continuación el texto completo de la catequesis.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Comenzamos hoy una nueva serie de catequesis, sobre el tema de la esperanza cristiana. Es muy importante, porque la esperanza no decepciona. El optimismo decepciona, la esperanza no. ¿Claro? La necesitamos mucho, en estos tiempos que aparecen oscuros, en el que a veces nos sentimos perdidos delante del mal y la violencia que nos rodean, delante del dolor de muchos hermanos nuestros. Es necesaria la esperanza. Nos sentimos perdidos y también un poco desanimados, porque nos sentimos impotentes y nos parece que esta oscuridad no termine nunca.
Pero no hay que dejar que la esperanza nos abandone, porque Dios con su amor camina con nosotros, yo espero porque Dios está junto a mí y esto podemos decirlo todos nosotros, cada uno de nosotros puede decir: yo espero, tengo esperanza, porque Dios camina conmigo. Camina y me lleva de la mano, me lleva de la mano. Dios no nos deja solos, el Señor Jesús ha vencido al mal y nos ha abierto el camino de la vida.
Y entonces, en particular en este tiempo de Adviento, que es el tiempo de la espera, en el que nos preparamos a acoger una vez más el misterio consolador de la Encarnación y la luz de la Navidad, es importante reflexionar sobre la esperanza. Dejémonos enseñar por el Señor qué quiere decir esperar. Escuchemos por tanto las palabras de la Sagrada Escritura, iniciando con el profeta Isaías, el gran profeta del Adviento, el gran mensajero de la esperanza.
En la segunda parte de su libro, Isaías se dirige al pueblo con un anuncio de consolación:
«¡Consuelen, consuelen a mi pueblo,
dice su Dios!
Hablen al corazón de Jerusalén
y anúncienle que su tiempo de servicio se ha cumplido, que su culpa está pagada […]».
Una voz proclama:
¡Preparen en el desierto el camino del Señor,
tracen en la estepa un sendero para nuestro Dios!
¡Que se rellenen todos los valles y se aplanen todas las montañas y colinas;
que las quebradas se conviertan en llanuras
y los terrenos escarpados, en planicies!
Entonces se revelará la gloria del Señor
y todos los hombres la verán juntamente,
porque ha hablado la boca del Señor» (40,1-2.3-5).
Esto es lo que dice el profeta Isaías.
Dios Padre consuela suscitando consoladores, a los que pide animar al pueblo, a sus hijos, anunciando que ha terminado la tribulación, ha terminado el dolor, y el pecado ha sido perdonado. Es esto lo que sana el corazón afligido y asustado. Por eso el profeta pide preparar el camino al Señor, abriéndose a sus dones de salvación.
La consolación, para el pueblo, comienza con la posibilidad de caminar sobre el camino de Dios, un camino nuevo, rectificada y viable, un camino para preparar en el desierto, así para poder atravesarlo y volver a la patria. Porque el pueblo al que el profeta se dirige está viviendo en ese tiempo la tragedia del exilio de Babilonia, y ahora sin embargo se escucha decir que podrá volver a su tierra, a través de un camino hecho cómodo y largo, sin valles ni montañas que hacen cansado el camino, un camino allanado en el desierto. Preparar ese camino quiere decir por tanto preparar un camino de salvación y un camino de liberación de todo obstáculo y tropiezo.
El exilio del Pueblo de Israel fue un momento dramático en la historia, cuando el pueblo había perdido todo, el pueblo había perdido la patria, la libertad, la dignidad, y también la confianza en Dios. Se sentía abandonado y sin esperanza. Sin embargo, este es el llamamiento del profeta que abre de nuevo el corazón a la fe. El desierto es un lugar en el que es difícil vivir, pero precisamente allí ahora se podrá caminar para volver no solo en patria, sino volver a Dios, y volver a esperar y volver a sonreír. Cuando estamos en la oscuridad, en las dificultades, no viene la sonrisa. Es precisamente la esperanza la que nos enseña a sonreír en ese camino para encontrar a Dios. Una de las primeras cosas que suceden a las personas que se separan de Dios, es que son personas sin sonrisas. Quizá son capaces de hacer una gran carcajada, hacen una detrás de otra. Una broma, una carcajada. Pero la sonrisa falta. La sonrisa solo la da la esperanza. ¿Habéis entendido esto? La sonrisa de la esperanza de encontrar a Dios.
La vida a menudo es un desierto, es difícil caminar dentro de la vida, pero si nos encomendamos a Dios se puede convertir en bonita y larga como una autovía. Basta no perder nunca la esperanza, basta continuar a creyendo, siempre, a pesar de todo. Cuando nos encontramos delante de un niño, quizá tendremos muchos problemas, muchas dificultades, pero cuando estamos delante de un niño te viene de dentro la sonrisa. La sencillez, porque nos encontramos delante de la esperanza, un niño es una esperanza. Y así tenemos que ver en la vida, en este camino, la esperanza de encontrar a Dios, Dios que se ha hecho niño por nosotros. Y nos hará sonreír, nos dará todo.
Precisamente estas palabras de Isaías vienen después usadas por Juan Bautista en su predicación que invitaba a la conversión. Decía así: «Voz que clama en el desierto: preparad el camino al Señor» (Mt 3,3). Es una voz que grita donde parece que nadie pueda escuchar. Pero ¿quién puede escuchar en el desierto? Los lobos. Y que grita en su pérdida debido a la crisis de fe. Nosotros no podemos negar que el mundo de hoy está en crisis de fe. Sí, decimos, yo creo que Dios, yo soy cristiano, yo soy de esa religión, pero tu vida está muy lejos de ser cristiano, está bien lejos de Dios. La religión, la fe ha caído en una palabra. Yo creo, sí, pero no. Aquí se trata de volver a Dios, convertir el corazón a Dios e ir por este camino para encontrarlo. Él nos espera. Esta es la predicación de Juan Bautista, preparar, preparar el encuentro con ese Niño que nos dará de nuevo la sonrisa. Los israelitas, cuando el Bautista anuncia la venida de Jesús, es como si estuvieran todavía en el exilio, porque están bajo la dominación romana, que les hace extranjeros en su propia patria, gobernados por ocupantes poderosos que deciden sobre sus vidas. Pero la verdadera historia no es la hecha por los poderosos, sino la hecha por Dios junto con sus pequeños. La verdadera historia, la que permanecerá en la eternidad, es la que escribe Dios con sus pequeños. Dios con María, Dios con Jesús, Dios con José, Dios con los pequeños. Esos pequeños y sencillos que encontramos junto a Jesús que nace: Zacarías e Isabel, ancianos y marcados por la esterilidad; María, joven virgen prometida con José; los pastores, que eran despreciados y no contaban nada. Son los pequeños, hechos grandes por su fe, los pequeños que saben continuar esperando. La esperanza es una virtud de los pequeños. Los grandes, los satisfechos no conocen la esperanza, no saben qué es.
Son ellos, los pequeños con Dios, con Jesús, que transforman el desierto del exilio, de la soledad desesperada, del sufrimiento, en un camino plano sobre el que caminar para ir al encuentro a la gloria del Señor. Y llegamos al por tanto. Dejémonos enseñar la esperanza, dejémonos enseñar la esperanza, esperando con confianza la venida del Señor, y cualquiera que sea el desierto de nuestras vidas, cada uno sabe en qué desierto camino, cualquiera que sea el desierto de nuestras vidas, se convertirá en un jardín florecido. La esperanza no decepciona. Lo decimos otra vez. La esperanza no decepciona. Gracias.


Venezuela: mesa de diálogo en dificultad, se reactivará el 13 de enero
Posted by Sergio Mora on 7 December, 2016



(ZENIT – Roma).- El enviado del Vaticano, monseñor Claudio María Celli, para acompañar el diálogo político en Venezuela entre el gobierno y la oposición, dijo hoy que este proceso retoma el próximo 13 de enero. Añadió que ahora inicia una etapa de revisión, sobre la consolidación y sostenibilidad de las conversaciones.
Por su parte el cardenal arzobispo de Caracas, Jorge Urosa Savino, destacó que el proceso de diálogo no se limita a una tertulia entre las partes, sino que debe conducir a resultados concretos en un determinado plazo.
Mons. Urosa, además reveló conversando con medios de prensa que el cardenal Pietro Parolín en una carta enviada al gobierno del presidente Maduro indica: “Se debe liberar a los presos políticos, que son muchos. Es necesario que el gobierno actúe de esta manera, por qué se trata de personas detenidas injustamente. La Iglesia no renuncia al diálogo y está en su espíritu seguir por este camino, pero se tienen que cumplir los acuerdos firmados en noviembre”.
La respuesta a la carta no se hizo esperar y el líder chavista y diputado de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello en el marco de un acto en conmemoración de la batalla de Urica atacó al representante de la Sana Sede, el cardenal Pietro Parolín. “El Papa no ha mandado ninguna carta. Quien mandó una carta fue el señor Pietro Parolin. Falta de respeto, irresponsable, creer que desde el Vaticano van a tutelar a Venezuela. No señor Parolin, usted está equivocado”. Y dijo que “monseñor Parolin está asumiendo posiciones de la derecha venezolana”. Añadió que “el Vaticano no es ningún intermediario, el Vaticano no es ningún mediador. Está ahí como invitado, un facilitador. No tiene ningún derecho a veto, ni a hacer propuestas ni a tratar de inclinar hacia el sector ‘a’ o ‘b’ su posición”.
La oficialista Agencia Venezolana de Noticias, señala que “el periodista y analista político venezolano José Vicente Rangel lamentó que jerarcas de la iglesia católica alineados con la oposición política en el país contradigan la línea del Papa Francisco”.
En cambio Mons. Urosa en su breve encuentro con la prensa, después del ataque del diputado gubernativo contra la carta del cardenal Parolín, señaló que “la Conferencia Episcopal y los obispos venezolanos están en sintonía con el Papa Francisco, y todos queremos apoyar los esfuerzos para encontrar soluciones constitucionales a la crisis”. Precisó que “el Card. Parolin, respetuosamente, ha indicado las condiciones para que haya un diálogo real: la liberación de los presos políticos, el calendario electoral y el respeto por la Asamblea Nacional, entre otras cosas”.


Chile: encuentro interreligioso junto a madres en riesgo de abortar
Posted by Sergio Mora on 7 December, 2016


(ZENIT – Roma).- La Fundación Chile Unido realizó este martes, una Fiesta de Navidad para celebrar a más de 100 mamás en representación de las casi 600 mujeres embarazadas que acompañaron durante el presente año.
Esto gracias a su programa de Acompañamiento Integral a mujeres con embarazos vulnerables, y que en sus 18 años de historia, ha permitido que más de 4.800 niños hayan nacido.
En la ceremonia interreligiosa participaron los máximos representantes de las Iglesias cristianas: católica, evangélica, ortodoxa, anglicana, luterana, mormona, así como de la religión Judía y musulmana con el Centro Islámico de Chile. Todos estos credos entreganron un mensaje de respeto y cuidado por la vida del que está por nacer de manera transversal, y de apoyo a sus madres en su vulnerabilidad.
Además, fueron invitados representantes del mundo político y social, como Mario Sepúlveda y Daniel Herrera, en representación de los 33 mineros rescatados en Atacama.
Pocos días atrás, el arzobispo de Santiago, cardenal Ricardo Ezzati, presidió en la Catedral Metropolitana, la eucaristía que dio inicio al Adviento, haciendo un llamado a toda la comunidad católica a vivir en forma coherente y a tomar un rol activo en la construcción de una vida con bases sólidas.
La ceremonia estuvo marcada por la bendición que hizo el cardenal Ezzati a las mujeres embarazadas que asistieron a la misa, a quienes llamó a inspirarse en la dulce espera de María. En la oportunidad además agregó “los invito a vivir un tiempo de Adviento con mucha esperanza y gozo, comprometiéndonos a ser cristianos activos en la vida de la fe, de la familia, de la sociedad, en la vida de la Iglesia y la transformación del mundo”.


Señales ciertas – III Domingo de Adviento
Posted by Enrique Díaz Díaz on 7 December, 2016



Isaías 35, 1-6.10: “Dios mismo viene a salvarnos”
Salmo 145: “Ven, Señor, a salvarnos”
Santiago 5, 7-10: “Manténganse firmes, porque el Señor está cerca”
San Mateo 5, 7-10: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”
No pudo dar un paso más y se derrumbó en plena calle. La gente indiferente no se detuvo a ayudarlo, esquivaron el cuerpo y fingieron no mirarlo: era un pobre más tirado en el camino; era un indígena del que nadie hizo caso. Horas después, muchas horas para la necesidad del indigente, alguien se apiadó y llamó a las ambulancias de servicio público. Tardaron eternidades en llegar, revisaron y levantaron el cuerpo. Dijeron que ya nada se podía hacer, que si hubieran hablado antes… Durante días permaneció el cadáver en calidad de desconocido y pasado un tiempo fue colocado en la fosa común: sin familia, sin amigos, sin nadie que se compadeciera de él. Quizás en tierras lejanas una madre tenga la corazonada de la muerte de su hijo, quizás una esposa y unos hijos lloren su ausencia… acá solamente es un personaje anónimo que se perdió en la indiferencia. Mientras nos llegan las palabras del Adviento: “¡Ánimo, no teman. He aquí que llega su Dios, vengador y justiciero, viene a salvarlos!”
“¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?” Es la pregunta que desde la cárcel por medio de sus mensajeros hace Juan y quizás es la pregunta que nosotros hoy haríamos a Jesús. ¿Debemos esperar otro? Es extraño, después de haber preparado el camino a Aquel que ha de venir, el mensajero está ahora encerrado, consumido por las dudas y envía una expedición de sus discípulos para pedirle a Jesús que manifieste su identidad, que presente señales ciertas que permitan reconocerlo, que se explique mejor, pues no parece responder a los esquemas de Mesías que se tenían sobre él. Pero Jesús no responde directamente a la pregunta sino que remite a sus obras y a la Escritura. Ahí está la historia de todos conocida: Él cura al pueblo de sus heridas, enfermedades y carencias, le da vida y anuncia la Buena Noticia a los pobres. La respuesta de Jesús orienta al Bautista y a todos los oyentes. Es respuesta a los oráculos de los profetas y a la vida sencilla del pueblo, pero no todos están de acuerdo con su estilo de vida ni con su forma de mesianismo. De ahí que el mismo Jesús tenga que proclamar: “Dichoso aquel que no se sienta defraudado por mi”. No todos aceptan las señales que Jesús ofrece.
Quizás nosotros nos sintamos defraudados por Él y estemos esperando “otro”. Cada año llega el Adviento y la Navidad, sin embargo dejamos para otra oportunidad, el abrir el corazón y manifestar con señales que el Mesías ha llegado. Para transformar nuestro mundo y nuestro ambiente esperamos otra época, otras situaciones, condiciones más claras y dejamos para otra ocasión nuestro compromiso. Para atender al pobre, lo dejamos para otra ocasión, para otro pobre menos fastidioso, para un después que nunca llega. ¿Creemos realmente que Jesús ha llegado? Las señales que nos proporciona Jesús son muy claras: “los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de la lepra, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio”, pero hoy Él quiere hacerlas a través de nuestras manos, de nuestro anuncio, de nuestra participación. Quiere que nosotros ofrezcamos esas señales.
Cuando nos preguntan si somos cristianos, se esperaría que respondiéramos de la misma forma que Cristo: miren nuestras obras y vayan a anunciar lo que sucede. Pero muchas veces nuestras respuestas son ambiguas y mucho más ambiguas nuestras acciones. No nos presentamos como discípulos comprometidos con la justicia y con la verdad, no abrimos los ojos de los ciegos, no fortalecemos las rodillas vacilantes… nos dejamos arrastrar por la ola de conformismo, miedo e indiferencia que ahoga las buenas intenciones. Quizás la pregunta nos queme en las manos porque cuestiona la esencia de nuestro cristianismo, quizás busquemos responder con fórmulas y rezos, pero la respuesta de Cristo resplandece luminosa en misericordia y compromiso con los más necesitados. Reflexionemos nuestra respuesta y descubramos nuestras señales. No seremos verdaderos discípulos si en lugar de Buena Nueva, estamos recriminando, destruyendo y apagando la mecha que aún humea. Debemos mirar muy dentro de nosotros si somos los cristianos esperados que se comprometen con la causa de los pobres, que luchan a corazón abierto contra la injusticia, que denuncian con valor las hipocresías, que tienen la suficiente humildad para reconocer las propias culpas antes de constituirse en jueces de los otros. ¿Seremos estos cristianos nosotros, o se debe esperar a otros?
Los incontables Juanes que están en la cárcel, que viven en la miseria, que sufren las injusticias, que están aguardando, quizás ya desilusionados y cansados de esperar, necesitan que alguien vaya a contarles no sólo que ha escuchado o leído, sino las señales que ha visto, las señales que hemos hecho con nuestros pobres esfuerzos. Es fácil el discurso, es más difícil el actuar. Pero en este Adviento no necesitamos discursos ni palabras bonitas, necesitamos señales que anuncien la venida inminente del Salvador.
Nuevamente Isaías se nos presenta con su grito de alegría y de esperanza: “Regocíjate yermo sediento. Que se alegre el desierto y se cubra de flores, que florezca como un campo de lirios…” Dios quiere la felicidad de los hombres. Los cristianos deberíamos reconocer que la Buena Nueva es siempre un mensaje de salvación, un mensaje de alegría y de liberación. Hemos construido un mundo cada vez más rico de posibilidades, pero también cada vez más hundido en un torbellino de contradicciones: más riqueza pero más pobres, más medios para la salud pero más muertos por enfermedades; más alimentos pero más hambre. En este mundo absurdo se requieren cristianos que anuncien que es posible construir la nueva humanidad fundada en la victoria de Cristo, que a pesar de todas las contradicciones es posible construir el Reino de Dios, que hay muchos pequeñitos e insignificantes que lo han tomado en serio y están en el camino. Pero eso afirma Isaías que hay que fortalecer las manos cansadas, afianzar las rodillas vacilantes y animar los corazones vacilantes.
Es Adviento, es tiempo de dar señales verdaderas de conversión, de amor y de fraternidad. ¿Cómo estamos construyendo este mundo que gime y grita en busca de salvación? ¿Hemos cerrado nuestros oídos a los dolores, al sufrimiento y a la injusticia? ¿Qué señales estamos dando de una Nueva Noticia?
Padre Bueno, mira al pueblo que en medio del dolor espera la Venida de tu Hijo, concédele celebrar el gran misterio de la Navidad con un corazón nuevo, compasivo y misericordioso. Amén


Santa Narcisa de Jesús Martillo Morán
Posted by Isabel Orellana Vilches on 7 December, 2016



(ZENIT – Madrid).- Hoy, festividad de la Inmaculada Concepción de María, la Iglesia celebra también la vida de esta santa ecuatoriana. Es conocida como la «Violeta de Nobol», porque nació en la hacienda San José perteneciente al cantón de Nobol, cercano a Guayaquil, Ecuador, el 29 de octubre de 1832, festividad de san Narciso. Era la séptima de nueve hermanos y perdió a su madre cuando tenía 6 años, quedando bajo el cuidado de una de sus hermanas; luego ella sería como una madre para los hermanos más pequeños, aunque entre todos sembró paz y alegría. No podía ser menos, ya que sobre los juegos infantiles priorizaba la oración que realizaba bien en su aposento o bajo la sombra de un guayabo de la hacienda. Además, tenía dotes para el canto y gracia para tocar la guitarra.
Aunque sus padres eran campesinos que tuvieron posibilidad de haberle dado estudios porque su economía era buena, simplemente aprendió a leer y a escribir, y es que ellos eran iletrados y seguramente no apreciaban el valor de la formación. Eso sí eran trabajadores ejemplares, y el padre, Pedro Martillo Mosquera, hombre sagaz para los negocios, fue durante un tiempo teniente corregidor de Nobol y teniente de San José. En septiembre de 1839 Narcisa recibió la confirmación y hasta que cumplió 15 años no tuvo otro trabajo que el doméstico. A esa edad aprendió a coser y fue costurera de las gentes del entorno.
Cayó en sus manos la vida de la beata Mariana de Jesús y la tomó como modelo. Para asemejarse a ella en su abrazo a la cruz, inició un itinerario de mortificaciones y renuncias, infligiéndose cilicios y otras severas penitencias corporales que irían minando su salud, a pesar de su fuerte naturaleza. Siempre se destacó en ella su amor a la Eucaristía y su devoción por la Virgen. Fue una de las fundadoras de las Hijas de María y se caracterizó también por dedicar muchas horas diarias a la oración. Destinó al efecto un recinto dentro de su hogar convirtiéndolo en una especie de oratorio. Y ante una imagen de la Divina Infancia se pasaba horas y horas. Cuando le preguntaban con quién conversaba, ella respondía: «con Él, con Él», guardando en su corazón los sobrenaturales coloquios que mantenía. Era devotísima del Santísimo Sacramento, del Corazón de Jesús y de la Virgen, Madre de Misericordia. Sus libros de cabecera fueron las Sagradas Escrituras y «El ejercicio de la perfección y virtudes cristianas» de san Alonso Rodríguez.
Se ve que no tenía más ambición que la de ser santa porque al perder a su padre a la edad de 18 años, no reclamó la parte de su herencia, legado que dejó en manos de sus hermanos. Fue una mujer humilde, sencilla y con un visible espíritu de pobreza. El sustento lo obtenía enseñando religión a los niños de haciendas vecinas. Se estableció en Guayaquil en 1851 y además de ejercer su único oficio, el de costurera, se ocupaba de atender a su sobrina Chepita Hernández. El lugar donde moraban era un modesto y diminuto altillo. Espiritualmente comenzó otra vía que juzgaba esencial para la santificación como es la dirección espiritual. El padre Luís de Tola y Avilés, que sería designado más tarde obispo de Portoviejo, fue su primer director.
En la estancia que ocupaban Chepita y ella comenzó a experimentar éxtasis y otros favores místicos, que se producían en presencia de su sobrina; también fueron testigos otras personas cuando estos arrobamientos le sobrevenían en misa, tras haber recibido la Sagrada Comunión. Por ese motivo su vida y conducta comenzó a estar en boca de la gente. En 1858 dejó el altillo para ocupar nueva minúscula habitación que había debajo de la escalera de la vivienda de otra conocida, situada frente a la iglesia de San Francisco; allí permaneció hasta 1860. Entre tanto, ejercía el apostolado con niños a los que impartía catequesis, visitas a enfermos y moribundos, y se ocupó de atender a jóvenes sin hogar que moraban en la «Casa de las Recogidas», vistiendo un hábito negro. Después del padre Tola tuvo varios confesores. Para asistir a uno de ellos, monseñor Amadeo Millán, aquejado de tuberculosis, se trasladó a Cuenca, y cuando falleció regresó a Guayaquil.
La que sería beata Mercedes de Jesús Molina y Ayala era también hija espiritual del presbítero. Ambas, Narcisa y ella sintonizaron tanto espiritualmente que siguieron caminos muy parejos en sus penitencias. Las compartieron mientras convivían en una casa que fue denominada «Casa de las beatas». En esa época Narcisa siguió enseñando a coser a niñas huérfanas. En 1868 se estableció en Lima para ser dirigida por el franciscano, padre Pedro Gual. Se alojó en el beaterío de Nuestra Señora del Patrocinio, de las dominicanas, sito en la Alameda de los Descalzos, costeándose sus necesidades con su propio trabajo y la ayuda económica que el padre Gual obtuvo de una persona pudiente. La dirigió hasta que abandonó Lima. Entonces la dejó en manos de otro confesor. Narcisa intensificó sus penitencias. Eran de tal calibre que los cercanos vivían con zozobra las consecuencias que podían tener para su salud. Con tan crudas mortificaciones daba lance al demonio que andaba tras ella. No tenía más objetivo que conquistar la santidad, y si alguien le exponía sus temores respecto a los estragos que su conducta podía reportarle, respondía: «para sufrir he venido al mundo».
Y así vivió, consumida en el amor divino, y abrazada a la cruz para obtener la misericordia divina por los pecadores hasta que murió en Lima el 8 de diciembre de 1869 a los 37 años, aunque con la apariencia de una anciana. Dios quiso que falleciese en esa festividad de la Inmaculada Concepción, tan amada por ella. A Él le había hecho ofrenda de sus sufrimientos por los frutos del Concilio Vaticano I que justamente inauguraba en la misma fecha el papa Pío IX. Fue beatificada por Juan Pablo II el 25 de octubre de 1992. Y canonizada por Benedicto XVI el 12 de octubre de 2008.