Tribunas

Entre cardenales anda el juego

José Francisco Serrano Oceja

 

Semana primera de cuaresma, semana previa a las elecciones en la Conferencia Episcopal. Al fin y al cabo, más que tendencias, análisis de contextos históricos, lo que se busca en estos días es el nombre y el hombre. Y lo que está claro es que la historia no se sintetiza, ni se sustancia, solo en el hombre y el nombre.

Como dice el cardenal Osoro, glosando a Ortega y Gasset, no sabemos lo que nos pasa y eso es lo que nos pasa. Por tanto, hagamos hipótesis, que también valen en la sociología eclesial.

No hay que olvidar que estos comicios marcarán, de facto, el fin de una generación. De ahí la importancia en lo que respecta no sólo al proceso de consolidación de este pontificado, de sus formas reales y supuestas. Lo que también está en juego es el cierre categorial de quienes proceden de épocas anteriores y han hecho posible una transición, no precisamente tranquila y sosegada -quizá ningún tiempo, y menos el nuestro, sea eso, tranquilo y sosegado-, hacia un nuevo momento de la Iglesia.

El nombre de quién será el próximo presidente de la Conferencia Episcopal supone también el estilo y el discurso. Por lo tanto, lo que los obispos van a elegir, también, es la orientación del discurso público de la Iglesia para los próximos tres años, al menos. Si el discurso público estará presente o ausente, si será argumentado o desviará balones fuera. Lo que está claro es que será conciliador, en todo caso.

Ideas claras, que decía Fernando Martín-Sánchez Juliá, que es lo que necesitamos.

Hasta la celebración de la pasada Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal el candidato de la agenda pública era el actual presidente, el arzobispo de Valladolid, monseñor Ricardo Blázquez. Y sigue siendo para un número importante de obispos. Y digo agenda pública, no agenda oculta, que la hay.

Pero algo ocurrió en esa Comisión Permanente que un grupo de obispos, que supuestamente habían votado y promovido la elección del cardenal Blázquez, han empezado a manifestar un cambio de rumbo.

No hay que olvidar que, en las elecciones anteriores, estadísticamente hablando, monseñor Ricardo Blázquez obtuvo una mayoría más que suficiente como candidato de consenso también de un sector continuista en anteriores elecciones. Quizá ahora este grupo ha decidido pasar página.

Por cierto, un sector de obispos que por más que algunos se empeñen en decir lo contrario son tan del Papa Francisco como el resto. Si el Papa, o Roma, considerara otra cosa, habría actuado, como ocurrió por ejemplo, en el caso del pasado arzobispo de Zaragoza. Un caso ahora de nuevo en la palestra mediática. Un caso que ofrece no pocas aleccionadoras lecciones para la historia.

Es cierto que la práctica habitual es que un presidente repita un segundo mandato. Y, pese a que el cardenal Blázquez cumpliría pronto 75 años, la lógica de la estabilidad y de la continuidad, incluso la histórica de antecedentes frecuentes, indica que volverá a ser elegido el arzobispo de Valladolid.

Pero contra esta lógica, quizá la común, actúan otras dos paralelas: una, la de quienes consideran que ya han encontrado un candidato alternativo que puede ofrecer otra orientación a la Presidencia, que se aglutinaría entorno al cardenal arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares.

Y, segunda, la de quienes están esperando, y preparan, que el cardenal Blázquez no alcance los votos suficientes en los primeros escrutinios y, ante un supuesto bloqueo de un tercio posible, saquen a relucir el nombre de otro cardenal, especialmente activo en días pasados en los medios: el arzobispo de Madrid, Carlos Osoro.

Quien, por cierto, también podría ser bloqueado por otro grupo importante si actúa unido, con lo que iríamos a un tercer candidato. ¿El cardenable Juan José Omella? Llegados a ese momento, lo imposible es real.

Lo que está claro es que, en primera instancia, entre cardenales anda el juego.

 

José Francisco Serrano Oceja