Tribunas

“A la Luz de la Estrella”

Ernesto Juliá

 

La Estrella es Cristo, el Niño Jesús, y su Luz es la que ha visto, la que ve, “el pueblo que habita en la tiniebla”.

Se acerca la Navidad y, como de costumbre, se engalanan las ciudades; se llenan de luces los árboles, las calles, los comercios. Luces que a veces no abren, cierran, el camino para ver la Luz que brilla en el firmamento.

“Gloria a Dios en el Cielo, y Paz a los hombres de buena voluntad”.

Los ángeles despiertan a los pastores; y quieren seguir con su canto, para despertarnos a todos los hombres “de buena voluntad”.

Las noticias de guerras, de violencias, de escándalos, de injusticias, siguen llenando las primeras páginas de los periódicos, de las pantallas televisivas, etc., etc.

¿No hay ya hombres y mujeres de “buena voluntad”, dispuestos a acoger la Paz que el Niño Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, nos quiere dar? ¿Dispuestos a mirar un poco más allá de las luces de árboles, de calles, de escaparates, para ver la Luz y escuchar el canto, la llamada de los ángeles? Quizá nos olvidamos del “pecado”, de nuestra realidad de “pecadores”, y no queremos mirar.

“Hoy al pecador llamáis,
Dios-Niño recién nacido,
y él no responde, dormido;
porque despierte, lloráis.”

(Juan López de Úbeda).

El Papa Francisco recordó, en el Mensaje de Paz de primero de año, que la gran tentación a la que puede sucumbir, casi sin darse mucha cuenta, el hombre de hoy es el olvido, la indiferencia, el “pasar” de Dios. Es larga la cita, pero vale la pena:

“La primera forma de indiferencia en la sociedad humana es la indiferencia ante Dios, de la cual brota también la indiferencia ante el prójimo y ante lo creado (...). El hombre piensa ser el autor de sí mismo, de la propia vida y de la sociedad; se siente autosuficiente; busca no sólo reemplazar a Dios, sino prescindir completamente de Él. Por consiguiente, cree que no debe nada a nadie, excepto a sí mismo, y pretende tener sólo derechos. Contra esta autocomprensión errónea de la persona, Benedicto XVI recordaba que ni el hombre ni su desarrollo son capaces de darse su significado último por sí mismo; y, precedentemente, Pablo VI había afirmado que «no hay, pues, más que un humanismo verdadero que se abre a lo Absoluto, en el reconocimiento de una vocación, que da la idea verdadera de la vida humana»”.

Los ángeles siguen cantando, pero los hombres podemos taparnos los oídos para no oír; y preguntarnos, escépticos, qué estarán diciendo esos individuos allá en el cielo.

Y podemos seguir sin ver, asentados en la tiniebla de cada uno. Tantas personas quieren quitar sentido a la Navidad, y hasta rechazan preguntarse qué es verdaderamente la Navidad; a qué vienen esas reuniones de familias, esos regalos, ese deseo de quedar a bien con todas las amistades, esa añoranza del Paraíso que late en el corazón de tantas personas, en estos días navideños, aunque algunos se obstinen en no reconocerlo.

“Mi pecho palpitaba, // como si el corazón tuviese vino...// Abrí el establo a ver si estaba// Él allí.// ¡Estaba!. (Juan Ramón Jiménez)

La “indiferencia ante Dios”, el olvido del “pecado”, el no querer ser “salvados”, el “temor” de “abrir el establo”, les lleva a vivir esas reuniones, los regalos, el querer renovar amistades y recuerdos, como cosa obligada que entra sencillamente en las costumbres de las personas educadas; y que al final se quedan en puro vacío, sin mayor sentido que un entretenimiento para conseguir “matar el tiempo”. ¿De verdad, lo consiguen? ¿Alcanzan a quemar el ansia de Luz, la nostalgia de Dios, latente en todo corazón humano?

En Navidad, el Niño Jesús se acerca tanto al hombre, le sonríe, le mira a los ojos, le pide amor, en la esperanza de “resucitarlo”.

“Es la Noche, es la Sombra, es el no verte,
Señor, en la ceguera del pecado
la más amarga, cruel, trágica muerte.
Te tuve en mis entrañas sepultado
tanto tiempo, Señor, sin conocerte..
¡Mas nuevamente en mí has resucitado!

(Bartolomé Llorens).

“A la Luz de la Estrella”, así he titulado mi último libro, en la esperanza, también yo, de “resucitar”, ante la sonrisa y el llanto del Niño Jesús.

 

Ernesto Juliá Díaz

ernesto.julia@gmail.com