Profundización \ Espiritualidad

"No será tu yo el que te haga grande, sino Dios", reflexiones bíblicas de Mons. Fernando Chica

RV | 08/03/2017


 

En el último programa «Tu palabra me da Vida», el tema de "la felicidad" se encuentra en el centro de las reflexiones de Monseñor Fernando Chica Arellano - observador permanente de la Santa Sede ante los organismos de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación en Roma- quien reflexiona acerca de un pasaje del Evangelio según San Mateo:  Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mateo 5,1-3).

Todos deseamos ser felices. En lo más hondo de nuestra alma está radicado este deseo. Quien diga lo contrario, me parece que miente. Lo que pasa es que, a menudo, hemos buscado la plenitud de la vida en fuentes que pronto se han secado. Persiguiendo lo esencial, nos hemos dejado embaucar y atraer por lo secundario e inconsistente. Hemos sucumbido ante fantasías y quimeras que luego han dado su auténtica cara, mostrándose como lo que en verdad eran: puros y efímeros espejismos.

Hoy, apoyados en la divina gracia y dándole la mano a la sinceridad, podríamos iniciar un camino de conversión. Para ello, en primer lugar, tomemos conciencia de que a veces hemos construido castillos en el aire. Luego, pidamos a Dios fuerzas para volver a Aquel que nunca traiciona. Me refiero al Señor Jesús. Si arraigamos en Él nuestra vida, nos llevará a la felicidad hecha realidad, no a un sucedáneo cualquiera.

En efecto, Cristo no es que nos muestre unas pistas para hallar la felicidad. No es eso. Es que Él en persona es la felicidad. No hemos puesto nuestra esperanza en una quimera. No vamos a entregar nuestra vida a un frío ideario. Nosotros vamos tras las huellas de alguien al que podemos amar e imitar. En Cristo, sabemos que vamos a encontrar las respuestas a los más sublimes anhelos de nuestra existencia. En Él vemos realizado el cumplimiento de nuestros sueños más nobles, la satisfacción de nuestras más altas expectativas. Él es el Pastor que nos conduce, el Pan que nos alimenta, la Verdad que rompe nuestras máscaras, el Amor que nos arranca de mediocridades y conformismos. Él es la Fuerza que nos alienta a salir de nosotros mismos para servir infatigablemente a los pobres de la tierra.

Como nos dice el Papa Francisco, “en toda su vida, desde el nacimiento en la gruta de Belén hasta la muerte en la cruz y la resurrección, Jesús encarnó las Bienaventuranzas. Todas las promesas del Reino de Dios se han cumplido en Él. Al proclamar las Bienaventuranzas, Jesús nos invita a seguirle, a recorrer con Él el camino del amor, el único que lleva a la vida eterna. No es un camino fácil, pero el Señor nos asegura su gracia y nunca nos deja solos. Pobreza, aflicciones, humillaciones, lucha por la justicia, cansancios en la conversión cotidiana, dificultades para vivir la llamada a la santidad, persecuciones y otros muchos desafíos están presentes en nuestra vida. Pero, si abrimos la puerta a Jesús, si dejamos que Él esté en nuestra vida, si compartimos con Él las alegrías y los sufrimientos, experimentaremos una paz y una alegría que sólo Dios, amor infinito, puede dar” (Mensaje para la XXIX Jornada Mundial de la Juventud. 21 enero 2014).

Escuchemos hoy a Jesús que se dirige a ti y a mí y nos dice: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mateo 5,3). Cristo nos recuerda que seremos felices si somos pobres de espíritu. Y ¿qué quiere decir esto? Muy fácil: El pobre de espíritu es el que ha hecho de Dios su riqueza. En Él reside la genuina alegría. Quien a Dios tiene, nada le falta. La verdadera desventura no es no poseer bienes materiales. Es más bien no tener a Dios en tu alma.  Con Dios, aunque no abundes en cosas, eres realmente rico.

No lo olvides: si has hecho de tus caprichos el tesoro de tu vida, eres un infeliz. Si ellos son los que mandan en ti, aunque te creas libre, en realidad, eres el más miserable de esta tierra. Por el contrario, si Dios es el Señor de tu vida, nunca serás esclavo de nada ni de nadie. No será tu yo el que te haga grande, sino Dios. No son las cosas la fuente de la felicidad, sino Jesucristo. Si has puesto tu esperanza en acumular, te darás cuenta de que nunca estás saciado del todo, porque mientras más tienes, más quieres. Más cosas llenan tu vida, más vacío queda tu corazón, y esto te conduce a una tristeza deprimente.

Es más dichoso quien comparte que quien avaramente posee. La felicidad consiste en una vida sencilla y sobria, llena de Dios y ausente de necesidades innecesarias. Y precisamente es Dios quien te regala la capacidad de descubrir lo fundamental de la vida y de gustar de lo esencial, quien te libra de la tiranía del consumo voraz, del egoísmo que te encierra en ti mismo y te impide ver a Dios como Padre bueno y tratar a los demás como hermanos.

(Mireia Bonilla para RV)