Tribunas

Navidad y “post-cristiandad”

Ernesto Juliá

 

Llegar a vislumbrar, entender y vivir el amor de Dios al hombre, es quizá el reto más grande con el que se enfrenta el hombre de todos los tiempos.

En medio de enfermedades, de desgracias de todo tipo, de situaciones que contradicen nuestros más ambiciosos planes, de injusticias de amigos y de enemigos; el hombre se encuentra en no pocas ocasiones en la tentación de negar que ese Amor de Dios exista realmente; en la tentación de negar que la “ternura”, la “misericordia” de Dios sean verdaderamente reales.

En esos momentos, el hombre puede anhelar el sueño que late en el fondo de quienes hablan y escriben sobre el tiempo llegado de la “post-cristiandad”. “Post-cristiandad” que vendría a ser en la mente de algunos una especie de reino de la libertad en el que cada uno se inventaría una “religión sensible”, en la que desaparecería todo rostro de un Dios personal al que podemos mirar “cara a cara”, e inventarnos un “dios”, de lo más variado posible, y que apenas sería algo más que nuestra imagen reflejada en un espejo.

En pocas palabras, y más al alcance de todos, un sueño individual de inmortalidad en el que el hombre sacie, de alguna manera, su anhelo de infinito, de perdurar, anhelo que no se puede arrancar del todo de su espíritu. Un nirvana, una “nube”, una “new age”, una nueva edad.

El intento de vivir en la “post-cristiandad” no pasa de ser el intento del hombre de vivir sin mirar a este Niño que nace en Belén. El intento de no hacernos las preguntas que la sonrisa y el llanto del Niño Jesús pueden provocar en nuestra mente, en nuestro alma.

Y todo ese sueño, todo ese huir de la realidad de cada día, sencillamente por no llegar a vislumbrar, a entender, el Amor de Dios, y no querer acercarse a un Portal donde un Niño sonríe y llora, llora y sonríe.

“Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres” (Tt 2, 11). Las palabras del apóstol Pablo manifiestan el misterio de esta noche santa: ha aparecido la gracia de Dios, su regalo gratuito; en el Niño que se nos ha dado se hace concreto el amor de Dios para con nosotros (…) Es una noche de alegría, porque desde hoy y para siempre Dios, el Eterno, el Infinito, es Dios con nosotros: no está lejos, no debemos buscarlo en las órbitas celestes o en una idea mística; es cercano, se ha hecho hombre y no se cansará jamás de nuestra humanidad, que ha hecho suya”(Papa Francisco).

En el Portal de Belén, Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, nos busca, nos mira, y nos manifiesta todo el amor que años más tarde le lleva a dejarse clavar en la Cruz para salvarnos.

El hombre que sueña la “post-cristiandad” no quiere oír hablar de “salvación”; y mucho menos de “vida eterna”.

“El Niño que nace nos interpela: nos llama a dejar los engaños de lo efímero para ir a lo esencial, a renunciar a nuestras pretensiones insaciables, a abandonar las insatisfacciones permanentes y la tristeza ante cualquier cosa que siempre nos faltará. Nos hará bien dejar estas cosas para encontrar de nuevo en la sencillez del Niño Dios la paz, la alegría, el sentido luminoso de la vida” (Papa Francisco).

Sentido luminoso que nos ayudará a descubrir también el amor de Dios en el sufrimiento, en las penas.

En el fondo de todo ese hablar de “post-cristiandad” es querer quitar a Dios su puesto en la creación, en su relación con sus criaturas. Y más en concreto, querer negar, no sólo que Cristo es el Hijo de Dios hecho hombre, y que, por lo tanto, al hacerse Dios hombre, se interesa y quiere vivir con los hombres, participando de su vida, de su historia, de su cultura. Es situar a Cristo en un momento de la historia de los hombres, y decirle que su tiempo ya ha caducado; y decírselo a Él, que ha creado el tiempo. Y la Navidad se convierte en un “recuerdo y celebración del solsticio de invierno”.

Vuelve la Navidad. Dios no puede ser sustituido por ninguna “religión sensible”, por un “monoteísmo de corazón, politeismo de la imaginación y del arte”, ni por una “mitología que la razón” trate de inventarse, para dominar así a pequeños diosecillos que sólo tienen vida en la imaginación del hombre.

El Niño Jesús sonríe y llora en Belén; y con su sonrisa y su llanto nos dice que Dios ha venido a la tierra; y aquí se quedará siempre.

 

Ernesto Juliá Díaz

ernesto.julia@gmail.com