Servicio diario - 15 de enero de 2017


 

El Papa advierte que los chismorreos destruyen una parroquia
Posted by Rocío Lancho García on 15 January, 2017



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco ha retomado este domingo las visitas pastorales a las parroquias de Roma, que fueron suspendidas durante el Año Jubilar. Hoy ha recibido al Santo Padre la parroquia de Santa María en Setteville, a las afueras de la ciudad.
En la homilía de la misa, el Santo Padre ha reflexionado sobre qué significa ser “testigos”, haciendo referencia a la lectura del día, que presenta a Juan Bautista en el momento en el que da testimonio de Jesús.
De este modo, el Papa ha recordado que hay muchos cristianos que confiesan que Jesús es Dios, hay muchos sacerdotes que confiesan que Jesús es Dios, muchos obispos…. Pero “¿todos dan testimonio de Jesús? ¿o ser cristiano es como un modo de vivir? ¿es como ser hincha de un equipo? ¿o como tener una filosofía?”, ha invitado a reflexionar. El Pontífice ha subrayado que “ser cristiano, en primer lugar, es dar testimonio de Jesús”.
Y esto es lo que han hecho los apóstoles. “Dieron testimonio de Jesús”. En esta línea, ha observado que los apóstoles “no habían hecho un curso para ser testigos”, “no habían estudiado”, “no habían ido a la universidad”. Sintieron el Espíritu y fueron fieles a su inspiración. El Papa ha asegurado que eran pecadores, envidiosos, tenían celos entre ellos, eran traidores. Pedro, el primer Papa, traicionó a Jesús, ha insistido Francisco.
Pero –ha añadido–son testigos porque son “testigos de la salvación que Jesús lleva”. Todos “se han convertido”, “se han dejado salvar”. Al respecto, el Santo Padre ha querido subrayar que “ser testigo no significa ser santo”.
Finalmente, ha explicado que los apóstoles hubo un pecado que no tuvieron: no eran chismosos, no hablaban mal unos de otros, no se desplumaban. Por esta razón, ha asegurado que una comunidad, una parroquia donde hay chismorreos, “es incapaz de dar testimonio”. ¿Queréis una parroquia perfecta? “Nada de chismes”, ha pedido el Obispo de Roma. Lo que destruye a una comunidad –ha precisado– son los chismorreos.
Antes de celebrar la misa, el Pontífice ha saludado al vice párroco, don Giuseppe Berardino, de 50 años, gravemente enfermo de esclerosis lateral amiotrófica desde hace más de dos años. Además, ha estado durante más de media hora con los niños y jóvenes de catequesis. Entre ellos, muchos jóvenes que ya han hecho la confirmación y un grupo de Scouts. Algunos, de forma espontánea, han realizado algunas preguntas al Papa. El Santo Padre también ha saludado a 45 niños, todos bautizados durante el 2016, acompañados de sus padres. A continuación, ha tenido lugar un encuentro con un centenar de fieles que ayudan al párroco en la obra pastoral. El Pontífice les ha dado varios consejos, deteniéndose especialmente en la “importancia de la misión”. Finalmente, tras saludar a los sacerdotes y seminaristas, el Papa ha ido a la sacristía y ha confesado a cuatro personas: una pareja joven que cuida del vice párroco, un joven de post-confirmación y el padre de un niño enfermo.



Texto completo del ángelus del papa Francisco del 15 de enero de 2017
Posted by Redaccion on 15 January, 2017



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco, como cada domingo, ha rezado el ángelus desde la ventana del estudio en el Palacio Apostólico junto con los fieles reunidos en la plaza de San Pedro.
Estas son las palabras del Papa para introducir la oración mariana:
Queridos hermanos y hermanas,
En el centro del Evangelio de hoy (Jn 1, 29-34) está la palabra de Juan Bautista: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (v. 29). Una palabra acompañada por la mirada y el gesto de la mano que le señalan a Él, Jesús. Imaginamos la escena. Estamos en la orilla del río Jordán. Juan está bautizando; hay mucha gente, hombres y mujeres de distintas edades, venidos allí, al río, para recibir el bautismo de las manos de ese hombre que a muchos les recordaba a Elías, el gran profeta que nueve siglos antes había purificado a los israelitas de la idolatría y les había reconducido a la verdadera fe en el Dios de la alianza, el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob.
Juan predica que el reino de los cielos está cerca, que el Mesías va a manifestarse y es necesario prepararse, convertirse y comportarse con justicia; y se pone a bautizar en el Jordán para dar al pueblo un medio concreto de penitencia (cfr Mt 3,1-6). Esta gente venía para arrepentirse de sus pecados, para hacer penitencia, para comenzar de nuevo la vida. Él sabe, Juan sabe, que el Mesías, el Consagrado del Señor ya está cerca, y el signo para reconocerlo será que sobre Él se posará el Espíritu Santo; de hecho Él llevará el verdadero bautismo, el bautismo en el Espíritu Santo (cfr Jn 1,33).
Y el momento llega: Jesús se presenta en la orilla del río, en medio de la gente, de los pecadores –como todos nosotros–. Es su primer acto público, la primera cosa que hace cuando deja la casa de Nazaret, a los treinta años: baja a Judea, va al Jordán y se hace bautizar por Juan. Sabemos qué sucede –lo hemos celebrado el domingo pasado–: sobre Jesús baja el Espíritu Santo en forma de paloma y la voz del Padre lo proclama Hijo predilecto (cfr Mt 3,16-17). Es el signo que Juan esperaba. ¡Es Él! Jesús es el Mesías. Juan está desconcertado, porque se ha manifestado de una forma impensable: en medio de los pecadores, bautizado como ellos, es más, por ellos. Pero el Espíritu ilumina a Juan y le hace entender que así se cumple la justicia de Dios, se cumple su diseño de salvación: Jesús es el Mesías, el Rey de Israel, pero no con el poder de este mundo, sino como Cordero de Dios, que toma consigo y quita el pecado del mundo.
Así Juan lo indica a la gente y a sus discípulos. Porque Juan tenía un numeroso círculo de discípulos, que lo habían elegido como guía espiritual, y precisamente algunos de ellos se convertirán en los primeros discípulos de Jesús. Conocemos bien sus nombres: Simón, llamado después Pedro, su hermano Andrés, Santiago y su hermano Juan. Todos pescadores; todos galileos, como Jesús.
Queridos hermanos y hermanas, ¿por qué nos hemos parado mucho en esta escena? ¡Porque es decisiva! No es una anécdota, es un hecho histórico decisivo. Es decisiva por nuestra fe; es decisiva también por la misión de la Iglesia. La Iglesia, en todos los tiempos, está llamada a hacer lo que hizo Juan el Bautista, indicar a Jesús a la gente diciendo: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Él es un el único Salvador, Él es el Señor, humilde, en medio de los pecadores. Pero es Él. Él, no es otro poderoso que viene. No no. Él.
Y estas son las palabras que nosotros sacerdotes repetimos cada día, durante la misa, cuando presentamos al pueblo el pan y el vino convertidos en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Este gesto litúrgico representa toda la misión de la Iglesia, la cual no se anuncia a sí misma. Ay, ay cuando la Iglesia se anuncia a sí misma. Pierde la brújula, no sabe dónde va. La Iglesia anuncia a Cristo; no se lleva a sí misma, lleva a Cristo. Porque es Él y solo Él quien salva a su pueblo del pecado, lo libera y lo guía a la tierra de la vida y de la libertad.
La Virgen María, Madre del Cordero de Dios, nos ayude a creer en Él y a seguirlo.
Después del ángelus, el Santo Padre ha añadido:
Queridos hermanos y hermanas,
hoy se celebra la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, dedicada al tema “Menores migrantes, vulnerables y sin voz”. Estos nuestros hermanos pequeños, especialmente si no están acompañados, están expuestos a muchos peligros. Y os digo, ¡hay muchos! Es necesario adoptar toda medida posible para garantizar a los menores migrantes la protección y la defensa, como también su integración.
Dirijo un saludo especial a la representación de distintas comunidades étnicas aquí reunidas, en particular a las católicas de Roma. Queridos amigos, os deseo vivir serenamente en las localidades que os acogen, respetando las leyes y las traiciones y, al mismo tiempo, cuidando los valores de vuestras culturas de origen. ¡El encuentro de varias culturas es siempre un enriquecimiento para todos! Doy las gracias a la oficina Migrantes de la diócesis de Roma y a los que trabajan con los migrantes para acogerlos y acompañarlos en sus dificultades, y animo a continuar esta obra, recordando el ejemplo de santa Francisca Javier Cabrini, patrona de los migrantes, de la que este año se celebra el centenario de la muerte. Esta religiosa valiente dedicó su vida a llevar el amor de Cristo a los que estaban lejos de la patria y de la familia. Su testimonio nos ayude a cuidar del hermano forastero, en el cual está presente Jesús, a menudo que sufre, es rechazado y humillado. Cuántas veces en la Biblia el Señor no ha pedido acoger migrantes y forasteros, recordándonos que también nosotros somos forasteros.
Saludo con afecto a todos vosotros, queridos fieles procedente de distintas parroquias de Italia y de otros países, como también a las asociaciones y a los distintos grupos. En particular, los estudiantes del Instituto Meléndez Valdés de Villafranca de los Barros, España.
A todos os deseo un feliz domingo y buen almuerzo. Y nos os olvidéis de rezar por mí. ¡Hasta pronto!



Francisco bautiza 13 niños nacidos después del terremoto en Italia
Posted by Redaccion on 15 January, 2017



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco bautizó, este sábado por la tarde, a 13 niños nacidos en las zonas afectadas por los terremotos del centro de Italia de los últimos meses. La ceremonia tuvo lugar, de forma privada, en la capilla de la casa Santa Marta, residencia del Pontífice en el Vaticano. El más pequeño de los niños bautizado tenía 5 días.
Ha sido un nuevo gesto de cercanía del Santo Padre con la población duramente golpeada por los terremotos. Ya pocos días después de la tragedia, el Santo Padre envió un equipo de la Gendarmería y de bomberos del Vaticano para colaborar en los lugares afectados junto con la Protección Civil y ayudar a los desplazados. Francisco, el 4 de octubre, visitó personalmente la zona para mostrar cercanía a la población y rezar por las víctimas.
Finalmente, el pasado 5 de enero, recibió en el Aula Pablo VI a un gran grupo de víctimas del terremoto a los que reiteró su apoyo y alentó a “reconstruir no solo las casa sino también los corazones”.



Beata Juana María Condesa Lluch – 16 de enero
Posted by Isabel Orellana Vilches on 15 January, 2017



(ZENIT – Madrid).- De familia acomodada, nació en Valencia, España, el 30 de marzo de 1862. Fue bautizada en la misma pila en la que recibieron este sacramento san Vicente Ferrer y san Luís Bertrán. Su padre, un médico profundamente comprometido con la fe, era tan ejemplar en la práctica de su profesión que su abnegación le costó la vida al contagiarse del cólera cuando Juana María tenía 3 años. Su madre se ocupó de que ella y su hermana fuesen educadas humana y espiritualmente. Su infancia, como la de muchas niñas, mostraba las aristas de la contradicción; una etapa proclive a las travesuras, y también al anhelo de torcer la voluntad ajena en bien propio. Cuando su carácter se atemperó, vislumbró en Dios el fin de su vida. A ello le ayudó el vínculo que estableció con la Esclavitud Mariana de Grignion de Montfort y con la Archicofradía de las Hijas de María y Santa Teresa de Jesús a las que se afilió en 1875, y de las que fue su administradora. Además, formó parte de la Tercera Orden del Carmen.
Tempranamente se manifestó su amor a la Eucaristía, a la Inmaculada y a san José. Las prácticas de piedad y la oración, además del compromiso que estableció con los necesitados, fueron las armas con las que se enfrentó a la crisis religiosa de su tiempo. La convicción de ser de Cristo para siempre le instó a consagrarle su virginidad privadamente. Poco antes de cumplir los 18 años determinó dejarse guiar por la voluntad de Dios. El paisaje que contemplaba cuando solía ir a la propiedad que su familia tenía en la costa, era un reguero de mujeres trabajadoras que se dirigían a las diversas fábricas para ganar el sustento de los suyos. Ella había gozado del privilegio de una existencia acomodada y recibido una sólida educación. Pero se le partía el corazón al ver a sus compatriotas desprovistas de esos bienes, expuestas a otros avatares preñados de peligros por esos caminos desnudos de protección por los que transita la pobreza de vida a todos los niveles. Y pensó cobijarlas en una casa con objeto de paliar tan graves carencias.
Su juventud parecía más que un acicate una dificultad para llevar adelante la misión a la que se sintió llamada: fundar una congregación religiosa. «Yo y todo lo mío para las obreras», sentimiento que albergaba en su corazón, obtuvo respuesta del cardenal Monescillo: «Grande es tu fe y tu constancia. Ve y abre un asilo a esas obreras por las que con tanta solicitud te interesas y tanto cariño siente tu corazón». Mucho había tenido que insistir Juana María, y convencerse aquél de la autenticidad del proyecto, para poder materializar su sueño. Por fin, comenzó a cumplirse tras estas palabras que le dirigió el cardenal. Y en 1884 abrió el Asilo Protector de Obreras así como un centro de enseñanza gratuita para las hijas de éstas. «Señor, mantenme firme junto a tu cruz», repetía ante las pruebas, mientras la fundación se extendía por las zonas industriales. A las religiosas les recordaba constantemente que debían «ser santas en el cielo, sin levantar polvo en la tierra».
Devolvió la dignidad a las trabajadoras, consideradas hasta entonces como meros instrumentos de trabajo, y con su caridad y espíritu de sacrificio les enseñó a convertir lo ordinario en extraordinario. Hasta 1911 ni ella ni las religiosas que la acompañaban en este empeño pudieron emitir votos perpetuos. «Aceptar y no pedir es el más santo sufrir». «Excelente disciplina es hacer con alegría lo que más nos costaría», había dicho. Los signos de su vida: obediencia, alegría, humildad, constancia, dominio de sí, paz, bondad, entrega, laboriosidad, solidaridad, fe, esperanza y amor atestiguaron su sí incondicional a Cristo. No quiso dar cuenta de la mayoría de las lesiones que poco a poco fueron minando su organismo, y falleció el 16 de enero de 1916. Tenía 54 años. Fue beatificada el 23 de marzo de 2003 por Juan Pablo II.